Creo que nunca se ha sido justo conmigo. Entiendo que es difícil asumir de forma natural que se termine la vida, puedo hacer ese esfuerzo, pero cada vez que reflexiono sobre eso, me sobreviene un sentimiento de victimismo que creo que está más que justificado. No puedo hablar. Ese es mi principal problema. No tiene nada que ver con que ustedes me representen como mujer escuálida, a veces esquelética, encapuchada con capa negra y oz en mano. Tendrían que ver cómo me representan otras civilizaciones. Se sorprenderían. Mi problema es, como les digo, que no puedo comunicarme. No sé a qué se debe, pero la realidad es que de mi boca, que la tengo, no salen palabras. No sé si es un problema de mi laringe, que también la tengo, o si sencillamente alguien o algo capaz de crearme y, en ese sentido y sin rencor, por encima de mí en la jerarquía universal, quiso gastarme una broma pesada que impidiese que me pudiera manifestar oralmente. Bien pensado, tiene sentido, porque mi trabajo no se limita al entorno humano. Me explico: vida hay mucha, no solo en la Tierra como es fácilmente deducible y mi compromiso es atender en todo el universo la necesidad de facilitar el tránsito de la vida a la, digamos, no vida. Sí, ya sé que lo habitual es llamarlo muerte, pero si uno presta la suficiente atención, la realidad es que la ausencia de vida es lo común, es lo habitual. La vida es una suerte de anomalía que se produce en el cosmos, que tiene una duración limitada y que se configura con los elementos existentes que son inertes—ese es el estado normal de la materia— y que pueblan el universo. Por tanto, lo de la vida, podríamos concluir que está sobrevalorado. Tampoco hay muchos seres vivos con consciencia de estar vivo, eso es algo que, sin ser exclusivo de la humanidad, tienen pocos seres en el universo, aunque debo aclarar que el término “pocos” es lo suficientemente ambiguo como para que no se tenga idea alguna de cuántas son las especies que saben que están vivas.
En cualquier caso, todos los asuntos que de una u otra forma me perturban de forma negativa quedarían resueltos si pudiese hablar. Para mí sería mucho más sencillo, no sería complejo explicarle a quien así lo necesitase el motivo por el que debería abandonar el estado vivo para volver al estado inerte, a lo que de forma habitual se llama muerte. Podría aclararlo de mil maneras, llevo existiendo casi tanto como el universo y tengo experiencia más que suficiente como para presentar argumentos irrefutables, consoladores y tranquilizadores. Además, uno siempre puede tener la esperanza, aunque considero que poco probable, de que parte de su ser, una vez producido el tránsito a la muerte, a la no vida, recupere el estado vital si la casualidad así lo estima tras algunos eones pululando por las galaxias. —Nota al margen: hablar con Azar para que me pase los datos reales de esta circunstancia en porcentajes para un siguiente opúsculo—. La confusión está en considerar la muerte como un estado final, cerrado, cuando la realidad es que la muerte es el estado habitual de cualquier elemento, sin embargo, entiendo perfectamente, sobre todo cuando uno tiene consciencia de estar vivo, que perder esa categoría de la materia, permítanme usar esa terminología, puede llegar a ser aterrador, en especial, si llega alguien como yo y sin mediar palabra te arrebata esa condición. Ya les digo que para mí no sería ningún problema dar las explicaciones pertinentes y eso no supondría dilación alguna en el proceso. Sí, seguramente requeriría algún ajuste mínimo en la temporalización de los hechos y una pequeña reordenación de las circunstancias y contextos, pero, en fin, con todo el respeto y usando los conceptos temporales humanos, qué más daría utilizar algunos segundos más o menos de la vida de alguien para que supiera qué conlleva pasar al estado inerte de la materia.
Otra cosa bien distinta, cierto es, sería lo que necesitarían saber los seres cercanos a quien pierde la condición de vivo. Para ellos ver que un ser querido —más o menos, pues por mi experiencia casi eterna tendría mucho que aclarar acerca de lo que es el amor— muere es, en términos pueriles, difícil, pero eso no significa que no puedan llegar a entenderlo. Es cierto que eso no es asunto mío y no quiero entrometerme, pero no sería nada complicado en el proceso evolutivo de cualquier ser con consciencia de estar vivo, implementar parte del significado de la vida y de la muerte para que esa pena tan profunda fuese más llevadera. También digo que hay alguna probabilidad —la consultaré con Azar— de que partes inertes de distintos seres que en su momento fueron vivos coincidan en algún tiempo futuro conformando un nuevo ser que, por qué no, podría incluso ser nuevamente vivo. Creo que la probabilidad de que esto ocurra no debe ser muy grande, pero como el concepto de probabilidad está íntimamente vinculado con el del tiempo, y tiempo hay mucho, sería hermoso —o terrible— pensar que dos seres vivos que coincidieron en un momento determinado puedan volver a encontrarse uniéndose y formando parte de un único ser vivo cierto tiempo después.
Como refunfuñaba al principio, creo que mi principal problema es no poder hablar y ofrecer estas explicaciones que son muy relevantes en mi humilde opinión y que, lejos de quitarle importancia a la vida y a su trascendencia, lo que hacen es ofrecer unas sencillas pinceladas de realidad a un estado de la materia curioso, un tanto extravagante e indefectiblemente hermoso en todas sus formas, pero sumamente efímero por las implicaciones que la vida tiene sobre la materia tal y como la consideramos. Mi trabajo es, que quede claro, regular esta extravagancia de la materia que se da en la naturaleza para evitar que, por mor de las circunstancias, se desboque y provoque un estado irreconciliable con la existencia del universo. Se trata de anteponer la existencia de la materia que es inerte por concepción y definición a la existencia de la materia en estado vivo. Sí, ya sé que suena un tanto extravagante y singular a la par que enigmático, pero insisto en que la materia debe ser inerte en términos generales para que la perfección del universo se mantenga; y la vida no hace sino introducir imperfecciones de forma recurrente, aunque, por suerte a una escala mínima. Y no me vengan ahora con el cuento de que, si no existe vida, esa beldad universal no podría ser contemplada. Es un argumento desfasado y característico de seres vivos conscientes de serlo con mentes vanidosas y petulantes. El universo no existe para que sea contemplado por seres vivos; por favor, semejante ocurrencia es poco menos que absurda. El universo existe, punto. Si hay seres vivos conscientes y capaces de contemplarlo, mejor para ellos, que lo disfruten y háganlo porque la vida es, se lo aseguro, muy breve.
Imagen creada por el autor con IA.
En algún lugar que no recuerdo a 10 de julio de 2016 y en Isla Cristina a 13 de agosto de 2023.
Rubén Cabecera Soriano.
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