tag:blogger.com,1999:blog-57500190620739900142024-03-19T09:48:03.466+01:00En CabeceraAnotaciones e impresiones de lo que nos toca vivir.Unknownnoreply@blogger.comBlogger656125tag:blogger.com,1999:blog-5750019062073990014.post-82380901229672197572024-03-17T07:26:00.001+01:002024-03-17T07:26:32.839+01:00Diario de un viaje no emprendido (vii).<p></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEikbuf0-S5bAXIpDBhIsugALYgfIPig3d14USY7CQVfvOGh5PyIv2fPBJxV9oO_IEqaLvgFwQQj9PfC8nESVab-0HARJ65XJYnkaETEn1YlUHvbpEnooU-Odhw7Mqi9t4nV_9lYm3AiS6pHb_t5btfYTqr6YCd2MwT_sDwM15DdlbOrt24onVzqxpmZKvf9/s1024/1.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1024" data-original-width="1024" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEikbuf0-S5bAXIpDBhIsugALYgfIPig3d14USY7CQVfvOGh5PyIv2fPBJxV9oO_IEqaLvgFwQQj9PfC8nESVab-0HARJ65XJYnkaETEn1YlUHvbpEnooU-Odhw7Mqi9t4nV_9lYm3AiS6pHb_t5btfYTqr6YCd2MwT_sDwM15DdlbOrt24onVzqxpmZKvf9/s16000/1.jpg" /></a></div> <p></p><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">No tengo claro por qué ocurrió
así, supongo que es ese tipo de cosas que acontece sin más. Tal vez son las
circunstancias, tal vez el azar o puede que mi empeño. El caso es que poco a
poco fui entrando en ese mundo que tanto ansiaba. Me costó quitarme la etiqueta
de pobre. De hecho, en realidad solo la oculté porque realmente era lo que era.
Un muchacho con escasos recursos económicos que se mataba por aparentar lo que
no era trabajando como un condenado en las horas que encontraba libres entre
las clases y el tiempo que pasaba en la universidad privada dejándome ver con
la ropa de marca, falsificada, como puede imaginarse, que compraba con lo que
sacaba de mis precarios empleos o que robaba o incluso que adquiría de segunda
mano en trapicheos en mi barrio, que para eso sí que era bueno. Sin embargo, me
sentía bien. Al menos eso creo. Ahora mirando hacia atrás es fácil darse cuenta
de los errores cometidos, pero la realidad es que aquellos tiempos fueron magníficos
a pesar de los sacrificios. Acababa de rellenar el impreso de matrícula para la
nueva universidad. Había hecho las gestiones en la universidad pública para el
cambio de matrícula con la admiración de la secretaria del centro y de los
administrativos que ya me conocían por la cantidad de veces que iba a preguntar
sobre el estado de mi expediente. Creo recordar que los trataba con amabilidad,
aunque en el fondo había desarrollado una especia de asco hacia cualquier
persona que trabajase con humildad sin darme cuenta de que yo mismo lo hacía, aunque
en mi caso era una suerte de disfraz con el que intentaba lograr mi objetivo.
Yo mismo me autoconvencía diciéndome que en cuanto lograse entrar en la otra
universidad comenzaría a tratar a la gente como merecía. No sabía qué narices me
estaba pasando. Esa vanidad no era mía, no era yo, sin embargo, cuando llegaba
a la biblioteca de mi futura universidad, mi engreimiento decaía y tenía que
hacer un esfuerzo por mostrarlo porque la sensación que allí tenía era que la
gran mayoría se comportaban así y quienes no lo hacían eran sencillamente unos
miserables. Ojalá hubiera encontrado a alguien que me ayudase, a alguien que me
hiciese ver mi error, que me mostrase que mi camino era equivocado, pero no fue
así. Nadie lo hizo o, al menos, nadie vio la transformación que se estaba
obrando en mí. Aunque bien pensado, puede ser que se acercasen a mí intentado
convencerme y yo sencillamente los rechazase. No lo sé, no lo sé, pero ahora es
tarde para lamentarse, es tarde para arrepentirse.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><o:p> </o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">Recuerdo que un día, después de
recibir la autorización para el traslado y tener la confirmación de la concesión
de la beca concedida por la que sería mi nueva universidad, decidí sentarme a
leer en el jardín de la biblioteca de mis futuras aulas. No sé bien qué leía. Tengo
un recuerdo sumamente agradable de aquella tarde soleada. Estaba feliz, era
feliz. Todo parecía que estaba saliendo como lo deseaba y para mí era toda una
satisfacción. Llevaba mucho tiempo sin ver a mis padres porque mis horarios no
me lo permitían, aunque seguía viviendo en su casa. Rondaba en mi cabeza la
idea de contárselo todo a mi madre: decirle que me habían dado una beca, que
estudiaría en una universidad privada, que tendría una plaza en su residencia y
que poco menos que había logrado todo lo que quería. Entonces se sentó a mi
lado alguien. No le presté demasiada atención, sumido como estaba en mis
pensamientos, pero al cabo de un rato, me giré y comprobé que era el chico con
el que me había cruzado en el vestíbulo de la universidad hacía algún tiempo y el
niño que intentó ayudarme cuando me golpearon en mi infancia mientras merodeaba
aquel barrio rico que no volví a pisar. Un temblor recorrió mi cuerpo y las
manos comenzaron a sudarme. Intenté no mirarle, intenté dejarle de lado y
seguir en mis pensamientos o en mi libro, pero no lo logré. El chico se mostró absolutamente
indiferente ante mi mirada de reojo. No sé si no se dio cuenta o sencillamente
me ignoraba. Nunca se lo pregunté. Intuyo que sabía perfectamente lo que hacía.
No pude resistirme más y me dirigí a él.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><o:p> </o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">—Perdona, no querría molestarte,
pero creo que nos cruzamos hace unas semanas en el vestíbulo de la universidad,
¿verdad? —No supe muy bien qué más decirle, ni tan siquiera supe si me había
entendido porque apenas me salió un hilillo de voz y él no tuvo la más mínima
intención de girarse a responderme. <o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><o:p> </o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">—Disculpe, ¿se dirige a mí?<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><o:p> </o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">Esa fue su respuesta. Me trató de
usted. Debíamos ser de la misma edad. Miles de pensamientos barrieron mi mente.
Sobre todo eran reproches a mí mismo. ¿Cómo narices podía habérseme ocurrido
hablarle así?, ¿cómo podía ser tan estúpido?, menudo gilipollas estaba hecho.
Tenía que haberle tratado con respeto, como se trata, pensé, la gente elegante
y adinerada. <o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><o:p> </o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">—Sí, sí, lo siento, no quería
molestarle. —Intenté arreglarlo como pude recuperando algo de compostura y
aplomo que supongo le sonaría ridículo.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><o:p> </o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">Entonces se rio. Me miró y me
mostró su sonrisa de niño bueno. De niño rico, adinerado. Sus dientes eran
perfectos. Su rostro inmaculado. Su pelo rubio, casi blanco, ondulado,
perfectamente peinado, ni se inmutó. Sus ojos azules, aquellos que me fascinaron
cuando intentó ayudarme de niño, me embriagaron. No entendí qué ocurría, pero por
un instante no supe qué hacer más que mirarle asombrado, asustado, paralizado,
esperando una respuesta que tardaba en llegar una eternidad, según me pareció.
Dejó de mirarme, volvió a perder su vista en el jardín de la biblioteca.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><o:p> </o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">—Ven.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><o:p> </o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">Eso me dijo. Entonces se levantó
y comenzó a caminar. Yo estaba asombrado, hipnotizado, totalmente entregado a
una causa que aún desconocía. Me levanté y le seguí. Ni siquiera me di cuenta
de que había dejado la mochila en el banco. Mi suerte estaba echada. <o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal">Imagen creada por el autor con IA. <o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal">En Mérida a 17 de marzo de 2024.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal">Rubén Cabecera Soriano.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal">@EnCabecera<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal"><a href="https://encabecera.blogspot.com.es/">https://encabecera.blogspot.com.es/<span></span></a></p><a name='more'></a><span class="MsoHyperlink"><o:p></o:p></span><p></p>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5750019062073990014.post-47281859138015141022024-03-10T09:12:00.004+01:002024-03-10T10:36:50.178+01:00¿Por qué las cosas no mejoran más?<p> </p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEicehL3UAwtoX_p3LKeBr5n6LZGTVkjh82zV4-j04WMnOPwO41eO1_gspYEUU0gyPJz-OeLMoq25pT7qj9DAnsdAeBbWcRSOk5e_i5s6vejHm54ILP7OlXf7y4UBw6J1uD7CgwvFSH7RaSpMA7n7_2IWTRL2dRthvdRZp2x5_hsg1In_Khr6kBASf63z0sd/s1024/1.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1024" data-original-width="1024" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEicehL3UAwtoX_p3LKeBr5n6LZGTVkjh82zV4-j04WMnOPwO41eO1_gspYEUU0gyPJz-OeLMoq25pT7qj9DAnsdAeBbWcRSOk5e_i5s6vejHm54ILP7OlXf7y4UBw6J1uD7CgwvFSH7RaSpMA7n7_2IWTRL2dRthvdRZp2x5_hsg1In_Khr6kBASf63z0sd/s16000/1.jpg" /></a></div><br /><p></p><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;">No tengo por costumbre dejarme llevar por la
pesadumbre y el pesimismo, sin embargo, en ocasiones no queda más remedio que reflexionar
acerca de qué es lo que nos impide mejorar. Mejorar en términos pueriles —y así
terminaré este texto—, en términos simplistas, no relativos, en definitiva, en
términos objetivos.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;">La sociedad ha avanzado mucho, muchísimo en
los pocos siglos de existencia que se corresponden con los conceptos de
sociedad organizada en la historia de nuestras civilizaciones desde la
aparición del ser humano. Podemos retrotraernos hasta la última etapa del
mesolítico donde las sociedades comenzaron a abandonar el nomadismo y se
iniciaron los primeros asentamientos neolíticos con plena ebullición de varias
civilizaciones en torno al 6.000 a.C. Pero, sin embargo, desde entonces no hemos
cambiado mucho. En lo básico seguimos siendo igual. La gran revolución que
supuso la agricultura y que transformó al ser humano en unos tiempos para los
que la evolución no estaba preparada conserva su rémora sobre nosotros introduciendo
en nuestros cuerpos patologías que, a pesar de la medicina, seguimos sufriendo.
Desconozco cuántas decenas de miles de años deberán transcurrir para que este
cambio introducido por nuestra razón se amolde a nuestro físico, si es que llega
a producirse, pero lo cierto es que la rápida evolución de nuestro cerebro propició
una situación anómala en la naturaleza: dejamos de requerir una evolución
física de nuestro cuerpo para adaptarnos al medio. Esto es algo que constituye
una circunstancia extraordinaria, sin igual entre los seres vivos que habitan
este planeta. Es evidente que esto nos ha permitido posicionarnos a la cabeza
de cualquier hábitat en que nos encontremos, nos ha proporcionado una ventaja
competitiva sobre cualquier otro ser y nos facilita una capacidad adaptativa
siempre mediante la transformación del medio, eso sí, que, a pesar de nuestra pésima
naturaleza física, nos permite habitar y colonizar cualquier lugar. Es
inaudito. Cualquier otro ser vivo que habite nuestro planeta debería estar indignado
con los derroteros que la evolución tuvo con nosotros, los seres humanos. Y
sería comprensible. La inteligencia es el arma más poderosa de toda la
naturaleza. Somos unos privilegiados a la par que irresponsables. Pero, como
siempre, disponer de instrumentos maravillosos o terroríficos no es bueno o
malo en sí. Es el uso que se hace de ellos lo que determina su bondad o maldad.
Y el uso es responsabilidad exclusivamente nuestra. Somos nosotros, por tanto, los
únicos responsables del uso que hacemos de nuestra mente maravillosa o
terrible. El problema es que nadie nos pide responsabilidades porque nadie hay por
encima de nosotros tanto como individuos como sociedad. Aunque la clave de la agrupación
de los seres humanos en sociedades está en la delegación controlada y
supervisada de la responsabilidad de gobierno. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;">Las sociedades son complejas. Menudo Perogrullo.
La frase no puede llegar a convertirse ni siquiera en aforismo por lo simple
que es. Pero, a pesar de ello, esconde una ingente cantidad de información que
trasciende la obviedad de esta. Y es que las sociedades entremezclan una cada vez
mayor cantidad de seres humanos, cada uno de su padre y de su madre —por ahora—
y se establecen entre ellos millones de relaciones intrincadas y difíciles de
resolver. De ahí que la forma en que las sociedades se organizan es crucial y
el número de miembros que pertenecen a ellas es determinante. La historia de la
humanidad, esta vez considerada desde que tenemos constancia escrita de ella,
aunque evidentemente es cuestionable su narrativa, ha ido mostrando diferentes
formas de organizar las sociedades, pero básicamente siempre han sido dos.
Sociedades sometidas al dominio unipersonal, ya sea fundamentado en el poder y
el temor provocado por la religión —o ideologías y creencias— y el ejército; y sociedades
sometidas al dominio de los miembros de la sociedad, sean todos o unos pocos
seleccionados, fundamentado también en el poder y el temor provocado por el ejército
y/o la religión —o ideologías y creencias—. El cambio de orden en los factores que
determinan el sustento de la organización social es consciente. Las sociedades organizadas
en torno a una persona han prosperado durante mucho tiempo porque un sustrato
no menor de las capas sociales «superiores» ha ejercido su influencia sobre el
resto de la población a la que se sometía de forma impune. Pero la evolución del
conocimiento, de la ciencia, y su aplicación tecnológica cada vez más al alcance
de la población, cuestión esta incontrolable, junto con el aumento de la
influencia de la educación sobre la población fue provocando que las sociedades
unipersonales fuesen cayendo en favor de aquellas gobernadas por sus miembros.
El problema surge cuando la población constituyente de la sociedad en cuestión
es muy numerosa, lo que hace que las necesidades de esa población sean grandes al
tiempo que el propio número de miembros hace imposible el gobierno de la sociedad
por todos ellos. Entonces comienza el proceso de delegación de las funciones de
dirección y gestión de la sociedad, esto es, el propio gobierno de la sociedad.
Este proceso se puede hacer de muchas formas, mediante ejercicios de fuerza o
mediante elecciones, pero de forma pertinaz parece que la experiencia nos lleva
de nuevo a una sociedad unipersonal en la que cuando la delegación de poder
recae en un gobernante más pronto que tarde olvida su función representativa y
delegada si ha sido elegido—y de forma inmediata si ha usado la fuerza— y transforma
su gobierno en unipersonal: mal. En este caso, independientemente de la forma en
que la sociedad propicie el cambio, que terminará aconteciendo muy a pesar del
gobernante, la visión conjunta de mejora, la prosperidad y el avance y
desarrollo de la sociedad se diluye entre los intereses del gobernante y sus
confabulados que no suelen ser pocos, aunque muchos menos que el resto. De modo
que hay un enriquecimiento desproporcionado de esos pocos a costa del empobrecimiento
exponencial del resto. Irremediablemente se pierde la razón de la existencia de
la sociedad como aglomerado de seres humanos en la búsqueda de la perpetuación
de la especie que es, en definitiva, lo que nuestro ADN nos inculca. Y aparecen
toda suerte de privilegios, prebendas, exenciones, indultos para unos, así como
castigos, penalidades, sanciones y correctivos para otros con los que se pone
de manifiesto el egoísmo social irracional que invade a los poderosos, incapaces,
sometidos como están a la ceguera que propicia el poder y la riqueza, de obrar
con previsión y con inteligencia para el beneficio de todos. Por tanto, aunque siempre
la tendencia a la mejoría va a estar ahí —pues la ciencia y su hermana la
tecnología son imparables y, sobre todo, imprescindibles también para los
gobiernos—, esta mejoría se ve frenada sistemáticamente por la actuación de los
dirigentes, incapaces de discernir entre lo bueno y lo malo, así de pueril es,
para la sociedad cuando ellos mismos adquieren el poder y olvidan que es por
delegación o lo ejercen por sometimiento.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><o:p> </o:p></p>
<p class="MsoNormal"><o:p> </o:p></p>
<p class="MsoNormal">Imagen creada por el autor con IA.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal">En Mérida a 10 de marzo de 2024.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal">Rubén Cabecera Soriano.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal">@EnCabecera<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal"><a href="https://encabecera.blogspot.com.es/">https://encabecera.blogspot.com.es/<span></span></a></p><a name='more'></a><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;"><o:p></o:p></span><p></p>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5750019062073990014.post-40035476674531109862024-03-03T09:23:00.002+01:002024-03-10T10:37:09.441+01:00El cazador de moscas (viii).<p style="text-align: justify;"> </p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiqBbfJSdOBa80NYFOvblHMCBLUoNARkJ9SgLtNoVNfsgvtbKO3I0ZgM5ZK4OfNfpmyHVjMdlnMWZD5zqwlPpVDUWBA8vk9hJE2oS7CH7hLGVm6JQVia9lIbppCG6gYB-NtZANL0Rvfs_nNwmegVQE04o6BM6OnErJsRPk9fa5qdO_Eh4nkeOTSMu5Xb8Rx/s1024/8.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1024" data-original-width="1024" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiqBbfJSdOBa80NYFOvblHMCBLUoNARkJ9SgLtNoVNfsgvtbKO3I0ZgM5ZK4OfNfpmyHVjMdlnMWZD5zqwlPpVDUWBA8vk9hJE2oS7CH7hLGVm6JQVia9lIbppCG6gYB-NtZANL0Rvfs_nNwmegVQE04o6BM6OnErJsRPk9fa5qdO_Eh4nkeOTSMu5Xb8Rx/s16000/8.jpg" /></a></div><br /><p></p><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;">El
encuentro entre las dos mujeres fue extraño, se hizo entre ellas un silencio
incómodo ajeno a ambas que se conocían desde hacía bastante tiempo y entre quienes
había una amistad un tanto insólita. Mary Parson era una mujer joven, guapa,
fuerte, aunque atormentada por su marido y por su terrible vida sometida a él.
Amenazada constantemente apenas salía de casa ya que los celos de quien había
jurado ante dios protegerla y cuidarla lo cegaban y reaccionaba con violencia
si no sabía dónde estaba ella en cada instante. Anna Rose era una mujer que quería
sentirse libre, pero que vivía su propio tormento desde que su padre murió y
acompañó a su madre para sobrevivir regentando el bar hasta que esta también falleció
y tuvo que hacerse cargo del negocio familiar. Su pecado: ser demasiado joven
para ejercer una profesión de hombres. Tras la muerte de su padre, los clientes
acudieron a darle el pésame a su madre y, sobre todo, a preguntarle si cedería
el negocio a alguien. Su madre, indignada los echó a todos del bar donde había
decidido celebrar el sepelio tras la ceremonia en la iglesia. Anna Rose
recordaba a la perfección como su madre le contaba que incluso el pastor, el
padre John, viejo ya entonces, le insinuó que no debía hacerse cargo del bar.
Su madre le preguntó si prefería que ella y su hija se muriesen de hambre o que
se convirtiesen en mendigos pidiendo limosna por las calles de «aquel maldito
pueblo». Desde entonces su madre y ella no pisaron la iglesia. Eran las únicas
personas del pueblo que no iban. Eso les granjeó algunos enemigos entre los mojigatos
que alababan y enaltecían las palabrerías del padre John, que incluso se atrevió
a arremeter contra ellas en una homilía, y entre los antiguos clientes del bar quienes,
al principio, dejaron de ir, pero que finalmente, con la persistencia de la
madre de Anna Rose, que abría todos los días, sucumbieron al alcohol y
terminaron normalizando la situación más por su vicioso interés que por aceptar
que una mujer fuese la dueña del único bar del pueblo. Incluso el propio sacerdote volvió a pedirle algunas botellas para el frío invierno. Años después, cuando la
madre de Anna Rose también falleció, la situación se repitió, pero Anna Rose
estaba preparada. Había sido muy bien aleccionada por su madre y no se amilanó
frente a las inquinas del padre John, que, por supuesto nunca se enfrentó a
ella directamente y a pesar de él, ella no dejó de abrir ni un solo día. D</span>urante
algunas semanas nadie se atrevió a entrar al bar, pero eso era algo que Anna Rose sabía que iba a ocurrir. Tan solo Mary lo hizo, casi a
escondidas, porque ya eran amigas desde hacía algún tiempo y porque Mary aún no
había sido adquirida por Robert.</p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;">Habían
conservado una suerte de amistad tras el matrimonio de Rober y Mary que se
transformó para Anna Rose en sentimiento de pena cuando se casaron. Anna Rose
sabía perfectamente lo que había pasado, aunque Mary nunca se lo dijo. Al día
siguiente de la violación, Mary se acercó al bar. Entró sonriendo como siempre
lo hacía, pero cuando Anne Rose la miró supo perfectamente que algo le había
pasado. Mantuvieron una conversación trivial como era habitual entre ellas,
pero, aunque Anna Rose no pudo adivinar qué había ocurrido estuvo durante todo
el tiempo intentando sonsacarle sin éxito. Esa misma noche, ya en el bar,
Robert comenzó a fanfarronear acerca de su reciente novia y su futuro
matrimonio. Entonces Anna Rose comprendió. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;">Ahora
estaban ahí, una frente a la otra. </span>Anna Rose sosteniendo la hoja de la
puerta entreabierta y Mary sosteniendo al bebé abrazado entre sus brazos, ya
era suyo, ateridos ambos, esperando una reacción de Anna Rose que no tardó en
llegar abriéndoles paso bajo el quicio de su puerta sin preguntar nada porque
todo lo sabía. Anna Rose cerró la puerta no sin antes mirar a ambos lados de la
calle. Quería asegurarse de que no había mirones indiscretos que pudieran ir
con la cantinela a Robert o incluso al padre John, porque no había mucha gente
que se atreviese a darle esa noticia a Robert, aunque sí el padre John, pues Robert
le tenía un extraño respeto o tal vez miedo que le habían inculcado de pequeño
y que su limitada madurez y extrema brutalidad no le habían permitido superar. Sabía
que Robert era un animal, sabía que podía esperar cualquier cosa de él, pero
creía firmemente que en su casa estaba segura. Era solo cuestión de tiempo,
poco tiempo, pues aquel era un pueblo muy pequeño, que Robert averiguase el
paradero de Mary. Y no tardaría mucho en hacérselo saber, lo que Anna Rose no
sabía era cómo se lo haría saber y casi prefería no averiguarlo. <o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><o:p> </o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">Ambas mujeres y el niño se sentaron alrededor de la mesa de
la estancia principal de la casa y dejaron al niño sobre ella. Mary comenzó a
llorar. Anna Rose asentía con el ceño fruncido, apesadumbrada, enrabietada. Se
levantó y se acercó a Mary. Le puso la mano sobre su hombro y agachó la cabeza
para apoyarla sobre la de Mary intentando consolarla, «Lo sé, lo sé…», eso fue
lo único que le dijo durante un largo rato, hasta que los sollozos de Mary pararon
y sus lágrimas se fueron secando en la piel de su rostro dejando pequeños surcos
en forma de meandro a ambos lados de la cara. Entonces Mary sonrió a Anna Rose
y le dio las gracias. <o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><o:p> </o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">—Vamos —le dijo Anna Rose—, ven que tenemos que preparar una
cuna y una cama para ti. <o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><o:p> </o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">No había mucho sitio en la casa. Era pequeña, aunque con un
patio trasero grande donde se almacenaban las bebidas dentro de un cobertizo de
madera muy bien cuidado y cerrado a buen recaudo para evitar tentaciones de cuerpos
impíos y necesitados de aplacar sus vicios cuando el dinero ya no alcanza. Anna
Rose pensó que podría habilitar un pequeño espacio allí para Mary y su bebé,
pero llevaría tiempo. Habría que ordenarlo todo muy bien, pues necesitaba esa zona
para almacenar las bebidas del bar. Anna Rose no sabía que eso no sería
necesario. <o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal"><o:p> </o:p></p>
<p class="MsoNormal">Imagen creada por el autor con IA.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal">En Mérida a 3 de marzo de 2024.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal">Rubén Cabecera Soriano.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal">@EnCabecera<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal"><a href="https://encabecera.blogspot.com.es/">https://encabecera.blogspot.com.es/<span></span></a></p><a name='more'></a><span class="MsoHyperlink"><o:p></o:p></span><p></p>
<span class="MsoHyperlink"><span face=""Calibri",sans-serif" style="font-size: 11pt; font-weight: normal; mso-ansi-language: ES; mso-bidi-font-family: "Times New Roman"; mso-bidi-language: AR-SA; mso-fareast-font-family: Calibri; mso-fareast-language: EN-US;"><br clear="all" style="break-before: page; mso-special-character: line-break; page-break-before: always;" />
</span></span>
<p align="left" class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin-bottom: 0cm; text-align: left;"><span class="MsoHyperlink"><o:p><span style="text-decoration: none;"> </span></o:p></span></p>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5750019062073990014.post-24107176966047608802024-02-25T09:48:00.000+01:002024-03-10T10:37:57.112+01:00El cuento de la sabiduría (ii y final).<p> </p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgMWBAE3IVP6aXKmNh-uQJNZuAns0wQf67qCj8zq42ZbkUpoZer3s13ZG11VBf9vgBlZHGKwgYI0lCrKPhKpLjTv-fbiztpiivzqqJ0N8GCchcFrZ1fU9EkYEFhzbjQlHa_5u68e1Mj3jUnPVsrlk4oGw2Gz0zT-EouYDB3jbWnSSdToswAW7rCo4CfZPxz/s1024/1.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1024" data-original-width="1024" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgMWBAE3IVP6aXKmNh-uQJNZuAns0wQf67qCj8zq42ZbkUpoZer3s13ZG11VBf9vgBlZHGKwgYI0lCrKPhKpLjTv-fbiztpiivzqqJ0N8GCchcFrZ1fU9EkYEFhzbjQlHa_5u68e1Mj3jUnPVsrlk4oGw2Gz0zT-EouYDB3jbWnSSdToswAW7rCo4CfZPxz/s16000/1.jpg" /></a></div><br /><p></p><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;">Finalmente, el rey consintió. Y durante el
período de gracia el joven sabio, que como ya sabemos no era tan joven, pero sí
mantenía su sabiduría, desarrolló un diseño que permitía a cualquier persona
hacer aportaciones de información al bagaje cultural que se utilizó como base
inicial y que no era otro, sino la propia biblioteca real. Se realizó una copia
de todos los ejemplares como medida de seguridad y se custodiaron a buen
recaudo siguiendo las indicaciones del rey que resultó ser más inteligente que
su padre. Las copias pasaron a disposición del sabio y el proyecto comenzó a
funcionar. Al principio solo algunos estudiosos estuvieron interesados en hacer
aportaciones y añadieron sus libros, sus estudios, sus análisis, todos ellos bien
documentados respondiendo a los parámetros mínimos del método científico por
todos conocidos. Con le tiempo y poco a poco, según fue dándose a conocer el
proyecto y se facilitó a todo el mundo su acceso, como por arte de magia, como
si se tratara de una célula viva autorreplicante, la gente fue acercándose
atraída por la idea y comenzó a tomar parte en el proyecto. Al principio produjo
cierto rechazo, como ocurre normalmente con todo lo nuevo. Muchos, algunos
sabios entre ellos, dijeron que semejante engendro terminaría con los libros y con
la sabiduría. Todos los tacharon de incrédulos y agoreros, entre ellos el
ideólogo del proyecto. Finalmente, los propios críticos, cayeron en las redes
del nuevo sistema pues resultaba muy sencillo de usar. El problema surgió
cuando ya no fue posible controlar la ingente cantidad de información que se
manipulaba, entendida esta acción tanto en sentido literal como en sentido
peyorativo. Al principio, el equipo del sabio creador revisaba las aportaciones
estableciendo unos criterios mínimos para asegurar si no la veracidad, al menos
la posibilidad de que pudiese contrastarse, pero, claro, esto era solo posible
en aquellas cuestiones asociadas a disciplinas demostrables, como por ejemplo
la matemática, la física, la lengua, etc., sin embargo, el volumen de
aportaciones era tan grande que ya no les fue posible controlarlo. El rigor de
los momentos iniciales se fue diluyendo poco a poco. También se vieron
superados con la información proveniente de fuentes, digamos, anómalas, es
decir, fuentes que no estaban contrastadas o que directamente no se
identificaban. Para esta cuestión cualquier cortapisa que se propuso y probó
resultó inútil. Era imposible controlarlo. El problema que surgió no fue menor.
