Palermo, mi querido Palermo.
O la bendita —ocasionalmente— esclavitud del arquitecto.
Las ciudades no se quieren por lo que son, se quieren por lo que vivimos en ellas. He tenido la fortuna de visitar Palermo en muchas ocasiones, no puedo decir que innumerables, pero en el futuro sí quisiera poder afirmarlo. Mi última visita ha sido, como lo fueron las anteriores, maravillosa. La gente que conozco allí me trata como si perteneciese a su propia familia, no a una familia lejana o a una familia enfrentada, no, me tratan como alguien cercano y querido, y no hay mejor sensación que esa cuando uno sale de su hogar. Mis visitas han tenido carácter docente a excepción de la primera, hace ya mucho tiempo, que fue de perfil turístico. Mis estancias como profesor invitado a la “Università degli Studi di Palermo” han constituido una magnífica experiencia para mí que espero haya aportado también algo a mis buenos amigos, profesores y alumnos, palermitanos.
Como profesor del Centro Universitario Santa Ana, perteneciente a la Universidad de Extremadura, puedo presumir de haber estado en numerosas universidades como profesor invitado, a saber, Oporto, Florencia, Roma y Cracovia, además de Palermo. En todas ellas la experiencia siempre ha sido memorable y en todas ellas me he sentido fabulosamente bien acogido. Pese a todo, en Palermo, no sé si porque he estado allí más veces y más tiempo o sencillamente porque la condición humana azarosamente así lo ha querido, siempre me encuentro fantásticamente. Pido disculpas de antemano por este exceso de adverbios que llena y llenará este escrito, pero quiero ser insistente e incluso cargante para intentar transmitir las sensaciones que me procuran estas estancias.
Esta última estancia a la que me refiero, la que transcurrió del 30 de enero al 3 de febrero del 2023 incluyendo los viajes que desde las tierras extremeñas nos roban bastante tiempo, así que vaya por delante que la igualdad de oportunidades territorial es una entelequia política nauseabunda, ha sido extraordinariamente (aquí va otro adverbio grueso que propicia mi disculpa) prolífica, a pesar de su brevedad.
Lo primero que hice nada más llegar fue darle un gran abrazo a Paolo De Marco, mi buen amigo y magnífico profesor, que tuvo a bien recogerme en Punta Raisi, un aeropuerto cuya ubicación próxima al mar ofrece una visión de la isla que irremediablemente me recuerda a esa mitológica Sicilia de antes del siglo VIII antes de Cristo cuando la Magna Grecia comenzó a interesarse por ella. Después fuimos a saludar a otro grandísimo amigo e igualmente gran profesor, Antonino Margagliotta, quien por razones personales no podría acompañarnos en esta breve estancia y con quien mantuvimos un encuentro breve, intenso y muy emocionante: «¡Ánimo, Nino!». Después tuve tiempo de conocer al hijo de Paolo, Lorenzo, y saludar a su mujer, María. Para rematar un cansado día de viaje, no se me habría ocurrido mejor colofón. Aunque evidentemente, como el pie de título insinúa, la esclavitud del arquitecto me obligó a cerrar el día con más trabajo en la habitación del hotel para poder dar respuesta a los cuarenta y pico correos electrónicos recibidos durante el día (descartados aquellos que no requerían respuesta) y preparar un hueco para la mañana siguiente en el que devolver las algo más de veinte llamadas que el avión me impidió contestar. Alguien podrá pensar que se trata de una exageración, pero lo cierto es que no lo es, qué más quisiera. En cualquier caso, al margen de los malditos correos (todo el mundo quiere tener su problema acreditado de forma fehaciente mediante un registro, aunque no se resuelva) también tocó trabajo técnico durante un rato que, tras las algo menos de cinco horas de descanso, se retomó en maitines a eso de las 5 de la mañana. No soy masoquista, vaya eso por delante, y no me gusta el trabajo en exceso, quede claro. Para aquellos que piensen que es un problema de gestión del tiempo, aclararles