El año 2020 nos dejó historias que querríamos olvidar, pero olvidar, nos dice la historia con acierto, no suele ser buena práctica. Siempre es mejor aprender por doloroso que pueda ser el recuerdo. La mayor parte de las historias que vivimos durante este año estuvieron relacionadas con la pandemia que sufrió el mundo. No fue la primera ni será la última. Sin embargo, sí ha sido la primera vez que el mundo estaba preparado tecnológicamente para combatir una epidemia de estas características —también para desarrollarla— y eso ha permitido atenuar su incidencia, siempre que tuvieras la suerte de pertenecer a una clase pudiente de un país desarrollado. En caso contrario, tus problemas habrán seguido siendo sobrevivir y una enfermedad como la provocada por este maldito virus habrá sido la menor de tus dificultades si en tu día a día tu mayor necesidad era alimentarte para subsistir.
Algunos de los más graves errores cometidos durante la crisis médica que sufrieron los países desarrollados —y esperemos que no vuelvan a surgir, aunque me temo que estamos lejos de ese ideal—surgieron de la falta de conocimiento, de la ausencia de información, pero también de la incapacidad política para reaccionar con contundencia, con firmeza, a pesar de las posibles consecuencias no sanitarias que pudieran acontecer y que, en cualquier caso, terminaron acaeciendo y que fueron, y todavía son, de índole financiera y con grave repercusión en la economía global del mundo desarrollado. Tal vez, realmente no se sabía lo suficiente y era necesario tomar decisiones atropelladas, a impulsos, siguiendo a duras penas los pasos que la ciencia iba dando a trompicones para encontrar soluciones ante una situación que se descontroló por inacción y exceso de confianza y que salpicaban el diario de la pandemia de contradicciones que llenaban de incertidumbre el mensaje que recibían los ciudadanos atemorizados y desconfiados no solo por esta nueva realidad, sino por todo lo que llevaban viviendo. Algo de humildad en el reconocimiento de los errores cometidos podría haber ayudado, aunque es necesario reconocer que esta sociedad, cainita a fuerza de historia vivida, habría convertido ese gesto de modestia en chanza y descrédito —más aún si cabe—, además de humillación y una duda servil a los estigmatizados —con razón— poderes fácticos. Tampoco ayudaron mucho las acusaciones que, con ánimo de discordia y confrontación, sembraron los presentes enemigos del poder, que no son los que luchan contra él, sino los que buscan hacerse con este para poder ejercerlo. Ellos se dedicaron a diseminar más inseguridad aún acrecentando el recelo en que la sociedad se encuentra sumida desde que la información se alió con el poder. Las mentiras, en el mejor de los casos disfrazadas de sofismo, encuentran un potente altavoz en medios afines que alcanzan a la población transformando su sentido en sentimiento y confundiendo su razón.
En cualquier caso, resulta obvio que la realidad que vivimos en el 2020 supera cualquier ficción imaginable, aunque la realidad dulcifica el dramatismo del que la ficción se alimenta para lograr su atención. Sin embargo, la humanidad, ha perdido una gran oportunidad. Habría sido un momento maravilloso para terminar con las fronteras que los hombres han interpuesto entre ellos y que un virus, un simple virus formado por una sencilla cadena de ARN cubierto por una envoltura formada principalmente por lípidos fácilmente destruibles mediante alcohol o jabón, ha quebrado una y otra vez ante el pasmo de las autoridades y el temor de los ciudadanos. Habría sido un momento maravilloso para que el mundo reaccionase de forma conjunta y no individualizada para frenar el avance del maldito virus. Habría sido un momento maravilloso para que las diferencias entre los países comenzasen a paliarse y no solo los privilegiados tuviesen acceso a los tratamientos médicos y a la vacuna que la ciencia y la tecnología desarrollada a partir de ella ha sido capaz de obtener. Habría sido un momento maravilloso para que los miedos y amenazas con las que el débil equilibrio geopolítico se sustenta desapareciesen sustituyéndose por una corriente de unión global.
Pero no, nada de esto ha ocurrido y la ciencia, que una vez más ha sido la única que ha estado a la altura de las circunstancias, por más que tras ella existan imposiciones económicas, ha sido involucrada en una carrera egoísta y cruel en la que los países desarrollados han pujado con su riqueza para hacerse con las vacunas que permiten luchar contra el virus dejando fuera a los países más pobres, aunque, como bien hemos dicho, la mayor preocupación de los habitantes de estos países sea sobrevivir a la hambruna y otras penurias, y desgraciadamente esta pandemia no haya sido más que un pequeño problema adicional en su día a día.
Aunque sí ha habido algo que debería hacernos reflexionar. Algo que debería sonrojarnos a nosotros que somos la generación que tutelamos el mundo. Algo impensable desde nuestro punto de vista sino llega a ser porque hemos podido y tenido que comprobarlo con nuestros propios ojos. Los ancianos y los niños nos han dado una auténtica lección, una lección de vida. Solo ellos han estado verdaderamente a la altura. Solo ellos han demostrado un saber estar, un saber sufrir por un bien mayor, una auténtica fraternidad global que ha permitido controlar la pandemia que, de otro modo se habría descontrolado más aún. Tal vez lo han hecho porque nos consideraban suficientemente juiciosos y sensatos para poder administrar con solvencia una situación tan grave. Tal vez lo han hecho por su confianza ciega en nosotros que somos, extrañamente, los que tomamos por ellos las decisiones. Tal vez haya sido por inocencia o por su imposibilidad de tomar las medidas necesarias puesto que ya no es su tiempo o este aún no ha llegado. El caso es que ellos, los ancianos y los niños, han soportado estoicamente nuestra deriva y gracias a ellos ahora estamos algo mejor. No volvamos a empeorarlo y, en un acto de humildad que nos honrará, hagamos valer su confianza y recuperemos —aún estamos a tiempo— todas esas oportunidades perdidas. Hagamos honor a esa lección de vida que nos han dado.
Foto de Pritam Kumar en Pexels
En Plasencia a 3 de enero de 2021.
Rubén Cabecera Soriano.
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