De la decepción.


Sabed que no siempre ocurre, pero comprobaréis que estamos expuestos a sufrirla. Podemos experimentar la decepción de mucha maneras, demasiadas por desgracia, y nunca es agradable la sensación que nos invade cuando la sufrimos. Se trata de una emoción dolorosa y en ocasiones angustiosa que puede llegar a provocarnos un profundo estrés psicológico. Y debemos aprender a gestionarla. Normalmente nos decepcionamos si no vemos cumplidas nuestras expectativas o esperanzas acerca de un deseo, de un hecho o de una persona. Nos hacemos ilusión, pero un cúmulo de circunstancias provocan que la realidad que nos sobreviene como un terrible mazazo se imponga doblegando nuestra idea y provocándonos una sorpresa indeseada y una profunda pena al no ver cumplido ese anhelo. Es así, no hay más, no siempre podemos controlar los hechos que nos rodean y cuando creemos poder hacerlo también nos arriesgamos a que estos se descontrolen o que todos los matices considerados, que no tienen por qué ser todos, no encajen del modo que habíamos deseado y las consecuencias no sean como uno había previsto. Debemos sobreponernos, sé que no es fácil, sé que la pena se convierte en una condena que parece no querer abandonarnos, pero debemos ponerle fin con perseverancia y con la confianza de que no siempre ocurrirá así. Debemos ser constantes, firmes, tenaces y confiar en nuestro buen hacer. Eso no significa que consigamos lo que deseamos cuando pueda depender totalmente de nosotros —sabed que es muy difícil que algo sea exclusivamente responsabilidad nuestra—, significa que debemos sentirnos satisfechos por haber peleado para lograr conseguirlo, por haber luchado por alcanzar la meta deseada, por haber trabajado para convertir en realidad nuestro deseo. La resignación no es la solución, aunque pueda parecer la más cómoda, porque la primera sensación de incomprensión e impotencia finalmente puede trasportarnos a la frustración y si no somos capaces de superarla podemos caer en depresión. Así pues, decepcionarnos si no logramos algo que nos hemos propuesto debe servirnos de acicate para alcanzar otros objetivos o incluso el mismo que nos habíamos propuesto buscando una vía de consecución alternativa. Confiar en que podemos lograrlo con nuestro esfuerzo puede ser un buen camino para alcanzar el fin proyectado. Sin embargo, debemos ser realistas y saber mirar con ojos sensatos aquello que aspiramos para no caer en planteamientos ilusos fuera de nuestro alcance. Esto es complejo, muy complejo, y difícil de dilucidar, porque ese matiz de racionalidad que debemos tener peleará con nuestra ilusión y nuestro deseo. Se trata de una lucha atroz, desigual en función de la intensidad del deseo, tanto que puede llegar a obnubilar nuestra sensatez e impedirnos ver con claridad la viabilidad de alcanzar ciertas metas. Y es entonces, si no somos conscientes de que nuestro planteamiento es imposible, cuando la desilusión por el fracaso es incontrolable y más puede afectarnos la decepción. Y es entonces, precisamente entonces, cuando debemos buscar en nuestro interior toda la fuerza que seamos capaces de aunar para superar esa decepción e impedir que nos lleve a la depresión. 


Pero fijaos bien que la decepción también surge cuando las circunstancias que nos llevan a que el deseo, el hecho o la persona sobre la que ponemos nuestras expectativas no se cumplan, no dependen exclusivamente de nosotros. Es más, este hecho es más habitual de lo que parece y debemos, en primer lugar, ser capaces de diferenciarlo para no culparnos innecesariamente por aquello que no podemos controlar de forma absoluta ni castigarnos cuando lo que hicimos fue aquello que pudimos. Nos sentiremos frustrados, desilusionados, desmoralizados, desengañados, decepcionados en definitiva al comprobar que esas expectativas no se cumplen, pero no debemos permitir que la frustración que eso supone se imponga sobre nosotros. Aquí es mucho más fácil caer en la resignación y conformarnos con el resultado indeseado. Pero no hay que dejar que esa resignación se transforme en frustración y pase a deprimirnos. Es evidente que si no somos nosotros quienes podemos decidir, al menos totalmente, sobre esto o aquello y trabajar para alcanzar nuestras expectativas de modo que sucedan como deseamos y no de forma diferente, es más sencillo renunciar y abandonarse a la autocomplacencia. Además, es comprensible que esto ocurra así, pero debemos imponernos a esta emoción y no dejar que nos invada la languidez porque nos llevará a abandonarnos a nosotros mismos. Huyamos de ese camino que solo puede traernos dolor y sufrimiento innecesario.


Ojo también os tengo que advertir que es fácil caer en la condescendencia con uno mismo y decepcionarse culpando al resto del universo, ya sean personas, cosas o hechos, si uno no alcanza su meta. Así que debemos ser consecuentes y reflexionar sobre qué o quién ha influido en el fracaso y no justificarnos a nosotros mismos cuando podíamos haber enfocado nuestro objetivo de forma diferente y haber hecho más por lograrlo. Tampoco es fácil, lo reconozco, porque no siempre resulta agradable reconocer una falta, pero hacerlo te lleva a un nivel de madurez superior que te permite afrontar la vida con mayor solvencia y acercarte más a estados de felicidad que, de otra manera, serían más difíciles de alcanzar. Ese ejercicio de introspección frente a la decepción, sea cual sea su causa, te ayudará a conocerte mejor y no existe mejor punto de partida para alcanzar la felicidad que el autoconocimiento.



A mis hijos. 


Imagen creada por el autor con IA.

En Mérida, a 17 de septiembre de 2023.

Rubén Cabecera Soriano.

@EnCabecera

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