Pronto descubrirás que en la vida una de las cosas más complicadas con las que te enfrentarás será pedir perdón. Poco a poco tu madre y yo intentamos inculcarte ese valor, intentamos hacerte ver que reconocer el daño hecho, siendo un gesto maravilloso, no es suficiente y comportamientos equívocos, ruines, rencorosos, vengativos, egoístas o violentos requieren una sincera reconciliación con quienes los han sufrido. El matiz de la sinceridad es trascendental. De poco sirve decir «Lo siento» si no lo sientes de verdad. De poco sirve si ese proceder, que debería avergonzarte y que te ha retratado como algo que deseo que no seas, no supone un arrepentimiento y deseo sincero de acercamiento con quien lo ha soportado. El problema lo tendrás tú, tal vez la otra persona dé por buena tu razón, pero tú, si no has sido sincero en tu disculpa ante el sufrimiento ajeno, terminarás soportando el peso del dolor que acarreaste.
Todos podemos equivocarnos, es casi un derecho que adquirimos por ser humanos y, en consecuencia, imperfectos, esta imperfección nos hace maravillosamente interesantes, pero también nos lleva a tener comportamientos que no son reconocibles en nuestra forma de ser. A veces son extraños impulsos los que nos llevan a actuar de forma espuria, con una maldad que no nos creeríamos capaces de ejercer en nuestra vida ordinaria. A veces son reacciones ante la perversidad ajena la que nos hace reaccionar con maledicencia. Y, a veces, sencillamente no somos capaces de controlar nuestro odio, nuestro rencor, nuestro egoísmo y le damos salida tristemente haciendo daño a nuestro amigo, a nuestro hermano, a nuestro compañero. No es fácil reconocer estos gestos deplorables, incluso aunque seamos conscientes en nuestro fuero interno de que hemos errado. En esto será cada cual el que concluya si sus actos son o no merecedores de reproche. Si concluyes que ese comportamiento no te representa y pones los medios para que no vuelva a ocurrir, habrás ganado en humanidad. Pero eso no es suficiente porque una vez que el daño está hecho, aunque seas capaz de reconciliarte contigo mismo, siempre quedará aquel que sufrió las consecuencias de tus actos y debes ayudarle a curar las heridas que tú mismo le causaste. El perdón es la manifestación de tu comportamiento que te ayuda a lograrlo, es el gesto sanador que te congenia de forma total contigo mismo y con quien sufrió tus actos. Es la cura definitiva a los comportamientos perversos.
Pero el perdón es una demostración de humanidad que se manifiesta en una doble extensión. El perdón cierra su ciclo al pedirlo y concederlo. Así, cuando te enfrentas a tu verdugo, el que te ha hecho sufrir, el que te ha provocado un inmenso dolor u ofensa y este quiere reconciliarse contigo pidiéndote disculpas, no serás capaz de cerrar tu herida si no consigues verdaderamente conceder el perdón que te solicitan, renunciando a la venganza, sofocando el resentimiento y evitando imponer un castigo. De este modo el perdón se convierte en un poderoso instrumento de reconciliación entre personas que ayuda al perdonado y complace al perdonante.
Sé que es difícil, mucho, pedir perdón y sé que es difícil, mucho, concederlo.
A veces uno se plantea el porqué de sus actos y no encuentra justificación, pero sabe y reconoce que ha hecho daño a alguien y sufre por ello, en especial cuando ese alguien es cercano. Resulta extraño encontrar explicación a lo difícil que puede resultar pedir perdón en esta situación; es cierto: cuesta. Por eso es importante superar esas reticencias y dar el paso, tragándonos el orgullo y acercándonos con toda la humildad que seamos capaces de ofrecer a quien hemos agraviado, para reconocer nuestra falta y solicitar sinceramente el perdón.
A veces nuestro deseo de venganza y el rencor que le guardamos a quien nos hace sufrir es tan grande que nos cuesta un gran esfuerzo encontrar un camino que nos lleve a otorgar el perdón que nos piden. Y no se trata solo de luchar contra el posible rencor, también debemos enfrentarnos al miedo, un miedo razonable a que el dolor que nos han provocado se repita y que ese orgullo que debemos superar para poder otorgar el perdón no sirva más que para repetir una desolación que no queremos volver a sufrir.
Así pues, si eres capaz de pedir perdón y de perdonar, puedes estar seguro de que serás una maravillosa persona. Y yo estaré infinitamente orgulloso de verlo.
A mis hijos.
Fotografía de origen desconocido.
En Plasencia a 6 de marzo de 2021.
Rubén Cabecera Soriano.