El tiempo había convertido a Adelina en una persona triste y a Carmela en una mujer. Adelina se pasaba el día encerrada, apenas salía, había envejecido. Toda su vitalidad y fuerza habían desaparecido, se habían diluido en aquella especie de palacio de cristal en el que Salvatore la había encarcelado. Adelina nunca aceptó a Salvatore y Salvatore fue perdiendo el interés en ella, aunque crecía dentro de él un rencor por el rechazo que fue dirigiendo hacia la hija de quien fue su gran amigo Giuseppe. Salvatore se acercaba a Carmela con mucho cariño, demasiado, según sentía Adelina. Carmela, de pequeña, sentía apego por Salvatore, al fin y al cabo, les había acogido a ella y a su madre. Pero con el tiempo, el afecto que Salvatore manifestaba, normalmente siempre que Adelina estaba presente, con sobeteos, en apariencia cariñosos, pero con miradas desdeñosas, demasiado inapropiados para la madre, empezaron a ser incómodos para Carmela según esta iba creciendo. Adelina sabía que Salvatore lo hacía para hacerle daño o, al menos, eso quería y deseaba creer. Así que siempre que le era posible procuraba que su hija evitase encontrarse con Salvatore. Maria, por su parte, aún conservaba todo su odio contra Adelina, a pesar de que sabía que entre ellos no había ocurrido nada y nada ocurriría, sin embargo, la culpaba del fracaso de su matrimonio y no podía —ni quería— perdonarla. Concetta también se había convertido en una auténtica mujer y ella junto con Rosalia y Carmela habían comenzado a mostrar un incipiente interés por el mundo. Aquella ciudad, la Palermo de principios del siglo XX, se les quedaba pequeña. Rosalia era la única que realmente había salido, pero sus recuerdos de los Estados Unidos eran vagos. Sin embargo, sí recordaba lo grande que era aquel país y cuánto duraban los viajes que hacían por aquellas desérticas carreteras. Ella, junto con las historias que su padre les contaba a las tres amigas, les había inculcado el interés por viajar, el interés por el mundo, que conseguían paliar solo en parte gracias a algunas revistas que conseguían y a los libros que el padre de Rosalia atesoraba. Rosalia también les contaba que en aquel país americano había muchos italianos y que ella, a pesar de que había aprendido el idioma perfectamente como niña que era cuando estuvo allí, se comunicaba en italiano con muchos de sus compatriotas. Esto lo hacía porque sabía que a Concetta no le gustaban demasiado los idiomas extranjeros y si alguna vez tenían la oportunidad de viajar juntas a aquel lejano país, no quería que ella se quedase. Alguna vez, cuando algún americano llegaba a casa de Vicenzo y este se lo presentaba a Salvatore, Concetta siempre renegaba de su idioma. Sin embargo, Carmela estaba encantada, se sentía atraída por esa extraña pronunciación. De hecho, cada vez que podía y Concetta no estaba delante, le pedía a Rosalia que le hablase en inglés. En otras ocasiones, les contaba el viaje en barco de regreso, el de ida lo había olvidado porque, según su madre, había estado la mayor parte del tiempo enferma. Las dos amigas disfrutaban mucho con las historias de la amiga, pero querían vivir sus propias aventuras y Rosalia junto a ellas. Las tres planeaban viajar por Europa, África y, por su puesto, Estados Unidos. Salvatore y Vicenzo se negaban. Adelina escuchaba atenta los planes que Carmela le contaba y la animaba, sin ser capaz de mostrar sonrisa alguna, a perseguir sus sueños. Carmela sentía que quería salir de aquella casa, Adelina deseaba que su hija se marchase de allí. Ella se sentía atrapada. Carmela, una fría mañana de 1910, le dijo a su madre que se marchaba, que ya no quería seguir allí y que quería que se fuese con ella. Acababa de cumplir veinte años. Y sus dos amigas querían celebrarlo haciéndose una foto parecida a la que tenían de hacía diez años cuando celebraron su décimo aniversario. Ni Concetta ni Rosalia recordaban que ese día había sido asesinado el padre de Carmela. En realidad, tampoco Carmela lo recordaba, pero cuando le contó a su madre qué iban a hacer las tres amigas, Adelina se echó a llorar. Carmela desconocía el motivo y la madre apenas tuvo fuerza para contárselo. Entonces Adelina comprendió: todo aquello había sido idea de Salvatore que se lo había contado a su hija y a Rosalia una tarde que estaban juntas en casa de Vicenzo y Salvatore descolgó la fotografía y se la mostró a las dos. Ellas se mostraron encantadas con la idea y enseguida la compartieron con Carmela, quien también se ilusionó. Fue al contárselo a su madre cuando comprendió que todo había sido una artimaña de Salvatore para provocar a Adelina, puesto que sabía que sufriría al enterarse. Entonces Carmela tomó la decisión. Se marcharía y se llevaría a su madre. Pero antes se iría a hacer la fotografía que les había propuesto Salvatore.
Imagen custodiada en el Museo Regionale della Fotografia di Palermo. Eugenio Interguglielmi, 1910.
En Mérida a 13 de noviembre de 2025.
Rubén Cabecera Soriano.
@EnCabecera

