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Montaje de la bandera española y china. Fuente: el autor del texto. |
sábado, 2 de noviembre de 2013
Chinizando España.
El paro había sido
erradicado, incluso la propia palabra estaba prohibida por el Régimen, que así
comenzó a autodenominarse cuando exitosamente demostraron que esta lacra había
bajado a cotas inferiores al 5%. “Técnicamente
ya no existe el desempleo; este Régimen lo ha eliminado”, fue la frase con
la que el presidente anunció su gran logro. El proceso había durado casi una
década durante la cual el gobierno –que fue reelegido sistemáticamente- se
enorgulleció de cada medida que ponía en marcha con dicha finalidad. Comenzaron
restringiendo –circunloquio que utilizaron para no hablar de eliminación- la
enseñanza pública, que pasó a ser obligatoria solo hasta los doce años, con la
idea de que de este modo podrían ofrecer trabajadores al mercado con menor
cualificación y por tanto con exigencias de sueldos más bajos, lo que
incrementaría la competitividad y atraería inversores extranjeros, y así fue. España
se llenó de empresas que requerían una mano de obra poco cualificada, con
escasa formación y dispuesta a trabajar por un sueldo irrisorio tras los años
de sufrimiento provocados por la crisis. España se convirtió en un foco de
deslocalización empresarial internacional con empleos precarios que
proliferaron con la connivencia de las laxas legislaciones laborales renovadas
–otra de las medidas que implantó el gobierno-, que permitían contratar y
despedir a gusto del empresario sin necesidad de cumplir los más mínimos requisitos
establecidos por convenio, de hecho, los convenido desaparecieron por Decreto.
El exiguo sector empresarial español de la pequeña y mediana empresa
desapareció por completo siendo absorbido por las multinacionales que
implantaban empresas de manufacturación básica y primaria poco tecnificadas para
exportar los productos al primer mundo del que España se había caído hacía ya
tiempo con la desaparición de la clase media, incapaz de consumir lo más mínimo
por la abismal pérdida de poder adquisitivo. El mercado interior desapareció. Las
diferencias entre ricos y pobres se acuciaron y extremaron. Como
demográficamente España resultaba ser un país pequeño, comparado con los
grandes países orientales que seguían estas políticas, especialmente China, el
gobierno estimuló un programa de incremento de natalidad y sobre todo de
atracción de inmigrantes procedentes de todo el mundo con la promesa de empleo
seguro, cosa que se cumplió sin que las condiciones de dichos empleos
alcanzasen unos mínimos de dignidad. España incrementó su población
exponencialmente en muy poco tiempo, pero se olvidó de los servicios sociales
mínimos –también privatizados y al alcance de muy pocos- provocando el
hacinamiento masivo de la población, tanto la inmigrante como la nacional, que a
duras penas obtenía en sus trabajos los recursos mínimos necesarios para
subsistir. La población enferma moría sin recibir tratamiento alguno, se había
implantado un atroz sistema de “selección natural”. Mientras, el gobierno
proseguía su política de incentivación de la llegada de inmigrantes firmando
acuerdos bilaterales, especialmente con China, ante quien, como gesto
simbólico, ofreció modificar la bandera incorporando sus estrellas, en un claro
guiño a sus políticas económicas. A la gente no le preocupaban estas cuestiones,
que en otras épocas habrían supuesto movilizaciones y protestas de todo tipo;
las familias estaban preocupadas solo por sacar algún dinero adicional que les
permitiese mandar a alguno de sus hijos a alguna de las universidades privadas
donde pudieran formarse y salir de la situación de desamparo en que se
encontraban; aunque reconocían que comían todos los días, tal y como se jactaba
el Ministro de la Cartera de Asuntos Sociales en sus opulentos desayunos
semanales con la prensa nacionalizada, que se encargaba de difundir noticias
esperanzadoras para el pueblo, como futuras mejoras salariales, si resultaban
reelegidos. Resultó sumamente sorprendente comprobar cómo las políticas
económicas estatales potenciaron el capitalismo más cruel e inhumano,
privatizando los servicios públicos y favoreciendo la implantación de empresas
que imponían sus condiciones, al tiempo que se nacionalizaban los medios de
comunicación hasta que en la práctica solo existía uno -a pesar de que
respondía a varios nombres para cubrir las apariencias-, revelando políticas
extremas de carácter comunista.
España se presentaba
en el extranjero como una revolución, como un ejemplo a seguir por los países
en vías de desarrollo o, como los que España, habían caído en las vías del
subdesarrollo; se mostraba como un logro solo al alcance de pocos países
gracias a las nuevas y revolucionarias políticas económicas y sociales llevadas
a cabo por su gobierno, pero, mientras, en el seno de la población se estaba en
el límite de la pobreza, y la inexistencia de servicios públicos, especialmente
la sanidad y la educación, impedía la aparición de voces que reclamasen unos
derechos mínimos para asegurar el bienestar de la población. España había
muerto, España estaba chinizada.
Rubén Cabecera Soriano.
Mérida a 1 de noviembre de 2013.
Etiquetas:
Chinizando España.,
Política y sociedad.