No es guerra.



El 8 de octubre de 2023 se perpetró un terrible atentado en suelo israelí por integrantes del grupo político-paramilitar, para muchos directamente grupo terrorista, denominado “Hamas”. Es importante la nomenclatura y designación del grupo porque su consideración como terrorista o no determina en gran medida qué está ocurriendo en Israel y Gaza hoy en día, y solo hoy en día, puesto que se trata de una situación sumamente voluble que responde a intereses de todo tipo, en especial económicos y, desgraciadamente, dejando de lado los intereses humanos. Son muchos los países que consideran a Hamas como grupo terrorista, además del propio Israel, quien, por cierto, parece que ayudó con dinero y drogas a crearlo para luchar contra el que fue omnipotente dirigente de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), Yasir Arafat, según las declaraciones que un general israelí, Yitzhak Segev, hizo en una entrevista realizada por David K. Shipler en The New York Times el 28 de marzo de 1981, por supuesto, los Estados Unidos consideran a Hamas como grupo terrorista, Japón, Canadá, Australia, Paraguay y Costa Rica, incluso sorprendentemente Egipto a través de una decisión judicial y fundamentalmente por las implicaciones que tiene Hamas en la región del Sinaí. El caso de Europa es curioso, anda en un quiero y debo, pero no puedo —o a la inversa—, como en casi todo, cuya más reciente resolución sí incluye a Hamas en la lista de personas, grupos y entidades terroristas, según el “Artículo 1” de la “DECISIÓN (PESC) 2023/1514 DEL CONSEJO de 20 de julio de 2023 —poco antes de estos atentados— por la que se actualiza la lista de personas, grupos y entidades a los que se aplican los artículos 2, 3 y 4 de la Posición Común 2001/931/PESC sobre la aplicación de medidas específicas de lucha contra el terrorismo, y se deroga la Decisión (PESC) 2023/422”. Evidentemente existen otros países que no consideran a Hamas como grupo terrorista y no es difícil imaginar quiénes. Están China, Rusia, Turquía, Brasil, incluso Suiza, pero el caso de esta nación responde exclusivamente a sus intereses económicos y las facilidades que ofrece para financiar cualquier grupo, del tipo que sea, y no hay miramientos cuando el capital entra en juego, mientras en sus bancos se depositen ingentes cantidades de dinero. En fin, al final se trata, dicho de forma pueril, de los mismos agentes enfrentados desde hace décadas por los mismos intereses económicos y geopolíticos de siempre. Es, en suma, lo que ha pasado en la historia de la humanidad desde siempre y que, parece, se seguirá repitiendo por siempre de forma cíclica con la única diferencia del cambio de los agentes “perpetrantes”. En términos matemáticos, si la raza humana pudiese sobrevivir de forma indefinida, conceptualmente todos los países que existen o existirán se encontrarían en algún momento de su historia en una de estas situaciones de poder. Es lo que tiene el infinito. Por desgracia —o afortunadamente— no parece probable que esto ocurra, a pesar de la tendencia natural que tienen los humanos de cometer de forma sistemática y cíclica los mismos errores. Qué aburrido resultaría todo esto si no fuese porque en estas peleas de egos mueren miles, sino millones de personas para vanagloria de unos pocos adalides de mensajes divinos, que exaltan las mentes del resto, y que son receptores de ingentes cantidades de emolumentos, no así el resto. 


