—¡Asesina, asesina! —gritaban todos; algunos, más bien
algunas, desgañitándose la voz.
—¡Asesina, asesina! —chillaban mientras seguían
zarandeándola.
Mary lloraba, tenía el vestido desgarrado. Un pecho se le
había salido e intentaba tapárselo como buenamente podía, pero seguían
empujándola sin piedad. El sheriff Wyatt Earp miraba impertérrito. Jennifer
Apples reía, sonreía mientras contemplaba cómo la aterrorizada Mary sufría
aquel martirio que ella misma había incitado. Su pastor, el padre John, estaba
muerto. Y Mary debía pagar por ello, «Esa furcia arderá en el infierno y si no
lo hace yo me encargaré de que sufra el infierno aquí» esos eran sus
pensamientos mientras Anna Rose se acercaba a toda velocidad. Llegó a la
entrada del pueblo y saltó del carro dirigiéndose angustiada al centro del
círculo donde ahora yacía tumbada Mary con la espalda marcada de arañazos y
heridas protegiéndose de los golpes que le estaban propinando. Jennifer Apples
vociferaba «¡Apedreadla, apedreadla!». Entonces el sheriff viendo que la
caterva se agachaba y comenzaba a coger piedras, se adelantó y se acercó a la
mujer que lloraba tendida en el suelo. Sacó su arma y disparó al aire, el ruido
espantó al caballo de Anna Rose y a la propia Anna Rose que corría hacia su
mujer cegada por la ira, se detuvo y chilló un «¡No!» que silenció a todos. La
gente se detuvo, las mujeres se detuvieron, Anna Rose empezó a empujar a unos y
a otros para abrirse hueco y llegar al centro donde estaban Mary y el sheriff
que se había agachado e intentaba ayudar a Mary para que se incorporase. Anna
Rose le empujó. Se agachó y abrazó a su mujer. Lloró de alegría en cuanto vio
que estaba viva. Enjugó su rostro con la manga de su camisa y comenzó a
acariciarle el pelo. La gente comenzó a acercarse. Anna Rose no se fiaba de
nadie:
—¡Dejadnos! —gritó mientras ayudaba a Mary. —¡Alejaos,
marchaos!
Anna Rose alzó la mirada y vio el rostro sonriente de
Jennifer Apples. La señaló con el dedo y le chilló:
—Tú, has sido tú, eres una hija de puta… eres una hija de
puta.
Jennifer Apples ignoró el insulto y se acercó al sheriff, le
susurró algo al oído y el sheriff negó con la cabeza contundentemente. Jennifer
Apples insistió y el sheriff negó nuevamente, pero de forma más suave. El
sheriff se acercó a las dos mujeres que seguían en el suelo. El resto de las
mujeres se estaba alejando, los hombres ya lo habían hecho. Anna Rose y Mary
seguían en el suelo, una tumbada llorando, la otra acariciándola e intentando
consolarla, aunque también lloraba. Jeniffer Apples se acercó junto con el
sheriff.
—Aléjate —susurró Anna Rose… —¡Aléjate! —le gritó.
Jennifer se detuvo. Ahora fue ella la que la señaló con el
dedo, se detuvo y durante un instante pareció que diría algo…, pero luego se
dio la vuelta y se marchó no sin antes mirar fijamente al sheriff.
—Vámonos —dijo el sheriff—. Tengo que llevarla al calabozo.
—¡Qué! —Anna Rose le echó una mirada terrible al sheriff.
—Eso no va a ocurrir. Has dejado que la maltraten, que la hieran, has dejado
que la golpeen y la peguen. No sé qué narices ha ocurrido aquí, pero te he
visto impasible frente a todas esas arpías dirigidas por esa jodida beata. No
vas a llevártela a ningún sitio. Vendrá conmigo a casa…
—¡Ha matado al padre John! —le gritó dejando escapar algunas
gotas de saliva llenas de rabia—. Joder, ha matado al padre John —dijo más
tranquilamente—. Es mejor que venga conmigo esta noche o vete tú a saber si esa
mujer a la que tanto estimas no organiza una batida y termina matándola también
a ella. No quiero más muertes en este pueblo. Ni una más.
Anna Rose miró extrañada al sheriff y luego a Mary, la
interrogó con sus ojos, pero mantuvo el abrazo. No se separó ni un ápice de
ella. Acercó su rostro hasta que lo apoyó en su pelo.
—¿Qué ha pasado mi amor? —le preguntó.
—Ha sido un accidente —susurró—. Ha sido un accidente. Lo
juro. Quiso tocarme. Estaba con Jeremy, estaba con nuestro hijo en la iglesia y
quiso tocarme. Me levanté. Se cayó y se golpeó la cabeza…
Anna Rose la abrazó con fuerza.
—Salí corriendo con Jeremy en brazos, en la cesta…
Anna Rose le
sujetó la mano. El sheriff las miraba desde arriba.
—Corrí todo lo que pude. Corrí hasta que me sentí que me
quemaban los pulmones. Entonces me detuve. Lloré. No sabía si había muerto o
no, pero estaba muy asustada. Me senté en el suelo… No sé cuánto tiempo estuve.
Jeremy estaba en silencio, creo que dormía. Entonces oí que me llamaban,
gritaban mi nombre. Era la señora Apples. Estaba gritando «Allí, allí…» y me
señalaba. Venía con más gente. Intenté levantarme y huir con el niño, pero
estaba muy cansada, las piernas me dolían. Me puse a correr, pero apenas pude.
Enseguida me atraparon… Cogieron a Jeremy… No sé dónde está. ¡Dónde está mi
hijo! —gritó—. ¿Dónde está?, por dios, dónde está…
—Tranquila Mary tu hijo está a salvo, lo tiene mi mujer—
intervino el sheriff—. No tienes que preocuparte por él.
Mary alzó la vista y con lágrimas en los ojos cayendo por
las mejillas dejando un rastro de suciedad y polvo le dio las gracias.
—Quiero a mi hijo… —susurró Mary.
—Vamos levantaos. Venid conmigo. —Les indicó el sheriff a
las dos mujeres.
Se levantaron y le acompañaron. Se dirigieron a su oficina.
No estaba lejos, pero desde las ventanas de las casas se intuían los rostros
ocultos en la oscuridad escudriñando sus movimientos. Allí estaba esperando la
mujer del sheriff, Margaret con Jeremy en brazos. El sheriff se extrañó de
verla allí, pero comprendió enseguida cuando le ofreció a Mary su hijo. Mary lo
cogió desconsolada. Anna Rose se acercó y los abrazó. El sheriff las miró y
miró a su mujer. Era un hombre recio y su mujer una señora bondadosa. Nunca
tuvieron hijos. Las dos mujeres podrían ser hijas suyas y el niño su nieto.
Margaret sonrió y le tendió la mano a Matt. Matt no era una persona cariñosa,
pero le dio su mano.
Imagen creada por el autor con IA.
Mérida a 23 de noviembre.
Rubén Cabecera Soriano.
@EnCabecera
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