Los datos no mienten, aunque siempre dependerán de quién los elabore y
de quién los lea. “Estamos en la senda de
la recuperación”, es la frase que llena las bocas de los dirigentes, pero
¿recuperación de qué?, ¿acaso nos encontramos en un proceso de recuperación de
la sociedad del bienestar?, o ¿tal vez estamos en proceso de recuperación de
los derechos perdidos?, ¿será la recuperación de la maltratada naturaleza que
continuamente saqueamos con el fin de obtener efímeros beneficios? Quién sabe,
pudiera ser que la recuperación de la que se habla sea la de los ricos, si es
que en algún momento tuvieron a bien sentir en sus carnes la crisis. Para ser
sincero, tampoco yo la he notado mucho, bueno, a lo sumo tres o cuatro meses
seguidos sin poder cobrar un euro, pero “eso
tampoco es tan grave”, me indicarán algunos –especialmente políticos-
porque querrán convencerme de la necesidad de “hacer sacrificios” a través de los que, con suerte, pueda conservar
mi trabajo y asegurarme una mínima manutención, y yo, como buen borrego social,
todavía de lana blanca, pero tiñéndome poco a poco de color oscuro, casi negro,
asentiré repetidamente con firmes y compulsivos movimientos de cabeza en el
reconocimiento de que siempre habrá alguien que lo esté pasando peor, pues esta
será la argucia con la que algunos pretenderán aplacar mi ansia subversiva que
va aflorando indignada.
Pues, si los datos no mienten, ¿por qué esa supuesta recuperación no se
observa entre la ciudadanía de a pie? “¿Cómo se puede ser tan pueril?”, reirán
para sí nuestros gobernantes al escucharnos manifestar semejante pregunta, pero
nos responderán tranquilos, pausados, solemnes, con una sopesada verborrea, que
en ocasiones, descontrolada, les domina y pierde: “La recuperación tarda en llegar, pero estamos poniendo los medios
necesarios para que lo haga, bajaremos los impuestos, fomentaremos el consumo,
facilitaremos el acceso al crédito, …”. Es el mantra de siempre, repetido
una y otra vez ofreciendo grandes dosis de esperanza y con una convicción con
la que histriónicamente se manifiestan para convencernos. Algunos creen, otros,
tal vez desconfiados o experimentados, sencillamente deciden ignorar, cansados
de que les engañen una y otra vez, pero hay quienes resuelven echarse a la
calle para chillar, para gritar que ya no más, que la recuperación no es tal y,
de ser, solo será para acallarnos durante el tiempo necesario para que nuestra
teta se haya recuperado lo suficiente como para poder volver a exprimirla hasta
casi secarla. De eso se trata en definitiva, de alterar el equilibrio de las
cosas, de que los pobres sean más pobres y los ricos sean más ricos. Aquellos
que justifiquen y practiquen las políticas económicas de desigualdad –llámense
como quiera que se llamen- solo conseguirán enervar a la ciudadanía, al tiempo
que verán incrementar el saldo de sus cuentas bancarias con pingües beneficios
que difícilmente les servirán para algo más que mostrarlas a sus
correligionarios y regodearse de su gran tamaño. Morirán ricos, pero morirán,
el problema es que como consecuencia de esta desigualdad, otros morirán pobres
y, desgraciadamente, antes de lo que debieran.
Foto: http://www.joobdo.com/
Mérida a 2 de febrero de 2014.
Rubén Cabecera Soriano.