No había muchas ciudades cercanas al pueblo en el que vivían Anna Rose y Mary. Era un pueblo pequeño, con pocos habitantes, todos agricultores con tierras que explotaban con gran esfuerzo sacando un dinero suficiente para subsistir y poder olvidar sus males en la cantina de forma ocasional. La ley seca no fue bien acogida por los hombres. Las mujeres, sin embargo, aunque en general no se pronunciaron abiertamente, estaban contentas. Hubo muchos cambios. Los hombres, además de acompañar a sus mujeres a misa el domingo como era costumbre, comenzaron a comulgar a la vista de que el padre John había comenzado a mojar en vino las hostias que ofrecía a los feligreses. El vino sí podía ser usado para la eucaristía durante la Ley Seca. El padre John estaba contento porque su iglesia estaba llena como nunca, pero, sobre todo, porque todos tomaban el cuerpo de cristo. Estaba convencido de estar salvando vidas, en especial la suya como pastor de aquel rebaño hasta entonces descarrilado para él. Era consciente de que de vez en cuando desaparecía algo de vino, pero cómo iba a culpar a nadie cuando él mismo acudía al divino líquido para ahogar sus penas. No sabía quién era, tampoco le importaba mientras que fuesen cantidades pequeñas. Y eran cantidades pequeñas que incluso pasaban desapercibidas para Jennifer Apples, la incansable acólita que velaba por las almas de todos los habitantes del pueblo que cumplían con los preceptos cristianos y que condenaría al infierno a todos los pecadores.
Anna Rose venía adquiriendo sus pequeñas cantidades de
alcohol de la ciudad. Era alcohol de contrabando que obtenía en el mercado
negro. Anna Rose era valiente. Tal vez demasiado y eso a veces la llevaba a tomar
actitudes un tanto temerarias, pero no había muchas cosas que pudieran intimidarla.
Iba casi todas las semanas y recogía algunas botellas que escondía en su carro entre
mantas y en cajas de madera rellenas con paja escondidas tras algunos productos
que también adquiría. Anna Rose en realidad seguía haciendo lo mismo que venía
haciendo desde hacía años, por eso no levantó demasiadas sospechas. En la
ciudad compraba lo que necesitaba, sin embargo, ahora el precio del alcohol era
muy elevado y en el pueblo había pocos hombres que pudieran permitírselo, así
que compraba pocas botellas. Era mujer y eso le servía de coartada ante
situaciones comprometidas y lo utilizaba con cierta frecuencia. De hecho, en
alguna ocasión, cuando se producía algún encontronazo con la policía en la
ciudad había insinuado simpatía por la Unión Cristiana de Mujeres por la Templanza
que tanto había influido en la promoción del movimiento que propició la Ley
Seca. Era algo que solo hacía allí, sabía que en el pueblo nadie la creería.
Entonces ponía su cara más remilgada y refería algunos pasajes bíblicos que
sabía de memoria para impresionar al agente que la había detenido y quería
registrar sus pertenencias. Tras su actuación, pocas veces le preguntaban qué
llevaba, pocas veces se interesaban por su carga. Anna Rose siempre salía
airosa. Llegaba a su casa con el carro repleto de enseres, provisiones y las
botellas. Lo descargaba con sumo cuidado con la ayuda de Mary y la mirada curiosa
de Jeremy en su casa y luego ya dentro, sacaba las botellas y las escondía bajo
las tablas de madera del suelo del bar, tras la barra, donde nadie, ese era su
pensamiento, podría encontrarlo. Allí almacenaba el alcohol de estraperlo y de
allí lo sacaba cuando algún paisano le pedía una copa. Anna Rose servía el alcohol
en taza. Eran tazas de latón con las que pretendía disimular el contenido.
También servía café. De hecho, había comenzado a ofrecerlo como único producto tras
la prohibición. Lo acompañaba con un pedacito de bizcocho que ella misma
preparaba. Al poco de la aprobación de la Ley Seca, algunas mujeres del pueblo
se atrevieron a entrar en el bar y se atrevieron a pedir café, cuando supieron
que eso era lo que ofrecía Anna Rose. Algunos hombres, en especial el padre
John y también su acólita, Jennifer Apples, las acusaban de libertarias por su
atrevimiento al entrar en un bar. Anna Rose, siempre que podía, las defendía diciendo
que aquello era una cafetería y que lo que hacían era tomar café y bizcocho, y
que a nadie hacían daño. Las acusaciones también caían sobre ella, pero ella no
las tenía en cuenta. Siempre había sido acusada, su gran pecado era ser mujer y
hacer cosas de hombres. Pero no soportaba que se entrometiesen en su trabajo y
especialmente que se entrometiesen con las mujeres, y cuando le llegaba algún
rumor de algún hombre que no permitía a su mujer relajarse siquiera unos minutos
sentada en su bar, en su cafetería, para tomarse un café, buscaba el momento
propicio para acercarse a él e insinuarle que ya no podría volver a tomar
alcohol en su bar. En ese instante la prohibición a su mujer desaparecía.
El establecimiento de Anna Rose se convirtió en una suerte
de centro comunitario de reuniones casi diario, tanto para mujeres como para hombres.
Con horarios bien diferenciados, las escasas mujeres que se atrevían a entrar
encontraban huecos por la mañana para acercarse y reposar durante unos
instantes, charlar y cuchichear chismes de unas y otras, de unos y otros. Anna
Rose las miraba desde detrás de la barra, a veces con la compañía de Mary y
Jeremy, a veces sola, pero siempre sonreía. Lo hacía porque sabía que les
estaba ofreciendo libertad, aunque ellas no fueran conscientes. Después, tras
la comida y a media tarde cuando el cielo empezaba a oscurecer, los hombres
regresaban del campo y se adueñaban del local. Anna Rose cambia su sonrisa por
un rictus más serio. Los hombres habían aplacado los rumores acerca de la venta
de alcohol de contrabando en el bar argumentando que si las mujeres tomaban
café por la mañana por qué no iban a poder ellos tomar café por la noche.
Aquello ya no era un bar, decían. Pero ellos también tenían derecho a su pequeño
asueto. En realidad, prácticamente todos en el pueblo sabían, consentían y
ocultaban para tranquilidad de sus consciencias que era una taberna
clandestina, un “speakeasy” un tanto singular. Anna Rose servía en las mismas
tazas de café de la mañana el alcohol de contrabando por la noche, pero se
cuidaba mucho de evitar que ninguno de sus clientes barones se emborrachase.
Era la única forma de sortear que su contrabando saliese a la luz. Anna Rose
sabía que estaba en una situación delicada, sabía que en cualquier momento
podría aparecer un problema, pero ahora debía ganar dinero para Mary, Jeremy y
ella misma. Y las mujeres apenas dejaban algunas monedas, al margen de que el
precio que les ponía era ridículo, y los hombres no querrían tomar café en su local.
Anna Rose sabía que estaba en la cuerda floja, pero esa sensación la había tenido
siempre, durante toda su vida.
Imagen creada por el autor con IA.
Entre Frankfurt y Sevilla a 26 de abril de 2024 y en Mérida
el 26 de mayo de 2024.
Rubén Cabecera Soriano.
@EnCabecera
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