Siempre me he sentido fascinado por el mar, no obsesionado, atraído. El mar es tan poderoso que solo puedes acercarte a él desde el respeto y con gran humildad. No conozco el mar en profundidad, pero siempre he querido estar cerca; he sentido la necesidad de estar en contacto con él. No ha sido una necesidad imperiosa que me tiranice e impida hacer mi vida normal, sin embargo, esa sensación latente ha hecho acto de presencia cada vez que me he acercado a él. Desconozco el motivo, tal vez no necesito saberlo, aunque la inquietud se mantiene viva y me gusta sentirla. Puede ser que sea un acto de reverencia para con su naturaleza, tal vez admiración por su fuerza y por su calma, puede que éxtasis ante su excelsitud, ante su sensualidad, su organicismo, o asombro frente a su mutabilidad. Cada vez que me encuentro con él, tengo ganas de estar en él, de tener contacto directo con sus aguas, de sentir su fuerza, quiero nadarlo, bucearlo, en definitiva, disfrutarlo. No vivo al lado del mar. Soy hombre de tierra, pero la cercanía de sus aguas, el olor que desprende, la atmósfera que crea, me hipnotiza cuando siento su presencia. A veces busco sentir su ímpetu. Ayer fue un día de esos, una tarde ventosa de verano que me llamaba contra la tranquilidad y sosiego del hogar. El mar no estaba precisamente calmado, aunque no demasiado ajetreado, el viento de poniente encrespaba ligeramente las aguas habitualmente tranquilas de la costa onubense, así que supongo que estaba algo picado, aunque, como digo, mi conocimiento del mar es reducido y no sabría describir con precisión su estado. Para mí era un momento fantástico en el que sentirlo. Monté una tabla, hice los equilibrios que pude hasta acostumbrarme al oleaje y pretendí navegar contra el agua impulsada por el viento. Me sentí absolutamente pequeño, inmensamente pequeño, frágil, débil, balanceado al antojo de las geometrías del agua imposibles de describir que mostraban reflejos plateados y dorados provocados por un sol caído, casi oculto por la nubes que presuponían una tormenta que nunca llegaría. Yo estaba disfrutando, comprobando cuáles eran los antojos del agua que me llevaba de un sitio a otro, a pesar de que mi terquedad pretendía enfilar otra dirección, cuando el viento decidió que mi osadía, manteniendo un equilibrio precario sobre la tabla, ya no era permisible y tras la primera caída, me tumbé y dispuse el remo bajo mi cuerpo para comenzar a bracear a horcajadas sobre la tabla saltando olas que me acercaban a una maravillosa sensación de ingravidez. Las crestas rompían contra la nariz de la tabla salpicándome el rostro y generando en mí una impresión de velocidad indescriptible. Esa emoción de velocidad sobre el agua cuando doblegué mi voluntad a la del mar que decidió mi dirección y sentido fue maravillosa y sentir el furor del mar sobre mí me dejó absolutamente anonadado. Es difícil describir la emoción que uno siente cuando se ve superado, arrebatado por la naturaleza, la mente se llena de sensaciones dispares buscando unas conexiones que de ordinario no están, pues de ordinario estamos separados de ella a pesar de que formamos parte indisoluble de la naturaleza. Son tan potentes esas impresiones que causan sobre nosotros que las pretendemos una y otra vez como si de una droga se tratase y cuya ausencia propicia una abstinencia fácil de aplacar tan solo encontrando nuevamente ese contacto. El mar funciona así. Te atrae, te zahiere mostrándote su fuerza y tu pequeñez, dejándote exhausto e invitándote a regresar para permitirte sentir su poder, su inmensidad. El mar es un cercano amigo y extraño enemigo al que hay que tratar con respeto, que es capaz de proporcionarte maravillosas sensaciones, pero contra el que es absurdo enfrentarse, pues nada eres para él. El mar me maravilla con sus aguas ora tempestuosas ora calmadas. El mar me fascina con su indoblegable fuerza capaz de engullirte, pero también capaz de acunarte balanceándote con inusitada ternura y sensibilidad. El mar es el mar con sus aguas cristalinas, turbias, doradas, plateadas, el mar es el mar con su sosiego, su ímpetu, su magnificencia, todo su ser. El mar es el mar.
Foto del autor tomada el 25 de julio de 2021 cerca de la Grotta dell’Olio en la Reserva Natural de Capo Gallo, Sicilia.
En Isla Cristina a 27 de agosto de 2023.
Rubén Cabecera Soriano.
@EnCabecera
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