Esta historia no es mía. Es de alguien muy especial que os quiere tanto como yo y al que quiero tanto como a vosotros. Es una historia que, cuando era tan pequeño como ahora lo sois, me contó muchas veces. Tantas veces que contárosla ahora me parece extraño, pero es algo muy especial para mí, creo que debo hacerlo y pienso que os gustará. A mí me encantaba. Es una parábola que cuenta la vida como si la vida fuera un cuento, pero lo cierto es que es muy real, como vida, como los cuentos.
Cuando nacemos estamos dentro de un tren, viajamos en tren. Es el tren de la vida. Nuestro tren, nuestra vida. Para algunos va muy rápido, para otros es lento. En cualquier caso, el tren, nuestro tren, nos va llevando. El camino lo marcan las vías, que están ahí desde siempre. Con tesón podemos cambiar de vías y conseguir que las nuevas, las que hemos elegido, nos lleven a donde deseamos. No es fácil, pero se puede. Lo cierto es que en ese tren podemos viajar en primera clase. El pasaje es caro, pero con esfuerzo puede uno alcanzar los mejores vagones. Allí uno encuentra de todo, al menos todo lo que necesita, incluidas comodidades casi inimaginables. Es verdad que también hay cosas que no son del todo necesarias, pero estando ahí, las podemos aprovechar si nos place. Quiero que sepas que los asientos en primera clase son cómodos, acolchados, confortables, muy amplios, individuales, pero puedes compartirlos si lo deseas. Debes tener cuidado, eso sí, porque es muy fácil perder el billete y el revisor, que es una persona extraña y un tanto arisca en ocasiones, te puede pasar a los vagones de segunda clase si no demuestras que tienes los méritos suficientes para estar ahí. En realidad, en estos vagones, tampoco se va tan mal. Es cierto que los asientos no son tan grandes y los respaldos son de madera. Es algo más incómodo. Hace más frío en invierno y más calor en verano. Compartes, te guste o no, el asiento, pero, al fin y al cabo, puedes ir sentado porque, te recuerdo, el viaje es largo y puede hacerse muy pesado. Tienes, igual que en primera clase, ventanas y puedes ir contemplando el paisaje. Es maravilloso y espero que puedas disfrutarlo, verás de todo, el cielo, el mar, el campo, las ciudades, verás el desierto y las montañas, lagos y ríos. También verás otros trenes en los que van pasajeros como tú, verás las estaciones en las que el tren debe parar y en las que habrá gente que suba y otros que bajen. Cuidado con las paradas, no te vayas a despistar y te bajes, porque el tren se irá y no te esperará. Debes ser cauto pues habrá personas desde fuera del tren, incluso algunos que lo compartan contigo, gente que conocerás y que te dirán que te bajes, que fuera se está mejor y que se viaja más tranquilo. Puede ser incluso que a veces el propio revisor quiera echarte, y deberás demostrarle que tienes tu billete en regla. Debo advertirte que será decisión tuya bajarte o no del tren. Ahora bien, si lo abandonas, volver a cogerlo no es cosa fácil. Viajar en tren tiene muchas ventajas, ir andando por la vida resulta mucho más difícil, puede ser penoso y muy, muy cansado. Si por algún motivo, has decido bajarte en una estación y no vuelves a subir antes de que el tren reanude su marcha, alcanzarlo te va a resultar muy dificultoso. Recuerda que, dentro del tren, pasar de un vagón a otro mejor requiere gran esfuerzo, imagínate pues cuánto costará recuperar tu asiento si te has bajado. Deberás correr y correr para alcanzarlo en alguna estación en la que pare, porque, ya te advierto, que cogerlo en marcha es prácticamente imposible.
Por cierto, aunque no te lo he cpmentado, en tu tren también hay vagones de tercera clase. Son los peores con diferencia. No tienen ventanas y debes viajar de pie. De estos vagones también se puede salir y son dos las posibles salidas. Una ya la conoces, la encontrarás en cada parada, donde podrás apearte si lo deseas, pero ya sabes qué ocurre si te bajas o te caes y no subes antes de que el tren reanude su marcha. En estos últimos vagones del tren verás que siempre que para, abren sus puertas de par en par para que puedas ver la luz de la estación donde habrá gente animándote a que desciendas. Solo puedo aconsejarte que no les hagas caso, pero ya sabes que es tuya la decisión. La otra salida, que también conoces, es hacia los vagones delanteros, los que te acercan a la locomotora, los que tienen más comodidades, los de segunda y luego los de primera clase. Cuesta llegar a ellos, más aún si vienes de esos vagones de cola, pero se consigue y alcanzar estos vagones desde los horribles vagones de tercera clase supone un extenuante esfuerzo que recompensa con creces porque podrás volver a viajar sentado, mirando el paisaje, aprendiendo, contemplando lo que te rodea y conociendo a gente, entre los que muchos te querrán tanto como puedo quererte yo, aunque también conocerás a otros que, tal vez, no quieran para ti nada bueno, y procurarán aprovecharse o convencerte de que te bajes del tren. Ojalá puedas viajar siempre donde quieras y ojalá el vagón que elijas te ofrezca aquello que realmente te conviene y deseas.
Fotos: dibujos con tiza sobre suelo de pizarra de Daniel y Laura Cabecera Valdera.
En Mérida a 8 de noviembre de 2020.
Rubén Cabecera Soriano.
@EnCabecera
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