El cazador de moscas (vii).

 


Robert se tambaleaba. Su inmenso cuerpo parecía que terminaría demoliendo las, a su lado, aparentemente débiles edificaciones construidas en madera que formaban el pueblo. El dolor en su cabeza no desaparecía, el martilleo seguía constante, percutiendo su cerebro como si un clavo quisiese salir desde lo más profundo de sus sesos. Caminaba desorientado, pero su visión, aún nublada, iba enfocándole hacia una realidad que amenazaba con cambios en su vida. Robert no estaba preocupado. Hasta donde recordaba nunca lo había estado, sin embargo, no le gustaban los cambios. Era algo que hacía chirriar su mente y en los últimos días había sufrido demasiados. Sus ideas comenzaban a organizarse y no le entusiasmaba lo que le mostraban: un niño había aparecido en su casa; había recibido una carta que lo llevaba a la guerra. Era demasiado para él. Una fuerte arcada le detuvo, pero su estómago estaba vacío. Se dobló como si de una alcayata se tratase. Sujetó su cuerpo apoyando su mano en la pared de una casa. Era su casa. Era la casa de Mary. Para él no era la casa de Mary. Se incorporó y miró el porche de entrada. Lo reconoció. Subió los peldaños de madera que salvaban el charco que se encontraba bajo el primer peldaño. Se sentó apoyando su cuerpo contra la pared. Los rayos de sol acariciaron su rostro y cerró los ojos. Algo parecido a una sonrisa apareció en su rostro. Enseguida se quedó dormido. Su cuerpo se tambaleó y cayó sobre su costado. No se despertó.

 

Mary seguía atendiendo a Jeremy. Había vuelto a la cama y se había tumbado junto él. El niño dormitaba. La madre observaba sonriente sus movimientos. De vez en cuando le arrullaba delicadamente para sentir su calor, pero procurando no despertarle. El sueño envolvió a Mary que había estado gran parte de la noche en vela. Algunos rayos de sol penetraron a través de la cortina de la ventana y cayeron sobre el rostro de Mary. Algo parecido a una sonrisa apareció en su rostro.

 

El frío despertó a Robert. El tenue calor que le había mantenido dormido desapareció cuando los rayos se ocultaron tras las ramas de un vetusto pino. El dolor había desaparecido. Robert se incorporó renacido. Se encontraba bien. Tenía hambre. Tenía sed. Se levantó y tras un instante de duda, regresaron a su mente vagos recuerdos de las últimas horas. No recordaba, sin embargo, cómo había llegado hasta allí. Estaba en el porche de su casa. Cuando estiró sus músculos dio la sensación de que se saldría del porche. Estaba dispuesto a entrar en su casa, pero algo le detuvo. Se metió la mano en el bolsillo. Buscó y no encontró. Se dio la vuelta y regresó siguiendo el mismo camino que horas antes había recorrido dando tumbos, pero ahora su paso era firme. Sus botas, más que proteger los pies mientras caminaba, parecían golpear la tierra y como ondas concéntricas la arena vibraba alrededor de cada pisada.

 

Mary despertó con el llanto de Jeremy. Mary intuyó que el niño tenía hambre. Se incorporó y se dirigió a la cocina. Ya no quedaba leche. Sí había algo de pan, pero intuyó que no debía repetir el pan con el niño. Junto con el tocino había sido su desayuno y no pareció que al niño le gustase demasiado, aunque después lo humedeció y calentó el tocino para que su grasa empapase el pan. Así pues, tendría que salir a buscar leche. Se asomó por la ventana para comprobar cuánto frío hacía y vio la silueta de Robert alejándose de su casa. Un escalofrío le recorrió el cuerpo. El miedo la invadió, pero no quiso dejar que se apoderase de ella. Regresó a la cama. Envolvió al niño con las mantas que encontró. Hizo un hatillo y metió en él todo lo que pudo encontrar que intuía que podría servirle. Mojó pan, se lo ofreció al niño. Le cogió en brazos. Lo acercó a su pecho envuelto en las mantas. Se echó el hatillo al hombro y salió de casa.

 

Robert había llegado al bar. Estaba cerrado. Golpeó con su puño la puerta. Aquello no fue llamar. Ni siquiera lo hizo con rabia. Era así. Esperó. Nadie vino a abrir. «Dónde estará esa puta», se preguntó. No lo hizo con rabia. Era así. Siempre había sido así. Su pasado lo había hecho así. Aunque nadie pudiese creerlo, también fue bebé, también fue niño y también fue adolescente. Un día vio a Mary, la cogió, la violó y se quedó con ella. Mary no se atrevió a resistirse y se convirtió en su propiedad. Cuando sus padres murieron, se quedó con la casa. Era hijo único. Su padre le había pegado. Él pegaba a Mary. Para él eso era lo natural. A Mary la había pegado su padre. Para ella también eso era lo natural. Pero no quería que su hijo fuese golpeado. No quería que su hijo sintiese el dolor físico que ella había sentido, pero, sobre todo, no quería que sintiese el miedo que ella sentía cada vez que Robert se aproximaba. Robert siguió golpeando cada vez con más fuerza. La puerta temblaba. Si hubiese querido habría podido echarla abajo. Robert siguió y siguió. No sentía cansancio. No sentía hastío. Podía seguir así indefinidamente. Anna Rose abrió la puerta.

 

—¿Qué coño haces? Vas a romper la puerta. No sabes que el bar no abre hasta dentro de un par de horas. ¿Otra vez quieres emborracharte? Te advierto que… —Entonces le miró el rostro y enmudeció. Un miedo no muy diferente al que Mary sentía cuando intuía la presencia de Robert se apoderó de ella. Anna Rose tragó saliva y se repuso, pero su tono cambió.

 

—¿Buscas algo?

 

—Dame la carta.

 

Anna Rose hizo una mueca.

 

—¿A qué carta te refieres? No tengo ninguna carta.

 

—Mi carta. Dame la carta.

 

Anna Rose cayó en la cuenta e intentó hacer memoria. No recordaba haberse quedado con la carta. La tuvo entre sus manos, eso era cierto, la leyó, pero se la devolvió. Estaba segura de ello. Luego Robert siguió bebiendo y bebiendo.

 

—Yo no la tengo. Se la enseñabas a todo el mundo. Yo no la tengo —repitió lacónica, intentando disimular su miedo.

 

Robert se dio la vuelta y se marchó sin decir nada.

 

Anna Rose respiró aliviada. Alguien llamó a la puerta trasera. A Anna Rose le dio un vuelco el corazón, pero se tranquilizó enseguida. Se dirigió hacia ella y abrió. Mary estaba allí con su hijo.

 

 

Imagen creada por el autor con IA.

En Florencia a 26 de enero de 2024.

Rubén Cabecera Soriano.

@EnCabecera

https://encabecera.blogspot.com.es/

 

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