Piedra y madera.


Piedra y madera. Hacia una arquitectura natural, colaboración en Canal Extremadura Radio, El Sol sale por el Oeste.


Nos hemos centrado hasta ahora en civilizaciones ancestrales con orígenes neolíticos que evolucionaron más rápidamente que otras gracias, en gran medida, a las favorables condiciones del medio en que se asentaron y que tuvieron un gran recorrido histórico. Así, principalmente los sumerios y egipcios —base de nuestra civilización occidental consecuencia, entre otras cosas, de la transferencia de conocimiento que el comercio propició— perseveraron en numerosas ocasiones a costa de otras civilizaciones con menos capacidad tecnológica o, tal vez, con menos fervor bélico. Estas civilizaciones utilizaron el barro como principal elemento constructivo, aunque los egipcios también desarrollaron una tecnología muy avanzada en el uso de la piedra en su arquitectura. Pero existieron otras civilizaciones con orígenes históricos paralelos a las del oriente próximo que, a pesar de que no lograron una trascendencia histórica distintiva ni un desarrollo tecnológico semejante al de las civilizaciones del Creciente Fértil, sí que desarrollaron arquitecturas memorables de las que nos han quedado maravillosas muestras que la arqueología ha descubierto y explicado para nosotros. Hablamos de las construcciones megalíticas características del neolítico que, curiosamente, están claramente orientadas a los muertos y al culto a divinidades —sean estas de las características que sean, ya naturales, más propias de las primeras etapas, ya antropomórficas, en etapas posteriores—, mientras que las destinadas a los vivos normalmente se conformaban con materiales más pobres en los que predominaban los recursos del entorno, entre los que la madera en ciertas regiones atlánticas europeas toma preponderancia. Como vemos, el más allá y las creencias constituyen un foco de atracción destacado para los seres humanos de las civilizaciones preindustriales y les impulsa a desarrollar colosales manifestaciones artísticas y arquitectónicas para alimentar el espíritu.


 

El dolmen de Guadalperal, ubicado en la localidad extremeña de El Gordo, es una construcción megalítica que se ubica entre el V y III milenio a. C. Se trata de una tipología de enterramiento característica de las civilizaciones europeas anterior al conocido crómlech de Stonhedge que data aproximadamente del 2.500 a.C. Fotografía de Pleonr, 2019.


De este modo, encontramos construcciones en madera y piedra en la gran mayoría de los pueblos que se asentaron en la actual Europa. Estas pequeñas civilizaciones manifestaron sus inquietudes espirituales utilizando la piedra como material principal asociándola a la eternidad con las construcciones megalíticas y resolvieron sus necesidades terrenales fundamentalmente con la madera según nos descubre la arqueología. 


Así, existen una gran variedad de tipologías de morada que vienen acompañando a los sapiens durante la prehistoria más reciente, que son características de cada asentamiento, y se adaptan perfectamente al medio en el que se ubican: tenemos las cuevas o cavernas que utilizaron los neolíticos con carácter semisedentario en un primer momento en las que descubrimos trabajos que denotan actuaciones acomodaticias por parte de los seres humanos; encontramos las chozas —como aquella de la que nos hablaba Vitruvio— ejecutada normalmente con entramados de ramas y madera de los árboles del entorno; están los palafitos que son pequeñas construcciones de madera sostenidas sobre pilotes, también de madera, hincados en zonas lacustres o pantanosas; surgen sus variantes septentrionales, los “crannoges”, característicos de las regiones ocupadas actualmente por Irlanda, Gales y Escocia, y los países escandinavos, que se diferencian de los palafitos en que no dejan pasar el agua bajo ellos ya que se asientan en montículos rocosos conformando pequeños islotes; o los terramaras que se elevan, al igual que los palafitos, mediante pilotes, pero sobre tierras normalmente húmedas y se ejecutaban en madera y barro; y, por descontado, encontramos las construcciones en adobe o ladrillo características de las civilizaciones más avanzadas. Hay, por tanto, una inmensa variedad de construcciones tipológicamente destinadas a residencia de los habitantes de los pueblos neolíticos que se relacionan de forma directa con la idiosincrasia del medio y que estos pueblos resuelven de forma racional y singular según el contexto para afrontar las dificultades que la naturaleza les imponía. 