Se instaló la duda: una duda alejada del escepticismo metodológico que había propiciado
un acercamiento a la base del conocimiento siglos antes y que coadyuvó al
establecimiento del propio método científico. Esta duda era una duda contundente,
real, peligrosa que provocaba incertidumbre, inseguridad y desconfianza. Era
una duda aterradora que no dejaba indiferente a nadie y que servía a muchos
para esconder sus verdaderas intenciones. Además, se retroalimentaba a sí misma,
de forma que finalmente nadie era capaz de encontrar argumentos que ayudasen a hallar
la verdad. Provocó la instalación entre todos, usuarios del nuevo sistema o no,
de un relativismo absurdo que todo lo cuestionaba porque nadie confiaba en
nada. Todo era susceptible de ser criticado, censurado, vapuleado, corregido y
mutilado, pero nadie se molestaba en comprobar si era medianamente coherente la
crítica. Nadie, absolutamente nadie era capaz de detener la avalancha de información
contradictoria y contrapuesta que se producía a una velocidad incontrolable. El
empirismo cayó también en la incertidumbre como muchos siglos antes había ocurrido
con los pensadores griegos que transformaron con su mayéutica, Sócrates, dialéctica,
Platón, y lógica, Aristóteles, el mundo y lo pusieron a los pies de las
religiones, que no necesitan hechos, sino fe, desdeñando la experimentación
frente a la deducción. Superar aquello supuso siglos de lucha incesante hasta aniquilar
el lastre que aquellos grandes pensadores habían propiciado con la
tergiversación descontextualizada de sus teorías. Ahora el problema era que
resultaba sumamente complejo encontrar una raíz que limpiar puesto que todo
quedaba enmarañado en un confuso batiburrillo de proporciones épicas que transformó
el relativismo científico en un absurdo constante que lo cuestionaba
absolutamente todo y con motivos más que suficientes para hacerlo. Hipótesis
que habían sido descartadas científicamente hacía mucho tiempo volvieron a surgir
y se instalaron en el consciente de muchas personas provocando conflictos
irreparables, la mentira se instaló como sistema complementario a la verdad, y
la verdad fue diluyéndose como un concepto abstracto y utópico inalcanzable. Nadie
podía estar seguro de nada. Las ideologías se impusieron de forma incuestionable.
Resurgió la necesidad de creer por parte de las personas. Necesitaban confiar
en algo. Y estas ideologías, que afirmaban estar en posesión de la razón como
si fuesen derivadas del idealismo filosófico, se instituyeron en la sociedad y
fueron abrazadas por los seres humanos que se entregaban a su causa de forma
irracional. La gente necesitaba creer y hacerlo en una ideología provocaba
oponerse a la otra. No era posible buscar una explicación razonada y coherente puesto
que cada ideología se ofrecía como única explicación razonada y coherente sin
hacer el más mínimo esfuerzo en demostrarlo a sabiendas de que sería negada
dicha demostración por otra ideología contraria. Todo esto provocó un sectarismo
y una división profunda en las sociedades con matices beligerantes que se convirtieron
en bélicos en demasiadas ocasiones.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;">El joven sabio creador de esta idea se había
retirado hacía ya mucho tiempo, siendo ya un anciano. Había dedicado toda su
vida a conseguir que la sabiduría estuviese en manos de todos y que todos
pudiesen participar de ella. Pero los últimos años de su vida los había
dedicado a buscar una solución que evitase la manipulación de la información,
de la verdad, que ofreciese cierta seguridad y confianza a las
personas, que les permitiese, en definitiva, saber y no confiar. En su
desesperación publicó una serie de opúsculos en los que contaba las veleidades
que suponía tratar la información sin rigor. Como bien supuso, le resultó
fácil incorporar sus trabajos a la inmensa fuente de información en que se había
convertido su idea y, como también supuso, no les llevó mucho tiempo a ciertas personas, anónimas muchas de ellas y no malintencionadas en su mayoría, tergiversar el título, cambiar el autor, desmentir su contenido y falsear sus
conclusiones. Él mismo, de forma consciente, había caído en su red y estaba
atrapado en ella, como todos.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><o:p> </o:p></p>
<p class="MsoNormal"><o:p> </o:p></p>
<p class="MsoNormal">Imagen creada por el autor con IA.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal">En Mérida a 25 de febrero de 2024.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal">Rubén Cabecera Soriano.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal">@EnCabecera<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal"><a href="https://encabecera.blogspot.com.es/">https://encabecera.blogspot.com.es/<span></span></a></p><a name='more'></a><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;"><o:p></o:p></span><p></p>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5750019062073990014.post-91397059003090997232024-02-18T09:27:00.003+01:002024-03-10T10:37:45.802+01:00El cuento de la sabiduría (i).<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhy4ggo81GDDkqHyhZdLlRo2gDkGxIOcBXt9PsynvkXZQtaWb_tMRwxdYNN9-3bTlMWxO4ZP12LBoxHDKLtXBOTA6kpx6UUS2ff_mWudRBVPal6amHaWVWL_tFdLZWuK_BegDFemZso9ptWcMR2Tfcq_doGw9Dq_uMo_Ji7FWlgW1jqKZUygyLK_tqmBefp/s1024/1.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1024" data-original-width="1024" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhy4ggo81GDDkqHyhZdLlRo2gDkGxIOcBXt9PsynvkXZQtaWb_tMRwxdYNN9-3bTlMWxO4ZP12LBoxHDKLtXBOTA6kpx6UUS2ff_mWudRBVPal6amHaWVWL_tFdLZWuK_BegDFemZso9ptWcMR2Tfcq_doGw9Dq_uMo_Ji7FWlgW1jqKZUygyLK_tqmBefp/s16000/1.jpg" /></a></div><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Hubo una vez un reino, no tan lejano como es habitual, en el que su rey decidió que todo el saber debía estar en manos de su pueblo. Fue una idea acogida con asombro, pero, al fin y al cabo, era el rey. Habló con los más eruditos, cultos e ilustrados del lugar y les dijo que quería que todos sus súbditos supieran tanto como ellos, incluso él quería saber como el que más. Al principio, tras la sorpresa inicial ante semejante petición y después de agradecer el cumplido no sin cierta vacilación, algunos se sonrieron y otros se preocuparon surgiendo en todos ellos un pensamiento de duda: cómo sería eso posible si ni siquiera ellos eran capaces de saberlo todo, pero, siendo como eran los más sabios, contuvieron su opinión inmediata y pidieron al rey algo de tiempo para elucubrar un sistema con el que alcanzar el reto que se les había puesto. El rey se lo concedió sin la presión que otros regidores impone sobre sus ciudadanos para afrontar sus caprichos, pues este rey, sin que constituyese un precedente y contra todo pronóstico, era un soberano sensato.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Los sabios se reunieron en sucesivos encuentros, organizados en congresos, seminarios, asambleas, juntas, consejos, grupos, asociaciones, cónclaves, comités y comisiones, también veladas, banquetes, bailes y convites para comprobar si eliminando los formalismos anteriores, surgían ideas aprovechables, e incluso pergeñaron un sistema organizado en jefaturas, secciones, negociados, cuerpos y academias, pero los resultados fueron nefastos y la presión del rey, habiendo transcurrido un tiempo, digamos, prudencial, de casi dos décadas, comenzó a hacerse sentir entre los sabios quienes, preocupados, se vieron impelidos a ofrecer una respuesta a su majestad.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Una de las pocas ideas aprovechables que surgieron entre ellos provino de un joven muy prometedor algo desastroso en su aspecto, pero de ideas sumamente originales que indicó que era imposible que todos lo supieran todo, además de poco práctico. Su parecer era que asumir que todos lo supieran todo, obligaba a limitar el avance del conocimiento. Siempre existiría una pequeña diferencia, por leve que fuese, entre el que descubría y enseñaba y el que aprendía y asimilaba. Pero, además, indicaba que, si en algún momento se alcanzaba un estado en el que todos llegasen a saberlo todo, la investigación, base del desarrollo del reino, debería paralizarse para evitar precisamente que nadie pudiese saber más que el resto y eso tendría implicaciones evidentemente nefastas sobre el reino. En este sentido introdujo un concepto novedoso: la biblioteca. Propuso crear un lugar en el que todo lo que todos habían escrito pudiese estar recogido, almacenado, archivado, clasificado y cuidado para que cualquiera pudiera consultarlo, estudiarlo o sencillamente contemplarlo. Así, dijo, aseguraríamos que toda la sabiduría pudiera estar recogida en un lugar y aseguraríamos que aquellos que estuviesen interesados aprendiesen y se avanzase. Luego ya sería cuestión de que el reino motivase a sus súbditos para que aprendiesen todo lo posible o, al menos todo aquello que les motivase para que su sabiduría aumentase. La idea fue bien acogida y el comité permanente de sabios que los representaba a todos, decidió que presentaría la idea al rey, pero antes debían reflexionar sobre la misma y escribir un documento que contuviese las líneas argumentales en las que se sostuviera la idea. Se dieron un par de años para hacerlo que finalmente se convirtieron en cinco. Durante este tiempo varios acontecimientos se sucedieron. El primero de ellos fue que el rey murió. Había dado la orden hacía más de veinticinco años, cuando todavía era, como quien dice, un jovenzuelo, pero el tiempo y la responsabilidad le habían pasado factura y ahora era su hijo el que estaba al cargo del reino y, por fortuna para los sabios, mantenía el mismo interés que su padre en el asunto. Luego, el joven sabio que había dado la idea de la biblioteca, y que ya no era tan joven, había puesto en práctica por su cuenta una experiencia piloto en una aldea del reino y había comprobado que los resultados no eran tan satisfactorios como había previsto. Es lo que ocurre con la deducción y la inducción en la investigación. Se dio cuenta de que, a pesar de que él mismo así lo había referido, era absolutamente imprescindible hacer pedagogía con la biblioteca para que realmente los ciudadanos acudiesen a ella e hiciesen uso de esta y eso requería de una gran cantidad de recursos que él no tenía. En suma, la biblioteca no era suficiente por sí misma. Solicitó una audiencia ante el comité permanente y explicó los resultados de su experimento con una brillante exposición sostenida por un informe desarrollado bajo las premisas más rigurosas del método científico. El comité permanente tuvo a bien recibirle y escucharle por deferencia al tratarse del ideólogo de la propuesta, a pesar de que no había sido convocado ningún congreso, seminario o similar a tal efecto. Escucharon al ya no tan joven sabio y leyeron el resumen del documento, no les dio tiempo a leerlo entero, sumidos como estaban en sus propios trabajos administrativos. Entendieron lo que decía y comprendieron el mensaje. Instaron al redactor para que ofreciese una respuesta nueva, pues parecía que algo así insinuaban sus conclusiones. Le increparon, es cierto, por no ser totalmente claro al respecto y le cayó alguna reprimenda al no aparecer en la bibliografía referencia alguna al trabajo de uno de los miembros del comité. El interpelado pidió disculpas y acto seguido indicó que creía haber encontrado la solución como se podía inferir de sus conclusiones.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Era evidente, comenzó diciendo, que destinar recursos económicos a conseguir que la población fuese más culta, más sabia y más instruida era algo positivo. Eso ya había sido demostrado y él no abundaría en esa circunstancia, si bien no estaba de más recordarlo. Resultaba obvio, y por obvio debía entenderse demostrable y demostrado, que esos recursos debían provenir del conjunto de la ciudadanía y ser gestionados por el reino puesto que ni la nobleza ni la burguesía tendrían mayor interés en invertir en esta mejora de la educación de forma general; sí, sin embargo, podrían estar interesados en cuestiones que les atañeran y que les permitiese incrementar su patrimonio, tal y como hacían. Por último, presentó un esbozo, y pidió disculpas por serlo y tiempo para desarrollarlo, de lo que él entendía que era la solución real sin que esta pudiera prescindir de los indispensables recursos. Debía habilitarse un entorno en el que la sabiduría estuviera viva, fuera cambiable, como lo era la propia investigación, sin que se perdiera lo anterior, aunque fuese equivocado y este medio debía estar abierto a todos y hacer partícipe a todos. Todos podrían aportar su granito de arena siempre justificado y demostrado. El comité escuchó atento la exposición del ya no tan joven sabio, se retiró a deliberar y al cabo de un tiempo, breve para lo que era habitual, emitió su veredicto: concederían un plazo de dos años para desarrollar la idea, pero sería él mismo el que justificaría ante el nuevo rey la propuesta y ese plazo quedaría sometido al mejor criterio regio.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;"> </p><p><br /></p><p><br /></p><p><br /></p><p>Imagen creada por el autor con IA.</p><p>En Mérida a 18 de febrero de 2024.</p><p>Rubén Cabecera Soriano.</p><p>@EnCabecera</p><span><a name='more'></a></span><div><br /></div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5750019062073990014.post-14667463758718554652024-02-11T08:59:00.003+01:002024-03-10T10:37:25.859+01:00Diario de un viaje no emprendido (vi).<p> </p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjPlSU5ihKEP5JYzY-nacjmfD9v0QLPKm76WV17JHm-sXkefg7evM7Mpw7M9lPU4fGggpD5C820Vx4UD2Eg9O2jhajEyW6YR93bYFXF4CSRDyeOfqN1tYJ_IJ0uDlyNDg-qaupI-Rvy7MiyDLKj6QqZVTA5kmHi7i0Wjbxg5ZC21QvAlVmQG1kkRDJok4RI/s1024/6.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1024" data-original-width="1024" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjPlSU5ihKEP5JYzY-nacjmfD9v0QLPKm76WV17JHm-sXkefg7evM7Mpw7M9lPU4fGggpD5C820Vx4UD2Eg9O2jhajEyW6YR93bYFXF4CSRDyeOfqN1tYJ_IJ0uDlyNDg-qaupI-Rvy7MiyDLKj6QqZVTA5kmHi7i0Wjbxg5ZC21QvAlVmQG1kkRDJok4RI/s16000/6.jpg" /></a></div><br /><p></p><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">El primer curso en la universidad
pública transcurrió como he contado. Me esforcé, estudié, trabajé, hice la
pelota y saqué buenas notas. Nada más empezar el segundo cuatrimestre, y cuando
entendí cuál sería mi camino, mis visitas al centro privado se fueron
multiplicando. Contacté con la dirección del centro y les conté mi caso. Mi historia
les conmovió. Me di cuenta de que era cierta, salvo, quizá la parte en la que les
conté que mis padres habían fallecido hacía poco en un accidente de coche —no
quería que el centro solicitase una entrevista con ellos— y que yo vivía en su
casa y trabajaba —eso era cierto— para pagar mis estudios —esta parte solo era
parcialmente cierta—. Y me di cuenta de que a ellos les gustó. En el fondo era
la historia de un pobre chico que quería una oportunidad y que estaba
trabajando duro para lograrla. El centro me la daría. No sabía bien cuál era el
precio que tendría que pagar —si algo he aprendido durante todos estos años es
que todo tiene un precio—, pero me dijeron que, si lograba mantener las notas
en el segundo cuatrimestre, mi plaza becada para el curso siguiente estaba
asegurada. El director se quedó conmigo a solas un instante y conversamos
acerca de mi futuro y la cantidad de oportunidades que me brindaba el centro.
Al cabo de un rato hizo llamar a un chaval al que, nada más ver, reconocí como
uno de mi especie. No fui capaz de dilucidar si estaba tan obsesionado como yo,
pero tenía claro que no era de ellos y que estaba buscando el camino para
serlo. El director nos presentó, él se mostró muy amable y predispuesto a enseñármelo
todo y explicarme cómo funcionaba el centro. El director mostró orgullo. Ese
chaval era como un sirviente para él. Daba la sensación de que le habían lavado
el cerebro y que estaba sometido a la voluntad del director. El chaval, apenas
un par de años mayor que yo, asentía permanentemente con su cabeza, ligeramente
inclinada hacia abajo para mirar el suelo, como si no pudiese o no debiese
mirar directamente a los ojos de director mientras este le daba una serie de
instrucciones sobre qué debía hacer conmigo. El tono del director no era muy
diferente del que había usado previamente cuando estábamos reunidos, sin
embargo, detecté un matiz que me hizo sospechar. Había cierto desprecio en sus
palabras hacia el chaval. Ese desprecio era perfectamente comprensible para mí,
de hecho, la actitud del estudiante me causó náuseas que apenas pude contener. Él
no era como yo. Tan solo venía del mismo sitio que yo. Le pidió que saliera para
despedirse de mí en privado y obedeció sin rechistar. El director me ofreció la
mano y la apreté con decisión. El director sonrió. Creo que se dio cuenta de
que no era como el estudiante que acababa de salir. Me pidió sacrificio y
asentí. Le miré a los ojos para decirle que lo conseguiría. Sonrió de nuevo. Me
di la vuelta y salí de su despacho. El chaval estaba esperándome de pie delante
de los sillones de cortesía de la zona de espera a la entrada del despacho. El
chaval sonrió. Yo le ofrecí la misma cara de desprecio que el director le había
mostrado antes y él bajó ligeramente los ojos. Pasamos por secretaría y me
dieron una suerte de tarjeta de invitado que utilizaría como salvoconducto para
poder entrar y salir del centro de ahora en adelante. Luego el chaval me enseñó
las maravillas de aquel sitio. Me dijo que no podría entrar en todas las salas
y que no podría usar todas las instalaciones, pero que con la tarjeta que
tenía, podría ir a las bibliotecas —sí, dijo bibliotecas en plural y, en cierto
modo, yo no esperaba menos— y a las salas de juego —también en plural—. Sonreí
y pensé que lograría entrar donde quisiese. No creía que nadie pudiera
impedírmelo. Caminamos por pasillos infinitos pasando de claustro a claustro mientras
observaba a los alumnos en las clases tomando apuntes, atendiendo, aprendiendo...
Y a los profesores explicando, enseñando, ofreciendo su sabiduría. Aunque eso
no fue lo que realmente me interesó, me llamó la atención el traje de los
alumnos, todos perfectamente enchaquetados y con corbatas. Debía conseguir un
traje así. Si era el uniforme del centro, era maravilloso. Había algunos, pocos
en verdad, que iban vestidos de forma casual. Me repugnaron. El estudiante que
me acompañaba llevaba traje, pero saltaba a la vista que era usado, carecía del
brillo que desprendían los otros. También comprobé que no había chicas. Allí no
había ni una sola mujer. Al menos yo no había visto a ninguna, tan solo a la
secretaria que me atendió al llegar y que luego me dio la tarjeta. En el
despacho del director estuvieron él mismo, el subdirector y el jefe de estudios.
Todos hombres. Y por los pasillos, mirando a las clases, no vi ni una sola
profesora. Eso me gustó. Más adelante descubrí que sí había profesoras —muy
pocas, la verdad— porque debían cubrir el expediente de paridad con alguna y
que de la biblioteca se ocupaba una mujer. Disfruté mucho del paseo y no escuché
ni una sola de las palabras que me brindaba mi acompañante. Me daba igual todo
lo que tuviera que decirme. Yo sabía qué quería y cómo lo lograría. Finalizamos
la visita en el vestíbulo del centro donde el chaval me ofreció la mano para
despedirme y yo no se la di. Entonces, al girarme para darle la espalda con el
mismo desprecio que mostró el director y dirigirme hacia la puerta de salida vi
algo que me paralizó. Eran los mismos ojos que me miraron hacía años cuando
estaba tirado en la acera de aquella calle del aquel barrio rico, dolorido,
encogido, sangrando, avergonzado. Era él, era aquel niño que tendría entonces
mi edad y que ahora, imberbe aún, no como yo que debía afeitarme cada mañana,
estaba en el mismo centro al que yo había decidido ir. Al pasar a mi lado, me
saludó. Me dio los buenos días y percibí un acento extranjero muy diluido,
apenas perceptible. Pero el timbre de su voz retumbó en mi cerebro y reconoció
perfectamente la voz de aquel niño que quiso ayudarme aquella tarde lluviosa
tras encajar los golpes que me tumbaron el orgullo, pero que, pensándolo bien,
reafirmaron mi voluntad. Apenas asentí al saludo con un leve gesto de la cabeza.
Él no me reconoció. Yo a él sí. Cuando nos hubimos cruzado, me detuve y miré
hacia atrás. El chico también saludó a mi acompañante que respondió con
inusitada amabilidad, pero manteniendo los ojos inclinados. Me di la vuelta de
nuevo y salí del edificio. Un cúmulo de emociones se agolparon en mi cerebro.