El caso es que con los Acuerdos de Oslo de 1993 —que pretendieron poner fin, entre otras cosas a la Primera Intifada iniciada en 1987—, Arafat, como presidente de la Autoridad Nacional Palestina, dirigente de la OLP y del partido político secular Fatah —que curiosamente terminaría acercándose a partir de 2017 a Hamas contra quien había estado enfrentado desde 1987— y por aquel entonces mandatario hegemónico del conglomerado palestino, estado para algunos o sencillamente territorio más o menos ocupado para otros, alcanzó un acuerdo de paz —más bien declaración de intenciones— con Shimon Peres e Isaac Rabin, representantes del estado de Israel tras la Conferencia de Paz de Madrid de 1991. En Oslo estuvieron muchos y muchos se fotografiaron intentando proporcionar una imagen simbólica de un punto final para la guerra fría que ya había “finalizado” en occidente. Estos Acuerdos de Oslo concluyeron de cara a la galería con la concesión del Premio Nobel de la Paz en 1994 al propio Arafat, Shimon Peres e Isaac Rabin. Pero Hamas no quería esta paz y mantuvo sus acciones terroristas contra Israel. Así que los 5 años que se habían dado en los Acuerdos de Oslo para llegar a un entente definitivo con encuentros bilaterales entre el Gobierno de Israel y la Organización para la Liberación de Palestina transcurrieron sin pena ni gloria. Posteriormente en la Cumbre de Paz en Oriente Medio de Camp David de 2000 un egocéntrico Bill Clinton quiso perpetuar en la misma ubicación el éxito del presidente Jimmy Carter de 1978 que fue capaz de alcanzar un acuerdo de paz entre Egipto, representado por el presidente Anwar Sadat, y el Estado de Israel, representado por el Primer Ministro, Menachem Begin, tras la guerra de Yom Kipur de 1973 desarrollada principalmente en los Altos del Golán y en la península del Sinaí, y que había provocado un caos extremo en oriente próximo “iniciado” —si se permite este término tan sumamente relativo— con la guerra de los Seis Días de 1967 donde Israel humilló a la coalición egipcio-sirio-jordana. Aunque si queremos poner algo de cordura en este galimatías debemos referirnos como inicio de los conflictos en época moderna a la decisión la Sociedad de Naciones, fundada en 1919 y antecesora fallida de la Organización de Naciones Unidas, creada el 1 de enero de 1942, después de la Primera Guerra Mundial y durante la partición del Imperio otomano, de otorgar a los británicos poder en Palestina para crear un “hogar nacional para el pueblo judío”. Serán las Naciones Unidas las que el 29 de noviembre de 1947 decidirán la partición de Palestina en dos estados, el judío y el árabe en su “Resolution 181” que, además, ponía fin al “Mandato Británico de Palestina”. Es decir, que los británicos soltaron la patata caliente a la vista de que la cosa se les estaba complicando más de lo que deseaban. En cierto modo ya lo anticipó el pobre e iluso Thomas Edward Lawrence, Lawrence de Arabia, tras ver como su propia nación le traicionaba tras la Primera Guerra Mundial. En cualquier caso, la decisión de la ONU, es decir la partición del estado palestino en dos, fue aceptada por los dirigentes judíos, pero rechazada por los sionistas judíos que querían más y por los árabes que no comprendían por qué debían ceder su territorio. En consecuencia, el 14 de mayo de 1948, el Estado de Israel representado por su primer primer ministro, David Ben-Gurión, declaró su independencia “cumpliendo” el precepto de la Parte I.A de la citada Resolución 181 que ponía como fecha límite para el “Mandato Británico de Palestina” el 1 de agosto de 1948. A esta declaración de independencia siguió la Guerra de la Liberación de 1948 que enfrentó al recién creado estado de Israel, que fue reconocido inmediatamente por los Estados Unidos y la URSS, con los países árabes vecinos, que se negaron a aceptar el plan de la ONU, dando comienzo “oficialmente” al conflicto árabe-isarelí que los palestinos denominan “Nakba”, catástrofe en árabe. 


Tras esta sucinta introducción, nos encontramos hoy en día con una organización que se autodenomina yihadista, nacionalista e islamista —con esa denominación parece complicado no considerarla terrorista— que en 2006 se hace con la mayoría absoluta a través de su lista política “Cambio y Reforma” en el territorio palestino y que fue capaz de hacerse con el control total de la Franja de Gaza, en detrimento de Fatah que mantuvo la Cisjordania. Hamas ha venido actuando con mano de hierro en su sometida población y atentando contra israelíes que han vengado con fuerzas militares los atentados golpeando el núcleo de Hamas, pero también la población civil de Gaza. Sin embargo, Hamas, hoy por hoy, no parece tener un ejército, ni tan siquiera parece gobernar un estado al uso y, por tanto, no se somete a las “reglas de la guerra” establecidas en las Convenciones de Ginebra de 1864, y las siguientes de 1906, 1929 y 1949 y sus posteriores tres protocolos del 1977 y 2005, que dieron pie al Derecho Internacional Humanitario y que han sido ratificados por numerosos países. Hamas atenta contra quienes considera su objetivo y lo hace usando el terrorismo. Por eso el conflicto de Gaza no es una guerra en la que dos ejércitos de dos países se enfrentan para dirimir bajo ciertas reglas sus conflictos. 


El conflicto de Gaza es una salvajada que Hamas utiliza para que se llame guerra y se reconozca a Palestina como Estado, aunque sea de forma subversiva y sibilina. Y que también Israel denomina guerra para poder poner en movimiento su terrorífica maquinaria bélica herida en su orgullo por la hecatombe sufrida, en apariencia, por su inteligencia ante el ataque sorpresivo de Hamas que asesinó a decenas de personas y secuestró a otras tantas, civiles en su mayoría, para poder negociar intercambios y utilizarlas como escudos humanos. Esto no es una guerra, aunque los dos implicados en ella se obstinen en llamarla así.



Por cierto, en España también hubo gente de ambos bandos que quiso llamar guerra al enfrentamiento entre la banda terrorista ETA y el gobierno español. No lo consiguieron. 



Militantes de Hamas. Fuente: shutterstock, 2023. 

En Berlín a 11 de octubre de 2023 y Mérida a 15 de octubre de 2023.

Rubén Cabecera Soriano.

@EnCabecera

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