El fuego.

El fuego. Hacia una arquitectura natural, colaboración en Canal Extremadura Radio, El Sol sale por el Oeste.


El origen de la arquitectura está íntimamente vinculado al desarrollo evolutivo del ser humano. Si el ser humano estuviese perfectamente adaptado al medio físico en el que se encuentra, la arquitectura no sería necesaria y no habría surgido como parte íntimamente afín a esa evolución humana. El proceso de elaboración de los primeros elementos que podríamos denominar como arquitectónicos, muy rudimentarios por descontado, surge cuando los primeros homínidos van perdiendo su capacidad de adaptación física al medio en el que viven y comienzan a tener cierta consciencia primitiva de sus necesidades gracias a su cerebración, esto es, el incremento de su volumen craneal con el avance y expansión de ciertas áreas específicas de su cerebro que les propicia la posibilidad de razonar. De este modo, el desarrollo de estas nuevas facultades mentales en los primeros homínidos en detrimento de su adaptabilidad física, consecuencia de la selección natural introducida por Darwin y Wallace en el siglo XIX y, en cierto modo, también consecuencia de la selección la artificial provocada por los propios homínidos, les permite tomar consciencia de su necesidad de proporcionarse cobijo para asegurar su supervivencia y la de sus descendientes, cuestión esta implícita en la idiosincrasia de cualquier ser vivo. 

 

Distribución geográfica y temporal del género Homo. Otras interpretaciones difieren en la taxonomía y distribución geográfica. Fuente: Wikipedia.

La evolución cerebral, conviene recordarlo, va aparejada en estos primeros homínidos a la aparición de modificaciones físicas realmente novedosas en el mundo animal. Por cierto, que estas modificaciones no presuponen linealidad ni gradualismo porque están sometidas en gran medida al azar y a las alteraciones genéticas, esto es, mutaciones que son consecuencia de la casualidad, no de la causalidad. Sin embargo, entre estas alteraciones destacarán la capacidad de caminar erguidos, incluso aunque supuso la pérdida de velocidad de huida ante predadores potenciales o peligros intuidos, pero que va a proporcionar grandes ventajas a la hora de otear el territorio como mecanismo de defensa y le permite, por ejemplo, alcanzar frutos de árboles, lo cual pone a disposición del homínido alimentos antes menos accesibles; y, por descontado, la aparición del pulgar oponible, datada hace unos dos millones de años, solo en las extremidades superiores, que dará forma a nuestra evolución biocultural, puesto que nos permite coger y manipular como ningún animal es capaz en la naturaleza e incrementa nuestra inquietud y curiosidad por el entorno y, por tanto, nos ayudará a adaptarnos a él. Esta evolución física y cerebral unida al fuego y al lenguaje se concretará en las primeras arquitecturas de la historia de la humanidad.


La caricatura “El hombre no es más que un gusano” de la teoría de Darwin en la revista Punch de 1882 - Edward Linley Sambourne.


La necesidad de cobijarse se resuelve inicialmente gracias a la observación de la naturaleza, del entorno en el que el homínido ya no es capaz de encontrarse plenamente adaptado, y suple esta carencia utilizando lo que encuentra a su alrededor, por ejemplo, una cueva, un árbol frondoso o un grupo de piedras erosionadas por el agua que ofrecen el resguardo necesario para que el homínido se sienta protegido. Sin embargo, será el fuego el elemento natural que acercará a los antiguos seres humanos a la arquitectura. El dominio del fuego por parte de los homínidos comenzó a gestarse hace probablemente un millón de años, según datan algunas evidencias arqueológicas, pero sería utilizado de forma regular desde hace unos cuatrocientos mil años. El fuego constituye el primer elemento arquitectónico —junto con un parámetro ineludible, la fuerza de la gravedad, que se analizará posteriormente— que utilizaron los homínidos para asegurarse cobijo. El control del fuego permitirá sociabilizar y desarrollar culturas primitivas a quienes lo controlan puesto que no estarán sometidos a los ciclos solares ayudando, además, a la gestación del lenguaje. Es necesario recordar que numerosos estudios antropológicos consideran que el “homo erectus” ya habría desarrollado ciertas áreas cerebrales vinculadas a la comprensión y producción del lenguaje hace unos cuatrocientos mil años, aunque su origen como tal puede ubicarse en África hace unos cincuenta mil años de la mano del “homo sapiens”.


Así que podríamos decir que el fuego fue la primera construcción arquitectónica de la humanidad por muy etérea que pueda parecernos ya que le proporcionaba cierto cobijo, les protegía de posibles predadores y les ayudaba en la alimentación, además, propició las primeras manifestaciones culturales y sociales, en cierto modo constituyó una suerte de hogar para ellos. Es difícil vislumbrar alguna estructura reconocible en torno al fuego como tal, pero definió un concepto que no puede desvincularse de las primeras manifestaciones arquitectónicas de la sociedad. Vitruvio, un arquitecto, ingeniero y tratadista romano del siglo I a.C. ya puso de manifiesto la trascendencia del fuego en la aparición de la arquitectura en su ensayo “De Architectura” más conocido como los “Los diez libros de Arquitectura”. De hecho, vincula la utilización del fuego a la aparición de las chozas como objeto arquitectónico, así lo indica en su tratado: “… con ocasión del fuego surgieron entre los hombres las reuniones, las asambleas y la vida en común, que cada vez se fueron viendo más concurridas en un mismo lugar; (...) comenzaron unos a procurarse techados utilizando ramas y otros a cavar grutas bajo los montes, y algunos a hacer, imitando los nidos de las golondrinas con barro y ramas, recintos donde poder guarecerse. Luego, otros, observando los techos de sus vecinos y añadiéndoles ideas nuevas, fueron de día en día mejorando los tipos de sus chozas…”.


 Frontispicio de la obra de Marc-Antoine Laugier: Essai sur l'architecture 2.ª ed. 1755, de Charles Eisen (1720-1778). Grabado alegórico de la cabaña primitiva de Vitruvio.


Los primeros seres con características humanas no eran sedentarios, por tanto, sus necesidades alimenticias estaban condicionadas por los ciclos naturales y su continuo movimiento hacía innecesario disponer de estructuras complejas y estables en exceso para resguardarse. La simplicidad de algunos palos dispuestos en geometría cónica contrapeados y atados en la parte superior mediante tendones de animales cazados y cubiertos por paja o pieles resultaba más que suficiente para protegerse, pero, en cualquier caso, estas primigenias arquitecturas mantenían un elemento común: una zona de escape en la parte alta, en la corona de la construcción, para que saliese el humo al tiempo que introducía en el elemento construido el concepto de hogar, un fuego en el interior, en el centro, en torno al cual desarrollar las actividades sociales más básicas de los primeros humanos. Así pues, el fuego conformó y condicionó las primeras manifestaciones puramente arquitectónicas de los seres humanos. 



Foto de una choza en Peña Francia (Morcillo).


La transformación de los seres humanos de nómadas a sedentarios con la aparición de la agricultura, que surgió de forma más o menos simultánea en varios grupos sociales dispersos hace más de 10.000 años durante el Neolítico, transmutará radicalmente la evolución de la arquitectura, y su adaptación al medio en que se encuentra, pero eso forma parte de otro capítulo.


En Mérida a 5 de julio de 2021 y Palermo a 10 de julio de 2021.

Rubén Cabecera Soriano.

@EnCabecera

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