El colegio de los gatos (i).




Misina es muy mayor. Pelusa algo menos. Los dos tienen un colegio. Es un colegio muy especial. Para poder recibir clases en él solo tienes que cumplir un requisito: ser gato. Pasa lo mismo si quieres dar clases: tienes que ser gato. El colegio está escondido. Solo los gatos que asisten a él saben de su existencia. Para llegar debes atravesar una gatera que hay en la cochera del campo. Siempre pensamos que por ahí se colaban los ratones huyendo de Misina y de Pelusa, pero no es así. Es la entrada al colegio de gatos. 


Pelusa es el director del colegio. La verdad es que es un papel que le va a la perfección. Tiene mucho pelo, de color negro, y un porte noble que todo el mundo, todos los gatos, quiero decir, respetan. A pesar de eso, lo cierto es que Misina, aunque solo sea la jefa de estudios, es la que lleva todo el peso del colegio. Creo que Misina, cuando era una gatita pequeña, ya asistió a ese cole como alumna y después, en cuanto terminó sus estudios, decidió quedarse como profesora y más tarde como jefa de estudios, aunque nunca dejó las clases. Le encanta enseñar a los gatitos. Les explica las cosas que necesitan saber lo gatos. Yo nunca he asistido a las clases, al fin y al cabo, no soy un gato, pero supongo que allí aprenden a ronronear, a rascarse, a restregarse, a ganarse una caricia, a pasarse todo el día durmiendo, a limpiarse, a levantar las orejas y el rabo. Imagino que también les enseñan a cazar sigilosamente porque siempre que he observado a los gatos perseguir a sus presas, todos lo hacen igual y eso solo puede ser así si alguien se lo ha enseñado antes. 


Misina es una gran cazadora, es la mejor, aunque últimamente no caza mucho, al menos yo no la veo cazar. Está muy ocupada enseñando a sus gatitos y prefiere comerse la comida que le dejamos en la bandeja del porche que está encima de la mesa metálica. Pelusa tampoco le dedica mucho tiempo a la caza, siempre tiene mucho que hacer. Tiene que estar pendiente de que los gatos asistan a clase y de que no haya peleas entre ellos. Bueno, la verdad es que, a pesar de todo lo que tienen que hacer, tanto Misina como Pelusa, casi todo el día están tumbados y bostezando, menos, claro está, cuando tienen clase en el colegio. Entonces desaparecen. No se les ve por la casa, ni por el campo. Pero yo les seguí un día y vi como se metían por el agujero de la cochera. Como soy más grande que ellos, no pude colarme, pero me quedé un rato observando y vi que otros gatos más pequeños iban llegando y se colaban por ahí. Así que lo adiviné. 


Esperé a que empezaran a salir cuando terminaron las clases y entonces volví corriendo a casa. No quería que me vieran espiándoles. Me senté en el sofá y aguardé al brasero a que regresara Misina. Sabía que en cuanto llegara se colocaría sobre mi regazo para que empezara a acariciarla. Justo cuando empezaba a cerrar los ojos le pregunté cómo era el colegio. Me miró con gesto extrañado, entre sorprendida y condescendiente, como solo los gatos saben mirar. Se relamió las patas y se estiró. Entonces empezó a hablar porque los gatos, a pesar de lo que todo el mundo piensa, saben hablar. No solo se dedican a maullar como cree la gente. Comenzó a explicarme que el colegio era muy chiquito, bajito para mi tamaño, pero suficiente para ellos. No había pupitres como en los colegios de los humanos, pero sí cojines donde los gatitos se sentaban y atendían a las explicaciones. Esos cojines, me confesó un poco avergonzada, los habían ido cogiendo de la casa cuando alguien los olvidaba en el despacho o en el porche y se los llevaban para los gatitos. Tenían unas mesas pequeñitas que habían hecho con restos de palés que encontraron en el campo tirados. Como eran de madera, les servía a los estudiantes para afilarse las garras. Entonces me dijo que no entendía bien por qué los humanos generábamos tanta basura y por qué la tirábamos al campo, pero no me dejó responder, es muy difícil interrumpir a un gato cuando explica, aunque no habría sabido muy bien qué decir, y prosiguió contándome. También había una pizarra donde apuntaban las cosas que los alumnos debían aprender y me dijo con una gran sonrisa que todas las paredes, absolutamente todas, estaban decoradas con cintas y guirnaldas. Así —me dijo— los gatitos están siempre contentos.


Yo la miraba un poco triste porque lo que me estaba contando me gustaba y quería ver cómo era ese colegio con mis propios ojos. Misina, que es una gata muy lista, entendió lo que me pasaba y me preguntó si querría ver el cole alguna vez. ¿Puedo? —pregunté con mucha ilusión. Misina me dijo que tendría que preguntarle a Pelusa, pero guiñándome un ojo, me aseguró que no habría problema. Lo que pasa —le dije con tristeza— es que yo no quepo por el agujero. Entonces me miró fijamente y movió un poquito el hocico y los bigotes. No te preocupes por eso, seguro que encontramos una solución.




Dibujo de Laura Cabecera Valdera.

En Plasencia a 28 de febrero de 2021.

Rubén Cabecera Soriano.

@EnCabecera

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