De la confianza.

 


Confiar es maravilloso. Uno se siente absolutamente seguro y protegido cuando es capaz de confiar en alguien, de fiarse de alguien, y da por hecho que ese alguien va a responder como esperas que lo haga ante cualquier situación. Además, la confianza que tienes en alguien se verá reforzada cada vez que esa persona actúe como esperas que lo hagas. Pero, ojo, también puede ocurrir lo contrario. También, por desgracia, puede suceder que esa respuesta esperada, que esa actitud querida, no se produzca tal y como tú la anhelabas y entonces la confianza puede quebrarse. Es tremendamente difícil recuperar la confianza perdida.

 

Las implicaciones de la confianza son muy extensas y trascienden las relaciones interpersonales para sumergirse también en el complejo mundo del propio ser, pero este capítulo, la confianza en uno mismo, la autoconfianza, lo dejaremos para otro momento y nos centraremos en la confianza entre personas que ya verás que da para mucho.

 

La confianza la tienes que ir construyendo poco a poco, día a día, demostrando que se puede creer en ti, e interiorizando que puedes creer en la persona sobre la que vas depositando la fe. No tiene por qué ser recíproco. De hecho, en ocasiones, confías en alguien y ese alguien tal vez ni te conozca y, aun así, puede decepcionarte. Este es un carácter sociológico de la confianza que explica muchos comportamientos en nuestro entorno. Pero cuando nos sumergimos en las relaciones personales más íntimas, más cercanas, esenciales en el ámbito de la amistad, de la familia o del amor, la confianza se convierte en un instrumento extremadamente fuerte que permite consolidar cualquier relación e incluso ayuda a superar innumerables dificultades que, por nuestra condición humana, aparecen cuando existen vínculos entre personas. Así pues, entenderás que su pérdida provoca la ruptura de ese vínculo o, al menos, su debilitamiento, poniéndose en crisis la relación. Construir esa confianza lleva tiempo, mucho tiempo, requiere esfuerzo y sacrificio, aunque pueda parecer paradójico, por todas las partes involucradas. En primer lugar, por quien confía puesto que, en cierto modo, se entrega a la persona en quien quiere confiar, se deja hacer, se entrega e incluso estaría dispuesto a sacrificarse por ella. Tal es el nivel de abnegación que se está dispuesto a ejercer. En segundo lugar, por quien requiere la confianza, por quien se ofrece para que se confíe en él, ya que, aunque pueda parecer absurdo, cuando haces algo para satisfacer a otra persona, para agradarla, para cautivarla, si lo haces de corazón, con sinceridad, con honestidad, lo haces porque quieres que confíe en ti. Debe ser un acto puro, franco y, en la medida de lo posible, natural, que responda a lo que eres, que te presente como eres. De ese modo estás ofreciéndote para que la otra persona confíe en ti y eso implica un grado de entrega muy elevado que exige un compromiso muy fuerte para que el vínculo de la confianza se consolide. Es en estas relaciones donde la confianza surge de forma recíproca y es precisamente esta confianza la que permite construir vínculos asombrosos, indescriptibles y hermosos que te harán sentirte complacido con la persona en la que confías y por la persona que confía en ti.  

 

Por descontado, esa confianza está —y debe estar— en permanente estado de alerta, siempre sometida a cierta tensión porque cabe la posibilidad de que se quiebre, de que se debilite por el hecho que una de las partes actúe de modo contrario a lo esperado. Y eso puede acontecer en cualquier momento. No es desconfianza, sencillamente es amor propio, es la forma que tenemos de protegemos para subsistir psicológicamente, en nuestro mecanismo de defensa y es natural y no tenemos que avergonzarnos por ello. Si bien es cierto que conforme el tiempo pasa ese estado de alerta va menguando, va disminuyendo, precisamente porque la confianza va incrementándose. En cierto modo, nuestra entrega es mayor porque la confianza es mayor. Es ahí donde el dolor, cuando se rompe la confianza, es terrible, horroroso, desgarrador. Si la persona en quien confías te decepciona, sufrirás. Sin paliativos. Te parecerá que el mundo se cae a tu alrededor. Sentirás que te ahogas, que la vida no tiene sentido, que todo lo que se había construido en torno a esa relación se desmorona y se viene abajo. Debo advertirte también que si eres tú quien provoca esa pérdida de confianza y la persona a la que decepcionas verdaderamente te importa, también sufrirás, mucho, seguramente más de lo esperado. Te darás cuenta del error cometido, asumirás con gran dolor ese error e intentarás resarcirte y subsanarlo. La única forma de lograrlo es con grandioso esfuerzo y tiempo, pero estarás sometido a la decisión de la otra parte que, naturalmente, estará en todo su derecho, por el daño que ha recibido, de no corresponderte, de no aceptar tu error y rechazarte. Deberás resignarte y asumir que no puedes redimir la pérdida que tú provocaste, aún así, si realmente quieres recuperar ese vínculo, te invito a que luches por él y te advierto que, si consigues recuperarlo, nunca podrá a ser igual, existirá una herida, más o menos cicatrizada que tú verás todos los días en la otra persona y que la otra persona verá en sí misma. Esa marca estará presente siempre. Tal vez el tiempo y el esfuerzo constante devuelva la confianza, pero algo habrá cambiado. Y ese algo que no tiene que ser malo, ni tampoco bueno, estará siempre ahí. Así que mi consejo es que cuando te veas en una situación en la que comprendas que puedes quebrar la confianza que otra persona tiene en ti, te lo pienses dos veces antes de actuar contra lo esperado. Al menos, si consideras que lo debes hacer, no dejes de perder la oportunidad de advertirlo, de indicarlo, incluso si sabes que provocará dolor. Debes ser valiente y enfrentarte a las circunstancias que pueden provocar ese despedazamiento de la confianza. Como ves, la confianza es un vínculo muy poderoso que requiere gran responsabilidad por tu parte.


Debes saber que cuando esa confianza es paternofilial, el hijo cuenta, por decirlo de algún modo, con ventaja porque tanto el padre como la madre, en un contexto sano, sensato y razonable, serán —seremos— incapaces de romper esa confianza que el hijo tiene en ellos depositada; y, por descontado, a la inversa, si el hijo rompe esa confianza, cosa que deseo que no hagas nunca, tanto tu madre como yo, ayudaremos a que se recupere y el lucha no tendrás que librarla en solitario. Te advierto que la cicatriz también aparecerá, pero tanto nuestro esfuerzo como el tuyo nos permitirá recuperar la confianza. Tal es el amor que siento por ti, tal es el amor que sentimos por ti. Tal es el amor que los padres sienten por sus hijos.

 

   

 A mis hijos.

 

Imagen creada por el autor con IA.

En Mérida, a 7 de enero de 2024.

Rubén Cabecera Soriano.

@EnCabecera

https://encabecera.blogspot.com.es/

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