El recuerdo de aquel día me angustió, pero la mirada del chaval, entonces niño,
me llenó de alegría. Bajé las escaleras de la entrada y me alejé caminando. Me
senté en el primer banco que encontré. Necesitaba pensar.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><o:p> </o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><o:p> </o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;">Imagen creada por el autor con IA.</span></p><p class="MsoNormal"><o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal">En Mérida a 11 de febrero de 2024.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal">Rubén Cabecera Soriano.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal">@EnCabecera<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal"><a href="https://encabecera.blogspot.com.es/">https://encabecera.blogspot.com.es/<span></span></a></p><a name='more'></a><o:p></o:p><p></p>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5750019062073990014.post-32605618431727034372024-02-04T09:07:00.005+01:002024-02-04T09:08:17.963+01:00Estrellas en el firmamento.<p> </p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhjZU39nqyfh8T5L6h5_ZRYS5DVLMikZTRSIH968Dkd5NDtn0uc6JAJF5Q7xjNiD635tQdTMdle0T4MU-MbTk9v7QUtQs_OcLLvInOGUl0kVKjBNrUzoKH6jyIZ72eFSUC0DRF2NT44NFyfqwK6ktMr6Aaf-wDCC46bUEm5ZGIO8VOmDB97YjAnT9EG1vFI/s1024/1.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1024" data-original-width="1024" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhjZU39nqyfh8T5L6h5_ZRYS5DVLMikZTRSIH968Dkd5NDtn0uc6JAJF5Q7xjNiD635tQdTMdle0T4MU-MbTk9v7QUtQs_OcLLvInOGUl0kVKjBNrUzoKH6jyIZ72eFSUC0DRF2NT44NFyfqwK6ktMr6Aaf-wDCC46bUEm5ZGIO8VOmDB97YjAnT9EG1vFI/s16000/1.jpg" /></a></div><br /><p></p><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;">No siempre lo lograban. Conservar el fuego se
había convertido para ellos en cuestión de vida o muerte. Era algo similar a un
ritual de índole mágico del que dependía su destino o al menos así lo creían. Y
el fuego se había convertido en su principal útil. Con él aniquilaban enemigos,
cazaban sus presas y las cocinaban, se resguardaban de peligros, y alargaban
los días cuando la noche les cercaba. Hacía algunas generaciones, no
demasiadas, el fuego solo era algo muy poderoso e inexplicable, pero incontrolable,
de lo que huían pues algunos miembros del grupo, curiosos por naturaleza y tal
vez algo incautos y temerarios, habían sufrido en sus carnes las consecuencias
de su poder y el dolor les alcanzó con un vigor indescriptible hasta
provocarles heridas incurables y la muerte, aunque eso ya no lo recordaban. Ellos
aún no habían conseguido crearlo, y mantenerlo vivo suponía un gran esfuerzo
para el grupo. Ella, la más vieja de todos, que había sido madre y también abuela
era la encargada de preservarlo. Era una responsabilidad delicada. El grupo la
respetaba, sí, pero ella sabía o seguramente intuía que cualquier desliz con su
responsabilidad podría costarle la vida. Era un sacrificio al que se vería
sometida si fallaba en su misión. La vida de un miembro del grupo era preciada,
pero no imprescindible. Las cosas que el grupo hacía eran conocidas por todos. Todos
aprendían de todo y de todos. No había lugar para la especialización. Sin embargo,
algunas tareas eran encomendadas a personas con ciertas características
especiales. En el caso de la preservación del fuego, la tarea recaía en el más
viejo del grupo. Normalmente hembra, pues los machos a duras penas lograban
alcanzar una edad por encima de la adulta. La mayor parte de ellos fallecía en
los enfrentamientos con otros grupos o cuando la caza se hacía necesaria ante
la ausencia de frutos recolectables. No es que las hembras no participasen en
las razias o en las cacerías, pero su número era menor puesto que eran ellas
quienes se encargaban de cuidar a los retoños que aseguraban la preservación
del clan. En consecuencia, lo habitual era que las mujeres ancianas durante las
últimas generaciones se hicieran cargo de la conservación del fuego. Aún
quedaban muchas estaciones para que la casualidad quisiese que alguien del grupo
encontrase de forma azarosa una técnica que les permitiese crear el fuego. Así
pues, ella era la responsable de que el grupo tuviese fuego por la noche, para
defenderse, para cazar o para cocinar. Llevaba unas brasas en una suerte de
cesto hecho de piel y relleno de piedras para evitar que la piel se chamuscase
y a cada instante se detenía para soplarlo un poco y reavivarlo al tiempo que sacando
algo de hojarasca que transportaba en otra suerte de bolso también de piel la
echaba sobre las brasas sin provocar una llama. Era un trabajo tedioso que requería
gran paciencia y constancia, pero que se hacía muy difícil cuando lo
desempeñaba mientras caminaba. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;">Y en aquel instante caminaban. Se estaban
trasladando hacia el calor, ya que el frío invernal les comenzaba a aterir. Todos
iban desnudos como sus antepasados y como lo harían sus descendientes hasta que
alguien, probablemente también alguna hembra, descubriese que era posible
ensamblar trozos de pieles con tendones de animales mediante punzones en forma
de aguja. La mujer, la madre, la abuela, caminaba encorvada, a su edad, casi
treinta años, mantenerse erguida resultaba complicado. Transportaba en sus manos
el cesto con las piedras y las brasas y lo soplaba ligeramente a cada instante.
Una pequeña niña, tal vez su nieta, aunque ninguna de las dos lo sabía, caminaba
a su lado correteando y atendiendo a las llamadas de la hembra que le pedía la
hojarasca para avivar las brasas. Al cabo de unas horas, el macho que
encabezaba la expedición intuyó algo que podía ser un buen cobijo para pasar la
noche. Transportaban comida y fuego. Un pensamiento plácido surcó su mente.
Detuvo la partida, señaló el cerro y lo que pensó que constituía una cueva en
la que trasnochar. Sabían por experiencia que esas formaciones rocosas no siempre
estaban solas, pero tenían fuego. Otro pensamiento, esta vez casi alegre,
surgió en su mente y acto seguido señaló a la hembra que transportaba el fuego.
La anciana se acercó. Se agachó. Depositó las brasas en una especie de pesebre hecho
con la hojarasca que le facilitó la pequeña que la acompañaba y le permitió
obtener las primeras llamas que prendieron algunos de los maderos que transportaban.
Varios miembros de la expedición los cogieron y se dirigieron a la gruta que el
cabecilla les señaló. Al cabo de un rato volvieron indicando con gestos y
gruñidos guturales que allí no había nada. Todos sonrieron felices. Deseaban
poder pasar allí unos días. Tal vez semanas. Llevaban caminando muchas jornadas
y aunque el frío en aquellas latitudes podría golpearles con fuerza, tener un
cobijo como aquel, podría permitirles asentarse durante algún tiempo. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;">Delante de la entrada a la cueva crearon una
suerte de empalizada formada por piedras que fueron cogiendo del entorno. En el
interior de la cueva que resultó ser más grande de lo esperado, conformaron varias
estancias en las que podrían descansar con cierta tranquilidad. La primera
noche después de encontrar un asentamiento como aquel era de celebración. Tenían
carne. Tenían fuego. Encontraron un río cercano al que podían acudir a beber
siempre que lo necesitasen. Estaban felices. La noche cayó sobre ellos, pero se
defendieron con el fuego alrededor del cual todos estaban sentados sintiendo su
calor. Comieron todos menos la anciana que estaba sumida en pensamientos profundos.
Sabía que su hora estaba cerca, muy cerca. Miraba al cielo y contemplaba las
estrellas pensando, siempre lo había creído así, que eran hogueras de otros
grupos, de otros clanes, muy lejanos, tanto que, cuando a veces, de noche subía
a alguna montaña para verlos de cerca nunca lograba alcanzarlos. Se preguntaba
por qué esos fuegos nocturnos lejanos no caían sobre ellos. Se preguntaba quiénes
serían aquellos seres. Se preguntaba si alguna vez los encontraría. Intuía que
entre los fuegos había mucha distancia y que en ese vacío podían existir clanes
que no tenían como defenderse de la noche, de los animales salvajes o de otros
clanes enemigos. Se sentía satisfecha, se sentía segura. Miraba a su alrededor
y consideraba que su familia era muy afortunada. Se tumbó. Sintió el calor del
fuego que le reconfortaba. Miró de nuevo hacia las estrellas y pensó que tal
vez eran ancianas como ella que intentaban iluminar la noche. Cerró los ojos y
se quedó dormida. Nunca despertó.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><o:p> </o:p></p>
<p class="MsoNormal"><o:p> </o:p></p>
<p class="MsoNormal">Imagen creada por el autor con IA.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal">En Mérida a 4 de febrero de 2024.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal">Rubén Cabecera Soriano.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal">@EnCabecera<o:p></o:p></p>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5750019062073990014.post-54706857005399036642024-01-28T07:26:00.002+01:002024-03-10T10:38:06.893+01:00El cazador de moscas (vii).<p style="text-align: justify;"> </p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhALyc7zCYouU-U6qx7BVDIgfisOR_h4Niu8g6DpWLPOP3Xqu6MYsHrGMGZ2QTlsKAnCGpdTtGOcrH17dis8LrWsazgiYd3a47Bo8hU1t7grOYb4FlzPZjux2sJU7v9sSS6b4u568q-XH-1-s-2hzVY3os6aYko3WSwzpqYhzJaQa_SBuV5-bfiGUssvCYY/s1024/7.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1024" data-original-width="1024" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhALyc7zCYouU-U6qx7BVDIgfisOR_h4Niu8g6DpWLPOP3Xqu6MYsHrGMGZ2QTlsKAnCGpdTtGOcrH17dis8LrWsazgiYd3a47Bo8hU1t7grOYb4FlzPZjux2sJU7v9sSS6b4u568q-XH-1-s-2hzVY3os6aYko3WSwzpqYhzJaQa_SBuV5-bfiGUssvCYY/s16000/7.jpg" /></a></div><br /><p></p><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;">Robert
se tambaleaba. Su inmenso cuerpo parecía que terminaría demoliendo las, a su
lado, aparentemente débiles edificaciones construidas en madera que formaban el
pueblo. El dolor en su cabeza no desaparecía, el martilleo seguía constante,
percutiendo su cerebro como si un clavo quisiese salir desde lo más profundo de
sus sesos. Caminaba desorientado, pero su visión, aún nublada, iba enfocándole hacia una realidad que amenazaba con cambios en su vida. Robert no estaba
preocupado. Hasta donde recordaba nunca lo había estado, sin embargo, no le
gustaban los cambios. Era algo que hacía chirriar su mente y en los últimos
días había sufrido demasiados. Sus ideas comenzaban a organizarse y no le
entusiasmaba lo que le mostraban: un niño había aparecido en su casa; había
recibido una carta que lo llevaba a la guerra. Era demasiado para él. Una
fuerte arcada le detuvo, pero su estómago estaba vacío. Se dobló como si de una
alcayata se tratase. Sujetó su cuerpo apoyando su mano en la pared de una casa.
Era su casa. Era la casa de Mary. Para él no era la casa de Mary. Se incorporó
y miró el porche de entrada. Lo reconoció. Subió los peldaños de madera que salvaban
el charco que se encontraba bajo el primer peldaño. Se sentó apoyando su cuerpo
contra la pared. Los rayos de sol acariciaron su rostro y cerró los ojos. Algo
parecido a una sonrisa apareció en su rostro. Enseguida se quedó dormido. Su
cuerpo se tambaleó y cayó sobre su costado. No se despertó. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;">Mary
seguía atendiendo a Jeremy. Había vuelto a la cama y se había tumbado junto él.
El niño dormitaba. La madre observaba sonriente sus movimientos. De vez en
cuando le arrullaba delicadamente para sentir su calor, pero procurando no
despertarle. El sueño envolvió a Mary que había estado gran parte de la noche
en vela. Algunos rayos de sol penetraron a través de la cortina de la ventana y
cayeron sobre el rostro de Mary. Algo parecido a una sonrisa apareció en su
rostro. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;">El frío
despertó a Robert. El tenue calor que le había mantenido dormido desapareció
cuando los rayos se ocultaron tras las ramas de un vetusto pino. El dolor había
desaparecido. Robert se incorporó renacido. Se encontraba bien. Tenía hambre.
Tenía sed. Se levantó y tras un instante de duda, regresaron a su mente vagos
recuerdos de las últimas horas. No recordaba, sin embargo, cómo había llegado hasta
allí. Estaba en el porche de su casa. Cuando estiró sus músculos dio la
sensación de que se saldría del porche. Estaba dispuesto a entrar en su casa,
pero algo le detuvo. Se metió la mano en el bolsillo. Buscó y no encontró. Se
dio la vuelta y regresó siguiendo el mismo camino que horas antes había
recorrido dando tumbos, pero ahora su paso era firme. Sus botas, más que
proteger los pies mientras caminaba, parecían golpear la tierra y como ondas
concéntricas la arena vibraba alrededor de cada pisada. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;">Mary
despertó con el llanto de Jeremy. Mary intuyó que el niño tenía hambre. Se
incorporó y se dirigió a la cocina. Ya no quedaba leche. Sí había algo de pan,
pero intuyó que no debía repetir el pan con el niño. Junto con el tocino había
sido su desayuno y no pareció que al niño le gustase demasiado, aunque después
lo humedeció y calentó el tocino para que su grasa empapase el pan. Así pues,
tendría que salir a buscar leche. Se asomó por la ventana para comprobar cuánto
frío hacía y vio la silueta de Robert alejándose de su casa. Un escalofrío le
recorrió el cuerpo. El miedo la invadió, pero no quiso dejar que se apoderase
de ella. Regresó a la cama. Envolvió al niño con las mantas que encontró. Hizo
un hatillo y metió en él todo lo que pudo encontrar que intuía que podría
servirle. Mojó pan, se lo ofreció al niño. Le cogió en brazos. Lo acercó a su
pecho envuelto en las mantas. Se echó el hatillo al hombro y salió de casa. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;">Robert
había llegado al bar. Estaba cerrado. Golpeó con su puño la puerta. Aquello no
fue llamar. Ni siquiera lo hizo con rabia. Era así. Esperó. Nadie vino a abrir.
</span>«Dónde estará esa puta»<span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;">,
se preguntó. No lo hizo con rabia. Era así. Siempre había sido así. Su pasado
lo había hecho así. Aunque nadie pudiese creerlo, también fue bebé, también fue
niño y también fue adolescente. Un día vio a Mary, la cogió, la violó y se
quedó con ella. Mary no se atrevió a resistirse y se convirtió en su propiedad.
Cuando sus padres murieron, se quedó con la casa. Era hijo único. Su padre le
había pegado. Él pegaba a Mary. Para él eso era lo natural. A Mary la había
pegado su padre. Para ella también eso era lo natural. Pero no quería que su
hijo fuese golpeado. No quería que su hijo sintiese el dolor físico que ella
había sentido, pero, sobre todo, no quería que sintiese el miedo que ella
sentía cada vez que Robert se aproximaba. Robert siguió golpeando cada vez con
más fuerza. La puerta temblaba. Si hubiese querido habría podido echarla abajo.
Robert siguió y siguió. No sentía cansancio. No sentía hastío. Podía seguir así
indefinidamente. Anna Rose abrió la puerta. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">—¿Qué coño haces? Vas a romper la puerta. No sabes que el
bar no abre hasta dentro de un par de horas. ¿Otra vez quieres emborracharte?
Te advierto que… —Entonces le miró el rostro y enmudeció. Un miedo no muy
diferente al que Mary sentía cuando intuía la presencia de Robert se apoderó de
ella. Anna Rose tragó saliva y se repuso, pero su tono cambió.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><o:p> </o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">—¿Buscas algo? <span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;"><o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">—Dame la carta. <o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><o:p> </o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">Anna Rose hizo una mueca.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><o:p> </o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">—¿A qué carta te refieres? No tengo ninguna carta.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><o:p> </o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">—Mi carta. Dame la carta.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><o:p> </o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">Anna Rose cayó en la cuenta e intentó hacer memoria. No
recordaba haberse quedado con la carta. La tuvo entre sus manos, eso era
cierto, la leyó, pero se la devolvió. Estaba segura de ello. Luego Robert
siguió bebiendo y bebiendo. <o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><o:p> </o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">—Yo no la tengo. Se la enseñabas a todo el mundo. Yo no la
tengo —repitió lacónica, intentando disimular su miedo.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><o:p> </o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">Robert se dio la vuelta y se marchó sin decir nada.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><o:p> </o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">Anna Rose respiró aliviada. Alguien llamó a la puerta
trasera. A Anna Rose le dio un vuelco el corazón, pero se tranquilizó
enseguida. Se dirigió hacia ella y abrió. Mary estaba allí con su hijo.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal">Imagen creada por el autor con IA.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal">En Florencia a 26 de enero de 2024.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal">Rubén Cabecera Soriano.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal">@EnCabecera<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal"><a href="https://encabecera.blogspot.com.es/">https://encabecera.blogspot.com.es/<span></span></a></p><a name='more'></a><o:p></o:p><p></p>
<p class="MsoNormal"><o:p> </o:p></p>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5750019062073990014.post-29854769663855113372024-01-21T08:25:00.002+01:002024-03-10T10:38:24.407+01:00Diario de un viaje no emprendido (v).<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgWpcwykkadMQlnjVMYsCpQ7a9JQfenJVTkd6kiqZTxRBuJ8P0sVEmIlL_2gBstEA-9mZOZ_jtB90jI6OBPaoFJe59QMtUlSWwb2GBwe_Oor6EysTHHbRFlS7xoo511a0uo8bEMzDN7ex0b_TFSu9EiUVA5mHiPYpa0WGssm7XY8cnRs5KuI03BhKE2zMPg/s1024/5.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1024" data-original-width="1024" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgWpcwykkadMQlnjVMYsCpQ7a9JQfenJVTkd6kiqZTxRBuJ8P0sVEmIlL_2gBstEA-9mZOZ_jtB90jI6OBPaoFJe59QMtUlSWwb2GBwe_Oor6EysTHHbRFlS7xoo511a0uo8bEMzDN7ex0b_TFSu9EiUVA5mHiPYpa0WGssm7XY8cnRs5KuI03BhKE2zMPg/s16000/5.jpg" /></a></div><br /><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Aún recuerdo, no sé si con tristeza o con alegría, el primer que entré en la universidad. Acceder a aquel lugar me hizo sentirme alguien importante, aunque apenas mantuviese esa sensación por un instante. Fue el tiempo que necesité para corroborar que aquel no era el sitio que yo quería. La verdad es que era algo que venía sospechando porque, a pesar de que mi entusiasmo estaba intacto, no se puede decir que fuese estúpido y ya me había percatado de que en la universidad pública no encontraría la opulencia de la que me quería rodear. Fui rondando los distintos centros con la esperanza de que en alguno de ellos pudiese hallar algo parecido a lo que en lo más profundo de mi ser deseaba, pero era difícil. A pesar de todo, encontré una facultad donde sí que existían algunos alumnos de los que yo deseaba que fuesen congéneres míos. Al menos esa era mi impresión. Y allí decidí matricularme. Poco importa saber la carrera que allí se impartía. Es, lo aseguro, irrelevante. En mi mente solo estaba el deseo de rodearme de gente adinerada y sentir algo parecido a lo que ellos podían sentir. La primera matrícula la pagué con una mierda de trabajo que tuve el verano anterior a comenzar las clases. Trabajé en un restaurante de mozo de carga. Era un buen restaurante ubicado en el centro de la ciudad. Cada día debía coger un autobús desde el barrio donde seguía viviendo con mis padres y llegar antes de las cinco de la mañana para poder descargar los alimentos. El jefe de cocina estaba siempre allí, puntual como un puto reloj suizo. Me resultaba sorprendente verle moverse con agilidad con toda la masa corporal que alojaba. La verdad es que alucinaba, pero nunca le vi ni una gota de sudor caerle por la frente, mientras que yo chorreaba con la primera caja que tenía que transportar. Reconozco que me trataban bien, pero aquello no era lo mío y en cuanto comenzaron las clases lo dejé. Me atrevería a decir que en los tres meses que estuve allí me cogieron cierto aprecio, pero a mediados de septiembre, justo antes del inicio de las clases, les pedí que me liquidaran y me marché. </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">En alguna ocasión me acerqué también a los entornos de los centros universitarios privados. Normalmente estaban perfectamente delimitados y cerrados para evitar que accediesen indeseables como yo. Sin embargo, conseguí colarme alguna que otra vez, cuando iba, como yo mismo decía, «vestido fastuoso» y se celebraba una jornada de puertas abiertas. Sé que lo más evidente hubiera sido pensar que iba «vestido de rico», pero me parecía una expresión chabacana y excesivamente prejuiciosa que solo denostaba a aquellos a los que quería parecerme, así que el término fastuoso me encajaba como más apropiado. La verdad es que me resultó asombroso verme rodeado de tanto lujo. Los coches que veía entrar y salir eran espectaculares. No eran coches que derrochasen una suerte de colores llamativos y accesorios horteras, qué va. Eran vehículos claramente caros, pero sobrios, sin estridencias, el término que me vino a la cabeza era «señorial». Sí, eran coches señoriales. Los chavales no salían hasta que el chófer les abría la puerta. Entonces unos zapatos impolutos que jamás habían pisado charco alguno aparecían tras la puerta y el chico o chica bajaba con una elegancia que no dejaba de sorprenderme. Era como si un millón de cámaras estuviesen grabándolos y ellos actuasen en correspondencia con una majestuosidad que me llenaba de envidia. En algunas ocasiones vi como algún representante del centro, tal vez su director, se acercaba a dar la bienvenida a un posible futuro estudiante. En esos centros, por supuesto, no existían panfletos que indicasen los precios de las matrículas o las actividades de las que podrían disfrutar los alumnos. Allí todas las instalaciones eran magníficas y todos tenían de todo. El dinero era una cuestión banal en aquel entorno y referirlo por escrito habría sido de mal gusto a todas luces. Me enteré, sin embargo, que algunos de esos centros tenían becas «reservadas» para gente menos pudiente. Supongo que era el precio que tenían que pagar para entrar en el mundo académico de las acreditaciones y homologaciones de los títulos. Yo entendía que a quienes terminasen allí sus estudios aquello debería importarles un comino, pero tal vez un desprecio así habría sido excesivo, por tanto, cabía la posibilidad de acceder a alguno de aquellos centros si lograba unas extraordinarias notas y optaba a alguna de las becas que ofrecían. Ese fue mi planteamiento inicial, aunque enseguida me surgió la duda de cómo afectaría a mi relación con el resto de estudiantes —todos ellos más que pudientes— el hecho de que supieran, porque no me cabía ninguna duda de que terminarían sabiéndolo, que yo estaba allí gracias a una beca. Esa posibilidad me torturaba. No quería que conociesen mi realidad. Ni siquiera se me pasó por la cabeza que para lograr aquella beca tendría que trabajar duro y obtener unos resultados académicos inmejorables, además de pasar ciertas «pruebas» que contribuyesen a facilitar mi acceso a aquel paraíso. </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Finalmente me decidí. Me matricularía en cualquier universidad pública de mierda, ya había decidido cuál sería que, como es lógico, tenía una titulación reconocida por el centro privado —decirlo al revés sería en el fondo una falacia— y estudiaría para obtener las notas necesarias que me permitiesen entrar becado en alguno de esos centros. Así lo hice. No fue fácil. Al instante me di cuenta de que alcanzar la excelencia requería un esfuerzo mayor del que estaba acostumbrado a hacer. No es que fuera mal estudiante. De hecho, no lo era, ya he dicho que a poco que me hubiese esforzado en el bachillerato podría haber despuntado, solo que no quería hacerlo. El caso es que en la universidad la situación era diferente. Tenía la sensación de que los profesores no se preocupaban lo más mínimo por los alumnos, cosa que, a pesar de todo, en el instituto no ocurría. Allí los profesores, más o menos y no todos, pero sí muchos, estaban encima de ti y te seguían y te machacaban y te repetían y, en definitiva, se molestaban por ti. En la universidad no. Tú eras el único responsable de todo y ellos se limitaban a lanzarte una perorata cada día y tú debías apañártelas. En el fondo eso me gustaba, pero me resultó duro porque tengo clarísimo que en mi instituto el nivel era muy bajo comparado con el que se necesitaba en la universidad y comprobé que otros alumnos, digamos, mediocres, que procedían de institutos con mejor reputación que el mío estaban mucho mejor preparados. Tuve que esforzarme mucho, muchísimo. Tenía claro mi objetivo y no dudé ni un instante en utilizar todos los medios para alcanzarlo. Asistía a clases, iba a las tutorías, preguntaba, estudiaba, entregaba todos los trabajos. Era, en definitiva, un alumno ejemplar. Quería caerles bien a los profesores porque me di cuenta enseguida de que aquello era necesario si quería alcanzar el objetivo. No me gustaba lamerles el culo, esa era la verdad, pero asumía que no me quedaba más remedio. Llegué a meterme como «becario» en un departamento con una asignatura de fama dura para hacerle las fotocopias al catedrático titular, poco más, pero finalmente todo aquello me sirvió. En mi casa estaban alucinados. Mi madre no podía ocultar su cara de orgullo cuando, tras el primer cuatrimestre, les mostré —no sin cierta vanidad, debo reconocerlo— cuáles habían sido mis notas. Incluso mi padre se mostró satisfecho, no mucho más, con los resultados que les enseñé. En realidad, no sé bien por qué lo hice, pues en el fondo aquello me importaba un carajo, supongo que, en cierto modo, era la forma de aparentar que era algo más de lo que creían que era o, tal vez, era una forma de agradecerles lo mucho, o poco, que habían hecho por mí. </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p>Imagen creada por el autor con IA. </p><p>En Mérida a 21 de enero de 2024.</p><p>Rubén Cabecera Soriano.</p><p>@EnCabecera</p><p>https://encabecera.blogspot.com.es/<span></span></p><a name='more'></a><p></p><div><br /></div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5750019062073990014.post-82790428288621247072024-01-14T08:59:00.001+01:002024-01-14T08:59:53.556+01:00El cazador de moscas (vi).