Los duendes miraban con curiosidad a aquel extraño ser. Caminaba erguido como ellos, pero tenía unos singulares pies cubiertos por un calzado nunca visto antes en el bosque. Se movía con torpeza y tropezaba con raíces y piedras a cada instante. Era parecido a ellos, con menos pelo, una nariz casi ridícula, y una manos pequeñas comparadas con las de ellos, pero era más grande extrañamente más grande, aunque no tanto como los maravillosos árboles que los rodeaban y que les protegían del impúdico sol que desnudaba con sus rayos el agua del río que corría entre las montañas y jugueteaba con brillos y sombras doradas entre las verdes hojas de los árboles creando un fascinante teatro en el que la naturaleza, única actriz en el reparto, se encarnaba a sí misma
A pesar de que se ponían frente a aquel extravagante ser, este no era capaz de verlos, incluso algunos de los duendes más osados le lanzaban sonidos perfectamente reconocibles en el bosque, que cualquier animal, incluso las plantas, habrían reconocido fácilmente, pero que aquel gigantón era incapaz de oír y mucho menos entender. De vez en cuando se paraba para contemplar el paisaje y permanecía atónito girando sobre sí mismo intentando asimilar tanta belleza, pero enseguida reanudaba su camino para no perder la única pista que seguía, una hermosa hada de alas brillantes y rostro moreno que revoloteaba con soltura y gracia a su alrededor apremiándole para que la siguiera.
Corrían muchas leyendas, muy antiguas todas ellas, entre las hadas y los duendes que hablaban de la llegada de un gigante comilón y bonachón que deambularía por aquel bosque durante años y años hasta encontrar un lugar donde descansar para siempre convirtiéndose en el árbol más grande y vetusto jamás visto. Hadas y duendes no sabían si aquel ser era ese gigante de sus cuentos. Seguramente solo el hada que lo guiaba lo sabía, pero era un secreto que nunca contaría a nadie.
Siguieron avanzando entre los gigantescos troncos de los árboles que él no paraba de tocar intentando comunicarse con ellos, pero su torpeza no se lo permitía, a pesar de que esos mismos árboles estaban contándole con los susurros de sus hojas toda su historia, la historia de un bosque, de un valle y de un río que se remontaba más allá de lo que cualquier otro ser pudiera recordar. El hada no paraba de sonreír contemplando la torpeza de aquel insólito ser que procuraba por todos los medios seguirla para no extraviarse.
De repente, al final de una senda que solo duendes y hadas podían ver, una inmensa cascada de luz se abrió frente a ellos acompañada de un ronroneante sonido que penetraba en los oídos de todos los seres vivientes que se acercaban a aquel lugar y que los adormecía para que soñasen felices. Era el río, aquel río por el que corría la magia en forma de agua fresca, transparente, seductora, aquel río irresistible enviado por las nieves en el que uno podía beber hasta saciar su sed de vida. Entonces, el hada que acompañaba a aquel ser revoloteó frente a su rostro y le lanzó una mirada incomprensible para los hombres como él. Y él, torpe como nadie, solo pudo contemplar absorto sus ojos que contenían todos los colores del bosque. Pero al cabo de un rato comprendió que debía seguir caminando, avanzando hacia el agua y dejarse llevar por la corriente. El miedo le paralizó ante semejante petición. El sonido tenue del agua se convirtió de repente en sus oídos en un rugido que le amedrantó. Miró a su alrededor y solo consiguió ver una inconmensurable belleza llena de colores hermosos, maravillosos, indescriptibles, indescifrables antes sus ojos, con azules, verdes, blancos y dorados que ningún pincel podría nunca siquiera imitar. Esos colores escondían todos los secretos de la naturaleza y supo que nunca los lograría descifrar, pero eso no le entristeció. Comprendió que ese secreto era precisamente el que tendría que guardar de por vida aun sin saber su significado, aun sin comprender lo que quería decir. Entonces sonrió al hada y avanzó confiado penetrando en el río hasta que el agua lo envolvió y su cuerpo fue transformándose en pequeñas gotitas que fueron entremezclándose con las demás uniéndose a ellas para ser el río.
Foto de Jessica Stahl del río Yuba, California.
En Grass Valley, California a 22 de julio de 2023.
Rubén Cabecera Soriano.
@EnCabecera
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