El pasado es falso.



Conmemoramos el terrible accidente del 11 de septiembre de 2001 en la ciudad de Nueva York. Dos aviones chocaron en una asombrosa coincidencia contra las denominadas Torres Gemelas, hoy derruidas.


El 11 de marzo de 2004 un tren descarriló en Atocha (Madrid) causando cerca de 200 muertos y casi 2.000 heridos. Las autoridades establecen el exceso de velocidad como causa del terrible accidente.


Algo más de 100 personas fallecieron en un incendio acontecido el 13 de noviembre en la capital francesa en una sala de fiestas llamada “Bataclan”. Incumplía las mínimas medidas de seguridad.


Estos tres párrafos son un ejemplo, como cualquier otro y de cualquier otra temática, de lo sencillo que es falsificar el pasado hoy en día gracias a las nuevas tecnologías. Evidentemente si este conjunto reducido de caracteres es formulado a través de alguna red social por cuentas con un número elevado de acérrimos, entregados y convencidos seguidores, cundirá esta verdad en ellos eliminando los hechos acontecidos y verificados, y quedando sustituidos estos por los nuevos, transferidos a la gran mayoría de la población que concede absoluta y ciega veracidad a cualquier ignominia que pueda leerse en menos de un minuto. Nadie exigirá una mínima demostración ni cuestionará la veracidad. También podrá extenderse la nueva historia entre la sociedad a través de mensajes —tal vez algo más extensos, aunque no demasiado, que la lectura cansa— mediante ciertos medios de comunicación entregados a los nuevos monopolios mediáticos regidos y manipulados por las redes que los someten económicamente. Y, por supuesto, en el colmo de la indolencia, estas nuevas verdades históricas falsificadas que calumnian el pasado terminarán por transformarlo en realidad irrefutable si se acompañan de breves vídeos con músicas insufribles y narraciones de personajes irreverentes con credibilidad inagotable gracias a su narrativa cercana y burda, plagada de imprecisiones y vaguedades. 


Todo este conjunto de barbaridades terminará doblegando la historia y provocando que se den por irrefutables esas aseveraciones que transformarán un pasado cierto en algo falso, pero creído por todos, por la inmensa mayoría, que al final estadísticamente sustituye a la totalidad, con lo que se convertirá en verdadero por más que exista documentación científica que acredite, con hechos verificables y demostrados, la autenticidad de lo acontecido en contraposición a la nueva realidad que imponen las redes manipuladas por ciertos monopolios. Es la irremisible capacidad de la tecnología actual para cambiar la historia. Nadie acudirá a comprobar la veracidad de estas informaciones —prácticamente ya nadie lo hace— ni se exigirá demostración alguna a esos contenidos, además, el alcance de los mensajes capacitará y capacita a los nuevos medios de conexión social para sentenciar el pasado y transformarlo en uno nuevo, el deseado por algunos entornos con intereses espurios, que pretenden la manipulación de un gran y muy numeroso núcleo de la sociedad. Es evidente que siempre quedarán los irreductibles, serán pocos, reducidos, unos exiliados sociales a los que será muy sencillo desacreditar porque nadie leerá sus extenuantes ensayos plagados de pruebas, datos e hipótesis demostradas. El pasado falso que la información global transformó en verdadero cubrirá cualquier atisbo de duda que pueda surgir. Ni tan siquiera un ideal cronoscopio que nos permitiera vislumbrar el pasado podría lucha contra el poder mediático de la simpleza e inmediatez de un mensaje breve, directo y conciso difundido en instantes a miles de millones de personas en las que, antes o después, gracias a la persistencia de los algoritmos, terminará calando.


«El pasado es falso», aseverarán en el futuro los escasos científicos e historiadores díscolos que serán acusados por los medios de comunicación de provocadores e insurrectos y, tal vez, serán perseguidos y condenados por alborotadores de la paz social, por pendencieros de la historia. Su mensaje apenas llegará a la humanidad y aquellos que consigan la más mínima repercusión mediática serán tachados de locos y su legado de disparatado. Serán contravenidos con la misma facilidad con la que los mensajes escuetos lograron transformar el pasado con su persistencia y simplicidad. Estamos avocados a revivir una historia falsa que, tal vez, nos permita tener un futuro más simple, pero que nos transformará —ya lo hace— en seres apáticos y manipulados. Y no solo es la historia la que está en juego en esta nueva realidad social en la que nos imbuye la tecnología. También lo está la honorabilidad y credibilidad de cada persona, porque ya es muy fácil acusar a quien se oponga a esta nueva forma de manipulación con la construcción de un mensaje falsificado divulgado por las redes gracias a los medios tecnológicos existentes en la actualidad. Alguien o algo —hay robots capaces de hacerlo con medios de programación al alcance de cualquiera— puede falsificar un mensaje de cualquier persona que ponga en evidencia su credibilidad y fiabilidad. Así, tú mismo, si retuerces tu vida contra lo establecido por el nuevo orden social y tienes cierto alcance mediático puedes ser receptor de un mensaje que alguien elabora en tu nombre y que tú mismo firmaste —demuestra lo contrario si eras capaz una vez está introducido en la red— en el que afirmas, por ejemplo, que los judíos no fueron perseguidos durante la segunda guerra mundial —si es que en el momento de la historia en el que te sitúen con ese mensaje interesa que los judíos hubiesen sido perseguidos—. Será tal la afrenta contra la que tendrás que luchar que nada ni nadie te librará de la ignominia. Y si tu excusa es la falsificación, podrán demostrar con suficiencia que tú borraste el mensaje. Estás perdido, amigo mío.



Imagen de origen desconocido de la red. 



En Plasencia a 4 de julio de 2021.

Rubén Cabecera Soriano.

@EnCabecera

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