Rojo, de un rojo intenso es la barrera que esconde esa extraña intimidad, inexplicable, innecesaria, pero que está ahí, imperturbable, protectora, eterna. Aparece inesperada, pero permanece hasta que, de forma inopinada, uno la rodea y comprueba que es uno mismo el que se esconde de su propia alma. Ese biombo protege de aquello que no quieres ver, pero nunca impide que puedas verlo porque no es muy grande, ahora no es muy grande, ocupa lo que quieras que ocupe. Puedes rodearlo en cualquier instante y enfrentarte a la realidad, como también puedes quedarte tras él, sentado, sujetándote las rodillas pegadas al pecho con tus propios brazos en un precario equilibrio apenas remediado por el apoyo de tu espalda en ese biombo que sabes que no puede soportar mucha carga porque terminaría cayendo y descubriendo tu desnudez ante todos, ante todos los que te miran, no ante todos los que quieres que te miren ni ante todos los que crees que te miran. El biombo no te protege de vistas indeseadas, no te confundas, tan solo está ahí porque quieres que esté y el color, ese rojo sanguinario, lo eliges tú; podría haber sido otro, pero preferiste el rojo porque es el color del atardecer deseado, es el color de las flores en primavera y es el color de la sangre que recorre tus venas y que, en las vigilias, aparece en la periferia de tus ojos en forma de ramas secas de árboles vetustos tintados de otoño.
Déjame que te diga que ese biombo no siempre es el mismo. Hay momentos en los que lo escondes para transformarlo, hubo épocas en las que era azul. Sí, ¿lo recuerdas? Era cuando el mar te enamoraba. Es probable que ya lo hayas olvidado, al igual que cuando fue amarillo, o negro, o verde. Igual que olvidarás que ahora es rojo. No sé si sabes que en algún momento probablemente volverá a ser azul, y más pequeño, y más tarde seguro que tendrá un inmenso tamaño, tan grande que casi ni podrás plantearte rodearlo o tumbarlo. Hace algún tiempo, cuando era amarillo, tenía ese tamaño que predigo para el futuro y tú, solo tú, fuiste haciéndolo más pequeño y procuraste que el color fuese cambiando. No lo hiciste de forma consciente. Eso lo sabes ahora cuando te he recordado los otros colores, pero nunca has sabido qué color tenía en cada momento. Tal vez cuando envejezcas puedas entender el sentido de los colores y tamaños del biombo que te protege y que te expone a la realidad, o tal vez nunca llegues a ser consciente de él, pero, fíjate qué curioso, es él quien destila tu verdad y al mismo tiempo eres tú quien decide cómo es el biombo y tú mismo decides si te guareces tras él, si te escondes de otros, si te ocultas de ti mismo o si sencillamente lo necesitas para mirarte y reconocerte sin avergonzarte de lo que eres, de lo que has sido, o de lo que querías ser.
Sabrás que tu biombo no solo ha tenido colores vivos o muertos, también ha cambiado el material con el que lo construiste. Fue de papel, casi traslúcido, y jugaste a hacer sombras chinescas sobre él para que del otro lado viesen algo que no era, pero que podía ser. Fue de hierro, aunque lo decoraste con hermosos y coloridos estampados, pero querías que fuera impenetrable y eterno pues pensabas que la nobleza del material determinaba tu propio destino. Tal vez no era tu deseo, pero sí tu necesidad. Lo construiste de madera, y fue bien hermoso porque en aquellos días, lo tocabas y sentías el calor del material, sentías su naturaleza cercana a la tuya. También ha sido de cristal, sí curiosamente fue transparente. Hace tanto de aquello que casi ni yo mismo me acuerdo, pero lo fue. Por aquel entonces nada parecía afectarte, aunque duró poco. Sin embargo, aprendiste a manipular tu biombo, a trabajar con él, a rehacerlo, reconstruirlo, redecorarlo y conseguiste hacerlo transparente para algunas personas, mientras que otras, la mayoría, seguían viéndolo de hierro, papel, madera o tela que es el material del que está hecho ahora. Sí, la tela es el material con el que ahora lo has construido. Sí, es tela, una seda suave y brillante, a veces tornasolada si la luz que le incide se refleja de forma oportuna. Sé que no lo sabías, pero ahora que te lo he dicho, sé que lo comprendes perfectamente. El biombo es liviano, ligero, pequeño y rojo. Has llegado a moverlo, a desplazarlo de un sitio a otro hasta encontrar su actual ubicación que no es, como intuyes, la definitiva, pero que es la última. Así lo quieres, aunque no lo sepas. Y eso es lo que la gente ve y eso es lo que la gente percibe. Y eso es lo que tú muestras, eso es lo que enseñas. No puedo decirte si está bien o mal. Es absurdo plantearse esa dicotomía. No existen ni el bien ni el mal como conceptos absolutos, eso ya lo aprendiste hace mucho, y por más que la gente se empeñe en catalogarlo todo así, tú siempre procuraste obviar esas valoraciones. Sin embargo, ahora te sientes satisfecho con él. Piensas que está bien, piensas que es adecuado, correcto; recuerda que siempre has tenido la fortuna de pensar que está bien porque siempre, o casi siempre, has podido hacerlo desaparecer para quien así lo querías. No pienses que engañabas a los otros, no vayas a torturarte, no. Sencillamente la realidad que percibes es cambiante y detrás del biombo está el mundo, un mundo que sigues descubriendo cuando te asomas a mirar, que es precisamente cuando otros te ven. Un mundo que ves con plenitud cuando haces que tu biombo sea transparente porque así consigues, incluso aunque no quieras, que otros te vean sin matices, en tu más pura forma. Detrás del biombo está el mundo, pero detrás del biombo también estás tú. Nunca vayas a olvidarlo.
Imagen creada por el autor con IA.
En algún lugar allá por 2010 y en Plasencia a 9 de julio de 2023.
Rubén Cabecera Soriano.
@EnCabecera
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