domingo, 1 de mayo de 2022

El juicio de Dios (viii).




Los problemas comenzaron a surgir poco después de nuestro traslado. Dios no estaba demasiado a gusto en la nueva ubicación ofrecida por los gestores municipales bajo el argumento de que allí podían asegurarle protección, una protección que, en realidad, Dios no quería para él —y creo que para mí tampoco—. Pero, sobre todo, Dios no estaba a gusto con su personaje, no él, pues comenzó a tomar una relevancia que no deseaba, sino el personaje que la sociedad estaba creando de su figura. Se le pedía que asistiese a todo tipo de eventos y, aunque inicialmente rechazaba amablemente las invitaciones, terminó por aceptarlas para someterse a una suerte de escarnio público o a mostrarse como un animal circense encerrado en una caja de cristal que la sociedad demandaba contemplar a cada instante. Recuerdo perfectamente cuando se nos acercaron unos tipos vestidos impecablemente que decían ser los representantes de una agencia de imagen y que nos ofrecieron gestionar el perfil público de Dios de forma gratuita. Recuerdo con qué renuencia pronunció la palabra gratuita. Pareciera que le diera asco dicha palabra y al tiempo le producía una sensación de placer que le hizo relamerse los labios. Dios rechazó la oferta amablemente argumentando que no necesitaba semejante servicio. Ellos persistieron hasta resultar pesados y entonces Dios, por primera vez —y no última— reaccionó con vehemencia expulsándoles de nuestra habitación con aspavientos y gesticulaciones impropias de él. Nada más cerrar la puerta aquellos energúmenos pasaron bajo el marco de la puerta sendas tarjetas de visita con sus datos y una anotación a bolígrafo hecha a vuelapluma con un cordial —según ellos mismos decían— saludo. Dios las recogió del suelo y las tiró a la papelera. Yo, por no sé bien qué motivo, las recogí cuando Dios no me miraba y las guardé. La verdad es que aquellos personajes me produjeron asco, pero el cariz que estaba tomando el asunto me indujo a conservarlas.

Poco a poco Dios se fue haciendo un hueco en la radio, en la televisión, en internet, etc. Cualquier medio que se preciase intentaba entrevistarle o emitir un reportaje sobre su vida, de hecho, era muy habitual vernos a los dos perseguidos por toda suerte de reporteros, seguidores o fanáticos que no nos dejaban ni el más mínimo resquicio de paz preguntándonos cosas de lo más absurdo, haciéndonos fotos más o menos artísticas, vídeos, e incluso pidiéndole a Dios que le firmasen autógrafos. Por suerte, yo quedaba un poco al margen, aunque las consecuencias de aquel desgaste constante también me afectaban. Creo que al principio Dios consideró que era algo que podría controlar, pero al cabo de no mucho tiempo se fue dando cuenta, aunque nunca lo reconoció, de que se le estaba escapando de las manos. No era fácil aquello y, en realidad, en mi humilde opinión le sacaba poco provecho. Debo ser muy sincero en esta cuestión y reconocer que nunca llegué a entender qué quería hacer realmente. Se lo pregunté en varias ocasiones, lo juro, pero o me contestaba con evasivas o sencillamente ignoraba mi pregunta y sacaba a colación algún otro tema. Nunca fue sencillo obtener respuestas objetivas y directas de Dios. Todas resultaban confusas, enrevesadas, escondidas tras parábolas y metáforas que era necesario interpretar para buscarles sentido, pero que, cuando uno hacía ese ejercicio caía en la cuenta de que el sentido del mensaje, en realidad, era el sentido que cada cual quería darle. Este discurso un tanto pretencioso —y vacuo en ocasiones, en mi opinión— creo que comenzó a hastiar al público, a algunos. Sin embargo, otros no menos numerosos se convirtieron en auténticos exaltados seguidores de sus palabras y comenzaron a creerlas con absoluta obcecación mostrando una asombrosa ceguera en su entendimiento. La verdad es que me sorprendió comprobar cómo algunos fueron capaces de renunciar a sus propias convicciones ante las palabras de Dios que no supieron interpretar o contextualizar. El caso es que Dios siempre afirmó que lo que él decía lo decía para que todos le entendiesen, pero lo cierto es que a veces resultaba demasiado complicado seguirle. 

Dios fue invitado a muchas charlas, entrevistas, coloquios y toda suerte programas de entretenimiento que se emitían en todo el mundo y se traducían a muchos idiomas. Los presentadores le hacían toda suerte de preguntas y el público también. Muchas de estas cuestiones eran muy personales acerca de su propio futuro y de su pasado, pero también preguntaban sobre ellos mismos. Si lo piensas es coherente, al fin y al cabo, suponían que tenían a dios en frente y, por descontando, esa era una oportunidad que no podían perder. Dios nunca respondía este tipo de preguntas y las que se referían a él mismo tampoco eran resueltas con claridad. Ya digo que esta situación empezó a cansar a la gente, todos querían saber, necesitaban saber qué les iba a pasar, cuándo iban a morir, si les iría bien con sus parejas, si tendrían hijos, qué combinación ganaría la lotería, cuándo se casarían, etc. Pero Dios negaba con la cabeza y guardaba silencio en estas rondas de preguntas. Una vez me dijo que la humanidad era demasiado egoísta y que necesitaba hacer mucha pedagogía para transformarla. Creo que dudaba que pudiera lograrlo. Recuerdo una pregunta que le hizo una niña pequeña en un programa infantil al que asistió. La pregunta fue muy sencilla, algo así como «¿De dónde vienes?» y prosiguió «¿Eres de la Tierra?», entonces guardó silencio y terminó con otra pregunta: «¿Hay otros como tú en otros planetas?». Aún puedo ver la sonrisa nerviosa de la presentadora. Dios, sin embargo, estaba encantado con la pregunta —aunque creo que sabía que su respuesta no iba a resultar satisfactoria para la niña—. Le respondió que él venía de donde todos venían y que era único como ella. Luego finalizó diciendo que si había otros en otros planetas nunca serían como él, ni como ella. La niña, contra todo pronóstico, pareció darse por satisfecha, creo que fue por la mirada de Dios. Su mirada era maravillosa, te daba una paz y una tranquilidad como pocas veces he podido contemplar y cuando estaba con niños era absolutamente asombrosa la reacción que les producía. A Dios le encantaban los niños, creo que entre ellos se sentía feliz. 


Foto de KoolShooters en Pexels.

En Mérida a 1 de mayo de 2022.
Rubén Cabecera Soriano.
@EnCabecera
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