—¿No recuerda nada, entonces?
—No, es imposible. Ocurrió hace muchos años, demasiados.
—Jeremy se llevó los dedos a los ojos y los apretó, tal vez quería evitar que
se le cayesen algunas lágrimas. Sus ojeras mostraban un cansancio extremo, se
limpió con un pañuelo la comisura de los labios, sus arrugas delataban una vida
dura, demasiado dura—. Mis madres nunca me hablaron mucho de ello, creo que fue
algo muy duro para ellas y fingían que no había ocurrido o pretendían haberlo
olvidado. Fue demasiado, demasiado… Además, yo tendría menos de un año…, es
imposible que pueda recordar nada.
—Pero, sabe que tuvieron que marcharse, ¿verdad?
—Claro, claro… eso lo sé, pero como le digo, no tengo
recuerdos de aquel pueblecito de Nevada. Era muy pequeño.
—Ya veo —la periodista ordenó los papeles que tenía sobre la
mesa donde estaba tomando las notas y colocó uno encima donde tenía unas frases
marcadas en color rojo—. ¿Le contaron qué paso aquella noche?
—A qué noche se refiere… —El tono de la respuesta de Jeremy no
fue de una pregunta por más que costase formularla de otro modo. Jeremy se veía
realmente incómodo. Una de las enfermeras que le atendía se acercó al comprobar
que Jeremy parecía molesto, pero este le hizo una señal para que no se preocupase.
—Bueno, imagino que sabe… —la periodista hizo una pequeña pausa—,
que sabe que su madre fue acusada por la muerte del… —removió alguno de sus
papeles de nuevo retrasando el nombre del fallecido— padre John.
Jeremy la interrumpió:
—Fue un accidente. Eso quedó demostrado. En cualquier caso,
no sé muy bien adónde quiere llegar. Si busca esclarecer algo, debe saber que
solo había una culpable, además del propio cura —Jeremy respiró profundamente
como si le costara decir lo que iba a decir—, y era esa mujer, Jennifer Apples.
Es un nombre que no puedo olvidar por más que lo intento. Es un nombre que se
me ha grabado a fuego en la mente. Esa mujer era la encarnación del diablo.
Estaba llena de odio, de resentimiento. La verdad es que solo así se puede
entender que hiciera lo que hizo…
—Ya, le comprendo… ¿Quiere algo de agua? —La periodista comprendió
que aquello estaba siendo demasiado para aquel anciano enjuto que tenía frente
a ella. Demasiados recuerdos casi enterrados en una mente frágil, al menos eso
le parecía a ella.
—Muy amable, creo que puedo aguantar. En cualquier caso, ya
no debe quedarnos mucho para terminar, ¿verdad?
La periodista asintió.
—Déjeme que le haga un par de preguntas más. Aquella noche
de verano de 1917 sus madres se escondieron en la oficina del sheriff y supongo
que gracias a eso salvaron la vida porque aquella mujer estaba dispuesta a todo,
es así, ¿verdad? Poco después, ustedes se marcharon de aquel pueblecito dejándolo
todo allí y llevándose solo aquello que pudieron salvar del incendio de su
casa. Todo parece indicar que el incendio fue provocado por ella y tal vez
algunas mujeres más. Sé que por entonces apenas era un bebé, así que no
pretendo que recuerde nada, pero sabría decirme qué pasó en la iglesia aquella
noche; supongo que en algún momento le hablaron de ello. Y, aunque sé que es
una pregunta dura, permítame hacerla: su madre, Mary, no tuvo una infancia ni
una juventud muy, digamos, agradable. Usted usa en su libro el término “cruel”
y por lo que cuenta está claro que así fue, pero durante el tiempo que estuvo
con Anna Rose todo parece indicar que fue feliz, entonces ¿por qué se suicidó?
Usted no lo dice en su libro, lo deja caer como algo casi circunstancial, casi
como si fuese lo que tenía que pasar. No quiero frivolizar, pero entiéndame que
le haga esta pregunta puesto que usted detalla muchas cosas de ella y, sin
embargo, este asunto no parece algo que se pueda pasar por alto sin más…
—Mi madre se suicidó porque no
podía más… —Jeremy la interrumpió con vehemencia aunque manteniendo la
compostura—, no podía más. La vida la engañó. La vida fue atroz con ella, la
hizo sufrir una y otra vez. Sabe usted, hay gente afortunada, yo creo que fui
una de esas personas. Me abandonaron, no sé bien por qué, intenté averiguarlo,
pero no me fue posible, en cualquier caso, mi madre me quiso con locura, me acogió
como si fuese suyo, tal vez más aún, me acogió como su fuese un mandato divino.
Mi madre siempre tuvo fe en Dios y Dios, si realmente existe, no tuvo ninguna
piedad con ella. Cuando se unió a Anna Rose creo que fue feliz, como también creo
que lo fue cuando yo aparecí. Todo eso ocurrió muy rápido, demasiado rápido,
tal vez no lo pudo asimilar. Ella siempre creyó que Dios estaba detrás de todo
eso, pero poco a poco terminó y Dios siempre le había mostrado un camino
terrible, oscuro, tenebroso, en el que apenas encontraba un claro donde respirar.
Mi madre, Anna Rose, y yo fuimos lo único que le proporcionó algo de felicidad,
pero todo lo demás… fue demasiado. Nadie puede soportar ese sufrimiento. Cuando
ocurrió el accidente en la iglesia, mi madre salió huyendo, seguramente pensó
que lo había provocado ella. Seguramente pensó que no tenía que haberme llevado
a aquel lugar sagrado. Seguramente pensó que era culpable, no de haber matado
al padre John, sino de haber nacido, de existir, de tener el más preciado don que
Dios puede darles a quienes creen en Él: la vida. Estoy seguro de que pensó que
su suerte estaba echada, que era cuestión de tiempo el que su vida terminase.
Es una obviedad, claro está, ninguno viviremos para siempre, pero creo que mi
madre, que Mary, pensase que su vida tenía que terminar antes de lo que la
naturaleza pudiera determinar. Creo que eso es algo de lo que se dio cuenta
aquel maldito día y que no mucho tiempo después corroboraría con la muerte de
mi otra madre, Anna Rose, aunque todavía quedaba algún tiempo y otros muchos
sufrimientos. Tanto castigo no podía significar para ella otra cosa que un
mensaje divino, un mensaje que le decía que no merecía la vida. Así creo que lo
creyó y así obró…, pero intentó dejarme la vida resuelta. No le fue fácil,
sufrió tanto… —sus ojos comenzaron a brillar, pero no permitió que las lágrimas
saliesen.
—Lo entiendo… y lo siento. —Hizo una pausa que prolongó
hasta que Jeremy terminó de limpiarse nuevamente la comisura de los labios. Se
fijó en sus manos, estaban llenas de manchas y pensó si la vejez le llegaría a
ella de igual forma—. Con respecto a la otra pregunta, ¿qué le contaron que
ocurrió aquella noche aciaga en la que quemaron su casa y casi mataron a sus
madres?
Imagen creada por el autor con IA.
Entre Charlotte y Sacramento a 27 de diciembre de 2024 y
Mérida a 23 de noviembre.
Rubén Cabecera Soriano.
@EnCabecera
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