que no procrastino y que afino casi cada segundo y que mi experiencia de más de dos décadas en la profesión me permite asegurar que el problema subyace, para los que nos dedicamos a la profesión libre de la arquitectura en mi caso combinada con la docente, en que la remuneración de los proyectos en la actualidad no encuentra correspondencia con el esfuerzo y las exigencias de la legislación y de los promotores, eso sin entrar a valorar parámetros como la excelencia que cada vez quedarán más lejos, aunque desdeñando la mediocridad que, en mi caso, no soy capaz de asumir para rentabilizar proyectos. Para aquellos que sientan la tentación de recomendar una carrera funcionarial, argumentarles que acerca de eso ya he escrito largo y tendido y que, como simple reflexión, dejo aquí un “y si todos lo hiciéramos así, ¿qué ocurriría?”, que debería bastar para contener la verborrea de quienes encausan desde los prejuicios sin tener un profundo conocimiento de los hechos. Como estas últimas líneas del presente párrafo en las que refiero el sobreesfuerzo de horas son una constante en esta estancia en Palermo, liberaré los siguientes párrafos de semejante pesadez para centrarme en lo importante, aunque de forma sucinta, narrando la parte profesional docente y la personal amistosa.
Al día siguiente, tras reunirme con el profesor Francesco Di Paola a quien no conocía, pero que, a través de Nino y Paolo, ya citados, y Rosella y Rino, otros magníficos amigos y profesores de la “Università degli Studi di Palermo”, organizó esta estancia docente, comenzamos el trabajo con alumnos de doctorado presentando “Geometrías Posibles, Caso Del Templo de Diana de Mérida”. Se trata de una ponencia en la que cuento la intervención que hicimos desde aiuEstudio en el Templo de Diana de Mérida y que, a pesar de ser pequeña en tamaño e inversión, es inmensa en contenido. Además de explicar el templo en su contexto histórico y patrimonial, mostré la intervención a nivel de proyecto y obra, y resalté la importancia de la toma de datos para asegurar el éxito en un proyecto patrimonial mediante la utilización de una cámara videogramétrica que desarrollamos en 2freedom empresa de la que Pedro Ortiz, otro gran amigo y magnífico ingeniero, y yo formamos parte. La jornada, intensa, pero sumamente productiva, terminó, como no podía ser de otro modo, con un pedazo de pizza y unos dibujos con acuarela. Durante el día, no preguntéis cómo, aproveché para entregar unos ejemplares del recién terminado libro “Sicilia y Extremadura. Un patrimonio posible” que tuve la suerte de coordinar y en el que hicimos nuestras aportaciones con artículos comprometidos acerca del patrimonio varios autores, todos ellos, perdonad mi redundancia, grandes profesionales y amigos: los citados Rosella Corrao, Antonino Margagliotta, Calogero Vinci, Paolo De Marco, y Manuel Fortea, Juan Saumell y Sete Álvarez. Es justo reconocer aquí la ayuda del Colegio Oficial de Arquitectos de Extremadura, Coade, a la hora de organizar el seminario que dio origen a este libro.
Sin el más mínimo atisbo de duda, esta visita ha sido inmensamente enriquecedora para mí, deseo que también lo haya sido para los profesores y alumnos que me acompañaron en las tres jornadas con las que disfruté enormemente, y deseo que mi entusiasmo les haya calado tanto como a mí su participación. Siempre que he tenido la oportunidad de salir a dar clases en el extranjero, he querido dejar constancia de la relevancia de Extremadura con su patrimonio material e inmaterial. Lo hago desde mi humilde conocimiento y en nombre de la Universidad de Extremadura y el Centro Universitario Santa Ana que represento. La verdad es que es para mí un auténtico honor y placer poder ejercer de humilde embajador de nuestra región allá donde voy.
Imágenes del autor. Fotografías de Francesco di Paola.
En Mérida a 05 de febrero de 2023.
Rubén Cabecera Soriano.
@EnCabecera
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