No quiero princesas de porcelana.



La monarquía española se legitima como parlamentaria cuando se publica la Constitución de 1978, pero la tradición monárquica española proviene de muy antiguo, de cuando España no era más que un territorio innominado, socialmente difuso y geográficamente indeterminado. No era por aquel entonces necesaria legitimación alguna. Los reparos con que se interpelaban las acciones de los monarcas se resolvían con guerras, matanzas o puniciones sufragadas por quienes pretendían ostentar el trono, que hasta aquel momento se les escapaba por razones de herencia, casamiento o alguna suerte de sacramento religioso que les permitiera el acceso al poder, todo ello rodeado de manipulaciones, confabulaciones, traiciones y conspiraciones con las que procuraban alterar la jerarquía de mando en beneficio propio. Poco importaban las muertes que se produjesen en el camino, mayormente entre la sufrida población, si se alcanzaba el objetivo final que no era otro que sentarse en un trono lleno de inmundicia y pestilencia, pero que dejaba la puerta abierta a una inmensa riqueza expoliada a los más pobres e indefensos y sobre los que se exhibía un sometimiento, en ocasiones de carácter divino, auspiciado por el poder militar al que se mantenía silenciado con prebendas y sinecuras que en ocasiones se mostraban insuficientes con lo que se alteraba nuevamente el aparente equilibrio. Pocos parecían no darse cuenta del carácter fortuito e inopinado de esa posición y por ese motivo se procuraban un fortalecimiento de su recién adquirida situación condimentando su reinado con apellidos de nobleza y de alto abolengo, colores azulados de sangre y una gran contingente bélico que les asegurase conservar la cabeza durante algo más de tiempo que su antecesor, ofreciendo simultáneamente al pueblo, para ganarse su sosiego, aunque solo fuese ocasional, alimento que llevarse a la boca alguna que otra vez y vanas confrontaciones con enemigos inventados por razón de nacionalidad que exaltasen un patriotismo inventado y que en realidad escondía intereses personales espurios.

Querida infantita de mi vida, querida princesita de mi corazón, las cosas han cambiado, tal vez no demasiado en el fondo, pero definitivamente sí en las formas. Donde antes papá rey mandaba y ordenaba ahora tenemos un paripé mediático que trasciende al asunto en cuestión y que te permitirá marcharte de rositas, hayas o no cometido delito y lo hayas o no conseguido esconder tras un inocente amor de cuentos, puesto que el pago es una leve mácula en tu noble apellido, ya de por sí putrefacto históricamente, con lo que tampoco supondrá demasiado para los libros de historia de futuras generaciones en los que, con suerte, ocuparás una breve reseña al pie de página en alguna profusa investigación sobre esta época, ahora convulsa, en España. Sin embargo, serás la comidilla del cotilleo durante unos meses, hasta que el hartazgo del pueblo encuentre válvula de escape en una alternativa más suculenta para los medios. Somos así para nuestra desgracia y tu fortuna, ya que ahora, cuando el poder no puede manipularse, aparentemente, a caudillaje, nosotros hemos transformado el sufrimiento y la impotencia en anacrónica resignación que se libera con pancartas mostradas a la salida de los juzgados y en manifestaciones multitudinarias, o no, según el contable, donde desmarcarse de la línea, incluso pacíficamente, conlleva aparejado un palo en el lomo, no solo metafórico, aunque eso sí, rodeado de grandes fuegos de artificios y quejas frente al comportamiento de las fuerzas del orden que se limitan a obedecer y ejercer su trabajo, con gran dolor en muchas ocasiones según me consta.

Lo siento, infantita mía, no me creo tu frágil rostro de porcelana, ni tu histriónica, pero contenida, sonrisa amable, idéntica a las de las inauguraciones o a las de actos públicos cubiertos con gastos de representación pagados por todos; lo siento, no puedo creerte, pero seguiré sin confiar en ti aún cuando salgas airosa de este embrollo y ofrezcas unas declaraciones, manteniendo la misma sonrisa, en las que dirás que te sientes satisfecha con la acción de la justicia que ha trabajado libremente y que ha demostrado tu inocencia, dándonos a todos las gracias por el afectuoso apoyo que te mostramos.


Foto: www.ecodiario.eleconomista.es

Mérida a 9 de febrero de 2014.

Rubén Cabecera Soriano.

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