La primera paradoja con la que uno se enfrenta cuando arranca un texto con el título que tiene este es el calificativo “breve”. Hacer un “breve” tratado sobre la estupidez humana es harto difícil, imposible casi por definición. No hay límite para la estupidez humana y procurar hacer un ejercicio de síntesis para recoger en unas líneas la cantidad de barbaridades que este mundo lleno de idiotas ha hecho constituye una quimera irrealizable. Tampoco creo que sea posible ni viable elaborar un trabajo enciclopédico compuesto por, digamos, decenas de volúmenes con decenas de miles de palabras para poder siquiera enunciar las barbaridades que nuestra raza tiene el dudoso honor de haber realizado a lo largo de su breve historia, muy breve, por cierto, a pesar de que nos consideremos a la cabeza de la evolución. Y todo ello haciendo un serio cribado previo que permitiese discriminar aquellas estupideces menores de las que realmente son merecedoras de encajar en un trabajo serio, de carácter científico, por su repercusión en la sociedad y en la propia historia de la humanidad. Podríamos elaborar un listado de aberraciones, de crueldades, de errores, de barbaridades que solo son explicables en un contexto de estupidez porque ni tan siquiera caben ser entendidas dentro de una personalidad cruel y malvada individual. Tal vez sería interesante hacer una clasificación más o menos extensa de las idioteces en función de su repercusión en la humanidad, incluso también podrían clasificarse según su grado de irracionalidad o de falta de lógica, aunque esta puede ser una opción excesivamente subjetiva. De hecho, el propio concepto de racionalidad o el de lógica puede llevarnos a interpretaciones subjetivas de ellas mismas. Tal vez el problema sea que no existen conceptos puramente racionales en la mente humana que se circunscriban exclusivamente a nuestro comportamiento —qué lástima que no funcione nuestra mente de forma matemática, incluso a pesar del principio de incompletitud, con sus dos teoremas, de Gödel— y ahí comienzan los problemas. Cabe la posibilidad, más que confirmada, de que lo que es estúpido para algunos, no lo sea para otros, de modo que los límites de la idiotez son difíciles de establecer y hay una frontera que no es fácil de precisar en el pensamiento y en el comportamiento humano, lo que viene a demostrar la imposibilidad de tener un criterio universal de sensatez aplicable a nuestra raza, como así evidencia el principio de incertidumbre de Heisenberg que, aplicado a la razón humana, vendría a interpretarse del siguiente modo: es imposible determinar con exactitud el nivel de racionalidad de un comportamiento humano al mismo tiempo que se contextualiza en su tiempo el pensamiento del que proviene. Es decir que interpretar un comportamiento de forma fehaciente no es posible de forma simultánea a entender el pensamiento o las líneas de pensamiento que lo provocan en su contexto. Y hete aquí que ese ejercicio, imposible de facto, se asocia directamente al relativismo con el que se quiere justificar cada acto de cada persona o grupo de personas más o menos vinculadas. Nuestra sociedad está repleta de idiotismo ilustrado que todo lo relativiza haciéndonos pasar por gilipollas incapaces de entender lo que ocurre a nuestro alrededor que debemos soportar la insufrible cantidad de tomaduras de pelo y estupideces a las que nos someten continuamente y que tenemos que resistir si queremos permanecer y prevalecer en nuestra sociedad: hay que tener grandes tragaderas. A veces de tamaño excesivo.
No sé si es procedente ejemplificar esta obviedad ya que todos y cada uno de nosotros podríamos hacerlo con un sinnúmero de muestras que acreditaría lo indicado al inicio de este texto. El problema surge cuando el ejemplo de uno constituye una afrenta para otro, y es que la complejidad humana es tal que la más evidente estupidez para alguien puede constituir un paradigma de fe intocable, inquebrantable e indiscutible para otro. No existe ni existirá un consenso nunca acerca de esta cuestión y esa es una de la principales tragedias a las que se enfrenta la humanidad que puede llevar al traste con ella como se ha demostrado en numerosas ocasiones a lo largo de la historia y, mucho me temo, seguirá ocurriendo. Tal vez nunca seamos conscientes como sociedad, aunque individualmente podamos detectarlo, del peligro que podemos llegar a constituir para nuestra propia supervivencia. Tal vez no merezcamos superar el estado de evolución científica en el que nos encontramos, que viene a ser cero en la actualidad, dentro de la escala de Kardashev, quien estableció en 1964 tres niveles de desarrollo científico de una civilización en función del control del uso de la energía y recursos de su planeta, nivel i, de su sistema solar, nivel ii, y de su galaxia, nivel iii. En este escenario, puede ser que lo mejor sea que no alcancemos siquiera el nivel i, ya que eso nos daría una capacidad destructiva sin igual que, lejos de destruirnos como especie, podría terminar destruyendo la vida del planeta que nos acoge e impedir que nuevas formas de vida evolucionasen en este magnífico planeta al que perece que odiamos y para el que parece que buscamos su destrucción por nuestro inconmensurable egoísmo y, como no, estupidez.
Por tanto, nuestra estupidez trasciende lo individual —nadie está libre de cometer errores y esta es una idiosincrasia de nuestra especie— y nos involucra como colectivo. Debemos ser capaces de contener el nivel de absurdez que nos envuelve cada vez con más contundencia sin permitirnos ni tan siquiera asombrarnos y aceptando ciertos comportamientos como asumibles dentro de esa puñetera relatividad y condescendencia con todo que nos rodea. La ciencia es una fabulosa vía que nos ayuda a contener el sinigual empuje de la absurdez, pero debe estar al alcance de todos y debe acompañarse de educación, cultura y reflexión antes de trascender a la tecnología que en manos de los seres humanos puede ser un formidable principio de destrucción. O abrimos los ojos como sociedad o nuestro destino está escrito y no es nada halagüeño a causa de nuestra propia estupidez.
Imagen creada por el autor con IA de Bing.
En Mérida a 16 de abril de 2023.
Rubén Cabecera Soriano.
@EnCabecera
https://encabecera.blogspot.com.es/