Los otros materiales.

Los otros materiales. Hacia una arquitectura natural, colaboración en Canal Extremadura Radio, El Sol sale por el Oeste.


Antes de dar un salto crucial en la historia de la construcción con el que nos adentraremos en el mundo de la tecnología dejando de lado de forma casi definitiva el vínculo con la naturaleza y los materiales del entorno que las nuevas civilizaciones históricas nos ofrecen, abandonando así el período neolítico y la edad de los metales, debemos hacer una recapitulación que nos ponga en contexto y una profunda reflexión sobre aquellos pueblos que, por mor de las circunstancias, no tuvieron —y en algunos casos aún no tienen— medios, digamos tradicionales, es decir, piedra, barro o madera, para afrontar las necesidades que cualquier civilización puede tener. En estas circunstancias, el ingenio humano, esto es, su inteligencia, que no es otra cosa que la capacidad de adaptación al medio con el que la naturaleza nos equilibra en el mundo vivo ante nuestra deficiente adaptación física, es el que se encarga de encontrar soluciones asombrosas que resuelven las necesidades básicas que tenemos. Existen varios ejemplos realmente increíbles que denotan una casi infinita imaginación de ciertos pueblos para resolver sus privaciones. 


Pero antes de embarcarnos en este curioso periplo vamos a hacer algunas aclaraciones que se han venido sugiriendo desde el principio: 


En primer lugar, la prehistoria no es lineal, no existe una línea temporal correlativa que englobe una sucesión evidente e inequívoca de civilizaciones. Por tanto, es difícil precisar los tiempos prehistóricos —incluso lo es para las primeras expresiones históricas tras la invención de la escritura y su difusión— y ubicar en ellos las manifestaciones constructivas que venimos analizando. El motivo es evidente, no existen registros, esto convierte nuestro estudio en complejo y enmarañado entremezclándose rangos de fechas y avances tecnológicos difíciles de situar, aunque, al mismo tiempo, la falta de evidencias científicas nos abre unas maravillosas puertas a nuestra imaginación.


En segundo lugar, en las etapas más primitivas de la arquitectura, los avances pudieron producirse de forma más o menos simultánea en varias ubicaciones y con diferentes civilizaciones. No existe la exclusividad en esto de la inteligencia y la imaginación. Otra cuestión es que los vestigios que la arqueología nos descubre ubiquen ciertas innovaciones en épocas más o menos concretas y dentro de pueblos más o menos estudiados. Sin embargo, cuando las relaciones entre distintas civilizaciones fueron avanzando, principalmente con el comercio y la guerra, comenzó a producirse una transferencia de conocimiento que aceleró de forma notable la evolución constructiva y permitió el desarrollo acelerado de sistemas constructivos inimaginables para algunos pueblos de haber vivido estos de forma aislada. Este aislamiento, a veces intencionado, a veces sobrevenido por el medio en que se desarrolla una civilización, tiene mucho que ver con los ejemplos que vamos a ver a continuación.


El hielo es un material bastante abundante en la tierra a pesar de que en los últimos tiempos se ha visto relegado a ubicaciones polares y a las cumbres de altura. La última glaciación, denominada glaciación Würm, comenzó hace unos 100.000 años y fue desapareciendo paulatinamente hasta darse por concluida en torno al 10.000 a.C. Como consecuencia de su incidencia en los sapiens del neolítico, estos se vieron obligados a modificar su comportamiento y adaptarse al medio cambiante con grandes migraciones humanas desde África a Asia Menor y desde ahí al resto del mundo, permitiendo el paso a América a través del estrecho de Bering, entonces congelado, al igual que ocurrió con otras zonas del globo. Todo esto facilitó la gran expansión sapiens que terminó por conquistar el mundo. Algunos de estos pueblos primigenios se asentaron en territorios muy septentrionales y probablemente el deshielo provocó su aislamiento terminando por asentarles en estas ubicaciones heladas. En estos entornos tan agresivos para cualquier ser humano, los antepasados de los inuik y de los yupik —la palabra esquimal tiene connotaciones peyorativas entre algunos pueblos— desarrollaron cierta adaptación genética que les permite una mejor aclimatación al frío y a las dietas grasas, pero, sobre todo, utilizaron su ingenio para transformar un entorno hosco en algo parecido a un hogar con la utilización del hielo como material constructivo fundamental.   

 

Interior de un iglú. Fotografía de la Frank and Frances Carpenter Collection, entre 1900 y 1923.



