Plagiar para aprender y mejorar. Hacia una arquitectura natural, colaboración en Canal Extremadura Radio, El Sol sale por el Oeste.
Los romanos fueron un pueblo cuya civilización surgió en una época, en torno al siglo VIII a.C., en el que grandes civilizaciones ya estaban establecidas en el arco mediterráneo. Fue una civilización que historiográficamente apenas puede recoger vínculos directos con el neolítico, pero hay vestigios de pueblos en cuya génesis podría establecerse esta civilización. En este sentido, los romanos no tenían una historia que contar de sus orígenes porque sus orígenes no pertenecían, en realidad, a la prehistoria y todos los pueblos que contemplaron su nacimiento, aunque luego fueran sometidos por ellos, atestiguaron de forma más o menos presencial su aparición. Por tanto, los romanos ansiaban una historia que les pudiera vincular con un pasado remoto y mitológico, y que los unieses a las divinidades más poderosas y justificase, frente al subconsciente colectivo de sus ciudadanos, su mérito al tiempo que les permitiese exigir un grave respeto al resto de civilizaciones de su entorno a las que se impondría belicosamente estableciendo, como ya hicieran fenicios, griegos y otros anteriores, colonias a modo de grandes ciudades estrechamente vinculadas a Roma. Esta unión con la capital fue posible gracias a las magníficas infraestructuras que construyeron, al inmenso cuerpo administrativo y fiscal que sostuvo durante cientos de años esta civilización, a su tolerancia social y religiosa que les permitió absorber nuevas civilizaciones sin complejos y a su poderosa concepción política y edilicia que integraba a todos los habitantes de su imperio en mayor o menor grado, y a su capacidad de impregnarse de todo aquello que les pudiera resultar de interés aprendiéndolo y mejorándolo. Todo ello teniendo la suficiente flexibilidad como para ir amoldándose a los diferentes momentos que recorrieron a lo largo de su dilatada historia. En cualquier caso, esta historia está llena de personajes singulares, muchos de los cuales fueron coadyuvando al colapso de su sociedad que vino produciéndose poco a poco en la última etapa imperial con la incorporación del Cristianismo, legalizado por Constantino I en el 313 y que dominará la Edad Media Europea, la posterior escisión del imperio de manos de Teodosio I en el 395 hasta la caída del Imperio Romano de Occidente a finales del siglo V y la del Imperio Romano de Oriente, el Imperio Bizantino que tras una prologada decadencia sucumbió ante el empuje bélico otomano culminando su derrota en 1453 con la conquista de Constantinopla que fue su capital desde la época de Arcadio.
Semejante periplo milenario debería mostrarnos una inconmensurable evolución arquitectónica. Sin embargo, aunque la civilización romana sobrevivió a innumerables peligros, su mayor aportación desde un punto de vista constructivo fue la gran solvencia que mostró para implementar y mejorar todas las tecnologías que absorbió y adaptó procedentes de cada civilización que conquistó. Los romanos, con una singular visión práctica, desarrollaron hasta límites extraordinarios los conocimientos de todos los materiales de construcción que han venido siendo característicos en las civilizaciones anteriores y que lo serán en las ulteriores, a saber: el barro, la madera y la piedra. Y también lograron alcanzar niveles de optimización inconmensurables en las tecnologías que las civilizaciones previas habían iniciado en su lucha contra la gravedad, de modo que los romanos adintelaron, abovedaron y construyeron cúpulas con gran precisión y solvencia. Algunas de estas construcciones, ya sean infraestructuras o edificaciones de carácter edilicio han llegado, incluso en uso, a la época actual, superando espolios de civilizaciones posteriores agraviadas previamente por los romanos o poco respetuosas con la magnitud del trabajo romano.
Puente romano de Alcántara sobre el río Tajo. Construido a principios del siglo II d.C. en época de Trajano. Actualmente en uso, su estructura pone de relieve su estabilidad y buen hacer constructivo, además de su hermosa monumentalidad que lo convierte en paradigma de construcciones posteriores. Fotografía de Dantla, 2015.
La escasa evolución social de la civilización romana, que se empapa de los usos y necesidades helénicos, incluso a pesar de que absorbió a otras civilizaciones en apariencia muy diferentes a ellos, explica en gran medida la falta de avance arquitectónico aunque la mentalidad romana propicia el perfeccionamiento de las tecnologías utilizadas y su afán investigador les permite utilizar materiales en apariencia extraños y ajenos al entorno, alejándose más aún si cabe que otras civilizaciones del vínculo con la naturaleza que caracterizaba las construcciones de los pueblos primigenios. En todo caso, la incorporación de ciertas infraestructuras para cubrir demandas de las grandes ciudades de la época romana caracteriza singularmente aportaciones en cierto modo “novedosas” que, en realidad, no son otra cosa que una evolución tecnológica de recursos preexistentes.
El acueducto de Segovia se mantiene en pie con su sillería a hueso, es decir sin argamasa de ningún tipo que una las piedras en un alarde tecnológico maravilloso. Construido a principios del siglo II d.C. en las postrimerías del reinado de Trajano e inicios del de Adriano, servía para suministrar agua a la ciudad desde el manantial de Fuenfría situado a más de quince kilómetros. Fotografía de David Corral Gadea, 2010.
Por tanto, esta sociedad que marca en gran medida nuestra civilización actual y cuyo relevo tomarán las civilizaciones basadas en las religiones cristiana e islámica —y no una nueva civilización de carácter social—, escinde completamente el vínculo con la naturaleza fundamentando sus construcciones en el conocimiento y la tecnología humanos, y olvidando en cierto modo el entorno. Pero, a pesar de que los romanos fueron sumamente prácticos en su desarrollo arquitectónico y estructural, no podemos dejar de lado su concepción de belleza que, con mayor o menor sobriedad en función de modas y épocas, está presente de forma permanente en cada expresión constructiva, especialmente aquellas que tenían como finalidad agradar, entretener u ofrecer algún servicio al usuario. Así, encontramos manifestaciones arquitectónicas que se embellecieron conscientemente para el público y que nos han llegado en buen estado de conservación donde podemos apreciar la existencia de elementos decorativos formando parte de la propia estructura. Estos elementos obviamente no son necesarios para responder a las necesidades reales que demanda la sociedad de cada edificación, sin embargo, se incluyen porque proporcionan placer a quien lo contempla y esta circunstancia, que ha venido aconteciendo en todas las civilizaciones anteriores, ocupará una posición predominante en su poliédrica complejidad en las civilizaciones religiosas que ordenarán el occidente europeo durante la Edad Media.
Teatro Romano de Mérida antes de las excavaciones que pondrán de manifiesto su magnanimidad y belleza. Fotografía de Jean Laurent hacia el año 1867.
En Mérida a 22 de agosto de 2021.
Rubén Cabecera Soriano.
@EnCabecera
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