De la envidia.


¿Qué es la envidia? ¿Por qué envidiamos? ¿Por qué nos sentimos tan mal cuando le tenemos envidia a alguien? La envidia es un sentimiento que nos produce tristeza y dolor cuando descubrimos que alguien tiene algo que nosotros no tenemos. Tanto da si se trata de algo material como de una cualidad. Lo queremos, no lo tenemos y otra persona —normalmente conocida e incluso puede que cercana— lo posee y eso nos hace sentirnos mal. Nos provoca tal estado de frustración, dolor e incluso odio hacia la persona que tiene aquello que ansiamos que llegamos a plantearnos hacer mal a aquella si logramos conseguir lo que deseamos o si le quitamos a la persona que lo posee el bien que queremos, pudiendo no importarnos si finalmente lo conseguimos nosotros. Es un sentimiento cruel, maligno que nos encierra en nosotros mismos y nos provoca rabia, frustración y odio, además del dolor por no poseer lo deseado, y llevándonos a la infelicidad de forma inexorable si no lo controlamos. Queremos convencernos de que merecemos eso que queremos llegando a pensar que la otra persona no lo debería tener o que lo ha obtenido por medios espurios. En definitiva, la envida es una emoción terrible que nos hace comportarnos con maldad con nosotros mismos y con los demás cuando deseamos algo que otro tiene, consideramos que nosotros merecemos y llegamos a pensar que ese otro no lo merece. 


Hay ocasiones en las que la envidia es tan poderosa que nos ciega y nos convierte en víctimas de nuestro propio odio, además de sufridores de un profundo dolor, llegando a crear en nosotros un sentimiento de minusvalía que nos deprime provocando que nos veamos inferiores a aquellos que poseen lo que deseamos y generando en nosotros una sensación de inferioridad que cuesta mucho superar. La envidia es muy poderosa y es necesario luchar contra ella porque produce un profundo pesar en quienes aspiran a tener aquello que otros disfrutan, provocándonos frustración y puede ser capaz de llevarnos a cometer actos, más allá del deseo, contra quienes disponen de aquello que queremos para que lo pierdan o se vean perjudicados.  No hay cosa más terrible que sentir envidia de una persona por algo que no poseemos y deseamos, lo que sea, puesto que además de ese dolor que se siente y el odio que provoca, también nos lleva al resentimiento, a la hostilidad, a la sensación de inferioridad y de injusticia. 


A pesar de todo, la envidia es una emoción natural en el ser humano, todos la sentimos en alguna ocasión. Es inevitable, pero podemos y debemos controlarla, y se puede lograr. Desde que uno es pequeño y comienza a compartir vivencias en su familia, en sociedad, y va siendo consciente de que es una persona y va generando y desarrollando su personalidad y con ello su autoestima, de forma inevitable se compara con quienes están a su alrededor. Es una comparación necesaria e ineludible, y en la mayoría de las ocasiones buena porque nos hace mejorar, nos hace crecer y progresar. Pero, a veces, esas emociones se tuercen y en lugar de hacernos sentir orgullo por quienes alcanzan logros u objetos, o estimularnos para mejorar, provocan pérdida de autoestima y reacción de odio frente a personas que, independientemente de cómo hayan alcanzado el logro o el objeto envidiado, no deberían ser el foco de nuestra aversión, no lo merecen, no tanto por ellos, sino por nosotros mismos. Sí, ya sé suena extraño, pero la explicación es bien sencilla, focalizar nuestro odio por algo que no poseemos en quien lo posee nos provoca más dolor y sufrimiento y nos hace sentir impotentes si lo que envidiamos es realmente deseado por nosotros. Así de sencillo. Es más, la envidia, si sabemos controlarla y dirigirla, seguramente provoque una reacción en nosotros que nos haga mejorar. Es eso que llaman “envidia sana”. No es que sentir envidia sea sano, ya hemos visto que en términos generales no, pero cuando uno desea algo que otra persona posee, sea material o inmaterial, y considera que es bueno para uno mismo y se esfuerza en lograrlo, olvidándose del posible resentimiento o rencor hacia el otro, al final somos nosotros los que mejoramos. 


De hecho, bien mirado y desde un punto de vista básicamente social, aunque, como es obvio, con innegable secuela individual, la envidia ha provocado gran parte del desarrollo y evolución de la sociedad porque coloca a los miembros de esta de forma individual y colectiva frente a un espejo y a un cristal. El cristal nos permite ver a los demás a través del filtro de nosotros mismos y el espejo nos muestra a nosotros mismos con nuestro propio filtro. Por tanto, nos da una visión de la realidad que nos rodea incluyéndonos. Nos provoca, nos motiva, nos impulsa, nos saca de la autocomplacencia, de la comodidad, del autoengaño y de la desidia para reaccionar. Está, como hemos dicho, íntimamente vinculada a la comparación y es innegable su realidad como emoción natural e intrínseca al ser humano. Es decir, sentiréis envidia por más que queráis evitarlo, lo que sí que tendréis que sortear y debéis esforzaros todo lo que podáis por conseguirlo, es el conjunto de emociones que pueden derivar de la envidia y que os pueden hacer reaccionar con odio, con dolor, con frustración, con resentimiento, con hostilidad, con sensación de inferioridad… Esas emociones que pueden generar la envidia deben ser sometidas, controladas. Cuando sintamos que hay algo que deseamos —ya sea porque lo hemos visto en otra persona o no—, tenemos que analizarlo, ver si merece la pena esforzarse en conseguirlo, si realmente nos aporta algo para hacernos mejor, si podemos alcanzarlo —esto no es sencillo porque requiere un gran esfuerzo de autoevaluación y de humildad— y finalmente, tras esta confrontación, tomar las decisiones que sean necesarias para alcanzar esa meta, olvidándonos de si fulano o mengano ya lo lograron o cómo lo obtuvieron. Es decir, debemos ser capaces de convertir la envidia en admiración y aspiración, incluso orgullo cuando quien logra aquello deseado es una persona querida y cercana —esto con relación a vosotros es muy fácil para mí que soy vuestro padre y me hacéis sentir orgulloso con mucha frecuencia—, para que podamos alcanzar metas que nos conviertan en mejores personas evitando la toxicidad que la envidia malsana o maliciosa puede llegar a provocar en nosotros. 


No es fácil, lo sé, pero estoy seguro de que lo lograréis.



A mis hijos. 


Imagen creada por el autor con IA.

En Isla Cristina, a 24 de agosto de 2024.

Rubén Cabecera Soriano.

@EnCabecera

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