La gravedad. Hacia una arquitectura natural, colaboración en Canal Extremadura Radio, El Sol sale por el Oeste.
Estaban pues los seres humanos iniciando su andadura en la agricultura y la ganadería allá por el Neolítico cuando tomaron consciencia de que sus necesidades de cobijo ya no tenían por qué estar condicionadas por su constante cambio de ubicación. La agricultura, entre otras cosas, permitió construir buscando mayor estabilidad y durabilidad en la vivienda —consecuencia directa e inmediata de la transformación de las sociedades de nómadas a sedentarias—, lo cual redundó en una mayor complejidad de las construcciones y la introducción de nuevos materiales, siempre autóctonos, cuestión esta de crucial trascendencia. Apareció la pared como concepto primigenio que hasta entonces no se había diferenciado realmente de la cubierta a causa de la simplicidad en la geometría de las primeras construcciones. El sedentarismo incipiente trasformó el rito, que no el mito, en religión o en mito —permítanme este juego cacofónico— y la preocupación por los muertos pasó del abandono o el sencillo enterramiento bajo tierra para evitar la acción de los carroñeros, a una concepción imperecedera de la memoria de las primeras civilizaciones por sus muertos apareciendo los primeros enterramientos conmemorativos e iconofílicos construidos para quienes las nuevas sociedades creían merecedores. Aparecen con los primeros asentamientos del Mesolítico —período de transición entre Paleolítico Superior y el Neolítico— las primeras sepulturas individuales o colectivas, tanto dentro como fuera de las viviendas, e incluso en cuevas más o menos cercanas al grupúsculo de casas construidas como muestran las excavaciones de la cultura Natufiense en torno 12.000 a.C. en el Oriente Próximo. El carácter conmemorativo del enterramiento se aplicaba para todos los antepasados, pero solo unos pocos, los más poderosos o ricos —la riqueza y el poder se asoció a la arquitectura desde muy temprana edad—, podían transformarlo en icono como acontece, por ejemplo, ya en el Neolítico, con los dólmenes. Con la aparición de la agricultura también surgieron nuevas necesidades, hasta entonces irrelevantes e impensables, a las que la arquitectura debía dar respuesta. Esas necesidades no estaban solo vinculadas al hogar, sino también, como es lógico, al incipiente crecimiento demográfico que introdujo la posibilidad de tener y guardar el excedente alimenticio que procuraba la agricultura y la ganadería con lo que fue necesario inventar lugares en los que almacenarlo, pero, además, con la agricultura aparecieron distintos niveles sociales y la diferenciación entre ricos y pobres, débiles y poderosos, y se incorporaron a la vida ordinaria nuevos desempeños laborales cuya utilidad no estaba fundamentada en la producción, sino que presentaba connotaciones culturales, religiosas, políticas o militares, que solo la arquitectura podía generar para las nuevas civilizaciones con la construcción de almacenes, establos, bibliotecas, templos de culto, palacios o acuartelamientos. Es necesario aclarar que en las primeras manifestaciones sociales de las pequeñas tribus que deambulaban por las zonas más favorables climáticamente, hablando de la tierra, también se pueden inferir ciertos parámetros asociados con la cultura, la religión, la política o el ejército a un nivel muy primitivo, pero la condición nómada de dichas tribus imposibilitaba la ideación de espacios destinados a dichos usos.
Dolmen de granito “El Mellizo” y un corredor corto orientado al Este. Cronología: IV-III milenio a.C. Situado en las cercanías de La Aceña de la Borrega, Valencia de Alcántara, Cáceres. Autor: Ángel M. Felicísimo. Los dólmenes de Valencia de Alcántara fueron declarados Bien de Interés Cultural el 5 de mayo de 1992, en la categoría de zona arqueológica, mediante un decreto publicado el día 14 de ese mismo mes en el Diario Oficial de Extremadura. Otros ejemplos de dólmenes en Extremadura son el de Lácara o de Toriñuelo.
El proceso que llevó al desarrollo de estas nuevas construcciones fue lento si lo medimos en generaciones, pero, sin embargo, fue mucho más rápido, sin duda alguna, que el tiempo que les llevó controlar el fuego a los primeros homínidos que, como se ha indicado, constituyó el primer elemento constructivo con el que contó el hombre y que propició las primeras construcciones rudimentarias que ayudaron a los seres humanos a cobijarse y que facilitaron en gran medida la paulatina transformación de los grupúsculos cazadores y recolectores iniciales en civilizaciones más complejas desde hace medio millón de años, cuando todavía el ser humano tenía por delante un desarrollo evolutivo que vendría determinado por la selección natural y de cuyo árbol genealógico solo sobrevivirá una rama, la “sapiens”.
