El fútbol me desagrada, y lo he practicado mucho. Sin embargo, no es el deporte en sí, ni mucho menos, sino el negocio montado a su alrededor. El fútbol, siendo más o menos atractivo que otros deportes que ahora practico y de muchos otros deportes que conozco —para gustos colores—, ha dejado de ser lo que entiendo por deporte. Ha sufrido un proceso de transformación que lo ha convertido en un espectáculo denigrante porque, en pocas palabras, ha sido mutado en una fuente inagotable de producción económica para enriquecimiento de unos pocos a costa de muchos otros y en un sumidero social en el que enturbiar y con el que manipular a la gente para derivar el odio que subyace a consecuencia de la desigualdad entre clases y focalizarla en una actividad cuyos artífices, que no son más que unos niños que esta gigantesca empresa global ha malcriado y endiosado, se han convertido en ídolos de masas que sueñan con ser ellos, con tener su dinero, sus parejas, sus formas de vida y que no quieren reconocer que resulta inalcanzable para ellos envidiándolos desde una absurda admiración ante sus desmanes, falta de respeto y ostentosidad. Desgraciadamente no estamos ante algo similar al “pan y circo romanos” ni muchísimo menos, es bastante peor. Estamos frente a un “circo” sin “pan” que le sale carísimo a gran parte de la sociedad para que unos pocos privilegiados puedan tener ese pan que es para ellos, en realidad, caviar, champagne, ostras, trufas, oro —sí, algunos se lo comen— y otras extravagancias indecorosas en su precio.
Creo que en cualquier actividad que quiera hacerse llama deportiva deben existir dos factores relevantes para que realmente adquirir tal consideración: el primero es evidente y no parece que la tergiversación económica del fútbol que experimentamos en nuestra sociedad haya conseguido suprimirlo por ahora, se trata de que exista tarea física, que se sude, que se consuman calorías y que se trabajen los grupos musculares del cuerpo, en este sentido encaja a la perfección el fútbol como lo hacen otras muchas prácticas que están presentes en todos, sirvan como ejemplo, para no perder el contexto, el baloncesto, el tenis, la natación, el atletismo, el ajedrez —sí, el ajedrez, y si no lo creen, intenten jugar concentrados durante un par de horas para comprobar el desgaste energético que sufren—, etc.
El otro factor fundamental que debe albergar la actividad que quiera llamarse deporte es la inclusión de valores humanos en su desarrollo. No es que el deporte los contenga en sí mismo, pero hacer lo posible porque estén implícitos es fundamental para que el deporte sea tal. Me explico, el deporte debe promocionar la igualdad, la equidad, la humildad, la autoestima, el sacrificio, la colaboración, la ayuda, la responsabilidad, el esfuerzo, la perseverancia, la disciplina, la educación, la inclusión, la justicia y el respeto de quienes lo practican con quienes lo practican y de quienes lo contemplan con quienes lo contemplan, así como entre los que lo practican y lo contemplan. Esto es aplicable a cualquier deporte, incluso cuando uno lo hace en solitario corriendo, por ejemplo, campo a través en una montaña perdida. También ahí hay que ser responsable, educado, perseverante, disciplinado, etc. Además, el deporte debe luchar e imponerse ante contravalores tales como la violencia, la intolerancia, el odio, la soberbia, la vanidad, la inseguridad o la falta de autoestima, entre otros. Es mucha la responsabilidad que recae en el deporte porque la educación de millones de niños está absolutamente ligado a estas actividades y dejar que el control del deporte recaiga en indecentes que lo vampiricen y lo transformen en un circo indigno promoviendo precisamente esos contravalores que debería contrarrestar, lo convierte en un arma terrible contra una sociedad que debería mejorar y que no parece que pueda hacerlo con la lacra de ciertos personajes que quieren aprovecharse del deporte para beneficio propio.
En un mundo como el que tenemos fundamentado en un consumismo aberrante que pone en riesgo la viabilidad de la especie humana, el deporte podría constituir una vía de escape y un elemento crucial en la educación de las nuevas generaciones, pero finalmente se ve sometido al imperio del dinero en el que predomina la falta de escrúpulos y la impaciencia por obtener más y más réditos a costa del estrangulamiento de los demás. Han doblegado el deporte, algunos más que otros, en especial el fútbol, al absolutismo del dinero. Es evidente que nuestra coyuntura imposibilita el desarrollo de ninguna actividad si no hay asociado beneficio económico, pero siempre hay formas y formas de obtenerlo. El fútbol no es precisamente un ejemplo de cómo implementar el binomio deporte economía y el dinero ha transformado este deporte en un deplorable espectáculo.
Pero el maldito dinero, lejos de hacer de este deporte una actividad deportiva y educativa, sirve de polo de atracción para impresentables de toda suerte de calaña que se consideran dueños y señores con derecho a pernada y diezmos, capaces de convertir el espectáculo en el que el dinero ha convertido al fútbol en un auténtico esperpento denigrante, humillante y nada edificante. Pero ojo, que esos chulos que parecen colmar los puestos directivos de la multinacional futbolística también propician el advenimiento de suplicantes, quejicosos y aprovechados que no dudan en hacer fructificar cualquier oportunidad que se les ofrece para saldar cuentas pendientes. Y esa es precisamente la diferencia que existe hoy en día entre un abrazo con dos besos y un pico.
Imagen del beso de Rubiales a Jenni Hermoso. Fuente: TVE, 2023.
En Isla Cristina a 10 de septiembre de 2023.
Rubén Cabecera Soriano.
@EnCabecera
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