Maluma es culpa nuestra.



Aquellos que tienen la suerte —o la desgracia, según se mire— de erigirse como espejo de muchos, de ser la aspiración de un gran número de personas, de estar en boca de todos, tienen el compromiso indiscutible e incontestable de ejercer con responsabilidad esa suerte de liderazgo que ejercen, tienen que hacerlo de forma responsable sobre quienes le han elegido consciente o inconscientemente —al respecto de esto sobre los medios de comunicación recae una grave servidumbre— como adalid de sus aspiraciones, de sus sueños o de sus pasiones, tanto da. Estos jóvenes, normalmente guapos, adinerados y “exitosos” —si es que podemos entender por éxito lo que nos muestran de ellos— ofrecen a su público lo que desean, aunque el origen de este deseo no esté en ellos mismos, sino que haya sido introducido —embebido que traducirían los anglosajones— a base de repetición de un estereotipo que resulta, hoy en día, rentable en términos económicos para cierto perfil de empresa multinacional. Pues bien, se exceden, estas empresas se exceden, se les ha ido de las manos esta burda manipulación, pero, sin embargo, los réditos monetarios no dejan de incrementarse, y asistimos incrédulos —no tanto en realidad si se hace una lectura sesuda de esta industria— a los anuales anuncios de nuevos y mayores beneficios ofrecidos para captar la atención de cautos e incautos inversores que aseguren una vida llena de oprobio y opulencia que sus directivos y propietarios deben sufragar. El problema es que precisamente este cruel y animal lucro, así como el egoísmo asociado directamente al mismo impide que rectifiquen en sus políticas empresariales y sigan produciendo productos que encajen en el perfil que les interesa económicamente, transformando la voluntad de cuantas más personas mejor para dirigirlas hacia el consumo casi desesperado de sus productos.

Este comportamiento es deplorable, sobre todo porque no creo que pueda surgir desde la casualidad, es fruto de una intencionada pero nada torpe operación que cuenta con la connivencia de muchos, todos ellos interesados de una u otra forma en la obtención de réditos económicos. Esta situación no me resulta especialmente simpática, no me hace demasiada gracia comprobar cómo los niños imitan el comportamiento de ciertos deportistas o cantantes o actores, cómo se peinan como ellos, andan como ellos, hablan como ellos, ansían llevar sus mismas zapatillas o pantalones o camisas, y compran —o piden que se les compren— cualquier estupidez que las marcas patrocinadoras hacen llevar a estos famosos, tan fanfarrones y presumidos como incultos en su mayoría. Estos jóvenes de éxito pasajero que no llenarán las páginas de los libros de historia —al menos ese es mi deseo— no comprenden la responsabilidad que tienen sobre sus espaldas, no entienden que ser el espejo en que se miran miles de chicos y chicas les obliga a fomentar unos valores —seguramente contrarios a los que persiguen sus marcas comerciales— que son los que deberían absorber y asumir quienes les siguen, pero no es así, al parecer la moda está en ser malo, en despertar cierto admirado temor u odio para poder sobresalir, resaltar e incluso, ya en los círculos sociales más íntimos, poder ser aceptado. Tristemente sorprendente. El problema real llega cuando esta situación alcanza rango de tragedia, cuando atenta directamente contra la integridad física de las personas, cuando estos comportamientos fomentados por quienes impulsan el éxito de estos pobres ricos infelices, también manipulados en la nube de algodones en que les hacen vivir, incita directamente al consumo de drogas, al daño sobre el prójimo o al maltrato de las mujeres. Aquí se sobrepasa el límite. Aquí es cuando no deberíamos permitir estos comportamientos, cuando deberíamos, como sociedad medianamente responsable y preocupada por sus futuras generaciones, prohibirlos y erradicarlos, pero previamente sería necesario estudiarlos en profundidad para comprenderlos y hacer lo posible por evitarlos. Como ocurre en tantas ocasiones, esto atañe a la educación y esta no está de moda.

Detrás de la letra de una canción, como la de este cantante, Maluma, “Cuatro babys” para más referencia, que se haya convertido en un éxito y que llegue a los oídos —y a los ojos a través del vídeo del que se acompaña— de millones de personas no hay, hoy en día, una única persona. Ese tema no ha pasado exclusivamente por las manos de un responsable, debe de haber cientos de personas que hayan colaborado e impulsado esas letras y me cuesta creer que entre ellos no haya habido siquiera uno que haya planteado la improcedencia de esa letra. Me cuesta creer que nadie se haya parado a reflexionar sobre el daño que podría causar en la sociedad normalizar un comportamiento vejatorio contra las mujeres como el que narra este cantante. Resulta sorprendente asumir esa conducta como natural e incorporarla a la sociedad sin pudor.

Ahora bien, este no es el primer cantante —que desconoce cómo es su pobreza porque en su mundo solo existe la riqueza económica— que con actitud más o menos chulesca canta sus “éxitos” con las mujeres cosificándolas y justificando sus prácticas vejatorias contra ellas descritas de forma más o menos sutil. Ni será el último. Esto, al parecer, da dinero, de forma más o menos directa, resulta productivo económicamente, y contra esto parece que nada ni nadie puede luchar. El poder del dinero trasciende la dignidad de las personas. Qué podemos esperar en este escenario de nuestra sociedad. No seamos ingenuos, no nos llevemos las manos a la cabeza cuando surja la tragedia, cuando los medios de comunicación nos sorprendan —cómo podemos sorprendernos aún con esto— con asesinatos de mujeres a manos de sus parejas. Dejémonos de pamplinas y actuemos firmemente, con convicción, desde la educación, desde la base, me temo que es la única vía para poner fin a esta lacra.


Imagen: instagram


En Sevilla a 18 de diciembre de 2016.
Rubén Cabecera Soriano.

@EnCabecera

1 comentario:

  1. Ni siquiera sabía muy bien quien era Maluma...he escuchado la canción por curiosidad y es verdad que me suena su voz...era mucho mas feliz antes de escucharla... y ahora preferiría seguir sin saber quien es el tipejo...completamente escandalizada!

    ResponderEliminar