Solastalgia (parte i).



Existe una probabilidad matemática cierta de que un asteroide caiga sobre la Tierra y acabe con la vida tras una lenta agonía. Lo que nadie sabía es que el asteroide ya estaba en la Tierra y la agonía ya ha comenzado: se trata del ser humano.

 

Hay muchas personas que ya son conscientes de esta situación y la padecen como una enfermedad mental consistente en una distorsión cognitiva de la realidad medioambiental que les rodea, esto es, sufren solastalgia. Sin embargo, hay muchas otras que sin tener ese padecimiento son conscientes de la extinción funcional a la que la actividad humana nos está llevando. Es posible que no terminemos con la Tierra, es probable que eso no ocurra, pero lo que sí parece evidente es que terminaremos con un gran número de formas de vida, posiblemente la nuestra entre ellas. Ya acontece de forma pausada y agónica, medida en tiempos humanos, mucho más que el efecto de un asteroide o erupciones intensas de grandes provincias ígneas. Y además, la extinción se está produciendo con una velocidad lenta para el transcurrir de las generaciones humanas, lo que la convierte en una extinción de la que es fácil desentenderse pues no nos afecta, en apariencia, a nosotros ni a nuestros hijos, pero que es terriblemente rápida para los tiempos geológicos, lo que produce que no exista tiempo para la adaptación de las especies.

 

En la larga historia de la vida en la Tierra se han producido varias extinciones que podríamos denominar masivas, es decir que han provocado la desaparición de un porcentaje muy significativo de las especies en un período de tiempo breve desde el punto de vista geológico. No hay consenso absoluto en el mundo científico acerca de estas extinciones masivas sufridas por la vida y las causas que las provocaron. Podemos determinar con más o menos concisión, a pesar de las discrepancias, las siguientes cinco acontecidas en orden cronológico: la del período Ordovícico-Silúrico, la del Devónico, la del Pérmico-Triásico, la del Triásico-Jurásico y la del Cretácico-Paleógeno. De estas la más famosa es la del Cretácico porque propició la extinción de los dinosaurios y muchas otras especies con menos repercusión mediática. Se cree que fue causada por el impacto de un asteroide de unos 10 kilómetros de ancho, no demasiado grande comparado con el diámetro de la Tierra que es de algo menos de 13.000 kilómetros, hace 66 millones de años. Pero no fue la más grave desde el punto de vista de la pérdida de especies. En este apartado se lleva el primer premio la extinción del Pérmico de hace unos 250 millones de años en la que desapareció una gran cantidad de especies marinas y terrestres dejando muy poca diversidad y dificultando sobremanera la recuperación del árbol de la vida muchas de cuyas ramas resultaron taladas. La primera de estas extinciones, la del período Ordovícico, ocurrió hace unos 450 millones de años. Transcurrió mucho tiempo después de la aparición de la vida en la tierra cuyo origen hipotético establece la abiogénesis a partir de materia orgánica hace unos 4.000 millones de años. Recordemos que la Tierra tiene unos 4.500 millones de años. Es decir que la primera extinción ocurrió bastante tiempo después de la aparición de las primeras formas de vida. Eso no quiere decir que durante el tiempo que transcurrió entre la aparición de las primeras formas de vida y la primera extinción no acontecieran anomalías que afectasen de forma más o menos masiva a las especies. Sencillamente quiere decir que no tenemos evidencias de tales circunstancias. 

 

Ahora, con una única forma de vida, denominada inteligente por ella misma, sobre la Tierra, la especie humana, estamos a las puertas de llegar a la sexta extinción masiva, la que se denomina Eremoceno y que está siendo provocada precisamente por esta especie inteligente. Tal vez no sea desmesurado asegurar que los primeros indicios de esta potencial extinción en ciernes nacen directamente en el Holoceno, cuando una mejoría de las condiciones climáticas terminó con la última glaciación permitiendo la superación de la era Paleolítica a los sapiens y propició un gran desarrollo de la especie humana que se ha venido produciendo inexorablemente asociado a un indolente y en ocasiones inconsciente afán depredador y destructivo. Este indeseable y constante proceso nos lleva a una situación extrema en la que la antropización está provocando una constante alteración en las condiciones naturales de la Tierra acelerando los procesos de cambio sin que las especies tengan posibilidad de evolucionar adaptándose a las nuevas condiciones que provocan la acción humana. No es complicado establecer correspondencias directas entre este crecimiento desmesurado y el cambio climático, a pesar de algunos agoreros que son incapaces de reconocerlo. En este escenario de cambio, la homeostasis de los organismos vivos, es decir, su capacidad de mantener, gracias a un equilibrio dinámico, una condición interna estable compensando las alteraciones en su entorno mediante el intercambio de materia y energía con el exterior resulta imposible de forma natural para muchas especies, lo que directamente se traduce en su extinción. Para el ser humano la homeostasis hace tiempo que dejó de tener sentido, puesto que su capacidad de adaptación se basa no en su adaptabilidad física, sino en su superior capacidad mental. De hecho, el ser humano es la única especie capaz de vivir en cualquier entorno de la Tierra, siendo, con diferencia, la especie peor adaptada físicamente a dicho entorno. En este sentido, este cambio climático provocado por el ser humano está generando una crisis climática que afecta a todas las especies y que no es un problema global que se pueda resolver de forma individual, aunque intenten hacernos ver que pequeñas acciones pueden cambiar el planeta, ayudan, eso sí, pero no lo cambian. Se trata de un problema político de escala mundial, por eso no tiene solución hoy en día, puesto que no existe una voluntad política global de cambio. El principal problema es que esta crisis climática actual genera un grave problema de desigualdad, lo que redunda aún más en la dificultad de cambio, puesto que hay diferencias que son prácticamente irresolubles ya que han generado agravios irreconciliables: dime en qué país vives y cuándo te llegará tu hora, aunque esa hora le llegará finalmente a todos los países.

 

 

 

Imagen creada por el autor con IA.

Entre Madrid y Dallas, a 10 de julio de 2025.

Rubén Cabecera Soriano.

@EnCabecera

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