La casa de Dios.




Dicen quienes estuvieron allí que fue tan estruendoso el golpetazo que dio en la mesa celestial que cielo e infierno temblaron. Dicen que Dios se levantó y gritó; hacía tanto tiempo que no lo hacía que ni los ángeles ni arcángeles más viejos lo recordaban. Dicen que dijo que no le importaba si había creído o no en él, pero que lo quería allí en ese preciso instante. Dicen que entonces, ángeles, arcángeles y querubines se movilizaron tras dar por resuelto el cónclave de urgencia que había convocado Dios con todos sus bienaventurados. Dicen que al cabo de un instante se presentaron frente a él mostrándole a Andrés con su eterna mueca, su mirada profunda, inquisitiva y reflexiva, y la cabeza ligeramente ladeada mostrando orgulloso su sabiduría acumulada tras toda una vida dedicada a la arquitectura. Dicen que entonces Dios le pidió a Andrés que le construyera su casa. Andrés sonriente le respondió que estaría encantado de hacérsela, a pesar de que no habían sido muchas las casas que él había diseñado durante su vida, pero que, en cualquier caso, se sentía entusiasmado con el encargo y le dijo que necesitaría lápiz y papel…, aunque, al cabo de un instante, breve en la eternidad, Andrés, dubitativo, le preguntó a Dios que dónde había vivido hasta entonces. Dios le respondió, al menos, eso dicen los que estuvieron allí, que había estado esperando el momento oportuno para que él le pudiera hacer su casa. Andrés, persistente como era, no encontró satisfacción en la repuesta y le insistió, «Ha habido maravillosos arquitectos antes que yo a los que podías haber llamado para hacerte una casa. Me parece extraño que hayas esperado tanto tiempo por mí». Dicen que Dios le miró, sonrió, le tendió la mano y le pidió que le siguiese. Andrés, complacido con la invitación, le acompañó. Dios le llevó a un lugar especial, a un lugar distinto a todos, un lugar indescriptible en el que luz y espacio se fusionaban haciéndose indistinguibles e indescifrables para el común de los mortales. Pero Andrés lo entendió nada más verlo, Andrés supo cómo encajar, organizar, fusionar y ordenar luz y espacio para crear. Para crear su propia luz, su propio espacio, su propia materialidad y provocar sus propias emociones. Andrés lo comprendió enseguida. Dios lo miró y sonrió. Si alguien hubiera podido leer su pensamiento, cuestión esta que no está al alcance de nadie, habría sido claro, transparente, propio de su divinidad: estaba seguro de haber acertado. Dios asintió. Andrés comprendió. Dios ya tenía su casa. 


Imagen de Andrés Perea Ortega, fallecido el 16 de noviembre de 2023

En Mérida a 17 de noviembre de 2023.

Rubén Cabecera Soriano.

@EnCabecera

https://encabecera.blogspot.com.es/


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