domingo, 9 de enero de 2022

Sus libros (vi).


Terminé de leer el libro, eso es algo que no habría podido evitar por más que lo hubiese deseado. Tal vez una mezcla de morbo y necesidad fue lo que me impulsó a hacerlo. En esas páginas estaba mi historia. En esas páginas se encontraba gran parte de lo que yo era. No podía obviarlas sin más. He de confesar, sin embargo, que no proseguí de forma inmediata con la lectura tras el desengaño que sufrí. Me costó mucho encajar el duro golpe que supuso saber que el destino de mi madre había sido otro y que tanto mi padre como María me lo habían ocultado. Tenía que saber por qué. Durante unos días decidí que era mejor torturarme en el desconocimiento que avanzar indagando en la verdad. Esto es algo que me caracteriza, debo ser masoquista en lo que a mis miedos se refiere o, tal vez, esos mismos miedos me bloquean y me impiden asumir la realidad tal y como acontece. Una realidad que la mayoría de las veces nos supera y no podemos controlar por más que lo deseemos con todo nuestro ser. Pensé que, si mi madre no había muerto, tal vez seguiría viva y podría buscarla. No tenía ni idea de dónde podría empezar a hacerlo, pero eso era algo que tenía claro que debía resolver. Supuse que el libro, que las memorias de mi padre me abrirían alguna otra puerta y que podría surgir alguna pista que me permitiese localizarla. Nada. Las páginas se sucedían una tras otras y lo que había una historia intensa desde el encuentro con mi madre como para emocionar a cualquiera, se transformó en una sucesión de palabras anodinas que se limitaban a narrar acontecimientos vacuos en los que ocasionalmente surgía yo mismo como personaje secundario. Me llamó la atención que María no asomase en casi ninguna página. Resultaba curioso, aunque bien pensado no difería mucho de mis esporádicas apariciones y, al fin y al cabo, yo era su hijo. Resultaba obvio que la marcha de mi madre había sido realmente dura para mi padre, pero no entendía por qué no me había hecho partícipe de esa realidad. El libro en su último capítulo transformaba la narrativa y se convertía en una carta que estaba dirigida a mí. Me pedía perdón por el daño que podía haberme causado y exculpaba a María pues sabía, reconocía, lo importante que había sido ella para mí, diciendo que fue él quien le pidió que guardara silencio acerca de la decisión que mi madre había tomado. Sin embargo, no explicaba el porqué y eso me torturaba. Por mucho que hubiese sido el dolor que hubiera podido causarme, y no dudaba acerca de eso, por mucho que pudiera haber sufrido, no entendía qué le había impedido contarme la verdad. Tal vez era demasiado pequeño y no habría entendido la situación, pero eso el tiempo terminaría resolviéndolo. Tal vez se sentía culpable por no haber podido ofrecerle a mi madre lo que necesitaba, pero eso era un sentimiento poco creíble en mi padre, si es que en algo lo conocía, y, en cualquier caso, también el tiempo habría terminado por solventarlo por más que pudiera torturarse. Hurgué en mi memoria escudriñando cada rincón para rememorar cualquier gesto, conversación o comportamiento que me pudiese ayudar a comprender, pero el tiempo, el maldito tiempo también había impuesto su ley conmigo y nada, absolutamente nada conservaba en mi mente que pudiera aliviar mi desconsuelo y ofrecerme algo de luz.


Consideré, aún hoy desconozco si de forma acertada, que ya solo podría obtener las respuestas que buscaba del abogado o, al menos, pensé que tal vez él podría orientarme en mis pesquisas, así que concerté de nuevo una cita con él. Llevé el libro con mi dibujo. No tenía mucha fe, la verdad, en ese nuevo encuentro, pero supongo que no tenía nada más a lo que aferrarme con lo que mi desesperación me llevaba entregado hasta aquel frío despacho que en los últimos tiempos estaba transformándose en un lugar demasiado cotidiano para mí. Reconozco, en cualquier caso, que antes de ir rebusqué en la biblioteca con la esperanza de que un golpe de suerte me ofreciese un camino alternativo. No lo conseguí, pero sirvió para que mi rencor se reblandeciera y concluí que solo una persona que quiere a otra guarda durante tanto tiempo esos recuerdos en forma de dibujos y lo hace dentro de aquello que tanto amaba: sus libros. 


La conversación fue breve, como todas las que había tenido con aquel señor, aunque lo que me contó me hizo comprender algunas cosas que antes permanecían oscuras en mi mente. En realidad, no sabía mucho, aunque me pareció que era más de lo que quería decir, por más que le insistí una y otra vez. Me dijo que conocía a ambos, que fueron amigos durante mucho tiempo, muy buenos amigos. Salían juntos e incluso compartían aficiones y vacaciones en alguna ocasión. Sin embargo, en un momento dado todo se enturbió. Me confesó que un día mi padre vino a verle acusándole de querer robarle a su mujer. Eso fue hace muchísimo tiempo. Él intentó convencerle de que esas imputaciones eran injustas e infundadas. Mi padre, al parecer, le culpaba de su dolor. Encontrar alguien o algo donde descargar el sufrimiento de uno mismo siempre atenúa el desconsuelo. Días después, ella desapareció y mi padre regresó a verle con los mismos reproches, pero expresados con más vehemencia. Evidentemente él no tenía nada que ver y a partir de ahí, la relación se enturbió tanto que dejaron de verse. Años después, él recibió una carta extraña sin remitente en la que le daba ciertos datos que solo podía conocer mi padre, o mi madre. No se atrevió, por prudencia, a llamar a mi padre para contrastar la información, y dedujo que solo tendría sentido que mi madre hubiera sido la autora, aunque desconocía el porqué de la misiva. Me enseñó la carta. Estaba escrita a máquina y efectivamente resultaba muy críptica y poco reveladora. Pero a mí me sirvió para tomar la referencia del matasellos y proseguir la búsqueda.



Foto de origen desconocido.


En Mérida a 9 de enero de 2022.

Rubén Cabecera Soriano.

@EnCabecera

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