En realidad, no es el hielo sino la nieve lo que se utiliza para construir estas edificaciones singulares. La nieve une los bloques que también son de nieve y están cortados con formas similares a inmensos ladrillos que se van colocando en espiral ascendente hasta conformar la característica cúpula de estas construcciones que se cierra en la clave también con un bloque con una escuadría singular. Esta misma nieve también sirve para asegurar bien la soldadura entre los bloques, es el mortero que afirma su buen comportamiento. Además, se ejecuta un túnel de entrada que les permite controlar el acceso a posibles predadores y reduce la infiltración del aire gélido de estas latitudes. De otra parte, la nieve actúa como aislante ante las extremas temperaturas exteriores, que pueden llegar a alcanzar los treinta grados bajo cero, manteniéndose el interior en temperaturas en torno a los diez grados. Estas construcciones de fácil ejecución pueden utilizarse de forma provisional para batidas de caza, pero también tienen carácter permanente si su tamaño es el apropiado, en estas se realizan aperturas no excesivamente grandes en la estructura para facilitar la ventilación. Hoy en día, en pleno siglo XXI, podemos encontrar ejemplos de edificaciones en hielo capaces de ofrecer el confort y el espectáculo que reclaman los turistas.

 

Inuit construyendo un iglú. Fotografía de Frank E. Kleinschmidt, 1924.



Otro ejemplo singular de utilización de materiales del entorno es el caso de Cherrapunji, ciudad denominaba Sohra por sus habitantes que se encuentra en la región de Meghalaya, en la India más oriental, sobre una meseta elevada con una altura media cercana a 1.500 m, ubicada al norte de las llanuras de Bangladesh. Es una de las localizaciones más húmedas del mundo con altas precipitaciones provenientes de los monzones estivales cuyas nubes golpean las colinas Khasi donde una orografía de valles escarpados transporta el agua hasta confluir en esta población en la que abunda el árbol Banyan, perteneciente a la especie “ficus elastica" cuyas raíces colgantes son utilizadas por los pobladores para construir puentes: son los puentes vivos. Estas maravillosas construcciones que utilizan las raíces de los árboles son un ejemplo de paciencia y conocimiento, porque se necesitan entre diez y quince años para que las raíces se consoliden y aseguren el tránsito a los pobladores. Se han encontrado puentes con edades cercanas a los quinientos años, lo que demuestra que se trata de una tradición milenaria cuyo origen no está muy claro, pero que podemos explicar por las dificultades de circulación de los habitantes de estas regiones consecuencia del enmarañado arbóreo característico de la región y su extensa red fluvial. Estas construcciones son un maravilloso ejemplo de bioconstrucción y de perfecta simbiosis del ser humano con la naturaleza.

 

Puente característico de Cherrapunji. Este puente de dos plantas es conocido por el nombre de Umshiang. Fotografía de origen desconocido.



Por último, en este curioso recorrido geográfico buscando materiales extraños en construcciones humanas nos vamos a acercar a la Australia meridional, al norte de Adelaida donde se halla uno de los yacimientos más importante de ópalo. El ópalo es sílice puro producido por la deposición de aguas termales que se encuentra en nódulos concrecionales de algunas rocas sedimentarias y que forma parte del esqueleto de algunos minerales, además, sirve como elemento fosilizador de algunas plantas y animales. El brillo vítreo resinoso de las variedades preciosas, provocado por lepisferas de sílice en una estructura perfectamente ordenada, llamó la atención del hombre blanco quien, en torno a 1915, en esta región austral, denominada “Coober Pedy”, que no es más que una derivación del término aborigen “Kupa Piti” que significa “hombre en pozo”, “hombre en agujero” halló un gran yacimiento cuando exploraba en busca del también preciado oro. Los mineros, aquejados de una terrible fiebre por hacer fortuna con estos depósitos naturales, se trasladaron masivamente a esta zona comenzando a perforar la tierra, a agujerearla, a taladrarla en busca del preciado ópalo y creando una inmensa red de túneles y espacios subterráneos ante el asombro de los oriundos habitantes australianos que llevaban viviendo unos 60.000 años en esas tierras respetadas y veneradas por ellos. Sin embargo, la naturaleza impuso su ley con las altas temperaturas y la extrema sequedad del entorno lo que convirtió la red de túneles excavados en una auténtica ciudad subterránea donde estos “dugouts”, cuevas o trincheras, se han convertido en el natural refugio para sus actuales habitantes. La inercia térmica de la tierra es capaz de mantener una temperatura más o menos constante a lo largo del año con lo que el consumo energético para convertir en confortable los espacios habitados se reduce de forma casi total. La aportación de luz natural se hace desde el propio acceso a los túneles desde el exterior. Este es un claro ejemplo de cómo el ingenio humano tras un comportamiento destructivo es capaz de aliarse de nuevo con la naturaleza para ofrecerse cobijo así mismo y mejorar su adaptación al medio. 

 

Interior de una iglesia ortodoxa en Kupa Piti. Fotografía de Robert Link, 2005


En Palermo a 31 de julio de 2021.

Rubén Cabecera Soriano.

@EnCabecera

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