Somos pequeños, muy pequeños, pero nos creemos grandes, demasiado grandes. Esta circunstancia que parece inherente al ser humano en su condición social y como colectivo formado por individuos que pertenecen a él es el principal reto al que nos enfrentamos: nuestra soberbia.
La historia del universo conocido, según nos dice la ciencia, arranca en el Big Bang, una singularidad espacio-temporal, que aconteció hace algo menos de 13.800 millones de años. El tamaño del universo se establece paradójicamente como superior a los 90.000 millones de años luz, cuestión esta que se explica por la dilatación espacial, a pesar de que parece contradecir el principio fundamental establecido por la relatividad especial de Einstein por el que la materia no puede moverse a una velocidad superior a la de la luz. El universo como cosmos en su concepción etimológica griega es un concepto holístico que lo engloba todo, el espacio (en todas sus dimensiones, las que percibimos y las que no), el tiempo (que no deja de ser otra dimensión), la materia (bariónica y oscura) y la energía en todas sus formas. También debemos incluir en este universo las leyes y constantes físicas que lo ordenan.
En el universo existen del orden de 200.000 millones de galaxias que son conjuntos más o menos definidos que agrupan estrellas, nubes de gas, planetas, polvo cósmico, agujeros negros, materia oscura y otros cuerpos menores unidos por la gravedad. Una de estas galaxias es la Vía Láctea. Se formó unos 200 millones de años después de la creación del universo, es decir, tiene del orden de 13.600 millones de años. Es de tipo barrada espiral y tiene un tamaño de aproximadamente 105.000 años luz, aunque pudiera llegar hasta los 200.000 años luz, por tanto, no es especialmente grande sobre todo si la comparamos con las galaxias gigantes elípticas. En unos cinco mil millones de años, las dos galaxias más grandes del Grupo Local al que pertenecen, esto es, la Vía Láctea y Andrómeda chocarán, y se conformará una nueva galaxia que podrá ser del tipo espiral. Pudiera ocurrir que en esta colisión participase también la Galaxia del Triángulo, la tercera más grande y brillante del Grupo Local de entre las aproximadamente 40 galaxias que lo forman. En la Vía Láctea se encuentra el Sistema Solar.
El ínfimo Sistema Solar surgió hace algo menos de 4.600 millones de años en un colapso gravitatorio, seguramente producido por la onda expansiva de una supernova “cercana”, de una inmensa nube molecular de hidrógeno, algo de helio y residuos pesados de otras estrellas desaparecidas en la que el Sol fue solo una de las estrellas concebidas perteneciente al grupo de la segunda o tercera generación de estrellas, por tanto, no primigenia. Gracias a la alta densidad de hidrógeno y a las elevadísimas temperatura (cercana a los 15 millones de grados) y presión se propicia en su núcleo una reacción termonuclear que generará energía para seguramente otros 5.000 millones de años. La masa del Sol aglutina aproximadamente el 99,8% de la de todo el sistema solar, lo que viene a significar que necesitaríamos unas 330.000 Tierras para igualar su masa. Y, sin embargo, existen estrellas en el universo cien veces mayores, es decir, el sol es una estrella mediocre.
La Tierra es un pequeño planeta rocoso y metálico, más rocoso que metálico para desgracia de los más acaudalados. Se formó hace unos 4.500 millones de años, poco después de la creación del Sol cuya luz nos ilumina algo más de 8 minutos después de abandonar la estrella. Aunque parezca de Perogrullo, la luz viaja en el vacío a la velocidad de la luz, y podemos considerar el espacio como vacío puesto que tiene una densidad aproximada de un átomo cada metro cúbico, lo que significa que su densidad es extremadamente pequeña en lo referente a la materia bariónica, esto es, la que percibimos. Las características de la Tierra la hacen especial para que se pueda generar vida en ella, la vida que nosotros conocemos, la basada en cadenas de carbono, y de la que somos una pequeña parte. De hecho, la vida surgió solo unos mil millones de años después de la creación de la Tierra. Por tanto, existe alguna forma de vida en la Tierra desde hace unos 3.500 millones de años, aunque algunas fuentes consideran que son casi 4.000 millones de años de antigüedad para la vida. Como quiera que la fuente de energía que mantiene la vida en la Tierra es el Sol, mal que bien, a la Tierra le quedan unos 5.000 millones de años de existencia, que no de vida, al menos no de la vida que nosotros conocemos hoy en día ni de la que ya se extinguió y que descubrimos gracias a la ciencia, puesto que es natural que la vida evolucione y cambie, extinguiéndose unas especies y apareciendo otras. Pudiera ser, eso sí, que la vida, en cualquiera de sus formas, se extinguiese en la Tierra antes de que la Tierra desapareciese.
En esta infinidad inabarcable para nuestra mente, ¿dónde y quiénes somos nosotros? El ser humano no es más que una forma de vida de reciente concepción dentro de la Tierra. Sus ancestros, nuestros ancestros, pueden encontrarse en el surgimiento de los primeros homínidos hace unos 2 millones de años y provienen de una rama común de los grandes simios de una antigüedad de entre 6 y 8 millones de años. Pero nosotros, los sapiens, tenemos unos 300.000 años de historia, si bien, no fue hasta hace unos 14.000 años que comenzamos a tomar posesión de la Tierra con la Revolución Neolítica que introdujo la agricultura. Es decir, llevamos en la Tierra escasamente unos instantes. Por tanto, en la infinitud del universo, en la inmensidad de la Vía Láctea, en la grandeza del Sistema Solar, en la magnificencia de la Tierra, los seres humanos no somos nada. Los seres humanos no somos nada, pero podemos ser algo.
Imagen creada por el autor con IA.
En Grass Valley, a 19 de julio de 2025.
Rubén Cabecera Soriano.
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