<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiYGZUXjs9-b2Z1Rgr4u6W7aF7ctIi314X9nFwBglC4jkHjeYFoTdkKy978E7tVwnG5lDsuaEroF1oyr07QGlf7WFE6TqJUjaBpFjJH_-ZNtdJMZKUwj3hv4d65fvS2IHiyUZotfnkKaAlNTJEBN8fET8LCawyM3VpTbaWrAgqLnn-q_WAB8UEgo4HHX_c7/s1024/1.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1024" data-original-width="1024" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiYGZUXjs9-b2Z1Rgr4u6W7aF7ctIi314X9nFwBglC4jkHjeYFoTdkKy978E7tVwnG5lDsuaEroF1oyr07QGlf7WFE6TqJUjaBpFjJH_-ZNtdJMZKUwj3hv4d65fvS2IHiyUZotfnkKaAlNTJEBN8fET8LCawyM3VpTbaWrAgqLnn-q_WAB8UEgo4HHX_c7/s16000/1.jpg" /></a></div><br /><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">La mañana golpeó el cerebro de Robert con fuerza. Los martillazos en la sien de ese inmenso leviatán eran constantes, sincopados, terribles. Robert se tocó la cabeza. Se la apretó como si con ese gesto pudiera detener los estacazos que sentía. Se intentó recomponer el pelo alborotado sin pensar realmente en ello y procuró levantarse. Por un momento no reconoció dónde se encontraba, por un momento su cerebro le confundió enviando a su cuerpo mensajes contradictorios. Estaba totalmente empapado. No sabía si de sudor, de vómito o de meado. El olor era insoportable, pero esa no era la mayor preocupación de Robert. Quería saber dónde cojones estaba. De repente sus ojos entreabiertos enfocaron la barra del bar. Una luz insoportable penetraba por la ventana cuya contraventana no estaba echada. Apenas pudo reconocer el lugar, pero en su mente se encendió una pequeña luz de consciencia que le devolvió parte de la memoria que creía perdida. Se incorporó como pudo sujetándose en un banco que no fue capaz soportar su inconmensurable peso y cayó con un atroz estruendo que a Robert le pareció que había reventado sus tímpanos. Los ecos de la caída persistían en el cerebro de Robert que tuvo que sujetarse nuevamente la cabeza para evitar la sensación de que se le escapase de los hombros. Se puso de rodillas y alzó las manos para sujetarse en el tablero de la barra. Rebuscando entre sus músculos consiguió encontrar algo de fuerza y alzarse como buenamente pudo. Se incorporó. Tuvo que apoyarse con los antebrazos en la barra para sujetar su peso y entonces abrió más los ojos y vio algo parecido a una figura humana frente a él.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—¿Buenos días? —preguntó Anna Rose con tono mordaz. </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Robert no respondió. Anna Rose ni siquiera estaba segura de que lo hubiese oído. Tampoco de que la hubiese visto.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—Buenos días —repitió sin preguntar.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Robert pareció reaccionar pues dirigió su mirada intentando enfocar la vista hacia el lugar desde donde procedía el sonido, pero se desentendió de él girando el cuello hacia la ventana que daba a la calle y la señaló para taparse los ojos inmediatamente después. </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—¿Te molesta la luz? Es que es de día. Has estado durmiendo en el suelo del bar desde anoche. Creo que ya es hora de que vayas a tu casa y te laves un poco. El bar apesta. Eres tú el que huele mal. </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Robert la miró con rabia contenida. «Si fueses mi mujer, no te atreverías a hablarme así», pensó torciendo el rostro y haciendo un gran esfuerzo con su mente incapaz de elucubrar pensamientos sin sentir un profundo dolor. No abrió la boca. Se irguió como pudo y apoyándose en todo lo que veía cerca se dirigió hacia la puerta. La abrió y salió. Una bocanada de aire frío penetró en el local. Robert tiritó. Dudó si salir a la calle. No miró atrás. Avanzó y dio un traspiés en el umbral de madera ennegrecida de la puerta. Anna Rose se mantuvo impasible. En su mirada había odio. Robert conservó el equilibrio como pudo, pero el movimiento aleatorio revolvió su estómago y unas arcadas fortísimas le hicieron doblarse y echar lo poco que le quedaba dentro. En un acto reflejo e inconsciente lo hizo hacia un lateral manchando parte del entablonado de la fachada del bar, también ennegrecido. No era la primera vez que lo hacía ni era el primero que lo hacía. Sin embargo, para él sería la última vez. </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Mary llevaba bastante tiempo despierta cuidando a Jeremy como solo una amorosa madre primeriza puede hacer. Volcándose en él y dedicándole toda suerte de atenciones. Esperando pacientemente cualquier gesto que la ayudase a detectar cualquier necesidad que tuviese el niño. Estaba cansada, pero feliz. No había dormido del tirón. Durante la noche la angustia le consumía pensando que antes o después Robert aparecería, pero tampoco Jeremy la dejó descansar porque cada par de horas el niño se despertaba llorando. Su nueva madre ya intuía que era el hambre lo que provocaba su llanto y se levantaba para darle algo de las sobras de la noche anterior. El día amaneció con madre e hijo durmiendo, descansando. La madre se levantó. Se desperezó. Hacía siglos que no realizaba ese gesto. Miró a su hijo. Arremolinó contra él las mantas. Se aseguró de que estaba bien arropado y se quitó el camisón. Tomó un poco de agua, casi helada, y con un paño se frotó ligeramente las axilas. Un fuerte olor a cebolla penetró por sus fosas nasales cuando levantó el brazo para asearse. Estaba acostumbrada. Era su olor. Se vistió. Se dirigió a la chimenea y encendió el fuego que tanto se le había resistido la noche anterior. En su mente no surgió ni una sola reflexión, ni un solo pensamiento. Todos sus gestos fueron fruto de la intuición, de la costumbre, de la rutina. Esperó un rato a que las maderas prendieran y con un atizador de hierro sacó unas brasas que recogió con una pala para llevarlas al hornillo de la cocina. Calentó agua en el hornillo. Bañó al niño templando el agua como buenamente pudo sin saber si estaría demasiado fría o demasiado caliente. Metió al niño en el cubo con agua y supuso que la temperatura era adecuada porque el niño no protestó. Lo secó con el mismo paño que ella había utilizado antes. Lo envolvió en una manta que sacó del único armario de la casa y retiró la otra, la que el niño traía cuando lo encontró en el umbral, para lavarla. Se sentó en la única silla de la casa y le dio de comer. El niño se durmió nada más terminar. Ella lo sostuvo entre sus brazos. Los ojos de Mary se cerraban, pero apretó la mandíbula y se mantuvo despierta. Se levantó con el niño en brazos y lo llevó a la cama. Lo dejó allí asegurándolo con las mantas. Fue a la cocina para coger un poco de pan y tocino. Los calentó y desayunó. A esa hora Robert aún dormitaba en el suelo del bar de Anna Rose. </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p>Imagen creada por el autor con IA.</p><p>En Mérida a 14 de enero de 2024.</p><p>Rubén Cabecera Soriano.</p><p>@EnCabecera</p><p>https://encabecera.blogspot.com.es/</p><span><a name='more'></a></span><div><br /></div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5750019062073990014.post-56523753422301705582024-01-07T08:52:00.004+01:002024-01-07T08:53:37.744+01:00De la confianza.<p> </p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhBAXPCIyA3sVvh534ytA5ghcdpXMLZQx09_-WxRibQmVlIE8_3nijmoEqrl0VrHF1KaW6X6HJh86BAC6bngWBsBWIKA8u-UrkmTWS7AKHrSQNhyCoV0NHoG6kA0z6GC0864eJlml7czvFfqHxFIWm5zFhf3iOWUfykOQhQX3G9gnlC7TyqJGFvekqkHqTU/s1024/1.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1024" data-original-width="1024" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhBAXPCIyA3sVvh534ytA5ghcdpXMLZQx09_-WxRibQmVlIE8_3nijmoEqrl0VrHF1KaW6X6HJh86BAC6bngWBsBWIKA8u-UrkmTWS7AKHrSQNhyCoV0NHoG6kA0z6GC0864eJlml7czvFfqHxFIWm5zFhf3iOWUfykOQhQX3G9gnlC7TyqJGFvekqkHqTU/s16000/1.jpg" /></a></div><br /><p></p><p class="MsoNormal" style="line-height: 115%; text-align: justify;"><span style="font-size: 11.0pt; line-height: 115%;">Confiar es maravilloso. Uno se siente
absolutamente seguro y protegido cuando es capaz de confiar en alguien, de
fiarse de alguien, y da por hecho que ese alguien va a responder como esperas
que lo haga ante cualquier situación. Además, la confianza que tienes en
alguien se verá reforzada cada vez que esa persona actúe como esperas que lo
hagas. Pero, ojo, también puede ocurrir lo contrario. También, por desgracia,
puede suceder que esa respuesta esperada, que esa actitud querida, no se produzca
tal y como tú la anhelabas y entonces la confianza puede quebrarse. Es
tremendamente difícil recuperar la confianza perdida. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 115%; text-align: justify;"><span style="font-size: 11.0pt; line-height: 115%;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 115%; text-align: justify;"><span style="font-size: 11.0pt; line-height: 115%;">Las implicaciones de la confianza son
muy extensas y trascienden las relaciones interpersonales para sumergirse
también en el complejo mundo del propio ser, pero este capítulo, la confianza
en uno mismo, la autoconfianza, lo dejaremos para otro momento y nos centraremos
en la confianza entre personas que ya verás que da para mucho.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 115%; text-align: justify;"><span style="font-size: 11.0pt; line-height: 115%;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 115%; text-align: justify;"><span style="font-size: 11.0pt; line-height: 115%;">La confianza la tienes que ir construyendo
poco a poco, día a día, demostrando que se puede creer en ti, e interiorizando que
puedes creer en la persona sobre la que vas depositando la fe. No tiene por qué
ser recíproco. De hecho, en ocasiones, confías en alguien y ese alguien tal vez
ni te conozca y, aun así, puede decepcionarte. Este es un carácter sociológico de
la confianza que explica muchos comportamientos en nuestro entorno. Pero cuando
nos sumergimos en las relaciones personales más íntimas, más cercanas, esenciales
en el ámbito de la amistad, de la familia o del amor, la confianza se convierte
en un instrumento extremadamente fuerte que permite consolidar cualquier
relación e incluso ayuda a superar innumerables dificultades que, por nuestra condición
humana, aparecen cuando existen vínculos entre personas. Así pues, entenderás
que su pérdida provoca la ruptura de ese vínculo o, al menos, su
debilitamiento, poniéndose en crisis la relación. Construir esa confianza lleva
tiempo, mucho tiempo, requiere esfuerzo y sacrificio, aunque pueda parecer
paradójico, por todas las partes involucradas. En primer lugar, por quien confía
puesto que, en cierto modo, se entrega a la persona en quien quiere confiar, se
deja hacer, se entrega e incluso estaría dispuesto a sacrificarse por ella. Tal
es el nivel de abnegación que se está dispuesto a ejercer. En segundo lugar,
por quien requiere la confianza, por quien se ofrece para que se confíe en él,
ya que, aunque pueda parecer absurdo, cuando haces algo para satisfacer a otra
persona, para agradarla, para cautivarla, si lo haces de corazón, con
sinceridad, con honestidad, lo haces porque quieres que confíe en ti. Debe ser
un acto puro, franco y, en la medida de lo posible, natural, que responda a lo
que eres, que te presente como eres. De ese modo estás ofreciéndote para que la
otra persona confíe en ti y eso implica un grado de entrega muy elevado que exige
un compromiso muy fuerte para que el vínculo de la confianza se consolide. Es
en estas relaciones donde la confianza surge de forma recíproca y es
precisamente esta confianza la que permite construir vínculos asombrosos, indescriptibles
y hermosos que te harán sentirte complacido con la persona en la que confías y por
la persona que confía en ti. <span style="mso-spacerun: yes;"> </span><o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 115%; text-align: justify;"><span style="font-size: 11.0pt; line-height: 115%;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 115%; text-align: justify;"><span style="font-size: 11.0pt; line-height: 115%;">Por descontado, esa confianza está —y
debe estar— en permanente estado de alerta, siempre sometida a cierta tensión
porque cabe la posibilidad de que se quiebre, de que se debilite por el hecho que
una de las partes actúe de modo contrario a lo esperado. Y eso puede acontecer
en cualquier momento. No es desconfianza, sencillamente es amor propio, es la
forma que tenemos de protegemos para subsistir psicológicamente, en nuestro
mecanismo de defensa y es natural y no tenemos que avergonzarnos por ello. Si bien
es cierto que conforme el tiempo pasa ese estado de alerta va menguando, va disminuyendo,
precisamente porque la confianza va incrementándose. En cierto modo, nuestra
entrega es mayor porque la confianza es mayor. Es ahí donde el dolor, cuando se
rompe la confianza, es terrible, horroroso, desgarrador. Si la persona en quien
confías te decepciona, sufrirás. Sin paliativos. Te parecerá que el mundo se cae
a tu alrededor. Sentirás que te ahogas, que la vida no tiene sentido, que todo lo
que se había construido en torno a esa relación se desmorona y se viene abajo. Debo
advertirte también que si eres tú quien provoca esa pérdida de confianza y la
persona a la que decepcionas verdaderamente te importa, también sufrirás,
mucho, seguramente más de lo esperado. Te darás cuenta del error cometido,
asumirás con gran dolor ese error e intentarás resarcirte y subsanarlo. La
única forma de lograrlo es con grandioso esfuerzo y tiempo, pero estarás
sometido a la decisión de la otra parte que, naturalmente, estará en todo su
derecho, por el daño que ha recibido, de no corresponderte, de no aceptar tu
error y rechazarte. Deberás resignarte y asumir que no puedes redimir la
pérdida que tú provocaste, aún así, si realmente quieres recuperar ese vínculo,
te invito a que luches por él y te advierto que, si consigues recuperarlo, nunca
podrá a ser igual, existirá una herida, más o menos cicatrizada que tú verás
todos los días en la otra persona y que la otra persona verá en sí misma. Esa
marca estará presente siempre. Tal vez el tiempo y el esfuerzo constante
devuelva la confianza, pero algo habrá cambiado. Y ese algo que no tiene que
ser malo, ni tampoco bueno, estará siempre ahí. Así que mi consejo es que
cuando te veas en una situación en la que comprendas que puedes quebrar la
confianza que otra persona tiene en ti, te lo pienses dos veces antes de actuar
contra lo esperado. Al menos, si consideras que lo debes hacer, no dejes de
perder la oportunidad de advertirlo, de indicarlo, incluso si sabes que
provocará dolor. Debes ser valiente y enfrentarte a las circunstancias que
pueden provocar ese despedazamiento de la confianza. Como ves, la confianza es
un vínculo muy poderoso que requiere gran responsabilidad por tu parte. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 115%; text-align: justify;"><span style="font-size: 11pt;"><br /></span></p><p class="MsoNormal" style="line-height: 115%; text-align: justify;"><span style="font-size: 11pt;">Debes saber que cuando esa confianza
es paternofilial, el hijo cuenta, por decirlo de algún modo, con ventaja porque
tanto el padre como la madre, en un contexto sano, sensato y razonable, serán —seremos—
incapaces de romper esa confianza que el hijo tiene en ellos depositada; y, por
descontado, a la inversa, si el hijo rompe esa confianza, cosa que deseo que no
hagas nunca, tanto tu madre como yo, ayudaremos a que se recupere y el lucha no
tendrás que librarla en solitario. Te advierto que la cicatriz también
aparecerá, pero tanto nuestro esfuerzo como el tuyo nos permitirá recuperar la
confianza. Tal es el amor que siento por ti, tal es el amor que sentimos por
ti. Tal es el amor que los padres sienten por sus hijos.</span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 115%; text-align: justify;"><span style="font-size: 11.0pt; line-height: 115%;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 115%; text-align: justify;"><span style="font-size: 11.0pt; line-height: 115%;"><o:p> </o:p></span><span style="font-size: 11pt; line-height: 115%;"><o:p> </o:p></span><span style="font-size: 11pt;"> </span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 115%; tab-stops: 2.0cm;"><span style="font-size: 11.0pt; line-height: 115%;"><o:p> </o:p></span><span style="font-size: 11pt;">A mis hijos.</span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 115%; tab-stops: 2.0cm;"><span style="font-size: 11.0pt; line-height: 115%;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="Cuerpo" style="text-align: justify;"><span class="Ninguno"><span lang="ES-TRAD">Imagen creada por el autor con IA.<o:p></o:p></span></span></p>
<p class="Cuerpo" style="text-align: justify;"><span class="Ninguno"><span lang="ES-TRAD">En Mérida, a 7 de enero de 2024.<o:p></o:p></span></span></p>
<p class="Cuerpo" style="text-align: justify;"><span class="Ninguno"><span lang="ES-TRAD">Rubén Cabecera Soriano.<o:p></o:p></span></span></p>
<p class="Cuerpo" style="text-align: justify;"><span class="Ninguno"><span lang="ES-TRAD">@EnCabecera<o:p></o:p></span></span></p>
<p class="Cuerpo" style="text-align: justify;"><a href="https://encabecera.blogspot.com.es/"><span class="Hyperlink0"><span lang="ES-TRAD">https://encabecera.blogspot.com.es/<span></span></span></span></a></p><a name='more'></a><o:p></o:p><p></p>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5750019062073990014.post-12111617566169144092023-12-31T09:43:00.004+01:002023-12-31T09:58:43.446+01:00El último día.<p> </p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjVaR6FmXOZ5vKwcoYGFeHVmF6g1wKxNy7intffGos2F9jvl1fDpQZ0I1cIoAJGTAxZ0KL3ASBAkaT1AUQsBKrwzF4h_mk1oogUVkdBzkC7Lbs7KXYrWixH-v7iLLfG5x735eXQTz4GmuKqVgtfiq196n2GRxFFMiF0OdoLVCf-FhPmFGkyl_6xHCfiBwPx/s1024/1.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1024" data-original-width="1024" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjVaR6FmXOZ5vKwcoYGFeHVmF6g1wKxNy7intffGos2F9jvl1fDpQZ0I1cIoAJGTAxZ0KL3ASBAkaT1AUQsBKrwzF4h_mk1oogUVkdBzkC7Lbs7KXYrWixH-v7iLLfG5x735eXQTz4GmuKqVgtfiq196n2GRxFFMiF0OdoLVCf-FhPmFGkyl_6xHCfiBwPx/s16000/1.jpg" /></a></div><br /><p></p><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;">Siempre hay un final. Es irremediable. Al menos
para los seres humanos, para nuestro entendimiento, para nuestra razón —puñetera
razón sincopada al devenir del tiempo—, para la forma en que interpretamos la
realidad que nos rodea. El final, sea maldito o no, siempre llega. Es indisoluble
a nuestra vida, a lo que conocemos como vida; nuestra vida empieza y nuestra
vida acaba y asumimos que todo lo que nos rodea responde a los mismos principios
de inicio y fin. El inicio llega, es impredecible, pero elucubramos para
anticiparnos y erramos consistentemente, por paradójico que pueda parecer,
repitiéndonos una y otra vez, a pesar de la linealidad de nuestro tiempo. El
fin está ahí, atento, al acecho, esperando con parsimonia, exasperante en su
flema, exultante en su paciencia, imperturbable. A veces sonriente, sabedor de
que su momento va a llegar de forma inexorable, a veces taciturno, incapaz de
sentir compasión, siquiera empatía por aquellos que viven deseando que no
exista ese último instante, ese momento final que podrá marcarnos para siempre,
que podrá determinar nuestro futuro inmediato o distante. A nosotros solo nos
queda asumir con resignación o alegría su llegada, con odio o esperanza que
acontezca. Podemos desear que no aparezca o ansiar su venida, pero en el fondo
nos entregamos a su nueva. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;">Nunca alcanzaremos a entender si la vida nos
determina por su principio y su final o si es el tiempo el que nos hace vivir
como lo hacemos por encontrarnos dentro de su linealidad. Es cierto que el principio
de la vida, el inicio de nuestra existencia, resulta irrelevante para nosotros,
si bien en otros puede producir incontables emociones, pero desde el momento en
que tomamos consciencia de nuestra existencia, esta se convierte en un fragmento
de tiempo que nos pesa como una losa, en un pedazo de hilo con extremos definidos,
aunque de longitud indescifrable y nos vemos sometidos a su designio e interiorizamos
nuestra capitulación a su magnánimo poder. El tiempo nos conforma a su antojo
por más que queramos componerlo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;">Siempre hay un último día. Siempre lo habrá para
nosotros, pero qué ocurriría si el tiempo no fuera lineal y si el tiempo no
tuviera principio ni fin y si la percepción del transcurso sucesivo de instantes,
uno tras otro, solo lo tuviésemos nosotros, pero pudiésemos contemplar otras disposiciones
del tiempo. ¿Qué ocurriría entonces? Cómo sería nuestra vida, cómo sería
nuestro devenir. ¿Qué ocurriría si supiésemos que el tiempo es cíclico,
verdaderamente cíclico? Hay formas de ver la vida entre los humanos que así lo
interpretan. Es difícil establecer en términos emocionales si esa forma de
entender la vida es mejor o peor que la lineal fragmentada característica de la
civilización occidental. De hecho, plantearlo siquiera en estos términos resulta
pueril. Sin embargo, está ahí. Es una opción más o menor factible con nuestra
vida. En realidad, es perfectamente compatible con el concepto lineal del
tiempo porque los fragmentos de tiempo lineal pueden curvarse ligeramente y en
un período lo suficientemente largo no generar deformación alguna en la forma
en que vivimos. Pero qué ocurriría si el tiempo fuese absoluto, es decir, si para
una vida concreta el concepto de tiempo se tuviese de forma total, y el
nacimiento, la muerte y el transcurrir entre ambos hitos estuviesen presentes
en cada instante de la vida de ese ser. Cómo sería entonces nuestra vida. Y qué
ocurriría si nuestro tiempo vital no tuviera final, o no tuviera principio, o ambas
cosas. Cómo sería nuestra vida si siempre existiésemos. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;">Es evidente que nuestra vida es el tiempo en
el que discurre, pero no por obvio debemos dejarlo al lado. Y nuestra vida tiene
principio y final. Todo lo demás es una entelequia. Y todo lo que nos rodea se
configura como algo que ocupa un fragmento de tiempo en el tiempo porque así es
nuestra vida, porque así es nuestro tiempo. El tiempo trasciende a la vida
concebido aquel como lineal y aquella como transitoria, y, a pesar de que somos
perfectamente conscientes de nuestro limitado periplo en él, queremos perdurar.
Luchamos por perdurar. Tal vez es una cuestión genética, evolutiva. Tal vez
millones de años de existencia han propiciado esta forma de vida temporal con
la que la naturaleza nos incorpora a ella, pero que quiere perpetuarse como especie
más allá de las limitaciones del cuerpo individual. Si este camino, que parece
que es el que ha tomado la vida tal y como la conocemos es el correcto, es difícil
de precisar. De hecho, es absurdo plantearse una valoración al respecto más allá
de lo puramente filosófico, de la reflexión etérea que busca respuestas a
preguntas insoslayables por formar parte intrínseca de nuestra razón, que no
deja de ser el instrumento con el que la evolución nos ha dotado para preservarnos
como especie. Lo que resulta evidente es que todo lo ordenamos conforme a la linealidad
del tiempo en que la vida se desarrolla y nuestras esperanzas, nuestras
ilusiones, nuestras frustraciones, nuestros desengaños, todos ellos, todos sin
excepción, tienen principio y final. Como el año que se va y se celebra con la
llegada del siguiente. Como ese último día del año en el que se quieren enterrar
los dolores y los sufrimientos y se ansían las alegrías y esperanzas sin caer
en la cuenta de que ese día, ese instante, no es más que una convención
absurda, irrelevante, pero plausible y necesaria que toman los seres humanos
para pretender controlar el tiempo cuando es el tiempo el que nos controla a
nosotros.</span></p>
<p class="MsoNormal"><o:p> </o:p></p>
<p class="MsoNormal">Imagen creada por el autor con IA.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal">En Mérida a 31 de diciembre de 2023.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal">Rubén Cabecera Soriano.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal">@EnCabecera<span></span></p><a name='more'></a><o:p></o:p><p></p>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5750019062073990014.post-67910993410971139252023-12-24T09:43:00.003+01:002023-12-31T09:58:29.498+01:00Otro cuento de Navidad.<p></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEitEBYscACgnN62Jv-1GiG9JQTReaonitXddZhJcpITRkravtTzhLBJUNO-QnSn_PrC4T4xvWNxki-dlcx-wtYx7r2J1oN8m8c6yIU1GmzysnmfSFJu_nFl3hbZeYkO_k2W-Dqii1zb909O3TEdJdxGjeIA6g_L0S-2VtfZ0l3LWdF0VQ_IwJTWYgtN7Rc9/s1024/1.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1024" data-original-width="1024" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEitEBYscACgnN62Jv-1GiG9JQTReaonitXddZhJcpITRkravtTzhLBJUNO-QnSn_PrC4T4xvWNxki-dlcx-wtYx7r2J1oN8m8c6yIU1GmzysnmfSFJu_nFl3hbZeYkO_k2W-Dqii1zb909O3TEdJdxGjeIA6g_L0S-2VtfZ0l3LWdF0VQ_IwJTWYgtN7Rc9/s16000/1.jpg" /></a></div><br /> <p></p><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;">El árbol estaba solo. No había nada a su
alrededor. Su último recuerdo, de hace unos días, —sí, los árboles tienen
memoria, aunque funciona algo diferente a la de las personas— fue en el bosque,
entre sus compañeros. Es verdad que él era pequeño, prácticamente un crío, si
utilizamos la terminología humana, no obstante, sus anillos eran cada vez más
numerosos, pero también era perfectamente consciente de todo lo que le rodeaba.
<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;">Los árboles, a pesar de lo que cuentan las leyendas
no hablan. Eso son palabrerías. En realidad, no les hace falta porque son
capaces de comunicarse de una forma muy eficaz: comparten pensamientos. Sus
hojas son capaces de bailar al son de los vientos, ya sean débiles o fuertes y
en su movimiento, que a todas luces parece natural y en correspondencia con los
aires, son capaces de producir leves vibraciones que otras hojas captan y que
les permiten transmitir la información que desean. Un árbol puede comunicarse
con otros árboles y también consigo mismo. Y lo hacen precisamente mediante sus
hojas. Los árboles tienen su propia consciencia. Y esta también es diferente a
la humana. No podría ser de otro modo. Comparten su sabiduría ancestral que no
se pierde jamás. Se transmite de unos a otros desde hace millones de años y
seguirá así por siempre. Nadie se ha preocupado nunca en averiguar cuánto saben
los árboles, pero les aseguro que es tanto que no podríamos siquiera acercarnos
con todo lo que nosotros, las personas, creemos saber a una millonésima parte
de lo que ellos saben.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;">Por supuesto los árboles también pueden sentir.
