Concetta, Rosalia y Carmela eran tres niñas sicilianas nacidas a finales del siglo XIX. Concetta y Rosalia provenían de la misma familia adinerada, pertenecían a la incipiente mafia palermitana cuyos orígenes como «gabellotti» se remontaban a pocos años antes y estaban vinculados a las explotaciones de cítricos, destinadas a prevenir el escorbuto, que surgieron tras la unificación italiana que culminó en 1861 con la proclamación de Vittorio Emanuele II como rey de Italia. Ambas familias se habían apropiado de tierras que pertenecieron a terratenientes y las protegían usando la violencia, al tiempo que ofrecían protección a otros propietarios a los que también extorsionaban ante la inacción del debilitado nuevo estado italiano. Carmela era la hija menor de un «campiere». Su padre organizaba expediciones punitivas contra los ladrones de cítricos y ayudaba a ambas familias en su proceso de expansión territorial basado en la coacción a otros latifundistas de la isla. Entre Concetta y Rosalia había lazos de sangre: eran primas. Carmela no. El abuelo de Carmela luchó con Garibaldi. Era un Camisa Roja que en 1860 con la Expedición de los Mil conquistó el sur de Italia, Sicilia y Marcas para el Reino de Cerdeña que propició la unión territorial italiana un año después. Fue un nacionalista republicano convencido, de los pocos que sabían leer y escribir. Lector ferviente de Mazzini, en su familia conservaban como un auténtico tesoro el ejemplar de «Una nación libre» que guardaba en su camisa mientras guerreaba. Su único hijo no pudo ir a la escuela, pero heredó del padre su audacia y valentía, y se convirtió en el auténtico perro de presa de la familia de Concetta y Rosalia.
En 1900 las tres niñas cumplieron diez años. Salvatore y Vicenzo, los padres de Concetta y Rosalia, encargaron al prestigioso fotógrafo palermitano Eugenio Interguglielmi, que acababa de recibir la Medalla de Plata en la Exposición Universal de París, un retrato de sus hijas para conmemorar su onomástica. Sus padres querían una foto que reflejase el lujo en el que vivían. Eugenio les propuso recrear una escena del siglo XVIII simulando al modo de un «tableau vivant» a unas cortesanas con pelucas blancas empolvadas, vestidos largos con encajes y volantes. Les convenció de que debían estar acompañadas de otros niños para que la escena fuese más convincente y permitiese reinterpretar desde la modernidad de principios de siglo la nostalgia por una época anterior de ostentación y riqueza. De este modo, incluyeron a niños que figurarían como parejas de las hijas ataviados con casacas, chalecos y calzas típicas de la moda cortesana. Eugenio pidió añadir una pareja más para dar al conjunto un aspecto más evocador y teatralizado de ese pasado histriónico e idealizado. Los padres los hablaron entre ellos, lo comentaron con sus mujeres y se lo dijeron a las niñas. Concetta y Rosalia enseguida pidieron que fuera Carmela su compañera. Las tres niñas habían estado juntas desde que nacieron. Los padres aceptaron y se lo propusieron a Giuseppe, el padre de Carmela. Este aceptó a regañadientes, más porque eran sus patrones quienes se lo pedían que porque realmente lo considerase apropiado. Los tres niños fueron escogidos entre los más sanos de los agricultores que trabajaban las tierras de Salvatore y Vicenzo.
Una mañana fría de finales de diciembre de 1900 todos llegaron al estudio de Eugenio en la calle Vittorio Emanule en Palermo y comenzaron los preparativos para la foto. Salvatore y Vicenzo acompañaban a las niñas. Giuseppe los escoltaba con algunos hombres más. Aún se percibía una gran tensión en el ambiente tras los arrestos de varios miembros de los clanes de la mafia, entre ellos, Antonino Giammona, jefe del clan Uditore, producidos en abril tras la confesión de Francesco Siino, jefe del clan Malaspina. Salvatore y Vicenzo se movían desde entonces con protección para evitar posibles atentados en venganza o represalia y también acciones policiales contra ellos. Nadie sabía a ciencia cierta quiénes estaban entre los acusados por Siino. Los tres niños llegaron más tarde: estaban sucios. En el estudio de fotografía, las asistentas de Eugenio vistieron a las niñas y lavaron a los niños antes de engalanarlos. La sesión duró varias horas hasta que Eugenio se sintió conforme. Salvatore y Vicenzo escucharon de su boca que el resultado no les defraudaría. Giuseppe estaba fuera apostado en la puerta atento a cualquier movimiento extraño. Las niñas jugaban bulliciosas en las distintas estancias del estudio. Los niños se fueron a un rincón mientras esperaban incómodos en sus trajes y en silencio que les dijeran qué debían hacer. Entonces se oyeron unos golpes secos atronadores en el exterior que Salvatore y Vicenzo reconocieron inmediatamente como disparos. Rápidamente cogieron a las niñas y las tumbaron en el suelo. Los niños no se movieron. Eugenio y las asistentas también se tiraron viendo la reacción de sus clientes. Se oyeron unos gritos fuera y al cabo de un rato el silencio invadió la sala. Entonces Salvatore llamó a Giuseppe. No hubo respuesta. Volvió a llamarle, pero nada. Salvatore se incorporó protegiéndose tras la pared y se asomó ligeramente por la ventana para ver la puerta de entrada del estudio. No vio a nadie. No había nadie en la calle. Absolutamente nadie. Todo estaba en silencio. De repente vio que unos hombres regresaban corriendo. Eran los hombres de Giuseppe. Uno de ellos, un muchacho de barba incipiente, llamó a la puerta. Salvatore se acercó y abrió con mucha cautela.
—Han escapado, don Salvatore —le dijo, intentando recuperar el resuello.
—¿Quiénes eran? —le respondió Salvatore.
—No lo sabemos, no pudimos verlos bien. Vinieron en coche y dispararon varias ráfagas. Serían tres o cuatro.
—¿Dónde está Giuseppe? ¿Va tras ellos?
El muchacho bajó la vista y señaló a unos pasos de la entrada.
Salvatore siguió la dirección de su dedo y vio un reguero de sangre y un hombre tumbado a unos metros en una posición imposible. Habían disparado a Giuseppe. Estaba muerto.
Imagen custodiada en el Museo Regionale della Fotografia di Palermo. Eugenio Interguglielmi.
En Mérida a 28 de septiembre de 2025.
Rubén Cabecera Soriano.
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