 

Reconstrucción de un palafito en el Pfahlbau Museum Unteruhldingen sobre el Lago Constance, Alemania. Probablemente estas construcciones ejecutadas en el entorno de los Alpes desde el 5000 al 500 a.C., es decir, desde el Neolítico hasta la Edad del Bronce, no se ejecutaron directamente sobre los lagos, sino sobre los terrenos aledaños con la idea de evitar las inundaciones o crecidas, como ocurre con los terramaras, pero el aumento del nivel del agua tras la retirada de la última glaciación los incorpora a la escenografía lacustre. Fotografía de ANKAWÜ, 2004.



Y, de otra parte, tenemos las construcciones megalíticas, pertenecientes al terreno espiritual que, en cierto modo, se desvinculan del entorno y pierden su conexión con la naturaleza material buscando el simbolismo, la memoria, el recuerdo, la perduración y realizando grandes sacrificios por imprimir a la construcción monumentalidad y crear vinculación grupal a costa, en numerosas ocasiones, de terribles esfuerzos y sacrificios humanos. De este modo, encontramos tipologías variadas que responden a estos criterios y que van evolucionando a lo largo del tiempo: los “menhires” que son enterramientos constituidos por piedras alargadas sin tratar o apenas talladas; las agrupaciones en forma de “alineación” que están conformadas por una sucesión de menhires en hilera; el dolmen es una construcción más compleja que denota ciertos conocimientos físicos de la piedra y su comportamiento, y que está constituido por una sucesión de piedras hincadas en el suelo en forma vertical y otras piedras más o menos planas ubicadas sobre las anteriores adintelando el conjunto y conformando una suerte de estancia cubierta con uso funerario colectivo, aunque también se piensa que podría haberse utilizado para establecer vínculos sociales a finales del Neolítico, sobre todo en la franja atlántica de Europa; el túmulo es en realidad un dolmen rodeado y cubierto de tierra incluso en la parte superior conformando una suerte de colina artificial; por último, tenemos la tumba de corredor que es un dolmen al que se le añade un acceso en forma de pasillo que ofrece al conjunto una primitiva liturgia de cortejo funerario. Estas construcciones, como se ha indicado, tienen una intencionalidad que trasciende cualquier función racional y, por tanto, se desvinculan, en cierto modo de su asociación terrenal para buscar la permanencia en el tiempo que la piedra le confiere. De hecho, son las construcciones prehistóricas que en mejor estado nos han llegado a la actualidad, sin desmerecer, como es obvio las correspondientes a las civilizaciones mesopotámicas y egipcias en las que ya se podía intuir una incipiente historia por sus manifestaciones escritas.


 

El denominado dolmen de Lácara ubicado en Extremadura es una suerte de tumba de corredor configurado como túmulo y que se data a finales del IV milenio a.C. Fotografía de Ángel M. Felicísimo, 2012.


No debemos olvidar las curiosas manifestaciones arquitectónicas y en cierto modo artísticas correspondientes a la etapa final de la Edad del Bronce, esto es, entre el 1700 a.C. y el 800 a.C. que se encuentran en las Islas Baleares —también existen algunos restos en Cerdeña— y que se engloban en lo que los griegos denominaron la arquitectura ciclópea por su configuración pétrea que atribuían a los Cíclopes. Estos monumentos constituyen en sí mismo casi una tipología cuya idiosincrasia sigue vinculada a la eternidad con las taulas y navetas. También comienzan a surgir construcciones de carácter defensivo —también podrían haber servido de observatorio—, los talayots, que, aunque no son exclusivos de las islas, toman aquí gran relevancia, se disocian del ámbito espiritual y residencial para dar sentido a una función trascendental en la perduración de las civilizaciones, la militar.


 

Talayot de Torelló, Menorca, del entorno del 1.000 al 700 a.C. Los talayots son construcciones pétreas de carácter defensivo y observatorio características de las Baleares que dieron nombre a la cultura talayótica. Tienen forma tronco cónica sugiriendo referencias a otras construcciones que se corresponden con civilizaciones ajenas a esta y que se desarrollaron de forma independiente. Fotografía de Mcarbonellsalom, 2018. 




En Palermo a 31 de julio de 2021.

Rubén Cabecera Soriano.

@EnCabecera

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