De hecho, solo comunican sus emociones, nada de palabras. Y, como podrán imaginar,
no lo hacen como los seres humanos. Sus emociones son diferentes, totalmente
diferentes. No son comparables, pero, sin embargo, podríamos asemejar algunas
de ellas a las nuestras para intentar —solo intentar— comprenderles. Así pues,
los árboles pueden sentirse solos. Y, en verdad, se sienten solos en ocasiones
puntuales y lo manifiestan manteniéndose totalmente quietos, sin que ni una
sola de sus hojas se mueva. El resto de los árboles respeta profundamente esa
decisión y se limita a contemplar la soledad del árbol en cuestión hasta que decide
volver a comunicarse. A veces ocurre que alguna rama con sus hojas o incluso alguna
hoja de forma individual se detiene porque se siente sola. Así de complejas son
las emociones de los árboles. Pero hay veces en las que los árboles piden ayuda
y sus hojas quieren moverse para gritar, para chillar, para expresar su
angustia. Y en algunas ocasiones, el aire, que es el gran aliado de los árboles
en su comunicación, no acompaña y las hojas no son capaces de manifestar sus
emociones y de transmitirlas. En esas ocasiones, los árboles se sienten profundamente
solos, terriblemente solos. Les puede pasar incluso estando rodeados de otros
árboles. Podría parecernos que no tiene mucho sentido, pero si miramos en lo
más profundo de nuestro ser, eso también nos puede suceder a nosotros, de hecho,
nos sucede más habitualmente de lo que pensamos y deseamos. También sucede en
ocasiones que un árbol está realmente solo, aislado, separado de los demás. Esto
no es habitual, es cierto, porque los árboles son tan sensibles que, aunque nosotros
no veamos ningún otro alrededor, ellos son capaces de comunicarse a larguísimas
distancias, pero en ocasiones, sucede. Y cuando ocurre el árbol se siente profundamente
solo. Es una sensación terrible, angustiosa, que les produce una insondable
aflicción que, por mucho que intente describir, es materialmente imposible de
entender para nosotros. En esos momentos el árbol llora, llora desconsolado, y
si se prolonga su soledad durante mucho tiempo, puede llegar a marchitarse y
morir. La soledad es el mayor desasosiego que un árbol puede sufrir. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;">Nuestro pequeño árbol estaba solo, chillaba,
gritaba, lloraba, intentaba comunicarse desesperadamente con algún otro árbol,
pero no tenía suerte. Ninguno parecía estar ahí para él. Recordaba
perfectamente como hacía muy poco tiempo —aunque advierto que para los árboles
el concepto de tiempo es, al igual que otras cuestiones que ya he explicado,
muy diferente al nuestro— estaba rodeado de muchos otros árboles y, de repente,
todos habían desaparecido. Así, sin más. El pobre árbol estaba desconcertado,
sufría mucho su soledad. Además, apenas percibía luz y la que le llegaba era
diferente, distinta, no encontraba una explicación coherente, pero no le
parecía una luz procedente del sol. Y no lo era. Era la luz de una bombilla. Esa
era la luz que le iluminaba. Le parecía pobre, muy pobre, le entristecía. De
repente, sintió que otras luces arrojaban rayos de luz contra él que podía
percibir perfectamente. No eran su sol, ni mucho menos, pero eran varias y provenían
de distintos lugares, como si se hubiera dividido el sol en muchas, muchas pequeñas
estrellas que le alumbraban. Y aunque no era gran cosa, al árbol le sintió bien
y su ánimo mejoró ligeramente. Entonces percibió que sus hojas se movían, que
sus ramas se tambaleaban, notó como algunas se doblaban con cuidado y
recuperaban aproximadamente su posición tras unos instantes. Le recordó a días
de lluvia y también le vino a la memoria días ventosos, pero había algo
diferente, no sabía decir bien qué era, pero lo percibió. Notaba una presión distinta
en sus hojas y en sus ramas, entonces intentó comunicarse, pero no recibió
respuesta. Lo hizo de nuevo con más brío, a pesar de que sabía que el esfuerzo
terminaría agotándole. Pero no logró percibir contestación alguna. De repente,
algo pareció mover sus hojas más bajas de forma diferente, era un movimiento
más sutil, más suave, como caricias, aunque no podía entender exactamente de
qué se trataba, ni qué le estaba diciendo, intuyó que algo estaba intentando
comunicarse con él. Le pareció raro no poder entender lo que decía, pero
concentró su atención en el movimiento de sus hojas para intentar descifrar el
sentido del mensaje. Eran emociones, como todos los mensajes que se transmitían
los árboles, no se trataba de palabras que para ellos son una forma de
comunicación muy atrasada, pero las emociones que percibía le resultaban
incomprensibles. Deseó más que nunca poder estar con sus compañeros para poder
expresarles lo que estaba sintiendo, pero no lo consiguió. Siguió percibiendo
esas emociones extrañas durante un buen rato, tanto que sin darse cuenta dejó
de sentirse solo y comenzó a percibir una extraña emoción nueva en él. Era
alegría. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><o:p> </o:p></p>
<p class="MsoNormal">Imagen creada por el autor con IA.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal">En Mérida a 25 de diciembre de 2023.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal">Rubén Cabecera Soriano.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal">@EnCabecera<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal"><a href="https://encabecera.blogspot.com.es/">https://encabecera.blogspot.com.es/<span></span></a></p><a name='more'></a><o:p></o:p><p></p>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5750019062073990014.post-36524345988811205292023-12-17T09:11:00.004+01:002024-01-21T06:46:10.088+01:00Diario de un viaje no emprendido (iv).<p><span style="text-align: justify;"></span></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgnsbgR7TUA91v3hdTOVhGdN1xJWSnFNIchrw4ZqgbKOpVA5eaCSdysxMNSYOrVZJzthDg7_HV1CEDRR_5SnCxGNnidA5SBy1ovJrBgzfxeZEmxJdMY8F-MbVMXerUB1SvsOZMYtdhdSKTCBYquVICiPsv78ljgcQ2bVtu10PxFI48GSCVuBUz4CqfKk133/s1024/1.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1024" data-original-width="1024" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgnsbgR7TUA91v3hdTOVhGdN1xJWSnFNIchrw4ZqgbKOpVA5eaCSdysxMNSYOrVZJzthDg7_HV1CEDRR_5SnCxGNnidA5SBy1ovJrBgzfxeZEmxJdMY8F-MbVMXerUB1SvsOZMYtdhdSKTCBYquVICiPsv78ljgcQ2bVtu10PxFI48GSCVuBUz4CqfKk133/s16000/1.jpg" /></a></div><br /><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><p></p><p style="text-align: left;"><span style="text-align: justify;">Pasaron muchos años. No recuerdo cuántos. El
tiempo relativiza mucho lo vivido y había transcurrido el suficiente como para
que no recordase con detalle lo que había ocurrido aquel día lluvioso. El rencor
permanecía, ahora lo sé, aunque entonces no era capaz de reconocerlo. Estaba
hundido en lo más profundo de mi ser, enterrado, escondido como si me doliese
sentirlo. Desde luego había perdido las ganas de volver a aquel barrio, de
hecho, durante muchos años no me atrevía a regresar, pero mis deseos de tener
esa vida estaban intactos e hice todo lo que estuvo en mi mano para alcanzarla
y eso me llevó a tener la maldita vida que ahora tengo.</span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> </span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD">Pasé por el instituto sin pena ni gloria. Aprobé
con suficiencia lo cual sirvió para que en mi casa me dejasen tranquilo.
Seguramente mis padres hubieran preferido que hubiese estudiado algo que me
sirviera para trabajar en algún taller o en la construcción o vete tú saber qué
otra mierda de trabajo deseaban para mí, pero me empeñé en graduarme porque
quería convencerles de que podría ser algo más en la vida. No se me daba mal
mentir. Aún recuerdo la conversación con mi madre: «… estudiaré en la
universidad. Trabajaré para pagarme mis estudios. Ya verás…». En realidad, mi
intención era estar cerca de quienes creía que podrían tener lo que yo deseaba.
Por aquel entonces no tenía muy claro que esos chavales no estarían en una universidad
pública que era, como mucho, lo máximo a lo que yo podría aspirar, sin embargo,
siempre fui testarudo y convencí a mis padres, sobre todo a mi madre —mi padre
andaba ocupado en otras cosas más importantes que hablar con su hijo acerca de
su futuro, pues estaba convencido de que no lo tenía—, de que me permitiera
seguir con el bachillerato para luego meterme en la universidad con la
condición de que no habría dinero para mis matrículas y, por supuesto,
cualquier «resbalón</span><span face=""Arial",sans-serif" lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;">»</span><span lang="ES-TRAD"> —entiéndase como suspenso— supondría irremisiblemente salir de ese
ámbito educativo que tanto interés me suscitaba en apariencia. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> </span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD">El bachillerato fue mucho más sencillo de lo
que esperaba, aunque tampoco estoy seguro de haber esperado algo concreto. Sé que
nunca quise resaltar y también sé que a poco que me hubiera esforzado algo más
habría conseguido mejores notas y estar entre los primeros de la clase, algo
que, de otra parte, no tenía mayor mérito puesto que mi instituto estaba en una
zona bastante pobre de la ciudad y los chavales que allí estábamos teníamos
todos más o menos el mismo perfil. Ocasionalmente sobresalía algún muchacho que
se convertía en el hazmerreír de los matones y de las chicas más demandadas y que,
o caía a un profundo abismo escolar machacado por el resto, o bien era
sobreprotegido por la dirección del centro y por algún profesor que quería ver
en él alguien con futuro, lo cual, para el caso, terminaba provocando el mismo
resultado: la burla y la ira del resto, y su condena al ostracismo. Por
descontado, también terminaba siendo objeto de todo tipo de vejaciones. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> </span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD">Es curioso, siempre me pregunté qué
significaría para ellos «tener futuro». En mi caso lo tenía claro, pero cuando
lo decían los profesores resultaba casi hiriente. Me harté de escucharlo
durante muchos años. En mi casa no solía aparecer la frase, tal vez porque
entendían que no había futuro que esperar, pero en el colegio y, sobre todo, en
el instituto cada vez que un profesor era incapaz de controlar la clase y nos
desmadrábamos, golpeaba la mesa y nos decía que no tendríamos futuro. Eso era
algo imposible, salvo muerte instantánea. Todos tendríamos un futuro. Entre los
que estábamos allí, seguro que alguno terminaría en la cárcel, otro se
convertiría en adicto a las drogas, alguno robaría para sobrevivir, alguna se convertiría
en puta, posiblemente alguien encontrase trabajo de mecánico, carpintero,
barrendero, o vete tú a saber qué otra profesión de las que requieren pan y circo
para sobrellevar el día a día, pero estaba claro que todos tendríamos futuro. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> </span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD">Eso del futuro nunca fue algo que me
preocupase puesto que tenía claro el mío y ahora, en la distancia, encuentro
aquellas amenazas de los profesores excesivamente prejuiciosas y muy clasistas.
Tal vez pensaban que todos allí podríamos ser premios Nobel o tal vez asumían
que ninguno allí terminaríamos siendo nada y lanzaban esas peroratas para
hacernos sentir mal y conseguir cierto alivio por la impotencia que sentían
cuando eran incapaces de controlar a un grupo de niñatos rebeldes y maleducados.
Desde luego conmigo no lo conseguían y me temo que con mis compañeros era
igual. Si el futuro para ellos era que nos convirtiésemos en médicos,
arquitectos, jueces o similar, acertaron. No creo que ninguno de los que allí
estábamos escuchando llegara a ser nada de eso. No les he seguido la pista a mis
excompañeros, pero mucho me temo que difícilmente habrán alcanzado algún futuro
de esos que nos decían que nunca tendríamos. En cierto sentido, no me queda más
remedio que darles la razón, pero su mérito es escaso. No necesitaban ser adivinos
para acertar en sus predicciones. Y si hubieran estado en otro instituto, privado,
podrían haberles dicho que tendrían el futuro que quisiesen y, por descontado, habrían acertado.
En el fondo, eso era lo que yo quería para mí, ese futuro que no podía tener de forma automática porque había nacido donde había nacido. Nunca culpé a mis
padres, solo hubiera faltado, ellos no podían hacer más de lo que hacían. Al contrario,
en el fondo les estoy muy agradecido por más que nunca se lo haya dicho y que ahora
ya sea demasiado tarde para hacerlo. Lo cierto es que quería un futuro para mí como el que imaginaba
que tendrían esos privilegiados que vivían en el barrio donde me machacaron la
nariz. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> </span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> </span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> </span></p>
<p class="MsoNormal">Imagen creada por el autor con IA. <o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal">En Mérida a 14 de diciembre de 2023.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal">Rubén Cabecera Soriano.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal">@EnCabecera<o:p></o:p></p>
<span face=""Calibri",sans-serif" style="font-size: 11pt; line-height: 115%; mso-ansi-language: ES; mso-ascii-theme-font: minor-latin; mso-bidi-font-family: "Times New Roman"; mso-bidi-language: AR-SA; mso-bidi-theme-font: minor-bidi; mso-fareast-font-family: Calibri; mso-fareast-language: EN-US; mso-fareast-theme-font: minor-latin; mso-hansi-theme-font: minor-latin;"><a href="https://encabecera.blogspot.com.es/">https://encabecera.blogspot.com.es/<span><a name='more'></a></span></a></span>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5750019062073990014.post-23149118786809368302023-12-10T09:49:00.003+01:002024-01-14T08:54:59.139+01:00El cazador de moscas (v).<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhyt1eXbOnEwg54w82fTPZEoTE3BzL1TEsvKQUgX03Bno4-SQwZMGF4-fZUysSFvHLA8v3A7vnoOXcDdsopX2eXdmHbmXRhv-6cSB3MeF53nJPy6cIX7Pl6mBZfUlwjj1tHmE-7OyhFSNvd7QXYP9wrpWKNOuRBWueCkwtLOaUKQuylb2Om2Wyu8N_uPCjW/s1024/1.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1024" data-original-width="1024" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhyt1eXbOnEwg54w82fTPZEoTE3BzL1TEsvKQUgX03Bno4-SQwZMGF4-fZUysSFvHLA8v3A7vnoOXcDdsopX2eXdmHbmXRhv-6cSB3MeF53nJPy6cIX7Pl6mBZfUlwjj1tHmE-7OyhFSNvd7QXYP9wrpWKNOuRBWueCkwtLOaUKQuylb2Om2Wyu8N_uPCjW/s16000/1.jpg" /></a></div><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Mary no supo nada de su marido durante el resto del día. Estuvo en casa cuidando de Jeremy. Intentó amamantarlo como había visto hacer a otras mujeres. No sabía si podría hacerlo, pero resultó evidente que no fue posible. Hirvió algo de leche, retiró la nata y se la ofreció al niño cuando ya no estaba tan caliente. El niño sorbió el líquido a través de un paño que Mary utilizó a modo de biberón para el bebé. Troceó algunas manzanas que tenía en la despensa y las hizo puré. Lo mezcló con agua para licuarlo un poco y se lo ofreció al niño con sus dedos. Jeremy también lo tomó. «El niño tiene hambre», pensó Mary y estaba en lo cierto. No es que Jeremy hubiera sido abandonado en estado de inanición, sencillamente habían pasado muchas horas y el hambre había provocado en él una llantina que Mary tardó en comprender. Intentó consolarlo abrazándolo, acunándolo, cantándole algunas nanas que curiosamente aún recordaba de su infancia, aunque nunca se las cantó su madre. Pero el bebé seguía y seguía llorando, desconsolado, hambriento, a pesar de que Mary no lo sabía. No llegó a desesperarse en ningún momento. Tal era el amor que había surgido en ella hacia aquel pequeño e indefenso ser que se había convertido en un regalo divino para ella, una señal de Dios para que por fin se diese cuenta de que el sentido de su vida era convertirse en madre, a pesar de que esta conclusión no aparecía en su mente con claridad, pero su intuición, su sentimiento y sus emociones la dirigían hacia un inexorable destino que terminaría convirtiéndose en su razón de ser. </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">La noche amenazaba helada una vez más y la chimenea estaba apagada. Robert era quien la encendía antes de largarse al bar. Lejos de ser un gesto amable y de cariño con su mujer, era una costumbre que había adquirido con las primeras borracheras invernales que irremisiblemente lo dejaban tirado en el estar de la casa, descamisado, helándose durante la noche y que le habían provocado una faringitis crónica que resurgía cada otoño con un carraspeo pesado que le recordaba que debía encenderla antes de salir. Mary intentó sin éxito varias veces prender la yesca bajo los leños que había colocado en el hogar con el pedernal de la casa. Desistió ante el insistente llanto del bebé, pero sabía que la noche sería fría y temía las consecuencias de no conseguir aclimatar la casa. «Robert sigue fuera…», su cabeza estaba preocupada no tanto por la ausencia de su marido sino por su regreso. Lo temía como quien teme tener una pesadilla recurrente que cada noche, desde algún acontecimiento trágico, le persigue. A Mary le perseguía desde el primer día tras su matrimonio. El niño la distraía y se concentraba en atenderle, pero no podía sacar de su cabeza la imagen de su marido, monstruoso, entrando por la puerta, apenas dejando luz entre su cuerpo y el quicio, mostrándole un mensaje de sumisión y cautiverio del que Mary no podría escapar… nunca. Ese era el pensamiento de Mary, esa era su pesadilla, pero se trataba de una pesadilla que se hacía realidad cada día, cada jodido día. Mary tenía la esperanza de que su marido llegase sumamente bebido, rozando la inconsciencia, como ocurría con frecuencia, tenía la esperanza de que se quedase tirado delante de la chimenea, aunque no estuviese encendida, había desistido, y que dejase a madre e hijo —así de rápido asumió el papel Mary— tranquilos durante lo que quedase de noche; ya de día tendría que hacer frente a las miserias de su vida. La angustia de Mary, sin embargo, no la ayudaba en absoluto a encontrar solución al dilema del sueño del niño. Antes o después se dormiría, de eso estaba segura. Suponía que ocurriría después de que se acabase la leche, pero le preocupaba que su marido llegase y se encontrase a su mujer en la cama con el niño porque sintiese el frío de la casa y no se quedase tumbado frente a las brasas inexistentes de la chimenea. Imaginaba a su marido acercándose a la cama y viendo los dos bultos. No se le pasaba a Mary por la cabeza la posibilidad de que pudiese conmocionarle la imagen de una mujer y un niño —Robert no habría asumido aún el papel de Mary como madre— durmiendo, pero, a pesar de todo, Mary tenía claro que quería dormir junto a su bebé. Había cogido las mantas de la casa y las había arremolinado alrededor del niño que había tumbado en la parte izquierda de la cama después de darle la leche. Le había preparado una suerte de reducto que le dejaba cierta libertad de movimiento, pero que impedía que pudiera caerse si se giraba o desplazaba descuidadamente. Ella se tumbó junto a él. A la derecha. En la parte de la cama que normalmente era de su marido, dejando al niño la suya. Suponía que su marido la agarraría del pelo y la arrastraría fuera de la cama, estaba pergeñando una argucia para molestarle y provocar que su violenta reacción cayese sobre ella y no sobre el niño. Es más, suponía que Robert ebrio no se daría cuenta de la existencia del niño si caía en la cama, en su lado. Esa noche, intuía, tampoco dormiría demasiado, como la anterior, y la anterior, y la anterior, y el poco respiro que, por necesidad perentoria del cuerpo, obtuviese estaría colmado con sus pesadillas.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Robert no había dejado de beber ni un instante. Se sentía confuso. Tenía la carta en el bolsillo izquierdo de su pantalón. Sabía que tendría que viajar, sabía que se marcharía de su casa, sabía que ser un soldado le enfrentaría a la muerte. No sabía si sería valiente. No sabía si en el frente, en las trincheras, rodeado de barro, sucio, con hambre, aterido, reaccionaría con arrojo. Eso le preocupaba en términos pueriles, porque él era un «hombre», así lo pensaba entre trago y trago, «Soy un hombre, joder, soy un hombre…». Esas dudas que parecían merodear en su mente no eran aceptables para él y la bebida le estaba ayudando a enterrarlas bajo el peso del alcohol. Al bar llegaron los de siempre. Llegaron los compañeros de Robert, tal vez para él sus amigos, por más que nunca los hubiese considerado como tal, él no sabía tener amigos. Robert les contó lo de su alistamiento. Lo hizo orgulloso. Les mostró la carta. No quedaban dudas en sus ojos. Lucharía por su país, mataría a los putos alemanes y regresaría con todos los honores a esa mierda de pueblo. Todos se reían con él. A nadie parecía contrariar la idea. Todos le abrazaban, lo invitaban a más tragos que Robert asimilaba como quien bebe agua un día caluroso de verano. Robert pasó de la confusión a la euforia. Apretaba manos y cuerpos de forma desmedida. Lo repetía con cada hombre que se cruzaba frente a él y que apenas reconocía con su nublada vista. Quienes recibían el apretón de su embriaguez sentían el dolor que provocaba la desmesurada fuerza de Robert en sus cuerpos. Pero para el alcohol no hay límite infranqueable y finalmente el cuerpo de Robert no pudo más cuando ya no quedaban más asiduos. Cayó al suelo totalmente borracho, profundamente inconsciente con un gran estruendo. Anna Rose no lo pateó para echarle del bar como habitualmente hacía. Sabía que Mary estaba con el niño, dejó que se durmiese sobre las tablas del suelo de su bar. Lo miró desde la barra, sin el más mínimo atisbo de compasión. No sintió pena por él. Mary durmió por primera vez desde hacía mucho tiempo en paz, junto a Jeremy, su hijo. </p><p><br /></p><p><br /></p><p>Imagen creada por el autor con IA.</p><p>En Mérida a 8 de diciembre de 2023.</p><p>Rubén Cabecera Soriano.</p><p>@EnCabecera</p><p>https://encabecera.blogspot.com.es/<span></span></p><a name='more'></a><p></p><p><br /></p>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5750019062073990014.post-28214928513718571352023-12-03T10:21:00.003+01:002023-12-31T09:58:03.907+01:00Diario de un viaje no emprendido (iii).<p> </p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh_LUX8aXylUrfJtQ_8-mopGImBDv_6i6eHBP7dtqG-dsoRL8OpGavYYTNLrTg04Y4KS_pfZMa24fg1RPyxh8D5w0ZKT8P9KsJRj-7v6RHKIiTWgrzPDghKdfw7DyKnuRz6ccdbuop_gaa6xIBwKLdqA8STsCAI0HP90aocjq7ltDPUUnEfE4RzP6izrsR_/s1024/1.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1024" data-original-width="1024" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh_LUX8aXylUrfJtQ_8-mopGImBDv_6i6eHBP7dtqG-dsoRL8OpGavYYTNLrTg04Y4KS_pfZMa24fg1RPyxh8D5w0ZKT8P9KsJRj-7v6RHKIiTWgrzPDghKdfw7DyKnuRz6ccdbuop_gaa6xIBwKLdqA8STsCAI0HP90aocjq7ltDPUUnEfE4RzP6izrsR_/s16000/1.jpg" /></a></div><br /><p></p><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">Me dejaron allí. En cuanto me soltó y se marcharon me caí al suelo. No miraron hacia atrás, sencillamente desaparecieron. Yo seguía llorando de rabia, no de dolor. No sentía los pocos golpes que me habían dado. Juro que no los sentía. Pero en mi interior había algo que hervía, algo indescriptible que me llenaba de ira. No quería ponerme en pie, aunque sabía que me costaría, pero prefería seguir tumbado en el suelo, saboreando mi impotencia, llenándome de rencor, un rencor atroz que desde entonces siempre querría descargar. No hubiera podido reconocer a los dos hombres que me golpearon. No sabría decir si eran morenos o rubios, altos o bajos. Solo recordaba los ojos de uno de ellos, el que se puso frente a mí y me tiró al suelo por segunda vez. Tenía los ojos azules, de un azul intenso, maravilloso, profundo, hermoso. Fue lo último que vi antes de recibir los dos golpes que me noquearon, antes de empezar a sentir la sangre manchándome el rostro. Al poco rato, un niño se acercó a mí. No lo vi llegar porque mantenía los ojos cerrados, tumbado, como estaba, bajo el aguacero. Se agachó y me tocó la espalda. Me removí. No sentí miedo, aunque por un instante pensé que habían vuelto a seguir pegándome. Pero no era así. El niño se agachó y volvió a tocarme la espalda, apenas entendí la frase que me dijo y si la escuché no le presté atención. Pero insistió. Ojalá no lo hubiera hecho. Ojalá se hubiera marchado abandonándome allí tirado. Ojalá no hubiera estado en el jardín de su casa mojándose como yo y observando la calle desde detrás de la verja. Ojalá no hubiese salido cuando se marcharon aquellos dos hombres. Ojalá. Pero no fue así. Y salió, y se acercó a mí, y me preguntó, y, a pesar de que no respondí, persistió, y yo, como si de un pecador caído se tratase, sucumbí a la tentación de aquella voz angelical que no entendía. Me giré, abrí los ojos y miré al niño. Tendría mi misma edad. Y aunque apenas veía bien y todo estaba borroso, pude ver con total claridad sus ojos. Eran los mismos que había visto hacía unos instantes. Exactamente los mismos. Al principio me asusté. El niño también se asustó con mi reacción, pero un instante después, tras recobrar el resuello, le miré y lloriqueando le dije que me habían pegado dos hombres, que no sabía por qué lo habían hecho, que yo no había hecho nada, que solo paseaba por allí —obvié comentar que les había dicho que vivía en una de las casas de aquel barrio—, que me dolía mucho la nariz, que… fue un arrebato de verborrea entre lágrimas que el muchacho escuchó impasible mirándome con atención y curiosidad como si fuese alguien totalmente ajeno a su especie, como si fuese un extraterrestre y apenas entendiese lo que le estaba diciendo. Me detuve cuando entendí que mis palabras no estaban significando nada para él. Me ayudó a levantarme. Me apoyé en él. Era algo más bajo que yo. Era rubio. Su vestido era impoluto. Se estaba mojando como yo, pero parecía que su ropa no se empapaba mientras que la mía comenzaba a pesarme un quintal del agua que acumulaba. Tiró de mí hacia su casa, pero yo me negué. Mi reacción fue absolutamente instantánea. Pasaron por mi cabeza demasiadas imágenes, demasiadas ideas, todas ellas nefastas. Me imaginé a su padre, si es que era su padre quien me había golpeado, en la casa, esperándome, dispuesto a seguir pegándome. Lo imaginé sonriente, satisfecho, listo para la acción, mientras el niño, me entregaba a él con una sonrisa sardónica que había ocultado tras su rostro angelical. Me imaginé al padre con un cinturón de cuero en la mano y un mayordomo al lado con una toalla de un blanco purísimo para recoger la sangre que iba a derramar, pensé cientos de imágenes más, todas ellas del estilo, que iban atravesando mi mente, llenándome de miedo, un miedo cruel, inhumano, aterrador. Aunque no fui consciente entonces, la advertencia de aquel hombre de ojos azules había sido fructífera, había logrado algo que hasta entonces se me antojaba imposible: desear no estar allí. </p><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><br /></p><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">Como pude me deshice del niño y salí corriendo en dirección a mi casa. Estaba un poco desorientado y aturdido aún, pero no tardé mucho en encontrar la salida de aquel barrio que conocía como la palma de mi mano. No miré atrás ni una sola vez. Corrí y corrí hasta que estuve lo suficientemente lejos como para entender que ningún peligro me acechaba. En realidad, ningún peligro me acechaba, nadie iba a perseguirme, pero era una reacción paranoica bastante lógica después de lo que me había sucedido. El trabajo ya estaba hecho. No volví a aquel lugar hasta muchos años después. El único peligro al que me quedaba enfrentarme ese día estaba en mi casa, era mi madre que, tras el susto inicial, arremetería contra mí, reprochándome mi comportamiento y mi descuido e intentando averiguar qué había pasado y quién me había propinado la paliza. Yo sabía que no iba a contárselo y, en todo caso, le mentiría diciéndole que me habían pegado unos chicos mayores en el parque por alguna causa que terminaría improvisando. No era yo precisamente un niño de peleas. Y si en alguna me metí fue para recibir más que para dar. Siempre fui un tanto blandito y muchos valentones perdonavidas aprovechaban mi aparente debilidad para mostrar su virilidad. Eso me propició algunas magulladuras y golpetones, pero nada más, algo tolerable para mí que sobrellevaba con toda la dignidad que podía, que no era mucha. Pero llegar sangrando con el ojo morado y la nariz hinchada, tal vez rota, era algo distinto. No sabía si mi madre se conformaría con la explicación inventada que le contaría, pero tenía claro que la verdad se quedaría dentro de mí.