Socialismo. Fuente: www.talcualdigital.com |
sábado, 9 de noviembre de 2013
¿Socialdemoqué? o manifiesto para la recuperación de la socialdemocracia.
La Conferencia celebrada en Londres del 25 al 29 de septiembre de 1865
supuso el nacimiento de las bases de la socialdemocracia con la definición de
los principios sociales y laborales de protección e igualdad para los
trabajadores que debían ser defendidos desde los partidos políticos en sus
distintas vertientes o, alternativamente, desde planteamientos revolucionarios
y de lucha de clases para erradicarlas y destruir el Estado. Me cuesta creer
que alguno de ellos pudiese haber acertado si hubiésemos preguntado a Marx,
Engels o Bakunin en esa Conferencia y, a pesar de las discrepancias que
existían entre ellos, sobre cómo se gestionarían, organizarían y lucharían los
partidos políticos socialdemócratas casi ciento cincuenta años después.
Evidentemente la sociedad ha cambiado, el desarrollo económico se ha impuesto
como modelo –siguiendo una crecimiento exponencial iniciado a principios del
siglo XIX- y la dinerosis se ha erigido como la gran enfermedad social de principios
del siglo XXI. Difícilmente podrían haber previsto el escenario actual tal y
como lo conocemos, pero realmente su falta de acierto radicaría
fundamentalmente en la inacción por parte de los líderes socialdemócratas
frente a la evolución de la sociedad; les asombraría –y seguramente indignaría-
su estatismo e incapacidad para renovarse al ritmo que marca el mundo y su insolvencia
a la hora de dar respuesta a las nuevas demandas sociales y plantear
alternativas reales al modelo neoliberal y neocapitalista reformulado a mayores
–a pesar de la palabrería de muchos dirigentes, todos ellos caídos por los
efectos devastadores de la crisis- tras el colapso del sistema bancario, pero
sobre todo les horrorizaría la connivencia de los pocos dirigentes
socialdemócratas aún en gobiernos a la hora de transformar, incumpliendo sus vagas
promesas electorales, sus políticas programáticas socialdemócratas en políticas
mercantilistas al estilo de las desarrolladas por el gobierno de Schröder,
heredero del primer partido socialdemócrata, fundado en Alemania en 1869, el
SPD, con la finalidad de mejorar la competitividad de su economía a pesar de
las desastrosas consecuencias sociales que acarreaba la reducción de los
seguros de desempleo y sanitarios, la disminución de los salarios y la “flexibilización”
del mercado laborar. Resultado: el derrumbe del SPD alemán, al igual que
acontece con cualquier otro partido socialdemócrata europeo, eso sí, con algún
año más de retraso y con la sensación de no haber aprendido nada o, peor aún,
con la frustración ante la incapacidad de reaccionar frente una evidencia que
se venía concretando día tras día.
Es posible, pues, que esta antiquísima socialdemocracia actual
–paradojas temporales al margen- esté, por definición e idiosincrasia,
incapacitada para gobernar hoy en día y se vea relegada a un discreto –cada vez
más- segundo plano, desde el que solo le quede ejercer una enfermiza oposición
mientras se decide a limpiarse en profundidad y, una vez renovada, asumir un
cambio que refleje la realidad social en la que estamos naufragando y frente a
la que pueda ofrecer alternativas reales y realistas, que no provoquen
nuevamente la decepción de sus militantes o lo que es peor aún, de su
electorado, por el sometimiento de sus dirigentes a los poderes fácticos,
frente a los que sistemáticamente agacha la cabeza, no sé si para asegurarse un
puesto en el consejo de dirección de una multinacional en el momento de su
retirada o por su manifiesta debilidad a la hora de defender las propuestas con
las que la gente confió en ellos. Se trata, por tanto, de reformular la
socialdemocracia dotándola de contenido y entendiendo a la población, saliendo
a la calle y escuchando los problemas de la gente, buscando soluciones de
consenso sin retroceder ante las presiones económicas y apostando por un
desarrollo coherente sin desigualdades que nos lleven a un abismo social del
que no sea posible salir; todo ello sin necesidad de encontrar un personaje
carismático que enarbole una bandera pintada de derechos sociales irrealizables
y salve, provisionalmente, de la desaparición la débil y marchita rosa roja.
Rubén
Cabecera Soriano.
Mérida a 9 de noviembre de 2013.