Siempre he tenido un sueño: poder leer y recordar todo lo escrito desde la aparición de la escritura. Todo, absolutamente todo. Procurando que mi cerebro —a saber qué tamaño debería tener— fuese capaz de almacenar y, sobre todo, relacionar, la información. Mi sueño no iba mucho más allá de poseer ese conocimiento. Quiero decir, lo que quería era saber, saber en el más puro sentido del término. Nunca en mi sueño pretendí añadir preposición alguna al verbo, no saber “para”, ni “de, ni “por”, ni “en”… Sencillamente saber por el placer de saber. Este es un sueño que ilusiona cuando eres niño porque crees que puede hacerse realidad y frustra cuando eres adulto y compruebas que es imposible, a pesar de que el deseo persiste. Cuando tuve la fortuna de comprender siquiera superficialmente las sutilezas de la era de la información y la digitalización, una inmensa felicidad me colmó. Era posible poseer toda lo escrito a lo largo de la historia de la humanidad y aunque no tuviera la inconmensurable colección de todos los libros del mundo en mi casa, cosa que me habría complacido inmensamente, sí que podía acceder a ellos de forma más o menos inmediata, mientras que antes el acceso siempre estaba condicionado por las limitaciones físicas y temporales que imponían los libros en papel. Era un gran paso a una utopía que en mi cerebro permanecía como fantasía. Toda la información existía y podía estar disponible de forma digital perfectamente almacenada en formato binario que, a su vez con los algoritmos correspondientes, podría traducirse a un lenguaje que yo dominase para su lectura. Implícitamente asumía parte de la frustración que me producía el hecho de ser consciente de no tener tiempo material para poder leer la totalidad de libros almacenados en la red, pero uno siempre podía asumir con mayor o menor resignación su síndrome de Diógenes digital y almacenar la información sin acceder a ella. En cualquier caso, era una grandioso paso en el cumplimiento —parcial— de ese sueño infantil que la madurez no logró hacerme olvidar.
Sin embargo, la irrupción de la Inteligencia Artificial propicia el paso definitivo, con matices, eso sí, pero con seguridad inicia un camino maravilloso, pero también inquietante. Ya no solo se ha sobrepasado el límite físico que imponía nuestro cerebro a la capacidad de almacenamiento de información gracias a la aparición de los dispositivos digitales y su casi infinita capacidad de almacenamiento binario —en comparación con la capacidad de almacenamiento del cerebro humano, casi cualquier dispositivo de almacenamiento digital es infinito—. Ahora ya no solo somos capaces —debería precisar el pronombre personal de primera persona del plural y sustituirlo por “las máquinas son capaces”— de almacenar mediante los dispositivos digitales toda la información disponible más allá incluso de los libros escritos abarcando todo lo imaginable, obras de arte, entrevistas en radio, programas de televisión, música… Todo absolutamente todo es susceptible de ser almacenado y se almacena de hecho. Ahora gracias a la Inteligencia Artificial, podemos relacionar, procesar, entender, asumir e incluso aplicar toda esa información, y podemos hacerlo utilizando todas las preposiciones que queramos, porque solo tenemos que pedirlo.
