Chinizando España.

Montaje de la bandera española y china. Fuente: el autor del texto.

El paro había sido erradicado, incluso la propia palabra estaba prohibida por el Régimen, que así comenzó a autodenominarse cuando exitosamente demostraron que esta lacra había bajado a cotas inferiores al 5%. “Técnicamente ya no existe el desempleo; este Régimen lo ha eliminado”, fue la frase con la que el presidente anunció su gran logro. El proceso había durado casi una década durante la cual el gobierno –que fue reelegido sistemáticamente- se enorgulleció de cada medida que ponía en marcha con dicha finalidad. Comenzaron restringiendo –circunloquio que utilizaron para no hablar de eliminación- la enseñanza pública, que pasó a ser obligatoria solo hasta los doce años, con la idea de que de este modo podrían ofrecer trabajadores al mercado con menor cualificación y por tanto con exigencias de sueldos más bajos, lo que incrementaría la competitividad y atraería inversores extranjeros, y así fue. España se llenó de empresas que requerían una mano de obra poco cualificada, con escasa formación y dispuesta a trabajar por un sueldo irrisorio tras los años de sufrimiento provocados por la crisis. España se convirtió en un foco de deslocalización empresarial internacional con empleos precarios que proliferaron con la connivencia de las laxas legislaciones laborales renovadas –otra de las medidas que implantó el gobierno-, que permitían contratar y despedir a gusto del empresario sin necesidad de cumplir los más mínimos requisitos establecidos por convenio, de hecho, los convenido desaparecieron por Decreto. El exiguo sector empresarial español de la pequeña y mediana empresa desapareció por completo siendo absorbido por las multinacionales que implantaban empresas de manufacturación básica y primaria poco tecnificadas para exportar los productos al primer mundo del que España se había caído hacía ya tiempo con la desaparición de la clase media, incapaz de consumir lo más mínimo por la abismal pérdida de poder adquisitivo. El mercado interior desapareció. Las diferencias entre ricos y pobres se acuciaron y extremaron. Como demográficamente España resultaba ser un país pequeño, comparado con los grandes países orientales que seguían estas políticas, especialmente China, el gobierno estimuló un programa de incremento de natalidad y sobre todo de atracción de inmigrantes procedentes de todo el mundo con la promesa de empleo seguro, cosa que se cumplió sin que las condiciones de dichos empleos alcanzasen unos mínimos de dignidad. España incrementó su población exponencialmente en muy poco tiempo, pero se olvidó de los servicios sociales mínimos –también privatizados y al alcance de muy pocos- provocando el hacinamiento masivo de la población, tanto la inmigrante como la nacional, que a duras penas obtenía en sus trabajos los recursos mínimos necesarios para subsistir. La población enferma moría sin recibir tratamiento alguno, se había implantado un atroz sistema de “selección natural”. Mientras, el gobierno proseguía su política de incentivación de la llegada de inmigrantes firmando acuerdos bilaterales, especialmente con China, ante quien, como gesto simbólico, ofreció modificar la bandera incorporando sus estrellas, en un claro guiño a sus políticas económicas. A la gente no le preocupaban estas cuestiones, que en otras épocas habrían supuesto movilizaciones y protestas de todo tipo; las familias estaban preocupadas solo por sacar algún dinero adicional que les permitiese mandar a alguno de sus hijos a alguna de las universidades privadas donde pudieran formarse y salir de la situación de desamparo en que se encontraban; aunque reconocían que comían todos los días, tal y como se jactaba el Ministro de la Cartera de Asuntos Sociales en sus opulentos desayunos semanales con la prensa nacionalizada, que se encargaba de difundir noticias esperanzadoras para el pueblo, como futuras mejoras salariales, si resultaban reelegidos. Resultó sumamente sorprendente comprobar cómo las políticas económicas estatales potenciaron el capitalismo más cruel e inhumano, privatizando los servicios públicos y favoreciendo la implantación de empresas que imponían sus condiciones, al tiempo que se nacionalizaban los medios de comunicación hasta que en la práctica solo existía uno -a pesar de que respondía a varios nombres para cubrir las apariencias-, revelando políticas extremas de carácter comunista.

España se presentaba en el extranjero como una revolución, como un ejemplo a seguir por los países en vías de desarrollo o, como los que España, habían caído en las vías del subdesarrollo; se mostraba como un logro solo al alcance de pocos países gracias a las nuevas y revolucionarias políticas económicas y sociales llevadas a cabo por su gobierno, pero, mientras, en el seno de la población se estaba en el límite de la pobreza, y la inexistencia de servicios públicos, especialmente la sanidad y la educación, impedía la aparición de voces que reclamasen unos derechos mínimos para asegurar el bienestar de la población. España había muerto, España estaba chinizada.


Rubén Cabecera Soriano.



Mérida a 1 de noviembre de 2013.

1 comentario:

  1. Una aclaración para los más puristas: No he utilizado el verbo "achinar" porque este se refiere a cuestiones fisonómicas y no me parecía que se ajustase al texto, de ahí la pequeña licencia lingüística.

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