El barro. Hacia una arquitectura natural, colaboración en Canal Extremadura Radio, El Sol sale por el Oeste.
La proliferación de civilizaciones más o menos complejas desde el Mesolítico y sobre todo en el Neolítico en las zonas más propicias de la tierra para la consecución de alimento fueron la cuna de las nuevas arquitecturas asociadas al avance tecnológico y a los medios al alcance de los pobladores. Esta arquitectura bebía en sus orígenes de los materiales del entorno para edificarse y luchar contra la gravedad incorporando funciones dispares cargadas de simbología al albor de las nuevas necesidades de la sociedad. El surgimiento de nuevas clases sociales en el sedentarismo —al margen de los grupos nómadas con recolectores y cazadores, junto con los sabios, magos, hechiceros o nigromantes que auspiciaban el futuro impulso de la religión y ciencia— propició también una incipiente diferencia de riqueza entre unos y otros que redundó en la arquitectura. La arquitectura ha estado desde siempre muy vinculada a la riqueza y el poder, como también lo ha estado al simbolismo. Para poder entender el desarrollo de las distintas arquitecturas y su acercamiento o alejamiento de la naturaleza debemos sumergirnos en el origen de las civilizaciones y la nuestra, la que, tal vez, ha determinado con mayor influencia la sociedad en la actualidad, esto es, la civilización occidental tiene su origen en el Próximo Oriente, en la antigua Mesopotamia, de la mano especialmente de los sumerios que son el origen de casi todo lo que conocemos —aunque por razones de distinta índole no han podido ser estudiados con profusión— en torno al séptimo milenio antes de Cristo, a ellos debemos la escritura cuneiforme cuyo registro ha permanecido en las tablillas de barro que utilizaban inicialmente para cuestiones prosaicas e ir incorporando con el tiempo temas líricos. Posteriormente, la influencia de las civilizaciones se irá desplazando hacia el oeste acercándose a la costa mediterránea con los egipcios que comenzaron su historia en torno al 6.000 a.C. y que aportaron la escritura jeroglífica que se aproximaba sustancialmente a un conjunto de letras y sílabas, aunque también incluían ideogramas, y algo más tarde, en el levante mediterráneo con los cananeos, esto es, los fenicios, que surgieron en torno al 2.000 a.C., y que, condicionados por una franja estrecha de terreno costera y rodeados de otras sociedades más poderosas y beligerantes, revolucionaron el desarrollo de la humanidad occidental con su comercio y alfabeto. Es cierto que no podemos dejar al lado en este breve recorrido que desembocará en la arquitectura a la civilización minoica que, procedente de la Anatolia, se asentó según la arqueología en torno al 7.000 a.C. en la isla de Creta y formó parte muy determinante de las culturas prehelénicas, en cuya descendencia terminaremos recayendo inevitablemente.
Zigurat de la ciudad sumeria de Ur (cerca de la actual Nasiriya, Irak) construido seguramente sobre otros templos anteriores en torno al 2.000 a.C. con barro cocido en el exterior y adobe en el interior. Disponía de un santuario en la parte superior según narra Herodoto en sus “Historiae” del siglo v a.C. Los zigurats eran construcciones simbólicas de la civilización sumeria en forma de pirámide escalonada coronados por templos. Fotografía de Tla2006, 2006.
Existieron, como nos demuestra la arqueología, asentamientos humanos en otras localizaciones que han dado fruto a civilizaciones que, con múltiples y contrapuestos avatares, han llegado hasta nuestros días. Probablemente podríamos clasificarlos, atendiendo a un criterio muy generalista y, tal vez, excesivamente simplista, pero singularmente útil para facilitarnos un contexto geográfico, como aquellas civilizaciones que utilizaron en su agricultura primigenia arroz, trigo o maíz. Girando en torno a dichos cultivos de cereales, que fueron y son la base de la alimentación de las civilizaciones sedentarias, se descubre el surgimiento de las culturas más determinantes de la historia. En nuestro caso será el barro el material y el trigo el alimento que centren el acercamiento a estas primeras arquitecturas mesopotámicas. El motivo es sencillo, en esa región bañada por los ríos Tigris y Éufrates el suelo es arcilloso y la existencia de otros materiales, a los que recurriremos en el futuro, como la madera y, sobre todo, la piedra, escaseaban y apenas existían en regiones limítrofes con lo que su uso era prácticamente testimonial y limitado a escenarios muy concretos. El barro ofrece grandes virtudes, es muy fácil de obtener, solo es necesario tener agua y arena arcillosa —como en la zona del valle del Tigris y del Éufrates—o limosa —como en la zona del valle del Nilo—es maleable y moderadamente resistente cambiando su estructura interna en función de que se seque, caso del adobe, o cueza, caso del ladrillo, pero, además, ofrece un comportamiento térmico y acústico inmejorable. De otra parte, el barro, que se encuentra en la naturaleza de forma ordinaria y proporciona biotopos muy ricos en ciertos ecosistemas, ha sido un material de construcción utilizado con frecuencia por otros seres vivos, como las abejas o las termitas, para elaborar sus propias arquitecturas.
El adobe es una pieza de construcción normalmente en forma de paralelepípedo conformada por barro y paja con unas magníficas propiedades térmicas. Fotografía de origen desconocido.
La cultura mesopotámica no fue la única que utilizó el barro en forma de adobe o ladrillo para sus construcciones, pero probablemente, al prescindir en la práctica de otros materiales, alcanzó un elevado nivel tecnológico en su uso lo que les permitió generar construcciones asombrosas. La arqueología nos muestra que usaban tanto adobe como ladrillo cocido, llegando a aplicar en la cocción procesos de esmaltado y vitrificación para proteger el material de la intemperie y asegurar su durabilidad. Se basaban, gracias a su conocimiento fundamentalmente experimental, aunque también gracias a su avanzada matemática, en la geometría y en la gravedad para su utilización prescindiendo de cualquier elemento aglutinante de conexión entre ellos como los morteros. Es decir, gracias a su tecnología en el conocimiento del material pudieron simplificar su uso recurriendo exclusivamente al equilibrio de fuerzas para asegurar la estabilidad de sus edificaciones. Cualquier tipo de edificación de las civilizaciones mesopotámicas, la sumeria o la arcadia como las más relevantes, se sostuvo gracias al barro. La utilización de elementos resistentes ante el empuje gravitatorio de las cargas verticales para facilitar la cubrición se resolvió mediante cañas —sobre todo en las viviendas— y en ocasiones la madera para las edificaciones más singulares como los palacios o los templos. En cualquier caso, esta limitación material implicó que los anchos de las estancias estuvieran limitados a las longitudes de los palos que se utilizaban, pero el conocimiento humano, basado en la experimentación, propició un desarrollo tecnológico indescriptible: la bóveda y existen vestigios de esta tecnología en la Mesopotamia del barro, por ejemplo, en el Templo de Nippur. Como se ha dicho, la arquitectura está íntimamente vinculada a la riqueza y el poder y es por ello que solo algunos privilegiados podían permitirse el uso de este material y de las tecnologías más avanzadas para sus construcciones. Sin embargo, como hemos anticipado, el barro se utilizará profusamente en otras civilizaciones. Veremos cuáles.
Ruinas de un templo en Naffur, antigua Nippur, en Iraq. El elemento constructivo base del templo es el ladrillo de barro. Fotografía de Jasmine N. Walthall, 2009.
En Palermo a 18 de julio de 2021.
Rubén Cabecera Soriano.
@EnCabecera
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