domingo, 19 de febrero de 2023

El juicio de Dios (xxvi).



La voz de María temblaba, su acusación a Dios retumbó en la sala que quedó atónita, la gente enmudeció. María tuvo que repetirlo. 


—Dios es culpable —la gente no dejaba de mirar sorprendida a la abogada—. Culpable de todas las acusaciones que aquí se han vertido sobre él y de otras que no han sido manifestadas. Dios es culpable de todas ellas y de muchas más. Tal vez el término culpable no sea el más apropiado aunque entendemos que estamos en un entorno humano, un contexto judicial y asumimos su terminología que por consenso existe para nuestro entendimiento, pero la realidad es que Dios es responsable… Responsable de todo lo malo de lo que se le acusa, de todo lo malo de lo que no se le acusa y, por supuesto, también es responsable, culpable si prefieren que usemos la terminología citada, de todo lo bueno que ocurre, de lo que existe y que nadie parece recordar ni nadie parece haber tenido intención de manifestar. Dios es el responsable de todo. Absolutamente de todo. Pero Dios está muy por encima de esta pantomima, Dios no puede ser juzgado por los hombres, los seres humanos somos creación suya y no tenemos autoridad moral, ética o religiosa para poder juzgarle. Este tribunal no es competente para dictaminar contra Dios. Dios ha querido presentarse ante nosotros. No es la primera vez que lo hace según nos hacen saber a través de sus libros religiosos algunas religiones. Para otras religiones Dios es la primera vez que se nos manifiesta. Ha demostrado su bondad infinita desde que llegó. No ha dejado de hacer el bien. Seguramente no tenía necesidad de presentarse ante nosotros como uno de nosotros. Pero, sin embargo, lo ha hecho y nosotros hemos decidido agradecérselo sometiéndole a un juicio absurdo en el que la acusación dice que es inocente para tentar demostrar que no existe y yo, que le defiendo, digo que es culpable porque existe y no tengo necesidad alguna de demostrarlo. Esta es la absurda realidad en la que nos vemos imbuidos a consecuencia de nuestra soberbia a la hora de juzgar aquello que queda fuera de nuestro entendimiento, de nuestra capacidad y de nuestra moral. 


»A lo largo de la historia han sido muchos los sabios que han intentado demostrar la existencia de dios de uno u otro modo. Todos fracasaron en su intento cuando la evolución de la ciencia descontextualizó su demostración con avances que no estaban a su alcance en su momento. La humanidad evoluciona y va sustituyendo dogmas por dudas que se van resolviendo gracias al conocimiento y que permiten que la sociedad avance, pero debemos recordar que las religiones con sus sombras han sido capaces de preservar la humanidad. Han hecho mucho mal, reconocerlo es necesario, han provocado mucho daño y sufrimiento, pero gracias a ellas se han logrado grandes avances en la sociedad. La complejidad de nuestro mundo no puede resolverse intentado comprenderla en su totalidad. Queda fuera de nuestro alcance. Hace miles de años nuestros antepasados eran capaces de comprender todo lo que les rodeaba, especialmente aquello que afectaba a las relaciones sociales que se establecían dentro de las tribus o familias en las que vivían. Ahora es imposible. La complejidad sociopolítica que nos rodea y su escala impiden su comprensión. Las asociaciones que antes se establecían dentro de esas tribus y familias permitían generar un entorno de desarrollo humano y social que hoy ha desaparecido. Aquellas comunidades hoy no son factibles. La vida en comunidad se limita escasamente a entornos familiares más o menos normalizados que son insuficientes para poder comprender el mundo de hoy en día. Nos hemos convertido en individuos. Individuos aislados en los que las relaciones se limitan escasamente a pedir la comida en un restaurante, pagar la compra en un supermercado o responder a una orden de un superior en nuestro trabajo. Han desaparecido los vínculos sociales comunitarios o estos se han reducido a una comunidad tecnológica en la que el contacto humano ha desaparecido. Así es imposible el desarrollo de nuestra comunidad. Así estamos abocados a la desaparición. Nos hace falta un contexto en el que podamos sentirnos unidos con vínculos que nos ayuden a avanzar de forma conjunta y pongamos freno a comportamientos y acciones que cualquiera entiende como ajenos a la moral humana. Cualquier vestigio de comunidad laica o secular ha fracasado. No lo digo yo, lo demuestra la historia. Hemos comprobado cómo cada vez que la sociedad se revelaba contra la religión han surgido movimientos que una y otra vez han ido cayendo inexorablemente en el olvido tras un periplo más o menos largo que ha dejado tras de sí un reguero de sufrimiento y dolor incomparable con los que provocaron las religiones. No me extenderé mucho, pero recientemente tenemos ejemplos terribles de estos fracasos: el fascismo, el comunismo, el capitalismo, incluso el liberalismo que vino a llenar de esperanza a los seres humanos topó con la realidad de los hombres y quedó sometido a la manipulación de unos pocos que convirtieron y manipularon los ideales en su favor. La religión es el único resquicio que nos queda si no queremos fracasar como comunidad, si no queremos desaparecer de la faz de la Tierra y destruirnos para siempre. La tecnología nos absorbe, nos hemos convertido en esclavos que han perdido su libertad en forma de tiempo. Nos hemos convertido en individuos autómatas incapaces de hacer nada que nos satisfaga más all de cubrir nuestras necesidades más básicas y, por descontado, incapaces de hacer nada por los demás. Nos vemos sometidos a la dictadura de los algoritmos capaces de entendernos mejor que nosotros mismos y predecir qué queremos, qué necesitamos y qué nos gusta. Son capaces de deducir el sentido de nuestras emociones y suplir nuestra inteligencia. Parece, por suerte, que aún nos queda la conciencia intacta y es la religión bajo el designio divino la que está ahí para evitar nuestra ruina. No en vano, nuestra sociedad está perdida, es incapaz de encontrar un esquema, un sistema que ayude a comprender la complejidad que nos rodea. Necesitamos una nueva moral. Los filósofos lo han intentado. Los políticos lo han intentado. Todos han fracasado, pero Dios —se giró para mirarle por primera vez desde que comenzó a hablar— puede ser nuestra luz. He hablado con él, Dios sabe que siempre que se ha interpretado su existencia por los hombres aparecieron dogmas que anularon el pensamiento de las gentes, que los convirtieron en meras comparsas de quienes se erigían como auténticos intérpretes de su existencia y buscaron convencernos de que sus textos provenían del mismo dios. Dios nunca permitió eso. Nunca quiso dogmas para sí ni para nosotros. Solo pidió fe. Solo exigió fe, una fe que debería asentarse sobre la base del conocimiento y del amor. Una fe que debía ser compatible con la ciencia y con la existencia del ser humano. Una fe que nunca pondría en peligro la libertad de los hombres y su capacidad para tomar decisiones sobre su propio futuro, y nunca sometidos a mandamientos interesados que solo asientan el poder de unos pocos. 



Foto de Athena en Pexels.


Mérida a 18 de febrero de 2023. Disfrutando de una mañana soleada en el parque.

Rubén Cabecera Soriano.

@EnCabecera

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