El primer día.

 


Estamos irremediablemente unidos al tiempo, nuestro destino está predefinido, aunque el camino hasta él no está escrito, por eso tenemos final, por eso acaba nuestra vida porque solo tiene sentido en un arco temporal limitado, pequeño, escaso, exiguo, pero también por eso es extraordinaria, porque se desconoce el camino, se va construyendo poco a poco desde el primer día hasta el último. Es una lástima no poder ver más allá de los segundos que dura nuestra vida, es una lástima no tener la posibilidad de saber qué ocurrirá mañana si hoy ha sido el último día, pero, sin embargo, nuestra vida tiene una maravillosa contrapartida, un campo abierto que nos da más de lo que uno puede imaginar: siempre hay un primer día. Siempre existe la posibilidad de comenzar algo nuevo, algo que nos ilusione, que nos rete, que nos llene de una luz que el certero final va apagando con tremebunda impasibilidad y persistencia, pero al que podemos enfrentarnos, a pesar de que sabemos que siempre llegará. Por eso conocer el principio y desconocer el final es nuestro sino. El primer día existió cuando comenzó nuestra consciencia y ahí el cronometro de nuestra vida arrancó, pero siempre existe un nuevo primer día, siempre puede existir por complicado que sea, por duro que resulte, por inmenso que sea el esfuerzo que requiera. En realidad, cada instante es un nuevo primer día ya que estamos predestinados a tomar decisiones sobre cada cosa, en cada momento para cada acción que realizamos. Esa es la grandeza y al mismo tiempo la condena de la vida consciente que estamos obligados a vivir. No hay mayor sentido para nuestra vida que ese: decidir, decidir como opción, como obligación, como condición indispensable en nuestra vida consciente. Decidir nos hace diferentes, nos convierte en seres extraordinarios, y también miserables, a pesar de que la decisión nos compromete, nos obliga y nos condiciona y, sin embargo, no debería limitarnos porque como seres libres solo sometidos a los designios del tiempo final, al último instante, y a nuestra propia consciencia. Y sí, podemos rectificar si consideramos equivocados nuestros planteamientos, esa también es nuestra libertad. Aunque todos los seres vivos son capaces de decidir, ninguno, excepto los seres humanos, lo hace de forma consciente, el resto, sencillamente decide por supervivencia. Es precisamente esa consciencia en la decisión nuestra máxima responsabilidad. Poco importa si nuestro tiempo es limitado como individuos, si somos apenas un suspiro en la perpetuidad del universo o en la continuidad de la vida; el caso es que debemos, de forma permanente, amanecer cada día como si fuera el primero de los que nos quedan por vivir.

 

 

Imagen creada por el autor con IA.

En Mérida a 5 de enero de 2025.

Rubén Cabecera Soriano.

@EnCabecera