El Principessa Mafalda partió del puerto de Buenos Aires el 16 de octubre de 1919, un día después de la fecha prevista, puesto que el aprovisionamiento de carbón se retrasó más de lo esperado. El trasatlántico a vapor, perteneciente a la naviera Navigazione Generale Italiana, era considerado el barco más lujoso y rápido de la ruta sudamericana que unía el Río de la Plata y el Mediterráneo. En su viaje haría escala en Montevideo, Santos y Río de Janeiro, pararía en Dakar y Barcelona para llegar finalmente a Génova quince días después. Fue nombrado así en honor a la princesa Mafalda de Saboya, segunda hija del Rey Víctor Manuel III de Italia, una figura relacionada con la Segunda Guerra Mundial por su matrimonio con Felipe de Hesse-Kassel, príncipe y «landgrave» de Hesse-Kassel, que había participado en la Primera Guerra Mundial, donde fue herido en 1916. Posteriormente, este se alistó en el partido nazi en octubre de 1930 y pasó a formar parte de las tropas de asalto, las SA —los camisas pardas— sirviendo de enlace entre Hitler y Benito Mussolini por su relación con la corona italiana como yerno del rey, aunque finalmente cayó en desgracia tras la caída de Mussolini y tanto él como su mujer fueron enviados a campos de concentración. La princesa Mafalda de Saboya, Muti, moriría en 1944 tras un bombardeo aliado a una fábrica de armamento situada al lado del campo de concentración de Buchenwald donde se encontraba recluida. Para aquel entonces, el buque Principessa Mafalda ya se había hundido frente a las costas de Brasil en 1927. En sus camarotes se albergaban algo más de 1.500 personas incluyendo a los tripulantes. Había cerca de 160 cabinas de primera clase y algo más de 800 de segunda y tercera. Carmela viajaba en uno de los dormitorios destinados a inmigrantes. Lejos había quedado la época de lujo y opulencia que la acompañó durante su juventud. Desde que abandonó a sus amigas en Nueva York se había ganado la vida con dignidad, solo con dignidad. Decidió regresar a Palermo para visitar a su madre tras recibir su foto, a pesar de que Concetta le trasladaba que su madre solo quería que la tuviese presente. Carmela quería verla, abrazarla, consolarla; quería estar con ella. No avisó de su llegada a sus amigas. No quería que nadie supiese de su vuelta: temía a Salvatore. Sabía lo que le había hecho a su madre y pensaba que podía intentar algo parecido contra ella y retenerlas a ambas. A su llegada se trasladaría en «vaporetto» de Génova a Palermo durante la noche, para ahorrarse el alojamiento, y se iría directamente a buscar a su madre. El viaje era un gran esfuerzo económico para ella, pero la carta de Concetta la había dejado preocupada. Conocía perfectamente a su madre y esa imagen suya que recibió la turbó. Las dos semanas de viaje fueron para Carmela una tortura. Ya estaba acostumbrada a su nueva vida y las incomodidades de la pobreza no supusieron para ella problema alguno, pero comprobar el estado en el que se encontraban muchos de los emigrantes que regresaban a Italia tras la Primera Guerra Mundial le afectó mucho. Habló con todos los que pudo y lo hizo en italiano. Eso la hizo sentir bien. Hacía mucho tiempo que no hablaba su idioma, a pesar de que en Buenos Aires conocía a mucha gente de la colonia italiana, pero procuraban siempre hablar en español. Sus compatriotas compartieron con ella los sufrimientos y las grandes esperanzas que tenían puestas en el regreso a su tierra. Los animaba pensar y desear que Italia los acogería con los brazos abiertos como expatriados que retornaban a casa. Carmela se dedicó a ayudar a todos los que pudo y a cuidar a sus niños, todos nacidos fuera del país de sus padres, inmigrantes en su regreso a Italia. Muchos de ellos conservaban familia en su tierra de origen, como ella, y habían escrito —si sabían escribir, mientras que otros habían encargado las misivas— anunciando su llegada. Conforme se acercaban a Italia Carmela fue percibiendo una euforia creciente; cruzar el estrecho de Gibraltar fue celebrado con una humilde fiesta con música y baile en la cubierta de los emigrantes, la de la tercera clase. En su parada comercial en Barcelona muchos de los pasajeros bajaron. La mayoría eran de primera clase: italianos de la tercera clase no bajó ninguno. Carmela iba contagiándose de la alegría de sus compañeros. En Génova, tras quince días de travesía, hubo lágrimas en las despedidas, pero Carmela estaba deseando llegar a Palermo para reencontrarse con su madre. El viaje a Palermo fue movido porque el barco sufrió una tormenta y Carmela apenas pudo descansar. Nada más llegar a Palermo, Carmela comenzó a buscar algún medio que la llevara a la finca de Salvatore. Había decidido que se presentaría allí sin más, y que se enfrentaría a Salvatore si era necesario y que se llevaría a su madre de allí. Encontró a una familia que se trasladaba en carro hacia el interior de Sicilia y que pasaría cerca de la casa de Salvatore. Les preguntó si podían llevarla. Les pagaría el viaje a pesar de que insistieron en que no era necesario. Carmela se subió al carro junto con toda la familia. El carro era muy pequeño y, aunque llevaba muy poco equipaje, con ella iban muy apretados. Cuando partió de Buenos Aires no sabía si regresaría o no, así que sus pocas pertenencias las dejó en casa de unos conocidos diciéndoles que se las quedaran si finalmente no regresaba. Había vendido casi todo lo que tenía de valor para pagarse la travesía y lo poco que le quedaba le cabía en una pequeña maleta que llevaba con ella. Los chiquillos no dejaron de preguntarle cosas durante todo el trayecto; querían saber de dónde venía, dónde había estado, quién era… Le preguntaban en siciliano, lo que la llenó de alegría pues hacía mucho tiempo que no escuchaba el idioma. Ella respondía a todas las preguntas de los niños también en siciliano ante la atenta mirada de la madre. Tan solo no respondió a las preguntas acerca de su familia que eludió con evasivas. Cuando llegaron al cruce de caminos que habían acordado, Carmela se bajó, le dio unas monedas al padre que se había pasado todo el camino arreando el carro en silencio y recogió su maleta. Les lanzó besos a todos los niños que se despidieron con un sonoro griterío. Carmela se dirigió hacia la casa de Salvatore cuando dejó de ver el carro.
Imagen de Carro siciliano. Eugenio Interguglielmi.
En Mérida a 14 de diciembre de 2025.
Rubén Cabecera Soriano.
@EnCabecera

