Vámonos a Andorra.




Feliz retiro, feliz evasión fiscal, bienvenida al grupo de los egoístas e insolidarios a todas estas ratas —en su acepción de persona tacaña, que ya tendré tiempo para ofender—. 


Los registros médicos del Estado Español cuentan, según una revelación filtrada de fuentes fidedignas, que un día un niño de nombre Rubén Doblas Gundersen, que ahora, por una suerte de estupidez moderna, se hace llamar con el mote de “El Rubius” o algo así, tuvo que ir a urgencias. Por supuesto se trataba de un hospital público. No revelan el motivo de su visita, tan solo refieren la edad, corta, y la condición en la que llegó, altas fiebres. Tampoco desvelan el tratamiento que recibió, pero sí que salió con el alta médica. Dicen también los mentideros que este chico, o señor —ya supera, si su biografía, alucino, es correcta la treintena— estudió animación y modelado 3D. No se sabe bien si lo hizo de verdad o, de ser cierto, si fue en una escuela pública. Tal vez. No sería extraño. Lo que sí que aseguran es que una vez al menos, cogió el autobús público, en otra ocasión el metro, también se dice que utilizó una carretera nacional para trasladarse en vehículo al menos una vez y, al parecer, paseó a buen ritmo por un parque público un día soleado, llegando a cruzar un paso de peatones que acababa de ser repintado por los servicios municipales de una ciudad española. Figuran a nombre de este ciudadano en esos registros otras anotaciones de usos más o menos correctos y cívicos de los servicios públicos esenciales que el Estado Español pone a disposición de sus residentes y que, gracias a la gestión de los fondos recabados con los impuestos de todos, incluidos —espero— los de este señor hasta su marcha, se utilizan para mejorar la vida de los miembros de la sociedad, por más que algunos retuerzan estos mecanismos para su beneficio personal por encima de la solidaridad global.


El caso es que este potencial Grande de España —no creo que aún tenga realmente el título nobiliario, pero todo se andará— considera que paga mucho y en palabras textuales publicadas en algunos medios y atribuidas a él: “Los impuestos deben tener una reciprocidad por parte del Estado”. Entiendo que esa reflexión le surge —si realmente es suya— cuando con sus actuales ingresos debe retornar al Estado una parte importante. Supongo que el abono de esa inmensa carga fiscal no le proporciona la paz mental y espiritual que necesita para vivir cómodamente y en sintonía con su alma haciendo lo que quiera que haga. Y siento mucho no saberlo porque no le debe ir mal a tenor de la trascendencia que está teniendo su decisión. Si bien es bueno recordar que no es el único y otros de su misma calaña ya obraron así antes que ellos, vamos, que no han inventado la rueda. 


El caso es que este señor decide irse a Andorra para mejorar su nivel retributivo evitando declarar impuestos en España. En fin, que haga lo que le venga en gana, que se marche, pero de verdad, y que no vuelva. Yo no le deseo mal alguno, pero si me preguntan, prefiero que abandone este país toda esta gente miserable y mediocre a la que deberían sumarse muchos más y no solo de este perfil. Ahora bien, me surge una reflexión: seguramente hoy en día este señor ya no necesitará hacer uso de los servicios que ofrece el Estado Español, pienso que si gestiona con solvencia y cierta responsabilidad su fortuna, cuando ya, con canas en el pelo, no le sigan los chicos jóvenes en alguna de sus redes sociales porque su moda quedó obsoleta y no haya conseguido reinventarse —parece que en el mundo actual esa palabra impone su dictadura—, no se acuerde entonces de papá Estado Español para operarse la cadera tras un desafortunado resbalón, o venirse a una casa de su propiedad en la Costa del Sol a disfrutar de esos servicios que hace años decidió no pagar y en el futuro decide aprovechar. Y si lo hace, todo pinta así, aunque no soy adivino, ojalá el Estado tenga los mecanismos necesarios para hacérselo pagar, literalmente.


Esta anécdota con este personaje no deja de ser un reflejo de la realidad que vivimos en esta “España de charanga y pandereta” que tan bien describió Machado hace tanto tiempo y que no hemos sido capaces de cambiar. Y es que nuestra terrible idiosincrasia, de la que no somos capaces de librarnos —o en el fondo no queremos—, nos persigue en cualquier ámbito de la sociedad que analicemos. Descuidamos sistemáticamente la parte social y fomentamos el servilismo, el egoísmo, el desfalco y el expolio, argumentando que otros también lo hacen y en mayor cuantía; además, aplaudimos decisiones como las de estos especímenes que convierten su éxodo egoísta en vanagloria personal alabada por otros tan mediocres como ellos, pero, encima, estúpidos pues no se dan cuenta de que solo los ricos pueden tomar esas decisiones, mientras que ellos seguirán bregando con sus miserias quejándose de los impuestos que pagan, de las malas condiciones laborales que tienen y de las dificultades para llegar a fin de mes, sin entender que parte de la culpa de esta situación es consecuencia de las decisiones de gentuza como “El Rubius” y tantos otros más antes que él, con él, y después de él. Porque, claro está, queremos seguir usando carreteras, hospitales, escuelas, en definitiva, queremos seguir disfrutando de los servicios que nos ofrece el Estado sin entender que es necesario pagarlos y que es mejor hacerlo entre todos, proporcionalmente a los ingresos que percibimos por nuestro trabajo. Podríamos analizar si el sistema es el adecuado, tal vez existan otros mejores, pero lo que es evidente es que es el sistema que tenemos y si no lo cambiamos, deberíamos asumirlo. Ahora bien, eso sí, si pago el arreglo del fregadero sin declarar los correspondientes impuestos o consigo esconderle a Hacienda algún trabajillo, me vencerá la sonrisa en el rostro. Cuán equivocados estamos y qué necesario es hacer una gran pedagogía social basada en una educación responsable y de calidad, aunque para eso lo primero sería que los que pueden se pusieran de acuerdo y dieran ejemplo.



Foto de origen desconocido, Mirador Roc Del Quer.


En Mérida a 31 de enero de 2021.

Francisco Irreverente.

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