</p><div style="text-align: justify;"><br /></div>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal">Imagen creada por el autor con IA. <o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal">En Mérida a 3 de diciembre de 2023.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal">Rubén Cabecera Soriano.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal">@EnCabecera<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal"><a href="https://encabecera.blogspot.com.es/">https://encabecera.blogspot.com.es/<span></span></a></p><a name='more'></a><o:p></o:p><p></p>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5750019062073990014.post-82459767565073272022023-11-26T09:28:00.002+01:002023-12-31T09:57:23.754+01:00El cazador de moscas (iv).<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhBxVTtdK3nsdc4B_yxStK1hRGuz3bz-dJRf1W7gq_gMcvqKBsun8nNQmlhdWAjB9nC71pXAGduXgvfwJIb5S-QImkZA3qOybYCt8pX-lIviLrNLrjlzH21ByhBfGhGUQNdAaw2wLN3RsXUctaWbmKLvUWosVtgY5APIR0TR8EWq_Eafx7bNPyYyYQTnHqE/s1024/1.jpeg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1024" data-original-width="1024" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhBxVTtdK3nsdc4B_yxStK1hRGuz3bz-dJRf1W7gq_gMcvqKBsun8nNQmlhdWAjB9nC71pXAGduXgvfwJIb5S-QImkZA3qOybYCt8pX-lIviLrNLrjlzH21ByhBfGhGUQNdAaw2wLN3RsXUctaWbmKLvUWosVtgY5APIR0TR8EWq_Eafx7bNPyYyYQTnHqE/s16000/1.jpeg" /></a></div><br /><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">No había humo saliendo por la chimenea. La casa estaría fría. Eso tranquilizó a Mary. Significaba que Robert no estaba o que aún no se había despertado y eso le daba cierto margen. No sabía bien para qué, pero esa era su sensación. A Robert no le gustaba el frío y en invierno mantenía la casa caliente quemando madera en la chimenea de piedra que él mismo había construido. Mary entró descuidada y no se dio cuenta de que Robert estaba allí mismo hasta que fue demasiado tarde. En cualquier caso, no habría podido huir. Mary nunca huía. Pero, además, con el niño en brazos habría sido una temeridad.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—¿Qué coño es eso? —le preguntó Robert nada más oír la puerta abrirse y ver entrar a Mary con el niño entre sus brazos.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Mary, sin pensárselo dos veces le espetó:</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—Es mi hijo.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">La mirada de Robert se encendió. Un cúmulo de pensamientos sin orden se arremolinó en su cerebro. Sintió que su cabeza quería explotar, la sangre se amontonaba en sus sienes y percibía las palpitaciones. </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—¿Cómo que tu hijo?, ¿qué cojones quieres decir? No te he follado en meses. No podías tener hijos. Estabas seca. ¿De quién es ese puto niño?</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—Es mío. Es un regalo… de Dios… para mí.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—Mira —Robert se irguió y una especie de sombra cubrió el rostro de Mary. Robert era grande, «Muy grande», pensó Mary atemorizada—, más te vale que digas ahora mismo qué puta mierda es esta —Robert estaba muy alterado y el brazo derecho con el puño muy apretado se estaba izando peligrosamente para Mary, la barba estaba sucia, muy sucia—. Déjate de gilipolleces y dime qué coño es esto —Robert señalaba con el índice de su mano izquierda el bultito que Mary tenía entre sus brazos. Sus mandíbulas estaban apretadas, pero la carne flácida de su rostro apenas permitía diferenciarlas. Con sus palabras salieron de su boca gotitas de saliva que salpicaron su camisa y su barba—. Voy a matarte ahora mismo —Mary retrocedió, era la primera vez que la amenazaba así. El niño se mantenía callado.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—Es un niño, joder, no lo ves —respondió Mary atemorizada de puro miedo, pero intentando mantener cierta calma—. Estaba en el umbral. Estaba allí —señaló tras de sí hacia la entrada—. Esta mañana lo encontré en la puerta. Estaba allí, sí, allí… —repitió temblando, mientras sentía la presencia de Robert cada vez más cerca. </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—¡Mientes! —chilló enrabietado acercándose cada vez más a Mary que se encorvaba para proteger al niño y retrocedía hacia la puerta. Robert se adelantó y la cerró de un portazo. Ahora estaba justo delante de ella y su única escapatoria obstruida por el inmenso cuerpo de Robert.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Durante un instante se hizo el silencio, aterrador para Mary que solo alcanzaba a oír la respiración de Robert, era la respiración de un animal, un animal que sabía que iba a matar. </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Entonces alguien llamó a la puerta. Robert ladeó ligeramente la cabeza sin perder de vista a su presa. </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—¿Quién es? —chilló.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—Correo para Robert Brown —sonó una voz atenuada por la puerta. </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—Déjalo ahí.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—Necesito entregarlo en persona si es usted el señor Brown. </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Robert resopló. Aflojó el puño y su rictus se aflojó ligeramente. Se dio la vuelta y con ímpetu abrió la puerta. Mary respiró.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—¿Qué coño quieres?</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—¿Es usted el señor Brown?</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—Sí, joder, soy yo.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—Tenga —el muchacho, que apenas ocupaba la mitad que Robert, le entregó la carta—. Buenas tardes, señora —le dijo a Mary a través del escaso hueco que dejaba Robert en el quicio de la puerta. Mary no contestó.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Robert cerró con un portazo. El muchacho seguía en el umbral. Se colocó la gorra y se dio la vuelta con cierta indignación para seguir repartiendo cartas. Él no lo sabía, pero acababa de salvarle la vida a Mary y seguramente también a Jeremy.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Robert no sabía leer, pero reconoció el dibujo del sobre. Era del ejército. Por un instante se olvidó de Mary. Salió de la casa corriendo. Apenas llevaba los pantalones puestos, una camisa desabrochada y las botas. El frío le golpeó, pero no se inmutó. Sus mejillas comenzaron a enrojecer. Se dirigió al bar todo lo rápido que pudo. Sabía qué decía la carta, aunque no supiera leerla. Sabía que su país estaba reclutando a gente. Sabía que había una guerra en Europa. Sabía que la llamaban la Gran Guerra. Sabía que algunos barcos americanos habían sido hundidos. Sabía mucho, lo sabía porque lo contaban en el bar. Entró como una exhalación. Anna Rose lo miró asombrada. Robert tenía el vello de punta por el frío. </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—Ponme un güisqui. Ahora mismo. </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—Eh, eh, eh, grandullón… Tranquilidad y un poco de educación —le esperó Anna Rose—. Se dice «por favor». </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—Ponme un güisqui ahora mismo —repitió Robert.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Anna Rose vio la tensión en su rostro y se imaginó lo peor. Cogió la botella, cogió un vaso. Sirvió un trago y se lo puso delante. </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—¿Qué te pasa?</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Robert dejó la carta sobre la barra. Boca abajo. Anna Rose la miró, pero no se atrevió a cogerla. </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—¿Qué es eso? </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—Dímelo tú —le esperó Robert.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Anna Rose la cogió. Miró a Robert que asintió. Anna Rose la abrió, sacó el papel y lo leyó para sí. Anna Rose sintió en envite de felicidad que tuvo que contener como buenamente pudo. Hizo un esfuerzo por entristecer su rostro y le puso el papel delante a Robert. </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—Te llaman a filas. </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—Lo sé —dijo Robert—. Hijos de puta. ¿Cuándo tengo que irme?</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—Tienes que incorporarte mañana mismo. Tienes que ir a la oficina de reclutamiento más cercana. Dicen lo que tienes que llevar. Necesitas…</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—No quiero saberlo —le interrumpió Robert—. Ponme otro trago. —El primero ya estaba en su estómago—. Este me lo pagarás tú. </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—Claro, claro —dijo Anna Rose sonriendo discreta.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Imagen creada por el autor con IA.</p><p style="text-align: justify;">En Mérida a 26 de noviembre de 2023.</p><p style="text-align: justify;">Rubén Cabecera Soriano.</p><p style="text-align: justify;">@EnCabecera</p><p></p><div style="text-align: justify;">https://encabecera.blogspot.com.es/</div><span><a name='more'></a></span><p></p><div><br /></div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5750019062073990014.post-71611191645364137992023-11-19T07:09:00.002+01:002023-11-19T07:12:57.075+01:00La casa de Dios.<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh_TCX9eKrd7fupVwInGrmusbjmRDZS3zt7WUYSkwBha2uHImFYuEr0kXcnn8e57DpiI-wTUW0VVEx_ZwgPfMzHJ2ZEZXhmF9gO51TYGiPN6C6pcBnh-sBfOlZguF3zRT2E5FRyy1TOgy9UZ3MvRVP10t5BZQikuq48_lacj9rsiqBZOk1z8fftaEBDL8h7/s1100/1.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1100" data-original-width="1100" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh_TCX9eKrd7fupVwInGrmusbjmRDZS3zt7WUYSkwBha2uHImFYuEr0kXcnn8e57DpiI-wTUW0VVEx_ZwgPfMzHJ2ZEZXhmF9gO51TYGiPN6C6pcBnh-sBfOlZguF3zRT2E5FRyy1TOgy9UZ3MvRVP10t5BZQikuq48_lacj9rsiqBZOk1z8fftaEBDL8h7/s16000/1.jpg" /></a></div><br /><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Dicen quienes estuvieron allí que fue tan estruendoso el golpetazo que dio en la mesa celestial que cielo e infierno temblaron. Dicen que Dios se levantó y gritó; hacía tanto tiempo que no lo hacía que ni los ángeles ni arcángeles más viejos lo recordaban. Dicen que dijo que no le importaba si había creído o no en él, pero que lo quería allí en ese preciso instante. Dicen que entonces, ángeles, arcángeles y querubines se movilizaron tras dar por resuelto el cónclave de urgencia que había convocado Dios con todos sus bienaventurados. Dicen que al cabo de un instante se presentaron frente a él mostrándole a Andrés con su eterna mueca, su mirada profunda, inquisitiva y reflexiva, y la cabeza ligeramente ladeada mostrando orgulloso su sabiduría acumulada tras toda una vida dedicada a la arquitectura. Dicen que entonces Dios le pidió a Andrés que le construyera su casa. Andrés sonriente le respondió que estaría encantado de hacérsela, a pesar de que no habían sido muchas las casas que él había diseñado durante su vida, pero que, en cualquier caso, se sentía entusiasmado con el encargo y le dijo que necesitaría lápiz y papel…, aunque, al cabo de un instante, breve en la eternidad, Andrés, dubitativo, le preguntó a Dios que dónde había vivido hasta entonces. Dios le respondió, al menos, eso dicen los que estuvieron allí, que había estado esperando el momento oportuno para que él le pudiera hacer su casa. Andrés, persistente como era, no encontró satisfacción en la repuesta y le insistió, «Ha habido maravillosos arquitectos antes que yo a los que podías haber llamado para hacerte una casa. Me parece extraño que hayas esperado tanto tiempo por mí». Dicen que Dios le miró, sonrió, le tendió la mano y le pidió que le siguiese. Andrés, complacido con la invitación, le acompañó. Dios le llevó a un lugar especial, a un lugar distinto a todos, un lugar indescriptible en el que luz y espacio se fusionaban haciéndose indistinguibles e indescifrables para el común de los mortales. Pero Andrés lo entendió nada más verlo, Andrés supo cómo encajar, organizar, fusionar y ordenar luz y espacio para crear. Para crear su propia luz, su propio espacio, su propia materialidad y provocar sus propias emociones. Andrés lo comprendió enseguida. Dios lo miró y sonrió. Si alguien hubiera podido leer su pensamiento, cuestión esta que no está al alcance de nadie, habría sido claro, transparente, propio de su divinidad: estaba seguro de haber acertado. Dios asintió. Andrés comprendió. Dios ya tenía su casa. </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Imagen de Andrés Perea Ortega, fallecido el 16 de noviembre de 2023</p><p style="text-align: justify;">En Mérida a 17 de noviembre de 2023.</p><p style="text-align: justify;">Rubén Cabecera Soriano.</p><p style="text-align: justify;">@EnCabecera</p><p style="text-align: justify;">https://encabecera.blogspot.com.es/<span></span></p><a name='more'></a><p></p><div style="text-align: justify;"><br /></div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5750019062073990014.post-66066301707546364282023-11-12T07:39:00.002+01:002023-12-31T09:57:13.775+01:00El cazador de moscas (iii).<p style="text-align: justify;"><br /></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgxwRDT3fcfiGjm9mcI_PFb233MPdfJ4rqeaJBYwBRatXvTRgipIxjqP3jfHac8gLN0O0FKgMuaX416jR9UoMdRfU0MOHRgaAwL1w5xXIlMcMk2nhbF-0Sa4BmS6IWto1o5Blazujj8I_5wgRO3SxBE-AVfnQrIdkC1cLhbjddHRohdwvvm_fYoI-A8JkJt/s1024/1.jpeg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1024" data-original-width="1024" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgxwRDT3fcfiGjm9mcI_PFb233MPdfJ4rqeaJBYwBRatXvTRgipIxjqP3jfHac8gLN0O0FKgMuaX416jR9UoMdRfU0MOHRgaAwL1w5xXIlMcMk2nhbF-0Sa4BmS6IWto1o5Blazujj8I_5wgRO3SxBE-AVfnQrIdkC1cLhbjddHRohdwvvm_fYoI-A8JkJt/s16000/1.jpeg" /></a></div><br /><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—Mary, ¿de quién es ese niño que tienes ahí? —le preguntó Anna Rose asombrada.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—Es mío —respondió Mary inmediatamente, aunque su tono revelaba cierta inseguridad—. Estaba en la puerta de casa esta mañana —prosiguió. </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Anna Rose la miró incrédula, pero no suprimió la sonrisa de su rostro. Estaba acostumbrada a sonreír. Era lo que querían ver en ella los clientes. Era una mujer, cualquier otra cosa habría sido una temeridad por su parte y habría comprometido la pervivencia del bar. </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—Pero… —Mary la interrumpió.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—No —la interrumpió con una seguridad que asombró a Anna Rose—, ya lo he decidido. Será mío.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—Mary, ¿has tenido algún hijo antes? —Anna Rose intentó razonar con ella antes siquiera de saber nada más del niño.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—No —la miró sorprendida—. ¿Por qué? </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—¿Sabes cuidar a un hijo…? En cualquier caso, de dónde ha salido ese niño.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—Ya te lo he dicho. Lo dejaron en la puerta de mi casa.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Anna Rose se iba acercando poco a poco a Mary. Salió de detrás de la barra. Su rostro blanquecino casi deslumbraba a pesar de que la luz que penetraba impasible por la puerta del bar, todavía entreabierta, resultaba pusilánime. Mary reaccionó instintivamente sintiéndose intimidada, protegiendo con su cuerpo al niño y girándose levemente como si Anna Rose pudiera suponer una amenaza para el niño. Anna Rose siguió acercándose.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—Es precioso, qué moreno. Tiene mucho pelo.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—Es mío —dijo Mary.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—Claro, claro. Solo quiero verlo. </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Mary se giró para mostrarlo, pero manteniendo la misma tensión. Lo tenía envuelto y recogido en la manta con la que había aparecido en la puerta del porche de su casa esa misma mañana. Arrullado como estaba, apenas se le veía la cara. Mary retiró parte de la manta y Anna Rose acarició su rostro. Sonrió. El niño estaba despierto. Los ojos sumamente abiertos parecían observar todo lo que le rodeaba. Anna Rose le besó suavemente la cabeza. El niño no reaccionó. </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—Es precioso —repitió Anna Rose.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—Lo sé. Anna Rose lo voy a cuidar con todo mi corazón. ¿Puedes decirme qué pone aquí? —le enseñó levantando ligeramente las muñecas sin soltar al bebé el papel que tenía entre las manos con las que sujetaba al niño y que había sacada de la improvisada cuna—. Estaba en la cuna, entre las mantas.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Anna Rose lo cogió con sumo cuidado para no molestar a Mary mientras sostenía al niño. Lo desdobló y leyó en voz alta: «Jeremy Rodrigues». </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—Debe ser su nombre. </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—Sí, es su nombre —dijo Mary más tranquila—. Pero el apellido está mal. Será Parson, mi apellido. Iré a la iglesia a bautizarlo en cuanto pueda. Jeremy Parson, hijo de Mary Parson, mi hijo.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">No se le pasó ni por un instante que pudiese llevar el apellido de su marido. No era algo concebible para ella. Era su hijo. Su propio hijo, Jeremy. Anna Rose hizo una mueca. Sabía quién era Mary y quién era su marido. Podía reconocer cada una de las cicatrices que Mary escondía como podía, las visibles y las que habían hecho encallecer su corazón. El corazón de Anna Rose se encogió. Intuía lo que podría pasarle a Mary, a Mary y al niño si Robert, al verlos, reaccionaba tal y como ella intuía o, mejor dicho, sabía que haría. Mary aguantaría otra paliza más, fuese como fuese. Era un mujer dura por más que su aspecto pareciese delicado, pero el niño, el niño no sobreviviría ante un animal como Robert. </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—Mary, ¿quieres mudarte conmigo? —se lo dijo sin pensarlo dos veces, fue un impulso piadoso, casi un acto de caridad que le salió del alma a Anna Rose. </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Mary se quedó sorprendida, aturdida porque no sabía en realidad si lo que había escuchado era lo que había escuchado. No entendía, pero en lo más profundo de su ser quería entender. Estaba deseando decir que sí. Por un instante vio una luz en su vida cuyo significado desconocía, pero que le llenaba de esperanza, una esperanza que había enterrado hacía ya demasiado tiempo, hacía ya demasiadas palizas que su fe en la vida había desaparecido. Mary se emocionó, pero no dejó que las lágrimas surgieran de sus ojos. Había aprendido a controlar el llanto que le producía el dolor que le infringía su marido, pero no estaba preparada para soportar la emoción proveniente de la compasión. </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—¿Por qué iba a querer mudarme a vivir contigo? Tengo casa. Tengo marido. Tengo todo lo que necesito —lo dijo casi indignada, sorprendida por la propuesta. </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Seguramente si Anna Rose hubiera insistido, Mary se habría desmoronado y accedido, y seguramente habría sobrevivido más a su infame vida, pero Anna Rose entendió y Mary resistió. Arropó de nuevo al niño y le preguntó a Anna Rose si tenía algo que pudiera utilizar para cuidar al niño. </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—Cualquier cosa me vendrá bien —le dijo—. Cualquier cosa. </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Anna Rose negó con la cabeza. </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—Pero si quieres puedo ofrecerte leche o comida. Puedo conseguirla a buen precio. Seguro que encuentro algo para bebés. Seguro que…</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—Nada, no te preocupes —le interrumpió Mary—. Si encuentras algo y te acuerdas, bien. Si no, pues nada…</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Mary se dio la vuelta y se dirigió a la puerta que no acababa de cerrarse. Un aire gélido, como un maldito presagio, golpeó su cara. Arropó al niño y salió. Anna Rose se asomó tras ella. Ambas estuvieron a punto de llorar. Era la misma pena, pero ambas se contuvieron, ya tendrían motivos para sollozar. Debían ahorrar sufrimiento.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">La mujer y el recién nacido regresaron a casa. El camino era corto. El pueblo era pequeño. Mary pasó por delante de la iglesia, pero no la miró. No quería siquiera imaginar que el padre John pudiera estar por allí, la viese y se interesase por el bultito que llevaba entre sus brazos. Ya no ansiaba su ayuda. Ahora el hijo era suyo y nada podría detenerla, «Ni tan siquiera Robert», pensó con una determinación inusitada en ella. Su paso era firme, más seguro de lo que nunca antes había sido. </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Imagen creada por el autor con IA.</p><p>En Trujillo a 11 de noviembre de 2023.</p><p>Rubén Cabecera Soriano.</p><p>@EnCabecera</p><p>https://encabecera.blogspot.com.es/</p><p><span></span></p><a name='more'></a> <p></p>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5750019062073990014.post-59974233649367587442023-11-05T12:02:00.004+01:002023-12-03T09:06:19.687+01:00Diario de un viaje no emprendido (ii).<p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;"></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjvhswPQ26TV5SGlF89MJUEs3CstsufKCSYqfrb6yTUwVT7Yi8bZYzczoAzFSqDdj9S-EHHLihNyR-JKZ-2f8ONFCz_Gv5qbzWe9bJQFpgzENbvzDxZ-VWNuzMWCMssUAJ9wZCqlvaQP1WV8-DLE5fVbMZIoP5sH4tKmKfqNTz1MSGjcnGeGztR_cUZQ-Un/s1024/1.jpeg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1024" data-original-width="1024" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjvhswPQ26TV5SGlF89MJUEs3CstsufKCSYqfrb6yTUwVT7Yi8bZYzczoAzFSqDdj9S-EHHLihNyR-JKZ-2f8ONFCz_Gv5qbzWe9bJQFpgzENbvzDxZ-VWNuzMWCMssUAJ9wZCqlvaQP1WV8-DLE5fVbMZIoP5sH4tKmKfqNTz1MSGjcnGeGztR_cUZQ-Un/s16000/1.jpeg" /></a></div><br /><div style="text-align: justify;">Había una casa en aquel barrio lejano que me llamaba poderosamente la atención, apenas alcanzaba a vislumbrarla cuando se abría la puerta y entraba o salía algún flamante coche. No siempre era el mismo. Eso me maravillaba. El caso es que la casa se veía a lo lejos, distante, inalcanzable, casi como un sueño en duermevela que parece real, pero que se diluye en la imaginación cuando te esfuerzas por tocarlo. No recuerdo bien cómo era, solo soy capaz de evocar las sensaciones que me producía. Eran fabulosas: imaginaba que estaba dentro, en mi dormitorio, inmenso, lleno de juguetes, de ropa, con gente a mi alrededor que me traía la comida, que me lavaba, que me concedía cualquier capricho que quisiese. La realidad es que esto ya lo tenía en mi casa, solo era una cuestión de escala, pero tampoco fui consciente de esa realidad hasta que ya fue demasiado tarde. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><p></p><p style="text-align: justify;">Un día, paseando por ese barrio rico, dirigiéndome hacia aquella casa, me paró un señor. Llevaba un sombrero que me pareció el más elegante del mundo. Recuerdo que tenía un bigote fino, extremadamente fino, casi una línea de color negro, y que sus zapatos brillaban a pesar de que era un día lluvioso. Llevaba una gabardina de color gris cenizo. «¿Te has perdido?», me preguntó. La interpelación me fascinó, no me dijo que qué hacía allí, no me dijo que cómo me había colado en aquel barrio, no me dio un pescozón que era a lo que estaba acostumbrado. Quise entender que me había confundido con un niño del barrio. Es verdad que yo, gracias a mi madre, siempre vestía con el mayor de los decoros e iba impoluto, cosa que en un niño de suburbio pobre ya era toda una hazaña. Así que le dije, llenando mis palabras con toda la dignidad y seguridad de que era capaz, que estaba paseando, que me dirigía a mi casa. Entonces me preguntó que cuál era mi casa. «Aquella», le señalé dirigiendo mi dedo hacia la casa, de cuya imaginaria felicidad, me había enamorado. El señor torció el rostro, quise pensar que de envidia, pero ahora, transcurridos los años, supongo que tal vez fue de compasión. El caso es que me pasó la mano por la cabeza. Se despidió con un gesto y prosiguió su camino sin decir nada. Yo me quedé quieto, pensativo y al cabo de unos instantes me giré para observar como se alejaba aquel señor tan elegante de exquisito acento. Cuando dobló la esquina y desapareció de mi vista proseguí mi paseo. </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Al cabo de unos meses me sentía parte de aquel maravilloso barrio. Incluso me saludaban las gentes con las que me cruzaba. Bien cierto es que eran carteros, repartidores o lecheros, pero a mí eso no me importaba porque me hacía sentir parte de algo que no era mío y que deseaba con toda mi alma. Seguí dando esos paseos durante mucho tiempo hasta poco antes de tener edad para ir a la universidad, donde conocí al hijo de los dueños de la casa. Dejé de pasear por esas calles que me maravillaban porque me dieron una paliza, aunque nunca la olvidé. Recuerdo que era un día nublado, caía algo de lluvia de vez en cuando. Las hojas de los árboles del acerado estaban caídas en el suelo. La imagen era bucólica, yo ese día estaba especialmente emocionado, me encantaba el otoño de mi barrio, digo «mi barrio» como si realmente fuera mío, aunque nada más lejos de la realidad. Lo que creí que era un coche de policía se acercó. No era habitual ver patrullas por esta zona, aunque es cierto que en alguna ocasión me crucé alguna. Se paró a mi lado y la ventana del copiloto se bajó. Me preguntaron amablemente que dónde vivía. «Aquí cerca», le dije. Él insistió: «¿Dónde?». Señalé tímidamente la casa de la que estaba enamorado. Mi amor era platónico, amaba lo que representaba para mí. Uno de ellos se bajó, el rostro amable se había transformado en una cara descompuesta. «¡Vamos, te acompaño!», me gritó. No fui capaz de dar ni un paso. Comencé a lloriquear. Me agarró del brazo, con fuerza, con mucha fuerza. Me dolía. Grité, no sé si de miedo o de dolor. Entonces me arreó un bofetón. Recuerdo perfectamente el movimiento de la mano abriéndose cruzada por delante de su cuerpo y abalanzando sobre mi rostro el revés. El golpe fue atroz, caí al suelo. Noté un sabor extraño en la comisura del labio. Era sangre. No era la primera vez que me pegaban, ni que sangraba con un golpe, esa era una costumbre de mi padre con la que había aprendido a vivir. Tampoco habían faltado las peleas en las que los chavales de mi barrio, mi verdadero barrio, me golpeaban por el mero hecho de ser distinto. Sin embargo, ese golpe fue diferente. Me sentí avergonzado, impotente, vejado en lo más profundo de mi corazón. Me sentí indefenso. Sentí miedo, mucho miedo. El conductor se bajó. Le susurró algo al oído al que acababa de tirarme al suelo. Comenzó a llover. Eso no pareció importarles. El copiloto se puso los guantes. Me sujetó por la solapa de mi abrigo y me levantó como si fuese un pelele. Me zarandeó y me advirtió que, si me volvía a ver por allí, el recuerdo no sería tan agradable como el que me iba a llevar ese día. Entonces arrojó su puño contra mi cara. El impacto fue terrible. Me golpeó entre el ojo y la nariz. La sangre comenzó a manar como si de un arroyuelo se tratase. Me estaba manchando la única ropa presentable que tenía. No caí al suelo porque me tenía sujeto. Intenté zafarme no porque quisiera huir de él, sino porque quería evitar seguir manchándome para eludir la reprimenda de mi madre. Recibí otro golpe, prácticamente en el mismo sitio. No me dolió nada, pero entonces empecé a llorar.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p>Imagen creada por el autor con IA. </p><p>En Mérida a 5 de noviembre de 2023.</p><p>Rubén Cabecera Soriano.</p><p>@EnCabecera</p><p>https://encabecera.blogspot.com.es/</p><span><a name='more'></a></span><p><br /></p>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5750019062073990014.post-5340624696435708422023-10-29T08:32:00.004+01:002023-12-03T08:59:28.565+01:00Diario de un viaje no emprendido (i).<p style="text-align: justify;"><br /></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgTlmmRH-tm_WuMKeTdzuY1NZfUPHER5Fus-1BM1CeArTjPDfGlki9oHXFE8QLkQ6vAscyosSWdjrv-kagTszDNZmGptDbSZ9mHsfktMD4KM9sYXt-ZZN1P2Qupottt0OqYlAgI8p7VYN4ieDPd6bANkn9FMLgHlIREiyRvTyL6FD7rqRyTGFtS7hq_5FX4/s1024/1.jpeg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1024" data-original-width="1024" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgTlmmRH-tm_WuMKeTdzuY1NZfUPHER5Fus-1BM1CeArTjPDfGlki9oHXFE8QLkQ6vAscyosSWdjrv-kagTszDNZmGptDbSZ9mHsfktMD4KM9sYXt-ZZN1P2Qupottt0OqYlAgI8p7VYN4ieDPd6bANkn9FMLgHlIREiyRvTyL6FD7rqRyTGFtS7hq_5FX4/s16000/1.jpeg" /></a></div><br /><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">No ha sonado el despertador. Ayer tampoco lo hizo, ni mañana lo hará. Así es siempre, aunque siempre está conectado. Es la duda tormentosa de si no seré capaz de levantarme. Es una incertidumbre absurda, casi irracional, estadísticamente imposible, pero permanente. Me levanto, orino, y entonces es cuando suena, regreso, apago la alarma para que no moleste a nadie. Es de noche, como ayer, como mañana. Me preparo: me coloco la camisa, me pongo los calcetines, me subo el pantalón, desayuno, me lavo los dientes y la cara, me mojo el pelo y con la mano me lo aplasto dándole la forma más parecida a la que un peine me ofrecería, me calzo y me dirijo a la puerta. Estoy frente a ella, parado, indeciso… apesadumbrado. Me lleno de valor y la abro. Instantes después la cierro. Sigo dentro. Me descalzo y me dirijo a mi silla, esa que solo a mí me reconoce, en la que solo yo puedo sentarme con comodidad. El camino de hoy era largo. Varias decenas de kilómetros que no recorreré. Ayer tampoco lo hice, ni mañana lo haré. El camino forma parte indisoluble del viaje. No es posible esta consideración a la inversa. Cada día que no camino, cada día que no recorro la distancia prevista, extensa, pero contenida y potencialmente variable, dejo parte de mi viaje atrás. Es una sensación atroz: la “estaticidad” de aquel que está preparado, listo para la acción, pero que renuncia al movimiento por cobardía. </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Sentado, cojo un libro, cualquiera, solo necesito distraer mi mente, hacerla huir del permanente reproche que me ofrece mi cerebro por renunciar a mi viaje. Silencio su protesta con unas líneas ajenas que me maravillan por su sencillez. No miro el título, no me importa, tampoco el autor. Ni tan siquiera he iniciado un capítulo, me he limitado a abrirlo por cualquier página y me he puesto a leer. Solo necesito cinco minutos para devolver mi mente al estado catatónico permanente del esclavo que lo es sin saberlo. Yo comienzo a darme cuenta, pero niego la evidencia, huyo de la frustración para evitar mi muerte como el soldado racional lo hace de la batalla para evitar la suya. Cierro los ojos, ya he tenido suficientes párrafos. He apaciguado mi hambre de libertad, la he contrarrestado con la libertad ajena. Eso me satisface, no me completa, pero me sirve para devolverme a la realidad de la que huyo. Todo se simplifica si evito mi propio pensamiento crítico. Me pongo a trabajar. Eso me distrae, me ocupa. Sigue siendo de noche, aún queda un buen rato para el amanecer y tengo la certeza, como ayer, como mañana, de que nadie me molestará, aunque es lo que más desearía en este mundo, que alguien me zarandease, que me dijese que soy un afortunado, que tengo aquello de lo que otros carecen, tengo constancia, tengo fuerza, tesón, pero soy un cobarde. Esto no quiero que nadie me lo diga, nadie, me sobra con saberlo y solo tengo que decírmelo yo mismo de vez en cuando para evitar un intencionado olvido que me terminaría hundiendo en el ostracismo de los perdidos. Yo aún no lo soy, por suerte, aunque méritos no me faltan. Me muevo con soltura en el limbo de quienes han visto el cielo, pero les sujeta el infierno, tirando de ellos con fuerza, sujetando sus pies para que sus cabezas no aspiren el aire puro de la vida plena que se encuentra arriba, donde solo se llega si emprendes tu viaje, pero que nadie te asegura alcanzar, aunque lo intentes.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Dicen que es fácil olvidar, que el cerebro humano está programado para hacerlo, que es la única vía de supervivencia que tiene. Dicen que si lo recordásemos todo estaríamos en permanente estado de frustración y desconsuelo: deprimidos hasta morir. Yo no sé olvidar. Tal vez es una tara psíquica de mi mente, puede que sea una enfermedad o, quién sabe, pudiera ser que se tratase de un don que solo unos pocos poseen y que nos convierte en extraños especímenes abocados a la desaparición por mor de nuestra extraña naturaleza. El caso es que mi cerebro se empeña en recordarme de forma constante qué soy y qué hice. Al menos, en cierto momento, decidió dejar de recordarme cuándo lo hice, no sé si por olvido o para atenuar, apiadándose de mí, la tortura permanente en la que me sumía. Eso me ayuda porque la distancia mitiga la culpa por más que no se olvide el hecho. Me atormenta recordar lo que hice, pero más tormento es aún saber que fui yo el que lo hice.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Corrían las postrimerías del siglo xx. No podría precisar más la fecha, ya digo que mi cerebro decidió apiadarse algo de mí y obviar este dato. Por aquel entonces yo era un jovenzuelo hambriento, quería comerme el mundo, confiaba en las oportunidades que podía encontrar, que debía encontrar, aunque no olvidaba que fue el azar, especialmente el azar, el que me permitió estar donde estaba, el que me había colocado en una zona media, confortable, de un país occidental desarrollado. Tenía a mi disposición todas las libertades, demasiadas tal vez, para ser gestionadas por un imberbe. Mi ser, mi yo, podría haber existido en cualquier otra parte del mundo menos propicia y con seguridad estaría muriéndome de hambre sin tener arrestos para plantearme pensamientos tan fútiles como mi futuro emocional frente a la inanición que arrebataría todo el tiempo a mi mente para lograr la supervivencia de mi cuerpo. Solo cuando estamos saciados nos ocupamos de otros menesteres prescindibles. El desarrollo avanza con las necesidades cubiertas, pero se posterga ante el hartazgo. Yo me estaba hartando, estaba sufriendo una indigestión de abundancia y lo peor es que no me daba cuenta y nadie me lo decía; cuánto habría agradecido una advertencia, un consejo, si es que alguien con el suficiente juicio y sensatez se hubiera atrevido a darme las indicaciones oportunas y a enfrentarse a mi, con toda probabilidad, beligerante excusa. Esta era una situación generalizada, he de decir, en absoluto exclusiva de mí. No era yo el único ahíto, si bien, desde luego, fui consciente demasiado tarde. Demasiado tarde. </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Todo lo que observaba a mi alrededor cuando escapaba de mi vida era opulencia y yo no hacía nada por evitarla. Me acercaba a ella con fruición sin ser consciente de que era una realidad pasajera, falsa. No me correspondía a mí disfrutar aquellos parabienes que habían sido otorgados a otros y de los que yo, por mis circunstancias que ahora pasaré a relatar, estaba gozando. Nací pobre y el que nace pobre, muere pobre. Este es un aforismo que se demuestra veraz para todos o, al menos, para casi todos, según quise creer. Mis padres me dieron educación, toda la que pudieron y con gran esfuerzo, pero a mí, desagradecido, eso no me pareció suficiente porque conocí un mundo que se me antojaba envidiable y que deseé con todas mis fuerzas. Tanto fue así que dediqué gran parte de mi vida a ser aceptado entre esa, para mí, imaginaria élite que está constituida por los ricos y para la que es necesario ser uno de ellos si se quiere pertenecer a ella. Yo no era rico y no podía pertenecer a ella por más que me esforzase en acercarme a ellos, en relacionarme con ellos, en unirme a ellos, en vestir como ellos, con un esfuerzo económico por mi parte que me costaría a la postre más de lo esperado, he de decir. En definitiva, quería ser uno más entre ellos y, en realidad, no podía. No era rico. Mi envidia, según recuerdo, surgió desde muy pequeño. Vivíamos en un pequeño piso de la periferia de la capital. En un barrio obrero, pero el centro de la ciudad estaba abierto a todos, es lo que tienen las libertades y los ojos, también libres, que miran hacia donde quieren. No sé si existía algún tipo de atractivo singular en los colores de los escaparates o, tal vez, los niños más favorecidos llevaban un peinado especialmente atractivo. El caso es que siempre me fijé en los juguetes más grandes –y caros— y en la ropa más elegante —y cara— que llevaban esos niños ricos. Yo lo pedía y mis padres, con buen criterio me decían que no podíamos permitirnos esos lujos, pues eran lujos en verdad, al menos, para nosotros. Sin embargo, mis ojos se perdían entre esos objetos, entre esas telas, entre esos zapatos. La verdad es que siempre tuve buen gusto. No sé de dónde surgió, no sé de quién lo heredé o quién me lo inculcó, pero es cierto que supe reconocer desde siempre las cosas de calidad, o tal vez debería decir, prohibitivas. Mis padres eran sencillos en su vestimenta, condicionada, claro está, por nuestra situación económica. Mi madre siempre vestía con suma dignidad, mi padre era algo más dejado, pero ahí estaba mi madre para controlarle. «Ser pobre no significa ser pordiosero», solía decirme y yo obedecía a pies juntillas. Cuando terminaban las clases, después de comer, me bajaba a la calle, no tendría más de diez u once años, y, en lugar de quedarme en mi barrio donde todos eran más o menos como yo, en lo referente a la situación económica, recorría varios kilómetros y me adentraba en las urbanizaciones más ricas de la ciudad de las que había oído hablar con antelación. Allí merodeaba hasta encontrar alguna casa con jardín lo suficientemente grande como para albergar el patio entero de mi colegio y buscaba alguna oquedad en el seto del vallado perimetral para curiosear dentro. A veces localizaba algún niño jugando en solitario, otras veces dos o tres niños, pero nunca grupos numerosos. Me di cuenta, tarde, de que en esas zonas no se veían niños jugando por las calles por más que estas fuesen anchas y con aceras muy bien cuidadas, no como en las calles de mi barrio, rebosantes de niños que gritaban y correteaban de un sitio para otro con los pies llenos de barro por los numerosos charcos que minaban la calzada. </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p>Imagen creada por el autor con IA. </p><p>En Bilbao a 19 de septiembre de 2019 y Mérida a 29 de octubre de 2023.</p><p>Rubén Cabecera Soriano.</p><p>@EnCabecera</p><p>https://encabecera.blogspot.com.es/</p><span><a name='more'></a></span><div><br /></div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5750019062073990014.post-12364102571024453362023-10-22T09:32:00.002+02:002023-11-11T10:53:05.066+01:00El cazador de moscas (ii).<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgRllLHqlK7HKV4wCx-2riC_GwX4WdHRiBQst0jIefJZyNpuuSN8_vKhxeDQrqYL3CCi-dCEQ42Y5vhkyUc16fkBT2zl3FzPcv5Co-FZx_TqXp0Y7B3lbLdXBT9IGuaDKRg4y1WYi_v9NwQDP4sy0l_9jcIcuNO2YZjUzjIWCKejQtNj9IKRp68N7B18brz/s1024/1.jpeg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1024" data-original-width="1024" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgRllLHqlK7HKV4wCx-2riC_GwX4WdHRiBQst0jIefJZyNpuuSN8_vKhxeDQrqYL3CCi-dCEQ42Y5vhkyUc16fkBT2zl3FzPcv5Co-FZx_TqXp0Y7B3lbLdXBT9IGuaDKRg4y1WYi_v9NwQDP4sy0l_9jcIcuNO2YZjUzjIWCKejQtNj9IKRp68N7B18brz/s16000/1.jpeg" /></a></div><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Robert no se despertó hasta el mediodía. La noche anterior fue dura. Al menos ese fue su pensamiento nada más abrir los ojos. Le dolía la cabeza, pero eso nunca fue un problema. Como si de un autómata se tratase, se acercó a un altillo al lado de los fuegos de la cocina, abrió la puerta destartalada y cogió una botella de güisqui. Los tablones del suelo chirriaron quejándose acompasados a su caminar. Robert era muy pesado, cuando Mary caminaba por la casa, el silencio era absoluto. Mary había aprendido a caminar sin hacer ruido. Robert quitó el tapón y se echó un trago a la garganta. Aún le dolía la cabeza. El alcohol no produjo ninguna reacción en él. Era como agua. Tenía las botas puestas. Se sentó en el diván, también destartalado, en el que había pasado la noche, que no era más que cuatro o cinco tablas apuntaladas con forma de camastro con una manta recia tapándolas, y se descalzó. Los calcetines que aparecieron estaban llenos de remiendos. El olor le echó atrás y le provocó una arcada. Algo que el alcohol no conseguía. Gritó «¡Mary!» y esperó unos segundos. Sus ojos se llenaron de ira al no escuchar respuesta. No sabía qué hora era. Volvió a gritar, pero esta vez con menos fuerza, como si en realidad estuviese intentando que no le oyese. Y lo repitió una tercera vez. Entonces se levantó. Su rostro se había torcido, pero una muesca sardónica apareció en sus labios. «Mary» dijo de nuevo en un tono normal, «¿dónde está la comida?». Mary había salido. Se había llevado al niño en brazos. Nunca se le hubiera ocurrido dejarlo en casa solo con su marido. Mary había dejado unas gachas preparadas en el fuego. Esa era la comida habitual que en ocasiones acompañaba con alguna pieza de caza menor que Robert trapicheaba a cambio de alguna chapuza que le encargaban de vez en cuando más por piedad que por necesidad. Robert no vio o no quiso ver la cazuela con la comida preparada. Desde luego no la olió. Hacía tiempo que había perdido el sentido del olfato en una de las muchas peleas que provocaba a horas intempestivas en el bar del pueblo. Mary también recibió una paliza al día siguiente porque Robert se quejó de que la comida no olía a nada. Robert estaba acostumbrado a que la comida estuviese puesta en la mesa para cuando él quisiera comer. No concebía tener que servírsela él mismo. Probablemente no habría sabido encontrar un plato, un cubierto o cualquier utensilio para servirla. Mary lo sabía, pero la aparición del niño había provocado que descuidase esos detalles que día a día la salvaban de alguna que otra paliza. Robert se calzó las botas y buscó a Mary en el dormitorio que era la única otra habitación que había en la casa. No estaba. Salió de la casa y se dirigió al excusado que estaba en una suerte de jardín trasero, tan ruinoso como el resto de la casa, pensando que la encontraría allí haciendo sus necesidades. Su mente proyectó una imagen de Mary meando y a él cogiéndola de los pelos y arrastrándola hacia la casa. Eso le produjo cierta excitación. Nunca la pegaba fuera de casa. Él no era consciente de eso, pero Mary sí se había dado cuenta e intentaba ausentarse todo lo que podía, pero también sabía que no estar allí cuando él la requería acumulaba odio en Robert. En esta ocasión Mary no había actuado para salvaguardar su integridad y su dignidad. Ambas estaban perdidas desde hacía mucho tiempo. Mary había salido porque quería encontrar cosas para el bebé. Había decidido quedárselo. En lo más profundo de su ser sabía que aquello era una locura con Robert a su lado. La realidad es que no tenía ni idea de cuál sería su reacción con el niño, sin embargo, sí sabía qué le pasaría a ella. En cualquier caso, estaba decidida a quedárselo y a protegerlo con su vida. No se le pasó por la cabeza qué sería del niño si ella moría. </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Mary había ido a ver a Anna Rose, era su única amiga. Era una mujer soltera, la única que vivía en el pueblo y regentaba el bar, el único que había en el pueblo. Ese era el único motivo por el que Anna Rose seguía allí: el bar, su bar. Había pertenecido a su madre que lo administró desde que su padre falleció cuando ella era una chiquilla. Anna Rose no sabía hacer otra cosa. Lo había aprendido todo de su madre y comenzó a trabajar con ella desde muy pequeña sirviendo la bebida a los clientes con una bandejita minúscula para que no le pesasen demasiado las copas. Anna Rose era fuerte, muy fuerte, había que serlo para poder dirigir un bar al que solo iban hombres y cuyo único deseo era emborracharse y desahogarse de las miserias que les rodeaban. Sin embargo, no era muy grande, más bien pequeña y de aspecto delicado. Su piel era sumamente blanca y su pelo rubio casi parecía cano. Mary la admiraba. Anna Rose sentía pena por ella. En cualquier caso, eran algo parecido a amigas. No se juntaban para tomar café y contarse sus inquietudes y preocupaciones. Más bien Anna Rose intentaba insuflarle a Mary algo de ánimo para que sobreviviese. Comprendía perfectamente la situación que vivía Mary y procuraba hacerle ver que debía tener mucho cuidado con su marido. Por supuesto, nunca la animó a enfrentarse a él, más bien intentaba darle algún que otro consejo para sobrellevar mejor su martirio. Anna Rose pensaba que cualquier día alguien entraría por la puerta para decirle que Mary había muerto. No le dirían el motivo, pero ella lo sabría. Para Robert, Mary no valía más que algún perro pordiosero de los que merodeaban el pueblo. Pero para Anna Rose, Mary era una mujer que había sufrido lo indecible de forma inmerecida y estaba dispuesta a ayudarla. De hecho, en alguna ocasión había amenazado a Robert con no servirle bebida si golpeaba de nuevo a su mujer. Él se reía a carcajadas, aunque en el fondo había cierto temor en su reacción. «Entonces tendré que comprar más botellas en el economato y dejaré de verte», le decía guiñándole un ojo. Anna Rose cedía y le invitaba a una copa a condición de que jurase no volver a pegar a Mary. Robert respondía riéndose que él no era un animal y que no la pegaba si no había algún motivo. Cuando Anna Rose vio entrar a Mary por la puerta con el niño en brazos se le heló el corazón.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p>Imagen creada por el autor con IA.</p><p>En Mérida a 22 de octubre de 2023.</p><p>Rubén Cabecera Soriano.</p><p>@EnCabecera</p><p>https://encabecera.blogspot.com.es/<span></span></p><a name='more'></a><p></p><div><br /></div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5750019062073990014.post-49421331494957861312023-10-15T10:32:00.009+02:002023-11-01T20:23:55.319+01:00No es guerra.<p style="text-align: justify;"><br /></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiz9g2vNUlDOZ9Wc50wnNBk5G0GoDBV4VFYYyjr20MHt2-PqhZdzGPbHgH8jp48TPCMezY5hc8cFywlM-TO2dOt1WDdSrkI7kiygWh0Al8X2sBnN8eHXRalt0QwBernxekt_TSt0p9Oh2dc_PSGa9_oO4npigTTy3PTh20-9waX0TifSjd28kFTvnXivkZS/s594/1.