domingo, 29 de enero de 2023

Rosamundo (iv).




Rosamundo metió solo una maleta en el coche, no era mucho lo que tenía, no era mucho lo que necesitaba, y se montó en el vehículo. Conocía perfectamente al chófer, Alfonso, también era el jardinero, el carpintero, el que arreglaba las cosas y también quien traía la comida, la bebida y quien se encargaba de llevar a los niños adonde fuera necesario. Rosamundo quería haberse marchado en taxi. Tenía dinero para pagarlo porque los niños recibían una pensión del estado y Rosamundo, además, percibía algún dinero adicional por su ayuda con los cuidados de los más pequeños. Pero la directora se negó a que un taxi se llevase a Rosamundo del centro. Fue tan vehemente en su negativa que Rosamundo accedió. Ya sentada en el asiento del acompañante bajó la ventanilla e incorporándose con agilidad sacó la cabeza y lanzó besos a los que la estaban despidiendo, que eran todos. El coche arrancó y Rosamundo comenzó su nueva vida. Se sentó y se puso el cinturón. Rosamundo empezó a llorar. Alfonso la miraba de reojo en silencio. Nunca había sido muy expresivo y desde luego llevar a una niña —para él seguía siéndolo— llorando en el coche no resultaba especialmente cómodo. Cogió un pañuelo de papel y se lo ofreció. Rosamundo lo tomó con un gracias apenas audible que tranquilizó a Alfonso sin saber muy bien el porqué. Rosamundo sorbió sus mocos en un par de ocasiones y se limpió los ojos antes de dejar el pañuelo en el bolsillo de su pantalón. Entonces sacó el sobre que le había dado la directora. Lo dejó sobre su regazo y lo miró. Era marrón, le dio la vuelta y vio que tenía su nombre en el reverso. Lo abrió. Dentro había una nota escrita en una tarjeta con el nombre de la directora. Decía: “Sé feliz”. Rosamundo sonrió. Miró por la ventana y contempló el paisaje repleto de árboles tan conocido para ella. Había pasado su infancia jugando entre esos árboles. Los había visto crecer como ellos la habían visto crecer a ella. Regresó al sobre y comenzó a sacar documentos. Entonces Alfonso le preguntó: “¿Lo vas a leer?”. Rosamundo se sorprendió, conocía a Alfonso y nunca hubiera imaginado que pudiera llegar a hacerle esta pregunta. No tanto porque no se pudiese atrever a hacerlo, sino porque no creía haber intercambiado con él más de tres o cuatro frases en toda su vida, y, desde luego, estaba segura de que ninguna había sido una pregunta hecha por él. Alfonso la miró de reojo sin terminar la separar la vista de la carretera y prosiguió: 


—Me ha pedido la directora que te lo preguntase si te veía abrirlo, también me ha dicho que te diga que no te enfades conmigo, pero yo ya sé que no te vas a enfadar.


—No te preocupes, no me enfado contigo. Sé que lo hacéis para protegerme. Gracias, pero sí, puedes decirle que lo voy a leer... Tengo que leerlo —terminó casi de forma inaudible.


Rosamundo comenzó a ojear los documentos. Había varias hojas escritas y algunas fotos de una niña muy pequeña, recién nacida. Estaba desnuda. La miró y sin llegar a reconocerse supo quién era. Ella. La niña tenía heridas por todo el cuerpo, algunas más abiertas que otras y algunas casi sangrantes, también tenía llagas por la espalda, en los brazos y en las piernas. Su ombligo estaba tapado por una gasa enrojecida fijada a su pequeña barriga con un par de esparadrapos. Rosamundo no pudo contener la emoción y se echó a llorar. Lo hizo en silencio, no quería que Alfonso se diese cuenta. Las lágrimas cayeron de sus ojos sobre algunos de los documentos que tenía en su regazo. Se empaparon, pero no lograron borrar las palabras escritas sobre el papel, palabras que en breve pasarían a grabarse en el cerebro de Rosamundo para siempre. La niña pasó el puño de su manga sobre el papel y sobre sus ojos para enjugarse al tiempo que se tocaba alguna de las cicatrices de su cara, la niña acababa de dejar de serlo, la niña se había convertido en mujer. Se recompuso como pudo, cerró los ojos e intentó visualizar su dormitorio, ese que comenzó a disfrutar para ella sola cuando cumplió catorce años. Buscó en su mente cada recoveco de la habitación, donde tenía las muñecas, donde estaban los libros, donde guardaba su ropa, donde escondía su diario, quería recuperar algo de su niñez, pero ya no le fue posible, su infancia había quedado atrás, las imágenes que acababa de contemplar la habían enterrado, la habían transformado. Abrió los ojos y comenzó a leer lo que aquellos documentos tuvieran que contarle, aunque ya tenía muchas de las respuestas que la habían atormentado durante su estancia en el orfanato. Sintió el peso de su corta vida cayendo sobre su alma, se reveló ante ella, con extrema claridad, su sufrimiento. Una profunda angustia se apoderó de su mente, fue una sensación terrible que desconocía hasta entonces, ella, que había sido siempre pura vitalidad y alegría, estaba sufriendo un profundo dolor incomparable con el que había sentido poco tiempo antes al dejar atrás a su familia en el centro. El peso de ese dolor oprimía su corazón y casi le impedía respirar. Sin embargo, Rosamundo no había perdido su valentía, su osadía y su arrojo. A sus dieciséis años había descubierto el dolor, el verdadero dolor. No el dolor físico, a veces sangrante, que cura el tiempo y que nos recuerdan las cicatrices. Rosamundo se tocó de nuevo algunas de las que cubrían su cuerpo y su cara para intentar rememorar ese dolor, solo percibió un amasijo de carne encallada y abultada en el que la sensibilidad resultaba dispar. No, Rosamundo había descubierto un profundo dolor en su alma, pero no quiso huir de él, no quiso alejarse y olvidarlo, quiso enfrentarse a él, luchar contra él y derrotarlo, vencerlo con la misma determinación que tuvo para decidir abandonar la que hasta entonces había sido su casa. Entendió que necesitaba superarlo para poder ser lo que quería ser por más que aún no lo supiera. Rosamundo entendió que aparecerían en ella nuevas cicatrices, cicatrices invisibles que solo ella percibiría, pero que estarían acompañándola durante el resto de su vida. No sabía si contemplar esas cicatrices le produciría dolor, pero estaba segura de que las heridas que acababan de abrirse dentro de ella sanarían. Estaba muy segura, aunque su camino sería largo. Lloró nuevamente. No dejaría de llorar durante todo el camino. 




Foto de Foto de Karolina Grabowska en PEXELS


En Milán a 10 de enero y en Mérida a 29 de enero de 2023.

Rubén Cabecera Soriano.

@EnCabecera

https://encabecera.blogspot.com.es/