Shared DNA with Neanderthals. Liseranius. El rango de ADN compartido entre “sapiens” y “neandertales” podría suponer, según algunos estudios científicos, una hibridación entre ambas especies.
Las edificaciones que surgieron a partir de las nuevas necesidades que introdujo el sedentarismo supusieron la creación de los primeros núcleos urbanos hace unos 10.000 años. El urbanismo fue otra de las consecuencias del descubrimiento de la agricultura. Gracias a la arqueología conocemos algunos ejemplos de núcleos urbanos sumamente interesantes como el de Çatalhöyük en la actual Turquía que nos narra la historia de una civilización bastante avanzada y con pocas diferencias estructurales desde un punto de vista social con la actual, aunque, como es lógico, con matices que se marcan singularmente en el ámbito arquitectónico. Se han encontrado otros yacimientos arqueológicos anteriores con un nivel de desarrollo inferior en los que se aprecian estructuras constructivas básicas, aunque siempre de época neolítica, lo que implica que fueron concebidos por “sapiens”. De otra parte, los restos arqueológicos con indicios de alguna suerte de arquitectura nómada previo al control de la naturaleza que introdujo la agricultura y la ganadería y que alteró considerablemente el proceso de selección natural introduciendo el concepto de selección humana —recordemos que las especies domesticadas de plantas y animales han sido modificadas por la acción del hombre, pues no existían en la naturaleza—, responden, en general, a pequeñas catervas tribales procedentes de especies de un mismo árbol genealógico, el “homo”, pero no exclusivo de los “sapiens” de quienes nosotros somos herederos directos. Desgraciadamente nunca podremos saber cómo habrían sido, por ejemplo, las construcciones de los neandertales a partir de su más que probable acercamiento a la ganadería —más que a la agricultura pues se cree que se alimentaban casi exclusivamente de carne— porque esa rama homínida desapareció hace unos 60.000 años, aunque se cree que ciertos vestigios arqueológicos de carácter constructivo pueden asociarse a ellos y se asemejan singularmente a los de los sapiens de esas épocas.
Çatalhöyük after the first excavations by James Mellaart and his team.
Hay en este desarrollo evolutivo de la arquitectura un parámetro común que la condiciona y no solo a ella, sino a cada cuerpo vivo o inerte que existe en la naturaleza: es la gravedad. Esta fuerza determina de forma crucial cada elemento utilizado en la construcción pues, en términos generales, el ser humano ha querido luchar siempre contra ella utilizando los medios a su alcance. En estas primeras etapas los medios que utilizaron nuestros antepasados se encontraban a su alrededor, en su entorno, y determinaron en gran medida su concepción. Pero cuando el avance científico y tecnológico lo permitió fueron desprendiéndose del vínculo con la naturaleza para crear arquitecturas alejadas de su medio, asépticas, extemporáneas y anacrónicas, basadas en las modas que definían líneas argumentales incomprensibles para la mayoría de la población, aunque obligada a acostumbrarse a ellas. En cualquier caso, la gravedad ha sido el parámetro que más ha condicionado cualquier construcción en cualquier etapa de la historia y prehistoria de la humanidad. Resulta obvio que no es la única fuerza a la que se debe oponer la arquitectura para cubrir sus necesidades, pero las otras resultan “menores” cuando nos enfrentamos a esta.
Sir Isaac Newton by Sir Godfrey Kneller. National Portrait Gallery, London.
Tenemos, por tanto, en el período Neolítico civilizaciones más o menos dispersas por el mundo y en consecuencia con entornos ambientales diferentes que proporcionan materiales que requieren un nivel de tecnología variable para su manipulación y utilización en construcción, con un nivel de asentamiento estable gracias al control de la naturaleza y a la generación de excedentes, y que demandan espacios para usos que ya no son exclusivamente residenciales, sino que deben responder a esas nuevas exigencias que la evolución social, que no humana —vista desde la perspectiva natural— ha generado. Así pues, les va a tocar pensar y razonar, que es la vía por la que la evolución natural optó para los seres humanos, para cubrir esas necesidades. Veremos cómo se les da.
En Palermo a 10 de julio de 2021.
Rubén Cabecera Soriano.
@EnCabecera
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