Esos matices referidos están vinculados a los primeros pasos que se están dando en esta tecnología de la Inteligencia Artificial y sobre los que probablemente abundaré en otro momento, pero de los que quiero dejar unas pinceladas ahora que permitan, al menos en parte, entender qué ocurre actualmente con la inteligencia artificial. En 1971 John McCarthy (1927-2011) recibió el Premio Turing, algo así como el Premio Nobel de la informática por sus contribuciones a la Inteligencia Artificial. De hecho, es considerado el creador de ese par de palabras que parecen haber revolucionado la tecnología y veremos si en un futuro próximo también nuestras vidas. En mi opinión esta revolución se completará cuando seamos capaces de ofrecer fuentes de energía inagotables para la escala humana. Entonces, solo entonces, la combinación de inteligencia artificial y disponibilidad total energética supondrán el verdadero cambio de paradigma para nuestra civilización, estando próximos a alcanzar la civilización tipo I de la escala de Kardashev. Es decir, para la humanidad la combinación de energía disponible e inteligencia artificial supondrá una nueva era indiscutiblemente —veremos si para bien o para mal—. Los trabajos de McCarthy desde los años 1950 impulsaron la utilización de LISP (List Processing, procesamiento de listas) para la inteligencia artificial y, aunque los lenguajes de programación han evolucionado, y cambiado, y mejorado, la base es justamente esa: el procesamiento de listas. Los sistemas de lenguaje con inteligencia artificial se basan en su gran mayoría en la probabilidad, es decir, las “conversaciones” que podemos mantener con ciertos lenguajes de inteligencia artificial están fundamentados en el aprendizaje mediante redes neuronales que ha procesado inmensas cantidades de textos —recordemos que tenemos almacenado en sistema binario la totalidad de lo producido por la humanidad— y que son capaces de predecir el sentido de nuestras peticiones y el texto más coherente con el que respondernos. Por tanto, no entienden, pero aciertan… en general. También, a veces, utilizando nuestro lenguaje con otros humanos podemos tener la sensación de que no nos entienden y que las respuestas en nuestra interacción humana pueden ser más o menos acertadas. El motivo: nuestro sistema de comunicación se basa en un desordenado batiburrillo de conceptos englobados en el lenguaje natural y transmitidos mediante palabras que engloban significados más o menos imprecisos.
El “Lenguaje Natural” es el medio general de comunicación entre humanos, la inteligencia artificial no entiende este lenguaje, pero, sin embargo, su capacidad de procesamiento le permite hacer una estimación muy probable del sentido humano de las palabras utilizadas para comunicarnos con las máquinas y le permite acertar con las palabras que nos ofrece como respuesta en su interacción con nosotros también con alta probabilidad de acierto. Todo ello gracias a la utilización de redes neuronales que sencillamente son algoritmos que aprenden a hacer cosas. El sistema tradicional de comunicación entre el usuario y un ordenador se basa en la introducción precisa de datos en forma de órdenes que el ordenador ejecuta con precisión. Esto es lo que hacemos cuando pulsamos en una calculadora el “3”, el “x” y el “5” para obtener como resultado “15”. Con la inteligencia artificial los ordenadores pretenden imitar el lenguaje natural de comunicación humana utilizando la probabilidad. Para ello utilizan el Machine Learning que es un sistema de aprendizaje automático en el que se basan las redes neuronales, que funciona partiendo de la base de que el ordenador es incapaz de entender conceptos, pero es muy capaz de procesar miles de datos de forma muy rápida, permitiéndole obtener patrones y similitudes que se asemejan a conceptos. Un ser humano fácilmente reconoce un coche, pero un ordenador necesita haber procesado una gran cantidad de imágenes de coches para poder identificar uno que no se encuentra entre su base de datos. Esta diferencia puede resultar muy parecida en el fondo. Además, los humanos hacemos muy bien ese proceso de conceptualización, pero los ordenadores son capaces de procesar a gran velocidad mucha información y ofrecen una respuesta excelente en un tiempo muy breve que nos hace pensar que han entendido lo que han dicho o lo que le hemos preguntado. Ahora mismo esto no es así. La inteligencia artificial utiliza un lenguaje generativo preentrenado basado en la estadística (Generative Pretrained Transformer que es la base de ChatGPT) y, por tanto, no entiende nada de lo que le decimos ni nada de lo que responde, aunque acierte…
Imagen creada con la inteligencia artificial de Bing basada en la tecnología DALL-E bajo el nombre “Imagen que exprese todo el conocimiento del mundo. Me gustaría que no apareciesen personas en la imagen. Y podría ser utilizando un estilo pictórico de acuarela”. Se ha incluido el logo tal y como se generó, incluyendo la “marca de agua” de abajo a la izquierda.
En Mérida a 30 de abril de 2023.
Rubén Cabecera Soriano.
@EnCabecera