El muchacho que fue niño será hombre. Es inevitable, es la vida, la naturaleza, es el tiempo el que marca inexorablemente el paso de la vida por la naturaleza. Y el que fue niño que es muchacho será hombre. Entonces puede que ya no esté su padre. Tal vez siga yendo a la piscina, y será otra persona la que le acompañe. No sé si será capaz de valerse por sí mismo, no sé si podrá coger un autobús, o si un taxi le acercará para cada baño. No sé si podrá desvestirse solo en el vestuario o requerirá la asistencia de un enfermero o cuidador. Tendrá treinta años, cuarenta años, cincuenta años, tal vez más. Estará delgado, tal vez algo calvo, será huesudo, como ahora, pero ¿estará solo?, ¿vivirá con alguien?, ¿quién le cuidará? Es duro imaginar su vida mañana cuando quienes le quieren y le cuidan hayan desaparecido o no sean capaces de estar a su lado. Eso es algo que ahora no le preocupará, tampoco le preocupó ni le llegará a preocupar. Pero estoy seguro de que su padre no puede dejar de pensar en ello. «¿Qué será de mi hijo cuando yo no esté…?». Serán continuas las pesadillas que sufra, será durísimo el dolor que sienta. Será inmenso el esfuerzo que hará día tras día para poder ofrecerle recursos que le puedan servir para valerse por sí mismo a pesar de que sabrá que muchos de ellos no llegará a utilizarlos si él no está para guiarle y posiblemente los olvidará en cuanto no le tenga como referencia. No sé si el que fue niño, es muchacho y será hombre sufrió, sufre o sufrirá. No sé cuál es su nivel de consciencia de sí mismo o de lo que lo rodea. De lo que estoy seguro es de que su padre sufrió, sufre y sufrirá. No cabe el más mínimo atisbo de duda en eso. El padre le mira y contiene las lágrimas, tal vez su hijo las identifique con alguna emoción que le entristezca. Y tal vez por eso no las quiere derramar, pero el que fue niño es muchacho y será hombre estará solo cuando su padre no esté. Ojalá haya alguien que no solo le cuide, sino que también le quiera. Como hace su padre, como veo que hace su padre.
Es desgarrador pensar en su futuro. No sé cuánto dolor es capaz de sufrir un ser humano por la invalidez de un ser amado, pero estoy seguro de que es ridículo comparado con el sufrimiento que sentirá el padre al pensar en la soledad de su hijo cuando él ya no esté para cuidarlo. El padre desaparecerá y el hijo, que será hombre, seguirá esperándole en la puerta del vestuario, acompañado entonces por un asistente, con la cabeza agachada, aguardando a que el padre llegue y le pose la mano en su hombro para indicarle que puede abrir la puerta y pasar al interior para cambiarse. La mano tal vez llegue. Tal vez sea la de ese asistente, pero el que fue niño, que es muchacho y será hombre no la reconocerá como la mano de su padre. Tal vez entonces no se atreva a abrir la puerta. Será el acompañante el que la abra. Y él pasará tras él, no antes como solía hacer con su padre. Entonces ya no buscará el banco en el que se sentaba para que su padre le ayudase a ponerse el bañador. Será el acompañante el que le ayude, pero él ya no sonreirá. Ya no recibirá las carantoñas de su padre y cuando el asistente le riña porque está haciendo algo indebido, por más que él, cuando sea hombre, no sea capaz de entender el porqué, tal y como no lo entendió cuando era niño, ni lo entiende ahora que es muchacho; llevará entonces sus manos abiertas con los dedos extendidos, casi rígidos por la fuerza que ejerce, a su rostro no para tapárselo ni para protegerse, lo llevará porque es lo que su cuerpo hace incoherentemente, irracionalmente, pero entonces su padre no podrá sujetar esas manos con cariño para suavizar la tensión y ofrecerle la confianza que necesita para poder seguir su rutina. No lo hará porque no estará. No habrá nadie para hacerlo como él lo necesita como él estaba acostumbrado a percibirlo. El acompañante puede que llegue a quererlo, puede que le tenga cariño, puede que entonces su existencia, la del que fue niño, es muchacho y será hombre, sea, digamos, no infeliz, pero la realidad es que quien fue niño, es muchacho y será hombre tendrá una existencia inhumana cuando su padre no esté.
Quien será hombre, es muchacho y fue niño no llegará a aprender qué significa estar vivo, no llegará a saber quién es, ni por qué está aquí —en el fondo, tampoco nosotros lo sabemos—. O tal vez sí, pero su mente no será capaz de transmitirlo, de reflejarlo, de mostrarlo y su cuerpo apenas expondrá su razón de ser porque está retorcida, entremezclada con una sinrazón inconsistente con nuestra natural existencia. Es muy difícil escudriñar las emociones de las personas en general, más aún de aquellos que, como este muchacho, que fue niño y será hombre, apenas son capaces de comunicarse con quienes les rodean, apenas son capaces de intercambiar emociones perceptibles e inteligibles para nosotros porque su cerebro procesa y transmite la información de forma diferente a como nosotros lo hacemos: incomprensible para nuestra razón.
Quien será hombre, hoy es muchacho y fue niño, si la ley natural lo consiente, morirá solo, sin amigos, sin seres queridos que le guarden algún duelo y que sufran el desconsuelo que la pérdida de un ser humano produce en sus más cercanos. Estoy seguro de que habrá gente que lo llore, estoy seguro de que habrá gente que lo quiera porque lo haya cuidado, lo haya atendido, estoy seguro de que es así porque es así como deseo que ocurra, pero no deja de ser un deseo, más bien una esperanza que no tiene por qué cumplirse. Tampoco estaré yo ya para verlo, no quiero sufrir ese dolor. Nadie debería sufrirlo. Es tan duro…
Este pequeño relato en tres capítulos que se cierra aquí no es más que una breve historia imaginada de la vida real de un muchacho que fue niño y será hombre, cuyo padre debe sufrir con gran dolor su enfermedad, pero debe sentir con un profundo padecimiento su propia y futura muerte por las consecuencias que debe tener para su hijo. Si en principio nadie quiere morir, para este padre pensar en ese futuro debe ser horrible.
Imagen creada por el autor con IA.
En Mérida a 8 de febrero de 2025.
Rubén Cabecera Soriano.
@EnCabecera