domingo, 16 de julio de 2023

Rosamundo (xvi).




La tarde en que Rosamundo deseó no haber nacido no se paró el mundo, ni una terrible tormenta, preludio de un apocalíptico final, se desató, ni tan siquiera un triste rayo cayó sobre la pensión donde vivía. Nada, absolutamente nada ocurrió por mucho que Rosamundo desease aquello. Por supuesto, Rosamundo no desapareció de la faz de la tierra viéndose cumplido su deseo ni un terrible, oscuro y profundo abismo se abrió para tragársela. Son muchos los ajustes necesarios en la vida para que un deseo como ese se cumpla y no es suficiente con que quien lo desee esté sumamente apenado, sufriendo o dolorido, son muchos otros los factores que deberían darse para que el cabal y juicioso, aunque a veces resulte incomprensible, curso de la vida sometido al gobierno del tiempo cambie su rutina por el simple deseo de una niña. No es fácil, ni tan siquiera cuando el deseo es sensato o una insignificancia, así que hacer desaparecer a una persona no es algo que el destino vaya a resolver por más que la muchacha lo pida con gran intensidad como era el caso de Rosamundo. Además, la vida sabe que quien acostumbra a hacerle esas peticiones no las hace cuando está en su mejor momento, siempre las recibe cuando sus sentimientos y emociones están alterados de modo que a la vida le resulta harto complicado determinar la veracidad e intensidad del mismo. El caso es que la vida lo tenía claro y este deseo, como muchos otros, no sería escuchado.


Rosamundo regresó del colegio como cualquier otro día. Lo hacía felizmente. Sabía que por la tarde tendría que regresar porque necesitaba adelantar en sus estudios. El año estaba siendo intenso para ella que se examinaría al final de curso para verificar el nivel alcanzado y comprobar si podría o no acceder a la universidad como era su deseo. Rosamundo caminaba absorta en sus pensamientos cuando se encontró con Alfredo a quien, desde hacía algún tiempo, apenas prestaba atención pues se sintió traicionada por él. Sin embargo, él, al verla, no lo dudó y se acercó a ella para acompañarla. Eso fue lo que hizo, Alfredo no pretendía mayor cosa que reconciliarse porque fue consciente enseguida del daño que podía haberle causado. Rosamundo ni tan siquiera le dirigió la palabra por más que el chaval intentó charlar con ella, pero ella solo ofreció desprecio como respuesta. Cuando llegaron a la pensión, la muchacha se dirigió a la señora Casiana como era su costumbre y le dijo que se iría a su cuarto a estudiar y que sentía mucho no poder estar con ella durante la comida. Tras ella Alfredo saludó también a su tía y le prometió que bajaría en un santiamén para comer junto a ella. Hasta ahí nada habría tenido la mayor importancia si no fuese porque Alfredo deseaba con todas sus fuerzas pedirle disculpas a Rosamundo. Así que aprovechó el instante delante de su tía para pedirle a Rosamundo que los acompañase, a pesar de su negativa anterior. Rosamundo no supo negarse y enrabietada subió las escaleras para dejar las cosas y bajar. Pero en su habitación inevitablemente se quiso mirar en el espejo y entonces todo se desencadenó. El maldito espejo acababa de revelarle a Rosamundo un secreto que ella ya conocía perfectamente pero que su cerebro intentaba ocultarle: su rostro. Ahí fue donde la muchacha quiso no haber nacido. Esa tarde, esa precisa tarde, la vida no quiso escucharla como ocurría y ocurriría a diario con miles de personas que deseaban cosas solo al alcance de ella, pero que nunca concedía. Y esa misma tarde, Rosamundo se dio cuenta de que la vida, esa a la que imploraba no haber nacido, no iba a concederle el deseo. Y se dio cuenta, precisamente porque volvió a mirarse al espejo, de que su deseo no se concedería, ya que seguía allí. Entonces Rosamundo no tuvo que decidir aceptarse como ya había hecho en alguna ocasión, ni quiso quitar y esconder el espejo asumiendo que de alguna manera que ese rostro siempre estaría allí y que nada ni nadie podría evitarlo nunca. Rosamundo lloró, no sería la última vez, y lo hizo apenada por sí misa, pero el llanto no le duró demasiado porque Rosamundo era fuerte y ese dolor le hacía sentirse débil. Así que tomó sus cosas y bajó para sentarse junto a Casiana y Alfredo. 




Imagen creada por el autor con IA de Bing.

En Grass Valley, California, a 16 de julio de 2023.

Rubén Cabecera Soriano.

@EnCabecera

https://encabecera.blogspot.com.es/