domingo, 16 de febrero de 2025

El maldito prototipo.



 

La arquitectura es una profesión singular. Habitualmente incomprendida. En numerosas ocasiones desdeñada. Últimamente —aunque ya va para varias décadas— denigrante para sus profesionales, si bien es cierto que no siempre los hay, quiero decir, profesionales. Se trata de un oficio complejo, aunque en principio no más que otros desempeños técnicos y, sin embargo, hay algunos matices importantes, trascendentales y reveladores. 


Creo que empezaré por el que considero el matiz más comprensible y asequible para cualquiera que se acerque con cierta curiosidad a esta profesión. El hecho de conjugar cuestiones tan variopintas y en ocasiones distantes y opuestas como son el arte y la ciencia, pero al mismo tiempo tener que conectar, analizar e interpretar de forma directa el comportamiento de los seres humanos para hacer converger en ella los factores que determinan la forma de vivir, de relacionarse, de aprender, de curarse, de jugar, de entretenerse, de ejercitarse, de disfrutar… de las personas la convierte en una profesión poliédrica que requiere de cierto virtuosismo por parte de los arquitectos para poder acometerla con ciertas garantías. Los proyectistas catalizan toda la información que reciben con las necesidades de los promotores y futuros usuarios para transformarlas en espacio y construcción, es decir para configurar una forma en la que poder realizar las funciones a las que debe dar cabida la arquitectura. Parece fácil, pero no lo es. Ya el hecho de transformar el vacío construyendo un espacio en el que albergar un uso es complejo en sí, sin entrar a analizar su materialidad, su localización, su contexto, su entorno, su orientación… En definitiva, alcanzar la excelencia en la gestación de un uso aunando eficiencia y creatividad es un ejercicio complejo y delicado que, además, exige responsabilidad y compromiso por parte del hacedor, del proyectista. Por tanto, uno de esos matices que, sin diferenciar sustancialmente esta profesión de otras de perfil técnico, pueden llegar a condicionar en gran medida el resultado es la funcionalidad.

 

Pero la funcionalidad no es el único matiz y, tal y como anticipé, existe una vinculación directa muy importante entre la arquitectura y el arte y la ciencia. Resulta evidente que en este oficio existe mucha ciencia, indudablemente hay mecánica en todas sus variantes, sólida y de fluidos, y, por supuesto, matemática, pero también hay una gran dosis de arte y de humanidades. Tal vez pudiera pensarse que esa peculiar relación con las humanidades se da solo en las grandes obras, pero no es cierto, cada pequeña obra, cada pequeña intervención tiene también su particular dosis de arte y si esta es pequeña, innegablemente siempre tendrá su parte de humanidades e indefectiblemente su dosis de ciencia. Esta relación de la arquitectura con la ciencia establece condicionantes insoslayables que el arte en sí mismo no suele encontrar, pero no por ello, deja de ser una relación comprometida del uno con la otra y viceversa. Es más que evidente que existen obras arquitectónicas que se consideran verdaderas obras de arte y ninguna de ellas ha desvirtuado su conexión con la ciencia, antes bien, en muchas ocasiones, esa belleza, a veces tan subjetiva, puede aparecer por la relación de la arquitectura con la ciencia, más que con el arte como concepto abstracto. En cualquier caso, en la terna funcionalidad, ciencia y arte, los elementos se entremezclan de forma variable en cada intervención arquitectónica para dar cabida a las necesidades del promotor de la obra. 

 

Otro de los matices es la psicología. La derivada psicológica en la arquitectura es trascendental, pero no me estoy refiriendo a la percepción del espacio, de los volúmenes, de los colores… que sobrevienen a través de la psicología de cada individuo, me refiero al contacto que se tiene con el promotor, con el cliente. Se trata de una profesión, la arquitectura, que requiere de un contacto directo y permanente con el que será propietario del espacio construido, sea uno, un grupo o puede que una parte significativa de la sociedad, con su cultura, con su educación, con su contexto... Esta relación es compleja porque, además de ser larga en el tiempo, es una relación que requiere de gran dosis de empatía y un conocimiento profuso de las necesidades del cliente que, no siempre son sencillas de entender y asimilar porque el promotor elige arquitecto, no psicólogo, pero a veces es necesario que el arquitecto ejerza como tal para atemperar el ánimo del promotor.

 

El último y en mi opinión el más importante de los matices tiene que ver con el dinero y los plazos, pero, sobre todo y directamente asociado con estos parámetros, el concepto más revelador de la disciplina que pone de manifiesto la realidad de esta profesión es que en arquitectura se construye el prototipo, mientras que en otras profesiones técnicas el objetivo es hacer cuantos prototipos sean necesarios hasta alcanzar el tipo final que se seriará y venderá a un precio perfectamente controlado. En arquitectura no, en arquitectura se construye el prototipo bajo la terrible premisa de que debe ser el tipo final. Esto es un hándicap terrible que condiciona la arquitectura y la pone en un lugar alejado de la confianza necesaria para acometer un proyecto que deba convertirse en realidad. Cuando uno va a un concesionario a comprar un vehículo, el comercial te ofrece uno con un precio conciso y unas características concretas, tú podrás adquirirlo o buscar otro si no encaja con tus necesidades, con tu precio o tu tiempo de espera: es el tipo, pero antes de llegar a él se han construido numerosos prototipos durante un período de tiempo impreciso con un coste variable que se ha ido concretando en los sucesivos ajustes hasta llegar al objeto seriado que se entrega en un plazo concreto a un precio definido. En la arquitectura no, en arquitectura construimos un prototipo que tiene que ser el tipo final. De ahí que sea tan sumamente complicado encontrar un precio cerrado y un plazo determinado. Es sencillo de entender si lo vemos así: el precio del vehículo a adquirir es, por ejemplo, el de la versión trigésimo quinta del vehículo que se proyectó y el plazo de entrega es de, por ejemplo, cuatro meses y tres semanas, diferente de forma sustancial al tiempo que llevó preparar los distintos prototipos que tuvo, con seguridad retrasos y ajustes. Esto en arquitectura no puede ocurrir porque la primera es la única versión que se hará, por tanto, estamos convirtiendo en tipo el primer prototipo que se hace, ergo, no es posible acertar cuando se proyecta en los plazos y en el coste. Sencillamente así. Si se acierta, aunque hay parte de buen hacer y experiencia del profesional, también existe una no menor componente azarosa. En esto la arquitectura es una rara avis entre las profesiones técnicas y la convierte en un oficio singular muy complejo de gestionar: el prototipo, el maldito prototipo.

 

 

Imagen creada por el autor con IA.

En Mérida a 16 de febrero de 2025.

Rubén Cabecera Soriano.

@EnCabecera

https://encabecera.blogspot.com.es/