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="162" data-original-width="594" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiz9g2vNUlDOZ9Wc50wnNBk5G0GoDBV4VFYYyjr20MHt2-PqhZdzGPbHgH8jp48TPCMezY5hc8cFywlM-TO2dOt1WDdSrkI7kiygWh0Al8X2sBnN8eHXRalt0QwBernxekt_TSt0p9Oh2dc_PSGa9_oO4npigTTy3PTh20-9waX0TifSjd28kFTvnXivkZS/s16000/1.jpg" /></a></div><br /><p style="text-align: justify;">El 8 de octubre de 2023 se perpetró un terrible atentado en suelo israelí por integrantes del grupo político-paramilitar, para muchos directamente grupo terrorista, denominado “Hamas”. Es importante la nomenclatura y designación del grupo porque su consideración como terrorista o no determina en gran medida qué está ocurriendo en Israel y Gaza hoy en día, y solo hoy en día, puesto que se trata de una situación sumamente voluble que responde a intereses de todo tipo, en especial económicos y, desgraciadamente, dejando de lado los intereses humanos. Son muchos los países que consideran a Hamas como grupo terrorista, además del propio Israel, quien, por cierto, parece que ayudó con dinero y drogas a crearlo para luchar contra el que fue omnipotente dirigente de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), Yasir Arafat, según las declaraciones que un general israelí, Yitzhak Segev, hizo en una entrevista realizada por David K. Shipler en The New York Times el 28 de marzo de 1981, por supuesto, los Estados Unidos consideran a Hamas como grupo terrorista, Japón, Canadá, Australia, Paraguay y Costa Rica, incluso sorprendentemente Egipto a través de una decisión judicial y fundamentalmente por las implicaciones que tiene Hamas en la región del Sinaí. El caso de Europa es curioso, anda en un quiero y debo, pero no puedo —o a la inversa—, como en casi todo, cuya más reciente resolución sí incluye a Hamas en la lista de personas, grupos y entidades terroristas, según el “Artículo 1” de la “DECISIÓN (PESC) 2023/1514 DEL CONSEJO de 20 de julio de 2023 —poco antes de estos atentados— por la que se actualiza la lista de personas, grupos y entidades a los que se aplican los artículos 2, 3 y 4 de la Posición Común 2001/931/PESC sobre la aplicación de medidas específicas de lucha contra el terrorismo, y se deroga la Decisión (PESC) 2023/422”. Evidentemente existen otros países que no consideran a Hamas como grupo terrorista y no es difícil imaginar quiénes. Están China, Rusia, Turquía, Brasil, incluso Suiza, pero el caso de esta nación responde exclusivamente a sus intereses económicos y las facilidades que ofrece para financiar cualquier grupo, del tipo que sea, y no hay miramientos cuando el capital entra en juego, mientras en sus bancos se depositen ingentes cantidades de dinero. En fin, al final se trata, dicho de forma pueril, de los mismos agentes enfrentados desde hace décadas por los mismos intereses económicos y geopolíticos de siempre. Es, en suma, lo que ha pasado en la historia de la humanidad desde siempre y que, parece, se seguirá repitiendo por siempre de forma cíclica con la única diferencia del cambio de los agentes “perpetrantes”. En términos matemáticos, si la raza humana pudiese sobrevivir de forma indefinida, conceptualmente todos los países que existen o existirán se encontrarían en algún momento de su historia en una de estas situaciones de poder. Es lo que tiene el infinito. Por desgracia —o afortunadamente— no parece probable que esto ocurra, a pesar de la tendencia natural que tienen los humanos de cometer de forma sistemática y cíclica los mismos errores. Qué aburrido resultaría todo esto si no fuese porque en estas peleas de egos mueren miles, sino millones de personas para vanagloria de unos pocos adalides de mensajes divinos, que exaltan las mentes del resto, y que son receptores de ingentes cantidades de emolumentos, no así el resto. </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">El caso es que con los Acuerdos de Oslo de 1993 —que pretendieron poner fin, entre otras cosas a la Primera Intifada iniciada en 1987—, Arafat, como presidente de la Autoridad Nacional Palestina, dirigente de la OLP y del partido político secular Fatah —que curiosamente terminaría acercándose a partir de 2017 a Hamas contra quien había estado enfrentado desde 1987— y por aquel entonces mandatario hegemónico del conglomerado palestino, estado para algunos o sencillamente territorio más o menos ocupado para otros, alcanzó un acuerdo de paz —más bien declaración de intenciones— con Shimon Peres e Isaac Rabin, representantes del estado de Israel tras la Conferencia de Paz de Madrid de 1991. En Oslo estuvieron muchos y muchos se fotografiaron intentando proporcionar una imagen simbólica de un punto final para la guerra fría que ya había “finalizado” en occidente. Estos Acuerdos de Oslo concluyeron de cara a la galería con la concesión del Premio Nobel de la Paz en 1994 al propio Arafat, Shimon Peres e Isaac Rabin. Pero Hamas no quería esta paz y mantuvo sus acciones terroristas contra Israel. Así que los 5 años que se habían dado en los Acuerdos de Oslo para llegar a un entente definitivo con encuentros bilaterales entre el Gobierno de Israel y la Organización para la Liberación de Palestina transcurrieron sin pena ni gloria. Posteriormente en la Cumbre de Paz en Oriente Medio de Camp David de 2000 un egocéntrico Bill Clinton quiso perpetuar en la misma ubicación el éxito del presidente Jimmy Carter de 1978 que fue capaz de alcanzar un acuerdo de paz entre Egipto, representado por el presidente Anwar Sadat, y el Estado de Israel, representado por el Primer Ministro, Menachem Begin, tras la guerra de Yom Kipur de 1973 desarrollada principalmente en los Altos del Golán y en la península del Sinaí, y que había provocado un caos extremo en oriente próximo “iniciado” —si se permite este término tan sumamente relativo— con la guerra de los Seis Días de 1967 donde Israel humilló a la coalición egipcio-sirio-jordana. Aunque si queremos poner algo de cordura en este galimatías debemos referirnos como inicio de los conflictos en época moderna a la decisión la Sociedad de Naciones, fundada en 1919 y antecesora fallida de la Organización de Naciones Unidas, creada el 1 de enero de 1942, después de la Primera Guerra Mundial y durante la partición del Imperio otomano, de otorgar a los británicos poder en Palestina para crear un “hogar nacional para el pueblo judío”. Serán las Naciones Unidas las que el 29 de noviembre de 1947 decidirán la partición de Palestina en dos estados, el judío y el árabe en su “Resolution 181” que, además, ponía fin al “Mandato Británico de Palestina”. Es decir, que los británicos soltaron la patata caliente a la vista de que la cosa se les estaba complicando más de lo que deseaban. En cierto modo ya lo anticipó el pobre e iluso Thomas Edward Lawrence, Lawrence de Arabia, tras ver como su propia nación le traicionaba tras la Primera Guerra Mundial. En cualquier caso, la decisión de la ONU, es decir la partición del estado palestino en dos, fue aceptada por los dirigentes judíos, pero rechazada por los sionistas judíos que querían más y por los árabes que no comprendían por qué debían ceder su territorio. En consecuencia, el 14 de mayo de 1948, el Estado de Israel representado por su primer primer ministro, David Ben-Gurión, declaró su independencia “cumpliendo” el precepto de la Parte I.A de la citada Resolución 181 que ponía como fecha límite para el “Mandato Británico de Palestina” el 1 de agosto de 1948. A esta declaración de independencia siguió la Guerra de la Liberación de 1948 que enfrentó al recién creado estado de Israel, que fue reconocido inmediatamente por los Estados Unidos y la URSS, con los países árabes vecinos, que se negaron a aceptar el plan de la ONU, dando comienzo “oficialmente” al conflicto árabe-isarelí que los palestinos denominan “Nakba”, catástrofe en árabe. </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Tras esta sucinta introducción, nos encontramos hoy en día con una organización que se autodenomina yihadista, nacionalista e islamista —con esa denominación parece complicado no considerarla terrorista— que en 2006 se hace con la mayoría absoluta a través de su lista política “Cambio y Reforma” en el territorio palestino y que fue capaz de hacerse con el control total de la Franja de Gaza, en detrimento de Fatah que mantuvo la Cisjordania. Hamas ha venido actuando con mano de hierro en su sometida población y atentando contra israelíes que han vengado con fuerzas militares los atentados golpeando el núcleo de Hamas, pero también la población civil de Gaza. Sin embargo, Hamas, hoy por hoy, no parece tener un ejército, ni tan siquiera parece gobernar un estado al uso y, por tanto, no se somete a las “reglas de la guerra” establecidas en las Convenciones de Ginebra de 1864, y las siguientes de 1906, 1929 y 1949 y sus posteriores tres protocolos del 1977 y 2005, que dieron pie al Derecho Internacional Humanitario y que han sido ratificados por numerosos países. Hamas atenta contra quienes considera su objetivo y lo hace usando el terrorismo. Por eso el conflicto de Gaza no es una guerra en la que dos ejércitos de dos países se enfrentan para dirimir bajo ciertas reglas sus conflictos. </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">El conflicto de Gaza es una salvajada que Hamas utiliza para que se llame guerra y se reconozca a Palestina como Estado, aunque sea de forma subversiva y sibilina. Y que también Israel denomina guerra para poder poner en movimiento su terrorífica maquinaria bélica herida en su orgullo por la hecatombe sufrida, en apariencia, por su inteligencia ante el ataque sorpresivo de Hamas que asesinó a decenas de personas y secuestró a otras tantas, civiles en su mayoría, para poder negociar intercambios y utilizarlas como escudos humanos. Esto no es una guerra, aunque los dos implicados en ella se obstinen en llamarla así.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Por cierto, en España también hubo gente de ambos bandos que quiso llamar guerra al enfrentamiento entre la banda terrorista ETA y el gobierno español. No lo consiguieron. </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Militantes de Hamas. Fuente: shutterstock, 2023. </p><p style="text-align: justify;">En Berlín a 11 de octubre de 2023 y Mérida a 15 de octubre de 2023.</p><p style="text-align: justify;">Rubén Cabecera Soriano.</p><p>@EnCabecera</p><p>https://encabecera.blogspot.com.es/<span></span></p><a name='more'></a><p></p><div><br /></div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5750019062073990014.post-79294396756552575122023-10-08T09:36:00.004+02:002023-10-08T09:37:05.280+02:00Honorarios Mínimos Interprofesionales (HMI).<p style="text-align: justify;"><br /></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjuPAqBF6JiPgNVvlSyn4nYH9O1jTFE1YUixPXNhNP40SFpyHp1kYF14Eyxxa4IoJSihvUe5zzliBmKxNXuZwNWtV-IHw3fQN5KVO_Zo2iwWXdEJBY3A_0MozQgdFmym9eFkH28vEXijiaT4TQF2FBEHQ920M9ruVSIl-xs6ELV8TJ-aj3hIyjAUEX-XMN6/s1200/1.png" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="800" data-original-width="1200" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjuPAqBF6JiPgNVvlSyn4nYH9O1jTFE1YUixPXNhNP40SFpyHp1kYF14Eyxxa4IoJSihvUe5zzliBmKxNXuZwNWtV-IHw3fQN5KVO_Zo2iwWXdEJBY3A_0MozQgdFmym9eFkH28vEXijiaT4TQF2FBEHQ920M9ruVSIl-xs6ELV8TJ-aj3hIyjAUEX-XMN6/s16000/1.png" /></a></div><br /><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">El Consejo de Ministros del Gobierno de España decidió el pasado 14 de febrero de 2023 tal y como se publica el 15 de febrero de 2023 en el “Real Decreto 99/2023, de 14 de febrero, por el que se fija el salario mínimo interprofesional para 2023”, subir el salario mínimo interprofesional (SMI) hasta 1080 euros brutos en 14 pagas mensuales que vienen a significar aproximadamente 15.120 euros brutos anuales. El Gobierno presenta esta medida consensuada, al parecer, con los sindicatos CCOO y UGT. Entiendo que la patronal se queda al margen. Menudo error no aceptar esta subida por parte de los empresarios y lo digo yo que lo soy, y lo digo con conocimiento de causa tal y como explicaré un poco más tarde. Esta nueva remuneración es de aplicación “tanto para las personas trabajadoras que son fijas como para las que son eventuales o temporeras, y también para las empleadas y empleados del hogar”. Es interesante la matización final —al margen del uso incorrecto hoy en día del género en las palabras— que se extrae de la rueda de prensa que ofreció el Gobierno tras el citado Consejo porque busca hacer hincapié en los sectores más desfavorecidos de la economía. Y no puedo estar más de acuerdo. La aplicación de esta medida supone un incremento con respecto al año anterior del 8% y fue de aplicación con carácter retroactivo. Y no puedo estar más de acuerdo. Analizando los datos, es fácil comprobar que en los últimos cinco años el Gobierno ha incrementado el SMI en un 47%. Y no puedo estar más de acuerdo. </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Por supuesto que el sueldo que un trabajador recibe debe ser acorde al coste de la vida, pero también el hecho de que el sueldo percibido sea digno propiciará reflexiones más o menos sesudas en aquellos que consideren que es más rentable no trabajar y cobrar subsidios que hacerlo. Al menos, si deciden no trabajar —con todos los matices del mundo— o prefieren no buscar empleo en una sociedad como la nuestra, que los números que hagan no les resulten rentables y les predisponga a una búsqueda activa de empleo.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Sin embargo, parece que al Gobierno se le olvida hacer una reflexión sumamente importante que desgraciadamente no afecta a la mayoría de la población, por lo tanto, el número de votos puestos en juego no es extraordinario y, en consecuencia, no relevante para ellos: lástima que se evidencie con tanta impunidad el interés subyacente. Se trata de los profesionales libres autónomos o con pequeñas empresas que se enfrentan en el día a día a honorarios no a sueldos —el término aquí difiere con respecto a la remuneración de los trabajadores— absolutamente indignos. </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Veamos, la “Ley 17/2009, de 23 de noviembre, sobre el libre acceso a las actividades de servicios y su ejercicio”, esto es, la famosa y terriblemente conocida en el sector de profesionales libre como Ley Ómnibus, trajo, entre otras consecuencias —algunas de ellas graves en lo referente al intrusismo— la liberalización de honorarios en prestaciones de servicios en el ámbito europeo, haciéndose referencia específica al artículo 50 del Tratado de la Unión Europea, que pasó a ser el 57. En este se dice que:</p><p style="text-align: justify;">“… se considerarán como servicios las prestaciones realizadas normalmente a cambio de una remuneración, en la medida en que no se rijan por las disposiciones relativas a la libre circulación de mercancías, capitales y personas.</p><p style="text-align: justify;">Los servicios comprenderán, en particular:</p><p style="text-align: justify;">actividades de carácter industrial;</p><p style="text-align: justify;">actividades de carácter mercantil;</p><p style="text-align: justify;">actividades artesanales;</p><p style="text-align: justify;">actividades propias de las profesiones liberales.</p><p style="text-align: justify;">Sin perjuicio de las disposiciones del capítulo relativo al derecho de establecimiento, el prestador de un servicio podrá, con objeto de realizar dicha prestación, ejercer temporalmente su actividad en el Estado miembro donde se lleve a cabo la prestación, en las mismas condiciones que imponga ese Estado a sus propios nacionales”.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Esto ha venido a significar, en resumen —aunque deseo que no fuese la intención del legislador—, que se puede cobrar lo que uno quiera a la hora de prestar un servicio dentro del ámbito europeo. Y eso es una barbaridad. Sencillamente una barbaridad. Al igual que lo es no disponer de un salario mínimo digno. Por supuesto y ni que decir tiene que, si en el sector público se produce esta situación, en el sector privado no es menos terrible e ignominioso, pero hoy toca la crítica a lo público en base, precisamente, a la decisión —correctísima en mi opinión— de lo público de subir el SMI. </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">La administración propicia de forma sistemática un escenario degradante en sus numerosas licitaciones que se fundamentan, entre otras cosas, en el precio como elemento determinante en la adjudicación y terminan socavando la excelencia de los trabajos al estar supeditada la adjudicación a una oferta económica a la baja que puede justificarse si la mesa de contratación la considera desproporcionada mediante informe técnico. Reflexionemos acerca de este asunto. En general los pliegos establecen una fórmula en función del número de licitadores para el cálculo de la puntuación que genera la baja ofertada. Esta fórmula es función del número de licitadores y de la oferta de cada uno de ellos. La administración presupone de forma pueril que el licitador estudia la contratación para que pueda ser rentable. No es verdad, por dios, ¿nadie se ha dado cuenta? —es, por supuesto, una pregunta retórica—: el licitador estudia la licitación para ganarla y hace la mejor propuesta técnica que puede y hace la mejor oferta económica que considera necesaria para ganar el concurso. Y considera la providencia divina para el después. No se evalúan los costes en profundidad ni los distintos elementos a soportar económicamente, se analiza la fórmula y se establece una baja estimada en función de parámetros tan subjetivos como los que la administración evalúa. Es imposible hacer una evaluación económica seria de una licitación y pretender ganarla con la oferta económica ajustada a la realidad por una sencilla razón: la administración licita de partida y en términos generales por debajo del coste real que supone desempeñar el servicio. No es una cuestión de libre mercado o de libre competencia o de autorregulación del propio mercado. No es verdad. No es así. La experiencia lo demuestra de forma tozuda y sistemática. La lástima es que al final salen las cosas —aunque es discutible su excelencia—, normalmente a base de un angustia ímproba de los sufridos adjudicatarios, seguramente por sentirse responsables del uso del dinero público. Y ojo, que no pretendo lanzar una visión buenista de los licitadores. Me limito a hablar con cierta experiencia a mis espaldas.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Me imagino a un sinnúmero de economistas, analistas, peritos y especialistas en distintas ciencias —igual estoy equivocado, pero ese es mi deseo— reunidos en sesudas sesiones de trabajo con los agentes sociales intentando dilucidar el SMI que debe aplicarse a los trabajadores para asegurar un mínimo de dignidad laboral y evitar la ruina de los empresarios. Pero parecen olvidar que el recorrido del dinero tiende a la circularidad —salvando los expolios de los más adinerados y de los ventajistas—, de modo que el dinero que percibe un asalariado sirve para comprar productos y para contratar servicios. En el apartado de los productos poco tengo que decir pues mi conocimiento es limitado, pero en el de la contratación de los servicios, si esta se hace por debajo del coste, la consecuencia inmediata es la miseria e indignidad y como corolario, la pérdida de excelencia. </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Creo que es evidente que el Gobierno, los Gobiernos, deben reflexionar y evitar a toda costa situaciones esperpénticas en las que se liciten servicios con precios por debajo de coste y se premien bajadas —hoy en día desgraciadamente necesarias— en las ofertas a dichos servicios. Creo que es imperioso que exista un estudio serio que establezca, al igual que lo hay para el salario mínimo interprofesional, unos honorarios mínimos interprofesionales, abreviado podría ser HMI —disculpen mi falta de originalidad— que se aplicase a todos los servicios. Recuerden los más experimentados del lugar que algo parecido ya existía con los colegios profesionales y sigue existiendo en ciertos ámbitos, como los jurídicos. Si esto supone que todos cobraremos ese mínimo ya que este puñetero libre mercado propiciará ese escenario, bienvenido sea, aunque se ponga en tela de juicio la competencia económica, pues creo que la dignidad debe estar por encima. Se lo aseguro porque ahora se trabaja por debajo de ese mínimo de decencia.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p><br /></p><p>Evolución del salario mínimo interprofesional. Fuente: www.lamoncloa.gob.es, 2023. </p><p>En Mérida a 8 de octubre de 2023.</p><p>Rubén Cabecera Soriano.</p><p>@EnCabecera</p><p>https://encabecera.blogspot.com.es/<span></span></p><a name='more'></a><p></p><p><br /></p>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5750019062073990014.post-84530373054444531772023-10-01T09:20:00.004+02:002023-10-22T08:53:54.778+02:00El cazador de moscas (i).<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjRcZhyU_gpmLGPbGojUgHSlD-66CYJVDhXq3SSUgVzbCfuod7PaKRW1CgIZgg5hWOOVzn4H8UuBrqb-wfSp3azsqPKRfEVuezxSjFhQOQk0Amu2IfbR90HmGQh6lKqrQBkuceRz4HnIKJFMS-LR9cFnDewkhUtjbQkb4PLHXK54UH2ecmlCDhnWraOXupE/s1024/1.jpeg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1024" data-original-width="1024" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjRcZhyU_gpmLGPbGojUgHSlD-66CYJVDhXq3SSUgVzbCfuod7PaKRW1CgIZgg5hWOOVzn4H8UuBrqb-wfSp3azsqPKRfEVuezxSjFhQOQk0Amu2IfbR90HmGQh6lKqrQBkuceRz4HnIKJFMS-LR9cFnDewkhUtjbQkb4PLHXK54UH2ecmlCDhnWraOXupE/s16000/1.jpeg" /></a></div><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">El día de año nuevo de 1917, en un pueblo al este de Nevada, entre los lagos Tahoe y Pyramid, nació Jeremy Rodrigues. Era hijo de inmigrantes mejicanos, pero sus padres desaparecieron tras su nacimiento y poco después tal vez murieron. Jeremy fue abandonado esa misma noche en el umbral de una casa antigua, cerca de una iglesia de finales del siglo XIX que se incendiaría ese mismo año a consecuencia de una vela votiva que un feligrés descuidado dejó mal colocada en el lampadario. Colocado en una caja de madera de las que se usaban para guardar fruta, el niño estaba arropado, más bien envuelto, con una manta de lana de excelente calidad, probablemente robada, y habían escrito a lápiz su nombre en un papel parafinado que entremetieron en la manta. Sus padres, su madre o su padre, nunca lo sabremos, ni siquiera llamaron a la puerta. Lo dejaron en el portal cuando la noche arreciaba. A luz del sol habría sido un gesto demasiado visible, a pesar de que la pequeña población apenas contaba con habitantes durante el día, ocupados en trabajar las más o menos fértiles tierras del río Truckee. El niño pasó la noche apenas protegido del frío por el porche de la casa. Heló, pero no nevó. Eso le salvó la vida aquel día. A la mañana siguiente una mujer de mediana edad, pero cruelmente magullada por el tiempo y por su marido, salió a fumar uno de sus muchos cigarrillos diarios. Hacía sol. Caían algunas gotas de agua por el deshielo de la nieve de días anteriores. No había adornos de navidad. Cuando abrió la puerta se topó con la caja de madera y un niño casi congelado metido dentro. Su tez era rosácea, pero no podía disimular sus rasgos sudamericanos. La mujer entró de nuevo en su casa. Se le cayó el cigarro de la boca. Todavía no lo había encendido. Llamó a Robert. Robert era su marido. Cada noche, cuando regresaba de la cantina, Robert pegaba a Mary. Lo hacía porque estaba borracho. Lo hacía porque no tenía trabajo. Lo hacía porque su vida era una mierda, pero no se daba cuenta de ello y prefería desahogarse con su mujer en lugar de afrontar sus problemas con valentía. Era un cobarde, un cobarde muy fuerte, físicamente fuerte, sobre todo, comparado con Mary. Mary rezaba a Dios cada noche para que su marido no regresase. Deseaba su muerte, pero si eso era demasiado y no era posible, al menos deseaba que su embriaguez no le permitiese mantenerse en pie y así pudiera ahorrarse una paliza. Generalmente no había ningún motivo concreto para los golpes. Sencillamente Robert lo hacía. Lo hacía porque podía hacerlo. Era más fuerte que Mary, mucho más fuerte. Mary pensó muchas veces en matarle cuando se quedaba dormido, borracho, tras golpearla, pero nunca se atrevió a hacerlo. Tenía miedo de que se despertase mientras se acercaba y le diese una paliza que acabase con ella. Robert estaba acabando con ella poco a poco. Si la hubiese matado, habría terminado con su sufrimiento. Mary pensaba que era una cobarde. No lo era, pero no lo sabía. Mary removió a Robert que roncaba profundamente en el sofá. Al menos la noche anterior no durmió con ella. De la paliza no se libró como atestiguaban sus moretones y magulladuras. «¡Despierta!», le dijo, «hay un niño en nuestra puerta». Robert farfulló algo ininteligible para Mary, seguramente un insulto, y se revolvió en el sofá. Mary no insistió. Sabía las consecuencias que podía tener eso. No solía recibir palizas por las mañanas, pero eso no significaba que no la recibiera en aquella ocasión. Regresó a la puerta. La abrió y se agachó para mirar al niño más de cerca. Mary dudó que estuviese vivo. Le tocó la cara. Estaba helada, pero el niño reaccionó y abrió los ojos. Quiso llorar, al menos eso pensó Mary, pero no fue capaz y Mary lo agradeció. Cualquier ruido podría despertar a Robert y cualquier reacción era esperable. Mary cogió el papel recortado a mano que asomaba entre los pliegues de la manta. No sabía leer. Al parecer los padres de Jeremy sí. Volvió a entrar en su casa con el papel en la mano. Lo dejó en la mesilla de noche del dormitorio. Se calzó unas botas y regresó a por el niño. Cogió la caja en la que estaba metido y lo transportó como si fuese un saco de patatas hasta la puerta de la iglesia. Llamó. Esperó. Volvió a llamar. Esperó un rato más. El padre John no estaba. Era un sacerdote, o pastor como él prefería que le llamasen, bastante mayor que había recaído en aquel pueblucho, como él pensaba y se cuidaba de decir, después de ser expulsado de su congregación a consecuencia de lo que él denominaba, para tranquilizar su conciencia, pecados de comportamiento. Por suerte, estaba seguro de contar con Dios para perdonarle. Y recurría a él con bastante frecuencia. Mary regresó con la caja sostenida entre las manos y su vientre, ese que nunca le dijo hijos. No lo dejó abandonado allí. El niño, la manta y la caja pesaban bastante, y cuando llegó de nuevo a su casa, lo depositó todo en el suelo, en el mismo sitio donde había estado como pudo comprobar por la huella que había dejado la caja durante la noche. Era un rectángulo seco y color claro sobre la madera del suelo del porche. Se miró las manos y una señal blanca como la nieve había quedado marcada en sus palmas. Mary miró alrededor. Era temprano aún. Podía coger al niño y dejarlo en cualquier otro porche de las casas vecinas. No lo hizo. Miró al niño de nuevo, este tenía los ojos muy abiertos. Mary pensó que la estaba mirando. No era cierto, pero ella no lo sabía. Se agachó y decidió sacarlo de su improvisada cuna. Lo alzó y la manta que lo rodeaba se deshizo. Varias moscas muertas cayeron a la caja. Era la primera vez que Mary sostenía a un niño recién nacido. El lanugo en la cabeza del niño le llamó la atención. Millones de pensamientos rondaron la cabeza de Mary en aquel instante. Mary deseaba tener solo uno, pero no fue posible. Surgieron uno tras otro concatenados, algunos deslavazados, otros inconexos, pensó en el futuro, en el presente, en el pasado, pensó en su vida, en la del niño. Pensó en todo lo que una mujer como ella podía pensar. Y abrazó al niño.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p>Imagen creada por el autor con IA.</p><p>En Mérida a 1 de octubre de 2023.</p><p>Rubén Cabecera Soriano.</p><p>@EnCabecera</p><p>https://encabecera.blogspot.com.es/<span></span></p><a name='more'></a><p></p><p><br /></p><p><br /></p>Unknownnoreply@blogger.com0