Diario de un viaje no emprendido (xii).




Supongo que no tenía mucho sentido que me hubiesen retenido contra mi voluntad. En cierto modo, me había convertido en uno de ellos. No sabía si esa especie de ritual al que había sobrevivido, porque era innegable que estaba vivo, era celebrado con cada nuevo miembro que se unía a ellos. No sé si era un club o una asociación, o qué narices era, pero desde luego, no parecía que aquello fuese un grupo de conocidos que habían coincidido aquel día y decidieron ir a tomar unas copas y después, como fin de fiesta, secuestrar a un pobre infeliz y apalearlo y acuchillarlo hasta darle muerte. Desde luego aquello no era casualidad. En cualquier caso, no podía salir de la habitación. Llamé a la puerta. Me resultó extraño llamar para salir de una habitación, desde luego no era lo habitual. Me hizo gracia. Busqué en la habitación alguna referencia que me sirviese para averiguar la hora o el día. No había nada. Ojeé alguno de los libros, pero ni siquiera me paré a leer los títulos. Solo quería distraerme. El hambre comenzó a hacer mella en mi cuerpo y mi estómago rugió quejumbroso. Supongo que podría haber aguantado algo más de tiempo. No es que me considere una persona abnegada capaz de ayunar si es necesario, pero, en fin, nada de lo que había vivido en los últimos tiempos era normal, así que decidí llamar la atención. Dejé de llamar a la puerta y pasé a golpearla. Al principio usé mis puños, pero a la vista del poco éxito que tuve, tras unos minutos pasé a utilizar la silla que estaba junto al escritorio. Supongo que logré mi objetivo porque al cabo de un instante una llave sonó al penetrar en la cerradura. Me eché hacia atrás, al principio asustado, pero después curioso. Percibí como giraba la llave y vi que la manilla rotaba. Me había retirado algo de la puerta. Estaba lo suficientemente alejado como para poder reaccionar según fuese lo que apareciera. La puerta se abrió con una parsimonia que me pareció exasperante. Pero por fin la hoja dejó ver quién estaba al otro lado. Un señor muy bien trajeado, exquisitamente fue la palabra que me vino a la cabeza, apareció. Me dio los buenos días sin que yo tuviese la oportunidad de decir nada. Sin embargo, no fue una frase que le surgiese de forma atropellada, me pareció calmada. Pensé que no debía saber nada porque cualquiera de los que compartió la experiencia conmigo habrían tenido otra reacción al verme. 


—Buenos días —repitió como esperando mi reacción.


—Buenos días —repliqué balbuceando y preguntando a la vez. 


—El desayuno estará listo en quince minutos. Veo que se ha duchado. Si quiere, puedo traerle algo de beber antes de que baje. Tiene ropa limpia en la cómoda. La suya ha sido tirada a la basura. No habría quedado bien limpia. Espero que no le moleste por no haberle advertido, pero llegó usted muy conmocionado y se ha pasado casi dos días durmiendo. 


—¿Dos días? —Mi cerebro comenzó a pergeñar todo tipo de elucubraciones. Si había estado casi dos días dormidos debía ser domingo. Domingo por la mañana. Mi incorporación al club o lo que quiera que fuese y, bueno, siempre y cuando hubiera sido aceptado había sido el viernes por la tarde.


—Efectivamente, dos días. 


Estuve en silencio intentando ordenar mis pensamientos. Todo parecía muy extraño, pero, sin embargo, más allá de la ansiedad por aquello que había hecho, me sentía tranquilo. 


—¿Dónde estamos?


Aquel señor ignoró mi respuesta y eso me preocupó. 


—¿No puedo saberlo?, ¿no me lo puede decir?


Me miró con cierta displicencia…


—Lo sabe perfectamente.


Menuda estupidez acababa de soltarme. No tenía ni puñetera idea de dónde narices me encontraba. Si lo hubiera sabido no lo habría preguntado. 


—Pues siento defraudarle, pero no lo sé —respondí con cierta socarronería.


—Ya has estado aquí antes —me respondió y se marchó, cerrando tras de sí la puerta nuevamente, pero esta vez la echó la llave.


Me vestí con la ropa que me había indicado. Era de mi talla. No olía a nuevo. Olía a limpio, pero había sido usada. Eso es algo que sé perfectamente porque lo he ido aprendiendo con años de práctica. Nunca tuve dinero suficiente para siquiera aparentar el nivel de vida que quería, así que tenía que ir a las tiendas de ropa más caras y sacar ropa que luego devolvía. Era capaz de distinguir si alguien había usado la ropa antes… como iba a hacer yo mismo. Así si algo he aprendido, aunque su utilidad sea cuestionable es a diferenciar cuando una ropa es nueva o usada por limpia que esté, lo que sí puedo asegurar es que aquella ropa estaba realmente limpia. 



Imagen creada por el autor con IA. 

Entre Filadelfia y San Diego a 19 de julio de 2024.

Rubén Cabecera Soriano.

@EnCabecera

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