502.



Ha sido la casualidad. Solo a ella puede achacársele la elección de este número. Reconozco que bien podría haber sido otro si algún indicio me hubiese servido de referencia para alentarme a esta suerte de vanagloria. Seguramente habría sido más apropiado haber utilizado el 500, un número más redondo matemáticamente hablando y, sin duda, más conmemorativo. Al estilo, por ejemplo, del quinientos aniversario del descubrimiento de América por Cristóbal Colón, quien, por cierto, nunca supo qué había descubierto y quien es más que probable que no fuese el primero en avistar La Española, aquella isla paradisíaca en la que los taínos ayudaron y se resistieron a la colonización española. No se me malinterprete, no pretendo poner al mismo nivel el descubrimiento de América con haber escrito más de quinientas entradas en un humilde blog. Ni es comparable, ni tiene la misma trascendencia, por más que, antes o después, alguien habría terminado descubriendo América, tal vez un portugués, aunque en aquella época no necesitasen adentrarse en el Atlántico, y, sin embargo, dudo mucho que nadie hubiese terminado escribiendo un blog con el nombre de En Cabecera, salvo yo, claro está. Debo reconocer que la cifra elegida para la conmemoración habría sido más acertada si se hubiese concretado en la entrada número quinientos y no en la quinientos dos. Solo eso. Me cuesta imaginar gran pompa, boato y circunstancia, fastuosidad o solemne procesión cargada de personajes públicos sedientos de fotografías en portadas de prensa de todo color para celebrar el quinientos dos aniversario del nacimiento de tal o cual personaje, o la conmemoración del descubrimiento de tal o cual hazaña. En mi caso, el texto que se correspondía con el número quinientos estaba ocupado por una historia “El coño de la Bernarda” insustituble y más relevante que cualquier aniversario, así que no cabía su reemplazo por celebración alguna, de haberme percatado. Bien cierto es, que podría haberse utilizado algún otro centenario, como el cuatrocientos, el trescientos, o mejor aún el cien, pero en aquel momento no caí en la cuenta o no lo consideré necesario, ya no lo recuerdo. También podía haber aguardado al siguiente número redondo, el seiscientos, o el mil, pero me pareció una extenuante espera. 


En cierto modo, esta especie de festividad tampoco parece merecedora de reconocimiento. Los textos escritos que componen este batiburrillo responden a mi perentoria necesidad de expresarme con palabras escritas; lo hago porque quiero, nadie me obliga, y porque me cautiva, sarna con gusto no pica, y el hecho de hacerlo de forma más o menos pública responde de algún modo a una fatal condición de mi ser que requiere compartir con los pocos lectores que me siguen todo lo que me lleva ponerme frente a un papel con la tinta en la mano —en sentido figurado, claro está, aunque al principio así obrase—. Eso y cierta picazón que en lo más profundo de mi ser me provoca satisfacción al saberme leído. Hay, lo reconozco, algo de vanidad en la lectura por un tercero de un escrito creado por uno mismo. Solo cabe, en todo caso, el reconocimiento a la constancia y la perseverancia —aunque no sea excesivamente meritorio en mi caso, tal y como he explicado— por no haber faltado a la cita desde el inicio de este semanario de relatos, cuentos, reflexiones, ensayos, poemas —los menos—, diatribas, obituarios, descripciones y demás que recogen más de medio millón de palabras unidas entre sí por un débil vínculo temporal y, en ocasiones, por la continuidad requerida ante una historia difícil de contar en las algo más de mil palabras que, por término medio, tiene cada una de estas entradas. Sirva de ejemplo para ilustrar el alcance de estas cifras la extensión —hallada buceando en la red— de algunas obras literarias que he disfrutado y con las que estoy lejos de querer compararme, dios —si existe—, me libre de ello, pero sí que sirven para orientar acerca de la citada extensión, a saber: Ulises, de James Joyce, unas 265.000 palabras; Guerra y Paz, de León Tolstói, algo más de 561.000, este hombre fue un portento en las descripciones; Los Miserables, de Víctor Hugo, casi 531.000, menuda maravilla; La Broma Infinita, de David Foster Wallace, con más de 480.000, que fue un auténtico descubrimiento; y he leído que la Biblia, escrita por numerosos autores inspirados por dios, espero que esto no sea del todo cierto, porque le deja una imagen frívola, vengativa y un tanto inquietante, tiene más de 773.000, así que aún queda lejos de mis aspiraciones. Quede claro que no he sido yo quien ha contado las palabras de estas obras, me fío de las fuentes consultadas.


Revisando el origen de este aleteo literario compruebo que este año, 2021, además de haber superado las referidas quinientas entradas, también podría ser objeto de celebración el décimo aniversario. Fue en 2011, el 20 de octubre, cuando arranqué con el semanario. Así pues, en este 2021, en octubre, podría celebrar ese cumpleaños, si llego, claro está, cosa que es probable que ocurra. Me refiero a cumplir los diez años de textos, no al hecho de celebrarlo, cosa que no considero necesaria. El caso es que, por aquel entonces, con diez años menos de edad, me decidí a iniciar este extraño periplo, solitario, pero nada pesaroso, más allá del retorno recibido en algunas entradas con numerosas lecturas y del reconocimiento incansable por parte de familiares y amigos que se agradece infinitamente. Confieso que algunos textos se remontan más atrás en el tiempo, son reminiscencias de épocas anteriores, yo imberbe en alguna de ellas, en las que comencé mis pinitos literarios que siempre han estado carcomiéndome y que solo frente al papel aliviaban el pálpito que me forzaba a sentarme lápiz, bolígrafo o pluma en mano. Detecto en una fútil revisión mi pueril entrega de antaño y la floración de sentimientos que la madurez ha ido aplacando y controlando, pero, al tiempo, modulando para ofrecerla interiorizada, tamizada, y reflexionada. Aquellos textos eran más puros, estos son más literarios, entre todos, al final, ayudan a comprender una vida: la mía. 




Imagen de origen desconocido.

En Plasencia a 4 de abril de 2021.

Rubén Cabecera Soriano.

@EnCabecera

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